lunes, 26 de noviembre de 2018

De arrepentimiento

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Hay días que me levanto arrepentido de haber publicado ciertas historias, demasiado dolosas para muchos viejos amigos; por cierto, ninguno de los que defino como amigos-hermanos han mostrado reparo. Amigos-hermanos, aunque a estas alturas ya podría decir amigos-amantes-hermanos, y no es por necesidad de salir de un armario en el que nunca entré, básicamente porque soy heterosexual. Pero, seamos sinceros, son lo que son, amantes por encima de todo sin que sobre una coma.

Hace años una joven amiga me preguntó si me había acostado con algún hombre. Yo, que la conocía más de lo que ella imaginaba, respondí con otra pregunta.
Si tu amiga, a la que amas profundamente, un día te confiesa que está loca por ti, que necesita sentir el contacto de tu cuerpo y disfrutar de tu sexo, ¿cómo responderías?
Obviamente no respondió, ni falta que hacía, y tampoco volvió a preguntar porque tampoco tuvo necesidad.

¿A qué viene esto?
Pues que todos necesitamos guardar un mínimo de intimidad, aunque no pase de pensamiento o idea.
Y es que podemos contar lo que nos place, sea sueño o realidad. Lo podemos contar todo, excepto cuando puede ser doloso para los demás y queremos mantener la dignidad.
La desnudez es buena mientras no requiera la de otros, que no tienen ningún interés en mostrar sus vergüenzas.

En fin, que como pueden imaginar, de un tiempo a esta parte me estoy arrepintiendo de haber publicado una novela y escrito la segunda, que seguramente jamás publicaré. En eso difiero por completo de Mónica, que consiguió que le escribiera la suya para terminar guardándola en un cajón.

Si escribes, como mínimo ten el valor de publicar. No lo hagas solo para ti, porque los demás merecen utilizar tu historia, aunque solo sea para no caer en tus errores. Sin embargo, conociendo a mi amiga-
hermana-amante, quizá el valor sea tener en la mano una historia increíble y no publicarla.
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Últimamente me gusta colgar fotografías familiares antiguas, en este caso la de mi madre, mi abuela y mi bisabuela. Debo confesar que mi nieta guarda un gran parecido con mi madre, que heredó las facciones de su padre, fallecido cuando ella tenía solo once años.

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domingo, 18 de noviembre de 2018

Pretendemos ser lo que fuimos

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Hace años, muchos ya, pensé que contar mi historia valía la pena, no por asombrosa sino porque la creía corriente. Todos tenemos una historia que contar, me dije, solo que no lo sabemos o no le damos la importancia que merece.
Una de las anécdotas que más suelo recordar, es la del tipo que conocí de muy joven, en el examen de revalida del bachillerato superior, en el patio del instituto Menendez y Pelayo. Ambos nos examinábamos sin el soporte de ningún instituto, no sé si ahora puede hacerse, entonces se le llamaba ir por libre. El tipo, ahora no recuerdo su nombre, era algo mayor y era, eso si lo recuerdo por conocerlo, uno de los Setze Jutges. Había llegado de un viaje “a dedo” por toda la Unión Soviética, algo extraño para los españoles de la época por la dificultad de conseguir los visados, pero yo sabía que no era imposible. Me contó su viaje muy por encima, por el poco tiempo libre que había entre examen y examen. Me impresionó mucho, además de provocarme cierta envidia. Yo jamás podré hacer ni la mitad de la mitad que él, pensé en aquel momento. Quién me iba a decir que cuatro años después, muchos para un joven pero pocos en la vida de un ser humano, en un paraje mágico, rodeado de agua y de animales salvajes, y con solo la compañía de Anna, recordaría aquel encuentro y su conversación. En aquel instante me habría gustado hablar con aquel hombre, cuyas canciones y poemas me gustaban tanto, para explicarle que recordaba todo lo que me había contado, que lo tenía clavado en la memoria. Pero debió ser una idea fugaz, porque de aquel momento lo que más recuerdo es mirar embobado el Nanga Parbat y preguntarme si seriamos capaces de llegar a su cumbre. Eramos jóvenes y fuertes, y con lo vivido los últimos días todo nos parecía posible, incluso lo imposible. Y es que cuando ves aquella cumbre inmensa y solitaria, tan majestuosa, solo cabe hacer dos cosas, arrodillarte para adorar su belleza y su grandeza, o asaltarla para hacerla tuya.

Cuando escribí mi primer libro, hará unos diez años, pensé que ya era hora de descansar y dar a conocer mis aventuras. Superados los cincuenta, por bien que estés tu vida cambia, no puedes rebobinar sino es para recordar y, como máximo, escribir lo vivido; aún más si tu compañera, con la que has pasado casi la mitad de tu vida, está enferma y te necesita a su lado. No ha sido así, mi vida sigue siendo igual de intensa o quizá más, y hoy rebobino, pero no para recordar sino para aprovechar la experiencia.
Y ahora me arrepiento de haberlo publicado. Una novela autobiográfica se firma con seudónimo, a menos que el escritor mienta como un bellaco o su ancianidad le permita cualquier desfachatez.

jueves, 8 de noviembre de 2018

Un recuerdo

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Hace cuatro años escribí esto.
¿He cambiado?
Al contrario, nunca había estado más seguro. Es más, creo que con los años me reafirmo con más intensidad y convicción. Y es una tranquilidad, porque saber que todo lo que hice y dejé atrás, que es mucho, para mi sigue siendo lo correcto y ha servido de algo, me hace muy feliz.

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"A los quince o dieciséis, ya no recuerdo, descubrí que era anarquista. Por entonces terminaba el bachillerato. Hablo del año 1967, de modo que el mayo del 68 lo viví siendo anarquista.
Uno no se hace anarquista sino que se es. Se nace como tal, porque es parte de una manera de ser, que se lleva en los genes sin necesidad de haberla heredado.
A los 20, cuando ya vivía en comunas, descubrí que podía sentirme más identificado con una chica de Fez, que había escapado embarazada de su casa, o con un norteamericano exiliado por no combatir en Vietnam, que con la vecina de la casa allende a la nuestra, que nos denunció solo porque éramos hippies y le dábamos mala espina.
La transigencia y la empatía no pueden ser delimitadas por fronteras, idiomas, costumbres, razas y, aún menos, por banderas.
¿Qué son las fronteras sino unas líneas imaginarias marcadas por guerras de señores feudales, de emperadores, de reyezuelos o de dictadores?
¿Qué son las banderas sino unos trapos tintados con la sangre de nuestros antepasados, que se mataron por dar gusto a sus señores feudales, a sus emperadores, a sus reyezuelos o a sus dictadores?"


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