sábado, 29 de agosto de 2015

EL MÁS BELLO SUELE SER EL MÁS DIVERTIDO

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Hace mucho que no corrijo mi novela. Entre lo poco editable que es y el trabajo que me da la política, lo he ido dejando año tras año.
Cojo el Metro decidido a escribir, pero en cambio de hacerlo en mi libreta, me dedico a enviar a Garrobo todo lo que veo. Y cuando termino, descubro que es más absurdo e increíble que lo que cuento en cualquiera de mis historias. 
Por qué, me pregunto. Quizá porque inconscientemente las diluyo para hacerlas digeribles.

Ayer recordé una historia tan bella como divertida, tal como deberían ser todas las que tienen que ver con el buen sexo.

Sentado en una pequeña butaca, quizá fuera un puf. A mi lado un tipo que no conozco, agradable, muy culto, charla conmigo sin ningún complejo. En el sofá, al otro lado de la mesa, Amara yace desnuda, recomponiéndose, deduzco por su postura, de una buena sesión de sexo. Se acerca una chica, creo que la pareja de mi compañero. Y, reptando sinuosa, se echa a un lado de Amara. Muy morena, delgada y bellísima. Acaricia a Amara, la besa en la garganta, en la nuca.
Seguimos hablando mientras, satisfechos, miramos a las dos mujeres. Un hombre se acerca, supongo que amigo de la chica. Mi compañero se levanta, se disculpa y se añade al grupo.
Observo a Amara, intentando olvidar que es mi pareja. Su belleza, apabullante, me confunde y desorienta; y su atractivo, tan arrollador como refinado. Entiendo a esos hombres, incluso a las mujeres que caen bajo su influjo. Y también a ella.
La chica se levanta y se me acerca, toma asiento donde estaba su compañero, me abraza y acaricia, nos besamos. Me gusta, es muy atractiva, el tipo de mujer que consigue romper mi frialdad.
No me gusta hacer el sexo delante de todo el mundo, aún menos en unas butacas. La chica se da cuenta, pero solo de eso último, y me arrastra hacia una enorme cama redonda, hecha, creo recordar, de colchones amontonados y forrados con variopintas telas. Hay gente en ella. Es todo tan artificial que algunos parecen esperar turno para entrar, aunque no sea así porque hay espacio de sobra.
Un tipo se acerca, parece que quiere compartir la chica. Ella no opone resistencia, incluso parece que le gusta. Me duele, me había hecho a la idea. Me separo y miro hacia donde está Amara. Los dos hombres la devoran.
Salgo de la casa y tomo asiento en la pequeña escalinata que da al jardín, al lado de una mujer que fuma con lentitud, saboreando el aire de la noche más que al tabaco, tiene mi edad o es algo más joven. Es la anfitriona de la fiesta. Charlamos plácidamente, a ninguno de los dos nos gusta este tipo de fiestas, la acepta por su compañero y sus amigos. Me gusta, es muy inteligente y culta. No bella en exceso, al menos como la mayoría de los invitados, pero sí agradable y atractiva.
De la casa sale gente gritando y riendo, una pareja hace el sexo frente a nosotros, apoyada a un árbol. Mi compañera se levanta y me invita a seguirla. Entramos en una pequeña cabaña de sólida madera. Es una sauna, la enciende tras preguntarme si me molesta. Solo entra la luz a través de una pequeña ventana y del vantanuco de la puerta. Se denuda con cuidado, aparentando disimular un evidente y voluntario erotismo. Bajo el ancho vestido de algodón blanco, se descubre un cuerpo perfecto. Dobla el vestido con cuidado y me pide la ropa para hacer lo mismo. 
No puedo ni deseo disimular mi excitación. Nos sentamos, ella delante de mi, con su espalda apoyada en mi vientre y mi sexo. En una estantería a mi lado, hay un frasco de aceite, lo abro, lleno mis manos y masajeo sus hombros. Poco a poco bajo hacia sus magníficos senos, agacho la cabeza y le susurro dos palabras en su oído, solo dos, antes de atreverme a pellizcar sus pezones.
-Me apetece.
Y ella responde con tres, solo tres.
-A mi también.

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domingo, 16 de agosto de 2015

LOS MOMENTOS MÁS AGRADABLES NO SIEMPRE SON LOS MÁS FELICES

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Sigo el camino del riachuelo y me encuentro con la típica casa medio derruida, al pie de una cala de ensueño. Fuera de ella el temporal rompe contra las paredes que la resguardan. A mi izquierda, sobre un pequeño farallón de roca y tierra, dos vetustos hórreos vigilan la entrada.

Pronto tendré que cambiar de lugar mi bicicleta. La marea sube y ya casi toca sus ruedas.
Mi corazón se cansa mucho antes, y pedalear en subida hace que me cueste respirar. Es como si mis bronquios se cerraran. Mi estómago no digiere bien los alimentos, no como solo hace un año. Se nota que estoy en el último tercio de mi existencia, quizá menos.

Siento el viento. Gigantescas olas rompen contra el farallón de la entrada. Pocos barcos se atreverían a navegar hoy en este mar, el mío uno de ellos.

Los momentos más agradables no siempre son los más felices, la soledad solo es querida cuando se busca con ahínco y se encuentra en el lugar adecuado.
Es agosto y estoy en una de las calas más bellas de Asturias, hoy desierta, supongo que por el mar, el frío y el viento. En mi pequeño rincón solo queda espacio para la bicicleta, las pocas olas que consiguen entrar mojan mis pies. Es pleamar, de modo que más adentro no llegarán.
Esta mañana con Xeli he visto la bajamar en San Antolín, ahora la pleamar con la magnífica soledad que me brinda la cala de la Huelga.
Un pequeño grupo de excursionistas pasa casi rozándome, aprovechando el reflujo de una ola. Calzan botas de montaña, que se nota son recién compradas; llevan mochilas en la espalda, gafas de sol, gorras e indumentaria para hacer grandes travesías; también palos para andar, uno en cada mano. Nunca he entendido el servicio que puede dar esos bastones de diseño. He andado días enteros sin necesidad de ellos, por los lugares más agrestes que nadie pueda imaginar. Entonces no los había o, al menos, yo no los conocía. Lo he hecho con calzado recio y de mala calidad, y vestido con ropa sencilla.
Una chica toma asiento en una roca a mi lado. Nos conocemos de saludarnos cada día en el mismo camino, yo con la bicicleta y ella acompañada por un perro negro y de raza ambigua. Calza sandalias de plástico, y viste con shorts y una camiseta de manga ancha y corta. Me pregunta de dónde vengo y me explica que de su casa hasta la Huelga hay ocho kilómetros, que siempre se queda un rato para que el perro se bañe y luego vuelve a su casa. Dieciséis kilómetros diarios sin botas especiales, gorra y gafas de sol, ni, por supuesto, bastones de montaña. Me pregunta por lo que dice mi camiseta, Pirates de Catalunya, y se lo explico. El perro vuelve y nos salpica divertido. Nos despedimos. Ella debe seguir su camino para llegar de día a su casa, luego, supongo, saldrá con los amigos o su pareja. Esta noche tal vez busque por la red quienes son esos piratas.

Miro el riachuelo, que baja caudaloso por la lluvia de esos días, y pienso en los amigos que me quedan, años atrás tantos y tan pocos ahora.
Es curioso lo que hacen las ideas. Mi concepto sobre lo que es el autoritarismo o incluso el fascismo, ha ido ampliándose con el tiempo. Para mí es fascista todo aquel que pretende imponer sus ideas, aunque sea a través de este régimen que nos quieren vender como demócrata.
Ya no puedo aceptar, más allá de unas risas, la relación con personas carentes de sentido demócrata. Familia, amigos y conocidos, van desapareciendo de mi mundo.
Algunos podrán acusarme de intransigente, y es cierto, soy intransigente con los que practican la intransigencia.


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