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Esta mañana me he levantado mirando el cielo, desapacible, triste y
gris. Puede ser verano o invierno, el más duro de ellos, pero nunca
me había sentido así, ni en los peores momentos, rodeado
de nieve y a un paso de morir de frío. Nunca había sentido tanta
desazón y, a un tiempo, ansia por romper este mal hechizo. Vivir en
una ciudad de mierda y contaminación, rodeado de depresión y de
gente que antes de levantarse ya se ha rendido, ciertamente no es lo
mío.
Y por un momento he recordado aquella conversación con
Artur, en la que ambos nos hicimos una promesa, ir allí donde nadie
pueda encontrarnos y perdernos cuando uno de nosotros quisiera
disiparse entre la energía del universo. Por supuesto, aún no ha
llegado el momento o al menos eso creo, no obstante lo he llamado. Y esperaba mi llamada, la deseaba, y hemos compartido la necesidad de
poner nuestros cuerpos al límite, desafiando la fortuna y la resistencia.
Y me siento más libre, mejor que esta mañana.
Ahora ya sé que en poco, muy poco, pondremos a tono nuestros espíritus
y los llevaremos, junto a nuestros cuerpos, al límite que tanto
ansiamos. Y, por supuesto, esta noche llamaré a Anna. Sería una
caña que nos acompañara y así con ella decidir una nueva aventura,
esta vez quizá la última.
Ha llegado el momento de desempolvar
la vieja mochila y llenarla con lo imprescindible.
.
Y perderse donde no llegue la impotencia.
ResponderEliminarEl límite no lo conoces hasta que lo traspasas. No sé si el resto siente lo mismo que yo, pero necesito probar.
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