domingo, 21 de febrero de 2010

UTOPÍA

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Buscando el Círculo de Walker, con respecto al interesante tema de Concha Mercader, encuentro este vídeo de publicidad. Me ha gustado tanto que lo enlazo.

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Ayer cenamos con José, Pere, Susana y Mónica; y hoy debo hacerlo con Joan y Vicki. Terminaré por creer que la cuadratura del círculo es posible.
Por mucho que piense, que sienta... siempre me sorprenderá la intensa amistad que existe entre Mónica y Amara. Ayer vi como sobrepasaba el límite de lo factible y entraba en la utopía. Hasta yo, que la he pretendido y luchado por hacerla realidad, me sorprendo. No es de recibo que dos mujeres hayan llegado a tal límite, habiendo vivido y compartido tanto y tan accidentadamente.
Aún recuerdo cuando Amara, enferma, temía que mi amor hacia Mónica eclipsara el que sentía por ella.
- Tus ojos brillan distinto, los suyos también. Tengo miedo-
Nada puede borrar el pasado. El hombre que lo obvia pierde la sustancia y, con ella, la posibilidad de creer en su futuro, de luchar por él.

El hombre es utópico por naturaleza, pero consciente que debe regirse por rígidas normas para conseguir su objetivo, que inevitablemente lo invalidan. El anhelo por llegar a lo soñado queda solo en eso: anhelo. Otra paradoja sin sentido.
Mónica y Amara demuestran que no existen los imposibles, que se pueden romper todas las convenciones, ataduras, prejuicios... hasta los más íntimos y profundos; en fin, las normas y su maldita rigidez.
A veces pienso que su amor ha superado el nuestro y no siento celo ni recelo. Si nunca lo he hecho, cómo voy a hacerlo ahora ante algo tan bello y perfecto.

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Por fin he comenzado a escribir mi libro. Llevo catorce páginas y aún no he terminado la historia que quiero contar desde los dieciséis a los diecisiete años. Llevo más de diez días escribiendo, repasando; algunos solo consigo escribir un párrafo, otros tres páginas. Y me pregunto cuántas deberá tener, para reflejar cada una de las historias que quiero transmitir.
A estas alturas mi familia sale retratada. No hay engaño, es la realidad, ni un milímetro a la izquierda, a la derecha, para arriba, para abajo. No hay nada que no se pueda demostrar, aunque sea a título personal; nadie puede esgrimir que la perspectiva, depende del lugar del que se mira, cambie la realidad.
De seguir así precisaré tres libros para transcribir la historia que quiero contar. Y será impublicable, a no ser que encuentre un editor lo suficientemente chiflado y la edite sin más.
Espero, si eso llegara a suceder, que coincida con la vuelta al mundo que sueño hacer. Una bella manera de disiparse en el olvido y dejar que otros lidien el toro.

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sábado, 6 de febrero de 2010

DE AMOR

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A veces sueño que me toca la lotería y mando el trabajo a hacer puñetas. Son sueños en duermevela, que se tienen cuando uno no termina de dormir y se recuerdan. Duran poco, quizá un minuto o dos. Al poco pienso que seguiría trabajando como si tal cosa. Me lo paso relativamente bien y demasiada gente depende de lo que hago.
La maldita colección no ha terminado conmigo. Una vez más no me ha vencido. Me temo que algún día será lo contrario. Ha sido la más corta en muchos años, tantos que ni lo recuerdo; sin embargo, ha sido la que más me ha costado en tiempo y esfuerzo. Ahora, más tranquilo y con más sosiego, la iré enriqueciendo con nuevos diseños.

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Vivimos condicionados por una educación religiosa, sobrecargada de tabúes, prejuicios y estúpidas normas que amputan el sentido común.
Siempre me sorprende el amor que siente José por Amara. Pero de inmediato me pregunto el por qué de mi asombro.
La vida amorosa se compone de un conjunto de amores, eternos hoy y efímeros mañana. Y no lo entiendo, mi cerebro no termina de procesar una idea que nos insertaron sin lógica que la sustentara. Y, no obstante, con los años pasados, las enfermedades, las discusiones, nuestro común amor ha sobrevivido y sigue más fuerte que nunca.

Amar de manera absoluta es ser capaz de perder la libertad por el amor del amigo y, también, no exigir el sacrificio de la suya.
La grandeza de Mónica y de Anna es su capacidad de entrega por lo que creen y aman. Mis amigas-hermanas-amantes son de las pocas personas que sacrificarían su libertad por amor. Amara, José y yo seguro que no; aunque tampoco seríamos capaces de exigirla.
Ayer, después que Mónica y José se despidieran, que Vicki llamara como cada día, pensé que habíamos inventado una nueva manera de amor, que no de amar.
He conocido infinidad de gente, original, extraña, sincera consigo y con los demás; pero nunca así, sin extrañarse, con esta naturalidad, sin preguntarse, como yo, cómo es posible haber llegado hasta tal punto.

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Mis comidas en casa del punyabí -los paquistaníes son distintos según su país de origen, no como aquí que, aunque alguno se disguste, somos iguales en casi todo- hacen que recuerde detalles, anécdotas y, sobre todo, sensaciones de mi viaje con Anna a Cachemira. Y hoy, al hablar y pensar en el amor…


De aldea en aldea, de cabaña en cabaña, andando con cortos y negros bastones en bandolera, por senderos, caminos y, a veces, cursos de pequeños pero caudalosos ríos, por los que intentábamos pasar el menor tiempo posible, pues son los lugares donde el oso y el leopardo van a beber y cazar sus presas. Que a la bestia puedes engañarla con un palo siempre que esté lejos, pero de cerca sabe que no es un arma.
Y recuerdo a los dos pastores que, al ver nuestro calzado, nos ofrecieron el que guardaban en la cabaña para casos de apuro y, como en poco tiempo, nos tejieron algo parecido a unos calcetines de lana entremezclada con pedazos de algodón. Y recuerdo su habla tan melódica como incomprensible, pero que nosotros entendíamos sin darnos cuenta. Y sus canciones…
Las canciones unen a la gente y son muestra de hospitalidad y comprensión. Nunca sabíamos que historia contaban, pero las hacíamos nuestras y sentíamos lo que ellos sentían al cantarlas.
¡Y cuán fuertes éramos, que no sentíamos dolor ni cansancio!
Y aun habiendo estado tan enamorado de Ángela, tanto que acometí aquel viaje por ir tras suyo, pronto descubrí lo que es el amor y su significado, tan distinto a la pasión o a la visceralidad de la empatía física.
Anna y yo no hicimos el sexo en todo el camino, en cambio no nos cansábamos de hacer el amor. Pasábamos las noches acariciándonos, abrazándonos, muchas veces desnudos. Nos lavábamos mutuamente en los ríos o, a poder ser, en los lagos producto del deshielo, ya que el sol de la mañana terminaba calentándolos.
Calentándolos…
Aún recuerdo su frialdad y como gritábamos y nos reíamos.
Y recuerdo limpiar su piel con mis manos, con tal delicadeza que era caricia, y su estremecimiento de placer. Y ella a mí. Y luego nos secábamos de la misma manera y me besaba como solo ella sabía, besos que aún perduran en mi interior, que aún los siento.
Y recuerdo la casa en la aldea. Y el matrimonio empecinado en que durmiéramos en su camastro, unas tablas de madera y un colchón de paja y lana, y mantas, muchas mantas de mil colores. Nos veían jóvenes pero serenos. Sabían de dónde veníamos, el camino que seguíamos y como habíamos llegado; y, por lo que entendíamos, pocos lo habían hecho en tal soledad y sin armas. Y la mujer se cuidó de Anna, la preparó para el amor tranquilo y generoso. Y nos alimentaron frente a sus hijos, con lo mejor que tenían. Y no pudimos rechazarlo, sino compartirlo con empeño.
Hablo de Cachemira, de musulmanes paquistaníes, de gente que, ahora y antes es tratada de fanática islamista, tanto por hindúes defensores de las castas, como por europeos que confunden el crucifijo con su polla.
Y me río.
Los aldeanos nos trataban con respeto. Dormíamos con pastores armados con AK47 sin sentir temor. En ellos nunca percibí una mirada lujuriosa hacia mi joven y bella compañera, sino de cariño y admiración. En cambio sentí recelo en Karachi, donde las miradas no disimulaban su intención y algunos hombres no tuvieron reparo en acercarse con agresividad y desafío, forzándome, pese las protestas de mi amiga, a enfrentarlos de peor manera.
En los senderos del Hindu Kush debes esquivar a las fieras, en las calles de la ciudad enfrentarte a ellas, mientras en las aldeas castigadas por la guerra sientes respeto y amor.
En la vida, salvo contadas ocasiones, andas de paradoja en paradoja, hasta el punto de pensar si no lo es ella misma.

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jueves, 4 de febrero de 2010

LOS HIJOS SIEMPRE VAN A LA CONTRA

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Mi padre decía que para pasarlo bien, mejor una chavala lanzada y liberal, y para casarse, una comedida, recatada y conservadora.
Los padres deberían saber que los hijos siempre van a la contra, por lo menos los que se precian. Tal vez por eso al mío nunca le aconsejé con quien debía acostarse ni compartir su vida. Primero, porque es una estupidez y, segundo, porque es de los que hacen lo contrario.
El padre de mi padre era un malavida, putero y boxeador; pero, según los que lo trataron, un tipo muy entero, de esos en que puedes confiar. Mi abuela era todo lo contrario, aparte de una represora de cuidado con poco éxito -en el entierro de su marido tuvo que soportar que tras el féretro fueran no sé cuántas mujeres con sus hijos-. Supongo que mi abuelo, visto el resultado, no debió resistirse de aconsejar a su hijo. Dudo que mi padre hiciera caso, y no por llevar la contraria sino por su propia naturaleza.
Está claro que hice caso omiso a su consejo y, como él, tampoco por su origen sino por mi mismo.
Mi padre, hasta pasados unos años de haberme casado, no se percató que mi compañera era un verdadero petardo, -creo que aún lo duda- que enorgullecería hasta al difunto de mi abuelo. Mi madre, -en eso las mujeres son más avispadas- pronto lo vio y no paró de anunciarlo; aunque, como es su costumbre, a mi espalda y con palabras ambiguas y cara de no haber roto un plato.
- Esta chica es una pelandrusca-
- ¿No te parece un poco fresca la mujer de Pau?-
"Pelandrusca... eso decía. No se cansen, en la RAE no sale, como muchas palabras tan o más antiguas que ella misma." (Está claro que tecleé mal la palabra) .
A Amara no le afectaba. Las verdades nunca ofenden me decía. Y es que se sentía orgullosa de serlo.



He terminado la colección, la más pequeña de los últimos años, pero también la más ambiciosa.
¿De qué me sirven tantos modelos si la gente compra poco?
Esta vez no visitaré los representantes, lo hará mi socio. Amara me necesita más que nunca. Un día de estos la llamarán para operarla y debo estar a su lado.
Hoy le he leído las manos. Hace años que no lo hacía, tantos que ni recordaba. Lo he hecho sin darme cuenta. Al acariciárselas en el restaurante he recordado que había “visto” esta operación, un día que bromeé con ella sobre el asunto.
Las manos de mi compañera son un lío.

Nunca he creído en esas cosas, igual como el asunto del Tarot. Lo hacía de joven como distracción. Al poco empezó a presentarse gente en mi despacho de trabajo; gente seria, mayor... llamaban a mi casa.
- Me han dicho que usted...-
No había manera de convencerles que no era serio. Alguien les había dicho que acertaba, que no cobraba.
Lo aprendí de un viejo hippie medio loco, con tantos años como droga en la espalda, que, sentado en la gran escalinata de la Plaza del Rey, en el barrio gótico de Barcelona, las leía con una facilidad asombrosa. No cobraba y lo hacía a quien le caía bien. Amas de casa... incluso algún policía secreta.
Nos hicimos muy amigos. Al principio dudé que no fuera una estratagema para introducirse y pasar información, estudiar la gente que pasaba, etc. Muy infantil, pero cosas peores se han visto.
Me costaba mucho. No sabía negarme y el esfuerzo era enorme. Quedaba para el arrastre y durante unas horas no servía para nada, ni física ni psíquicamente. Al fin aprendí a decir No, a reír, bromear sobre el asunto hasta que el visitante se sintiera ridículo. Solo estando alegre, con un punto de alcohol, me salía con facilidad.
Aún recuerdo una noche en Vía Fleming con Joan. Habíamos ido a visitar a nuestras amigas-amantes madrileñas, y una de ellas nos recomendó que visitáramos aquel típico puterío.
Una chavala, morena y preciosa, se quiso enrollar conmigo.
- Estoy de paso y no quiero ningún lío-
Eso creo que le dije. La chavala me contó que no le importaba, que estaba cansada y con que le invitara a una copa tenía bastante. Me gustó su sinceridad, no sé si ficticia o real. Hablamos de mil cosas, del por qué nuestra visita, del trabajo...
- Cuando estoy bebido leo las manos y echo las cartas-
No sé por qué dije tal disparate. Quizá fuera el gin-tónic. La cagué pero lo pasé en grande. El dueño del local o quien fuera, no pudo hacer gran cosa. Al rato se había creado un tumulto a nuestro alrededor y el negocio se le fue al garete. Era la primera vez que me pasaba y seguramente al tipo también.
No recuerdo cuánto estuve, solo que Joan consiguió arrancarme de allí. Estaba desencajado, tanto de risa como de asombro.
Años más tarde, también en Madrid, lo volví a hacer en un pub en el que las “nicolaskas” corrían sin cesar. Se armó la marimorena, pero esta vez no aprecié preocupación en el propietario. Hasta creo que me despidió con afabilidad.



Cuando estuve en la República Dominicana, no en Punta Cana, Cayo Levantado o Sosua sino allí donde pocos van, descubrí que los haitianos emigraban a la República Dominicana, los
dominicanos a Puerto Rico y los portorriqueños a Miami.
A Joan, Vicki, Amara y a mi siempre nos ha gustado ser viajeros, pasear por las ciudades, los suburbios; conocer la gente del país, la más sencilla, la que a fin de cuentas es.
Los haitianos trabajaban, aún lo hacen, la caña de azúcar y el tabaco a precios de indecencia; salarios que los dominicanos despreciaban. Para ellos era un salario maravilloso, ya que en su país morían de miseria.
En Haití, me decían, nadie se muere de hambre; la gente se muere de miseria. Allí solo existen dos clases: los muy ricos y los muy pobres. Si eres pobre y quieres vivir con decencia has de emigrar o trabajar en la República Dominicana, si no lo haces has de robar o venderte como sicario. Si eres rico vives en las afueras, en la montaña, rodeado de verjas y vigilantes armados; tienes criados que bajan a la ciudad por ti, que van a buscar el gasóleo, la comida... Contaban que la gente está acostumbrada a la violencia, a los machetazos; que ni los niños están a salvo. Que las niñas a temprana edad eran violadas, eso sí, con un crucifijo al lado.
La República Dominicana es muy bella, pero la mitad de ella es pobre de solemnidad. La gente de las ciudades y los arrabales es humilde y hospitalaria, pero el peligro acecha en cada esquina, en cada bar o tienda. La gente de bien no va a esos lugares, como tampoco a ciertos barrios de la periferia de Barcelona, de París, de Madrid... solo que aquí son pocos y contados, y allí la mitad.
Visitamos el país para acompañar a una pareja amiga de Amara. Querían adoptar un niño y se llevaron una niña. A su hermano pequeño lo dejaron allí, mirándolos fijamente sin comprender lo que pasaba, sin saber por qué se llevaban a su hermana.

En el centro, fueras donde fueras, encontrabas grupos de niños buscando trabajo, limpiando zapatos, recogiendo cartones, latas... niñas no.
En los arrabales de la ciudad, los desagües de los edificios debían desatascarse a menudo. Las mujeres abortaban en sus casas con la ayuda de vecinas y santeras, después echaban los fetos al desagüe comunal. Como eran muchas las veces que no había agua por los cortes de suministro, quedaban a medio bajar, otras se acumulaban en algunos codos... Por la calle vi niñas embarazadas, no obstante me contaron que eran muchas más.
Es bueno que la mujer esté preñada. Prueba la virilidad del macho.

Recuerdo que la escuela estaba repleta de niños y los responsables desesperados. No pasaba semana, a veces día, que no encontraran un recién nacido en la puerta.
¡OH! Pero Haití es peor, nos decían. Allí, de tantos ni siquiera hay donde dejarlos. Los abandonan en la calle sin más.

Me dicen que la República Dominicana es el país caribeño que más ha mejorado.

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