lunes, 18 de mayo de 2020

Los deliciosos albaricoques de Kashmir

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Sin duda soy un romántico. Todavía conservo mi vieja mochila, la que utilicé hace ahora cuarenta y nueve años, pero también antes, en mis travesías pirenaicas y con nieve hasta las rodillas. Sé que no lo van a creer, pero está casi nueva.

Durante el confinamiento tuve la suerte de tomar contacto con los descendientes de mis antepasados que emigraron a Argentina. Y como quise mandarles fotos de la familia, abrí la caja de los recuerdos, esa que para unas cosas hay que mantener cerrada y para otras muy abierta.
Cuando abres algo así corres el riesgo de quemar los recuerdos, tal como Carballo hacía con sus libros, que no dejaban de ser parte de una memoria que había perdido su valor; o embarcarte en la melancolía, que estúpidamente es lo que terminé haciendo.

Pronto hará nueve años de mi última aventura, de esas que algunos (yo también) tratarían como extrañas y hasta salvajes; que te obligan a recorrer medio mundo y hacer algo de lo que nunca vas a arrepentirte; que lo volverías a hacer, pero que pides al cielo y al infierno no tener nunca más la necesidad. Nueve años que han pasado volando, sin apenas darme cuenta. En otros nueve seré un anciano, si no lo soy ya, y ni siquiera podré soñar en hacer la mitad de la mitad, y vete a saber si recordar.
¿Por qué hablo así?, porque quizá haya llegado el momento de llenar la vieja mochila con lo imprescindible y dar una última vuelta por este mundo irrepetible, lleno de lugares y de personas aún por descubrir.
Sería maravilloso compartir con Anna otra aventura, la más larga e intensa de todas.

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viernes, 1 de mayo de 2020

HUBO UN TIEMPO

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Hubo un tiempo en que el amor se confundía con el sexo, en que no sabías si aquella persona que tanto te gustaba era hombre o mujer.

Hubo un tiempo en que las ideas eran más importantes que las comodidades, en que cualquier cosa valía para escribir lo que habías soñado, pensado o vivido, desde una servilleta hasta una cajetilla de cigarros.

Hubo un tiempo en que era más importante llegar para quedarte que para visitar, que era mayor el deseo de vivir por sentir que por estar.

Hubo un tiempo en que tenía más valor la manera de pensar que la de vestir, el espíritu que la imagen.

Hubo un tiempo en que la nobleza y la sinceridad valían más que el dinero y lo que este podía aportar.


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