sábado, 4 de diciembre de 2021

Tristeza

____________________ 

 

Quiero volver a escribir, pero para eso debo dejar de obsesionarme, dejar una parte de mi historia detrás.

Ayer llamé a Joan, necesitaba hablar con él.
- No es que lo recuerde, Popol, es que aún no me creo que no esté entre nosotros-
No supe qué responder,
fuera de que siento lo mismo.
- A veces he de aguantarme para no llamarlo, para saber cómo le va, para organizar una de nuestras cenas entre los cuatro, con Mónica y Amara; para organizar la acostumbrada cena de fin de año, hablar sobre el menú y si vosotros también participaríais. Yo tampoco puedo,
Joan, pero sé que he de superarlo.

Y como cada semana llamé a Mónica. Curiosamente ella lo ha asumido mejor, aunque conociéndola no debería extrañarme. No quiero que se sienta sola, sin embargo, lo necesita.
- Quiero estar triste,
Popol, pero no puedo, no tengo tiempo-
Y tras unos momentos en silencio, y sé que sin derramar una sola lágrima.
- Quizá es que no sé estar triste, Popol;
por eso necesito estar sola, para encontrar la tristeza-

Amara llora, Lo hace cuando nadie la ve, como si fuera vergonzoso demostrar lo mucho que se amaban, pero hoy, al echarme un rato a su lado, no ha podio soportarlo.
- No pude despedirme de él, Popol-

Y se extraña o quizá es su manera de disculparse conmigo, por recordarlo y llorar justo cuando estoy a su lado, acariciando sus manos.

Seguiré escribiendo mi historia, pero ya no será igual que antes. Hay cosas que las evitaré para respetar su intimidad, mientras que con el resto seré muy escrupuloso con la realidad que vivimos. Es la mejor manera de hacer honor. 

 

. 

sábado, 13 de noviembre de 2021

No podemos llorar

___________________________

 

Ayer, a la salida del concierto de From Lost To The River en Luz de Gas, me encontré con Anna. Habíamos quedado a la salida. Nos abrazamos...
Pocas veces puedo ver a mi amiga hermana, aunque creo que a partir de ahora, que ha apaciguado su vida, nos veremos mucho más. Al menos eso dice.
- Jep ha muerto- le dije. Y le expliqué cómo había ido.
- Aún no puedo sacármelo de la cabeza, no puedo olvidarlo y seguramente jamás podré. No lloré. Vicki, Joan y Amara sí, mucho. Mónica tampoco-
- No lloramos porque hemos vivido y visto el horror, y eso no es bueno. Lo hemos visto demasiado cerca y a veces lo hemos vivido, y ver y vivir mucho no es malo, pero el horror sí lo es. Jep no lo vivió, Mónica sí y nosotros demasiado-
- Yo, aunque no lo creas Anna, a veces lloro, pero no por las pérdidas, que ya empiezan a tocar, sino por recordar lo que he vivido. Quizá tenga más sensibilidad, o tal vez sienta la necesidad de tenerla y haya aprendido; pero lo cierto es que no lloré, y si no fuera porque Mónica tampoco, me sentiría mucho peor-
Mi amigo hermano nos ha dejado y yo lloro su vacío, pero en silencio.
 
Pero ahora lo que importa son los vivos. Y solo pensar que tengo a Anna cerca, espero que por mucho tiempo, me siento mejor.

.



domingo, 24 de octubre de 2021

Mi Gran Amigo Hermano

___________________________________ 

 

Mi amigo hermano está muerto en vida, solo hay que desconectar la máquina que lo mantiene artificialmente para que deje de existir oficialmente, aunque para mí y para quien lo quería, dejó de hacerlo hace días.

Hoy pienso en nuestras vivencias, que han sido muchas, y en las que no podremos disfrutar juntos. Las muchas cosas pendientes que hemos dejado. Pienso en lo que cada uno de nosotros hemos vivido por separado.

Caigo en la tentación de pensar que todo lo que he vivido, tantas aventuras y experiencias, que muchos darían parte de su vida por haberlas pasado, me las llevaré a la tumba. Y no es cierto, a la tumba no te llevas nada, allí todo desaparece, desde el más pequeño recuerdo hasta la vivencia más intensa. Cuando feneces lo abandonas absolutamente todo, simplemente porque desapareces. Cuando feneces, ni siquiera te llevas la satisfacción de haber dejado tu impronta en otras personas, no te la llevas porque no existes; y lo que no es, no tiene.
Afortunadamente te vas sin nada, porque lo dejas atrás, algunas cosas entre toda esa gente que amaste y otras muchas al enjambre. Es tu legado, tus vivencias, que servirán para el resto de seres humanos, unas para vivir mejor y otras para ser mejores. 

Mañana, quizá pasado, mi gran amigo hermano oficialmente habrá muerto. Su vida ha sido intensa, más para los demás que para él, que nunca quiso creerlo. Su legado es inmenso y sirve para que millones de personas, la mayoría de ellas aún por nacer, vivan mejor y más amablemente. Y unas pocas, entre las que me encuentro, para recordar la amistad y el amor que nos brindó.

 

.

miércoles, 13 de octubre de 2021

Mi Amigo Hermano

____________________________

 

Mi amigo hermano se debate entre la vida y la muerte. 

No me siento con ánimos de escribir, aún menos sobre una historia de la que es partícipe.

Hoy es uno de esos días que mandaría mi novela a la mierda y pondría mi cuerpo y mi mente al límite.
La vida hay que aprovecharla, dejando de lado convenciones y demás futilidades, que no solo no sirven para sentirse mejor sino que impiden que el ser humano desarrolle todas las capacidades que la naturaleza le ha ofrecido y las disfrute al máximo.

En fin...


.

domingo, 10 de octubre de 2021

El Poder de una Convicción, 10ª parte

________________________________________________ 

 

De vez en cuando me acercaba al Enagua. Mis amigos nunca preguntaban por mis ausencias, siempre estaban allí, escuchando música en el mismo desvencijado sofá, los dos butacones y el puf acolchado con como si guardaran el lugar donde solía sentarme. Tomábamos unas cervezas y para celebrar que volvía con ellos, íbamos a casa de Patty con unas pizzas y nos quedábamos a dormir.
Patty
compartía piso con una amiga de la infancia, Tina, que también era del grupo de amigos. Eran muy parecidas en todo excepto en el físico. Tina era muy atractiva, pelirroja, alta y fuerte, de cabello corto y rizado, y nariz respingona. Tenía los ojos grandes, de color verde claro, y algunas pecas en la cara que le daban un aire divertido y travieso. Ninguna de las dos buscaba compromisos. A Artur y a mi nos gustaba Patty y la solíamos compartir. Tina y Santi se gustaban mucho, mientras que Jordi prefería mantenerse al margen, aunque alguna vez, muy pocas, había estado con Patty o con una de sus amigas. Patty y Tina eran dos mujeres inteligentes, brillantes y muy consecuentes en sus estudios, les gustaba divertirse, disfrutar de la amistad sin demasiados prejuicios, y sabían quién les acarrearía problemas y quién no.

Poco después de mi conversación con Carlos, María me avisó que Tomás no tardaría en ponerse en contacto conmigo.

- ¿Cómo lo hará?- pregunté.
- Nunca se sabe- dijo riéndose.

Al día siguiente debía entregar una mercancía en las galerías Maldá y renovar un pedido. Solo entrar, el dueño, un tipo muy agradable y peculiar, me dijo que un tal Tomás me había estado esperando en la calle y había marchado.

- Parecía muy apurado, desolado por no haber podido esperarte como habíais quedado. Me ha dejado el recado de que esta noche estaría donde siempre-

El tipo, al darse cuenta de mi perplejidad, no pudo más que preguntarme si había hecho bien.
L
o tranquilicé. Había hecho lo correcto y le estaba muy agradecido. Le dije que había olvidado por completo la cita, y que a Tomás lo conocía por su apellido y al dar su nombre, al principio me desorientó.
S
olo salir de la tienda no pude más que sonreír. Asombroso, pensé. Esos tíos están en todo y no se fían de nadie. No caí en la trampa de mirar alrededor, que hubiese sido lo normal, casi un acto reflejo. Seguramente estaría cerca estudiando mi reacción o, lo más lógico, para conocer al joven que pronto tendría que entrevistar.
La combinación de Helena, su hermana, Carlos
y el grupo que nombraba ultra, junto a nuestra relación, me estaba llevando a una estúpida e infantil paranoia, creía que los ultras podían estar vigilando mis pasos para asegurar mi fidelidad, cuando en realidad no era nadie, un simple joven peón que tontamente se había enamorado de una chica guapa y sencilla. En mi tonto desquiciamiento sospechaba que Helena podría no ser una casualidad, aunque nos enamoráramos y nos sintiéramos a gusto el uno con el otro. En lo que no me equivocaba es que de una u otra manera, era interrogada a conciencia y con la complicidad de su hermana, muy fácil por demás en las reuniones familiares; y que por mucho que Carlos lo negara, no podía ser ajena a lo que hacía su cuñado, ya no por complicidad sino por la dificultad de esconderlo en una familia que aparentaba ser muy compacta. En el mejor de los casos debía estar soportando una gran presión.

¿A qué se dedica? ¿Cómo es? ¿Y su familia, la conoces? ¿Qué estudios tiene? ¿Cómo piensa?... O, por lo que respecta a su hermana: ¿Ya lo has hecho? ¿A qué esperas? Hay que darle un empujón. No olvides la píldora, el preservativo. ¿No será que tiene otra? ¿Qué hace cuando te deja? ¿De qué habláis?...

Estaba claro, la cortante respuesta de mi amigo y su negativa a comentar el tema lo confirmaban. Helena sabía a qué nos dedicábamos, y empecé a alarmarme. Una estupidez, un pequeño desliz podían dar al traste un montón de cosas. Y lo peor es que cada tarde la esperaba con más ganas, y que nuestras despedidas se habían convertido en amargura.
Poco después paré el 2CV cerca de un bar
para llamar a casa y hablar con María, que en principio había de pasarme la dirección donde encontrarme con Tomás. Cogí el teléfono y al momento colgué.
Cierto, quizá estuviera cayendo en una paranoia, pero por si acaso evitaría el teléfono. Jep me había contado que los pinchaban
desde la misma central y gravaban las conversaciones con una facilidad pasmosa. Y nosotros éramos una comuna de auténticos hippies, algo que escapaba de lo normal y que podía confundirse con un grupo de revolucionarios anarquistas, que no se alejaba mucho de la realidad, con un desertor norteamericano. Obviamente, éramos proclives a ser vigilados.
Quedaba poco para
encontrarme con Helena, un paseo hasta la Catedral y después con cualquier excusa la llevaría a su casa. Sentí un nudo en el estómago, y un exceso de adrenalina le jugó una mala pasada a mi corazón. Y me di cuenta que había bajado al mundo de los mortales, que lo mío tan solo era fachada. No, yo no era María ni Anna y me felicitaba por ello.
La encontré tensa, preocupada. Imaginé que la presión habría llegado demasiado lejos y quería aclarar algunas cosas. Quizá me había propasado con mi prevención. Quizá su hermana y su cuñado, después de mi charla con él, le hablaran con más determinación. Su mirada, fija a mis ojos, hablaba por ella, frente a mí, sin moverse.

- No soy como mi hermana o el hijo de puta de su novio. No comparto sus ideas y no podría soportar que fueras uno de ellos-

No estaba preparado. Nervioso, quizá para engañar a mi mente, busqué una cabina telefónica para llamar a María, que estaría estudiando en casa, como si el abandono de la prudencia sirviera de algo. De un golpe mi vida se había convertido en una locomotora a todo gas y sin frenos, y su conductor se me antojaba medio chiflado.
Le temblaban los labios, sus brazos colgaban inertes.
Le tomé las manos, siempre tan cálidas y tiernas, y las sentí húmedas y nerviosas. Parpadeaba más de la cuenta, pero involuntariamente.
Había de
tomar una decisión y era difícil saber cuál. Me la quedé mirando y le dije que estaba equivocada, que no nos conocía lo suficiente para juzgarnos con tal ligereza. Incluso tuve la audacia de recriminárselo.

- Nunca te he juzgado, tampoco tus ideas ni tu manera de ser. Te he aceptado tal como eres y tú no has podido-
Y se lo dije con lágrimas en los ojos, aprovechando mis auténticos sentimientos.

Se puso frente a mi, a menos de un metro y extrañamente erecta, sin moverse un milímetro, como queriendo decir que de allí no marchaba sin una solución. Ya no pestañeaba. Por un momento creí que iba a darme un bofetón. Lo hubiese preferido mil veces, antes de soportar aquella mirada.
Seguí
con mi discurso mientras mi mente intentaba recordar una cabina. Eran las siete, no me quedaba mucho tiempo y abandonarla ahora, de manera intempestiva y con una mala excusa, habría sido un suicidio.
Se mantuvo
firme en la misma posición, aunque temblando ligeramente, no supe si de rabia, impotencia o por su estado de nervios.
Me había juzgado bien. Era la única que había sabido leer mis ojos y no estaba conforme con lo que le contaba.

- Tienes razón- me dijo - Te quiero mucho, pero no tengo derecho a pedirte nada a cambio. Estaremos en bandos opuestos. Vigila cuando vayas a apalizar o torturar a un rojillo, podría ser yo y, con franqueza, sería el colmo-

¿Era una despedida? No del todo y no sé qué hubiese sido mejor. Por un lado deseaba pasar todo el tiempo abrazado a ella, por otro, que en aquel mismo momento me mandara a la mierda. Eso último habría sido lo más cómodo.
Durante unos poquísimos segundos, que se hacen tan largos que parecen minutos, mi mente se bloqueó. No sabía cómo salir del embrollo
. Obviamente, mi corazón decía que debía confiar en ella, pero si me ponía como ejemplo, que es lo que la mente dicta, podía ser cualquier cosa, con la ventaja que ella tenía quien la cubriera y yo iba en plan libre y suicida.
Podía ser como yo, una gran hija de puta, una tía que supiera mentir con los ojos, las palabras y los sentimientos; una ch
ica como María, pero en el bando opuesto y mucho peor. Jugármela era una temeridad. Para mí seguía siendo un juego, pero no para María y sus amigos. De hacer caso a sus palabras, obviar su mirada y lo que yo sentía por ella, Helena hacía de mensajero y, sin duda, con menos pericia que María.
Estoy aprendiendo rápido, me dije, y de paso me estoy volviendo paranoico.
Siguió
sin moverse, impertérrita mirándome a los ojos con esa determinación que desarma a cualquier ser supuestamente humano.
¿Intuición? Se dice que eso es muy femenino. Será que tengo una vena y lo llevo muy escondido.

- ¿Qué esperas de mí?- le pregunté.

Ahora fue ella quien dudó. Lo vi en sus ojos, en su garganta al tragar saliva.
La boca se tensa, la lengua se mueve y presiona. No lo ves, pero sí cuando tu interlocutor traga la saliva que, con ligereza, su lengua ha
forzado su fabricación.
La pelota estaba en su tejado y
no supo cómo responder.
Y seguí con malicia, pero escondiéndola tras mi mejor cara de cordero degollado, la más hipócrita que pude encontrar.

- Quieres presentarme a un grupo de amigos. Estás metida hasta las cejas en un grupo político y creías que podía ser de los tuyos, ¿me equivoco?-

Era una apuesta tan ambiciosa como arriesgada. El que su hermana no supiera nada, demostraba el tipo de mujer que tenía enfrente. Sin embargo, podía ser un grupo controlado por sus amigos, que la utilizaran para conocer de primera mano cada uno de sus miembros.
Había olvidado el encuentro pendiente de la noche, mi mente volaba buscando posibilidades, jugadas que me permitieran
encontrar el resquicio que todos olvidamos cerrar. Y esperé que fuera ella quien diera el primer paso. Si se abría sin más, estaba con ellos; si soportaba la presión, aunque significara desconfianza hacia mí, estaba con nosotros. Y eso es lo que hizo, por tanto, debía seguir presionándola hasta que reventara.

- No sé lo que quiero. Lo que sí , es que eso ha de cambiar para bien o para peor. Lo primero es bueno, lo segundo ayudará a que todo reviente. No sé quién te habrá podido enredar, pero seguro que no es mejor ni peor que yo. Presumo que tendréis un objetivo, yo aún no; y los que lo tienen, que están seguros de todo, me dan pavor-

Helena me miró sorprendida. No esperaba una declaración como esa.

- De todos modos, piénsalo. Me gustaría ayudarte- zanjó sin dar tiempo a una respuesta.

Se despidió en aquel mismo momento, dejándome con el interrogante. Yo no necesitaba ayuda, no sabía que la precisara. Entré en una cabina y llamé a María. Por el cristal de la cabina la vi a lo lejos, se había vuelto, quizá temiendo que la delatara a su cuñado. María me preguntó si podíamos quedar, que me esperaba. Respondí que en media hora estaría en la parada de Metro de Maragall. Luego llamé a mis padres para decirles que no me esperaran porque cenaría con unos amigos. Entré en la primera estación lo más rápido posible y fui al encuentro de María.
La encontré leyendo un libro sentada en un rincón de las escaleras, y me pidió que fuéramos a casa como siempre había hecho para pasar cuentas, que cenara algo y que a las nueve y media un taxi pasaría a recogerme por un punto del Paseo de Maragall, que no debía preocuparme de nada. Por un momento sentí la tranquilidad de volver a estar en territorio seguro. Y no pude más que sonreír en mi interior por lo contradictorio que era sentirme más tranquilo con una mujer dura y sin escrúpulos, que me había torturado y ahora me enviaba a lo desconocido, que con una de mirada tierna e inocente, de la que estaba profundamente enamorado.

 

.

lunes, 4 de octubre de 2021

El Poder de una Convicción, 9ª parte

________________________________________________ 

 

A Patty, Jordi, Artur, y el pequeño grupo que habíamos formado, los seguía viendo en el Enagua, nuestro pub favorito. A veces cenábamos una pizza justo al lado, en el Sorrento, y otras íbamos a casa de Patty, entonces llamaba a mis padres y me quedaba allí.
A menudo caemos en la tentación de creer que la ideología y el amor son lo que más importa, cuando
la realidad es que, por encima de todo, el ser humano necesita bromear y reír.
P
atty, sin ser ninguna líder, por su peculiar y gran personalidad era el centro el grupo. No quién más hablaba ni la que mejor se expresaba, pero el día que faltaba nos retirábamos antes y cada uno en su casa.
Nos
veíamos para hacer unas risas, hablar de música o lo más prosaico que pudiéramos encontrar. Juntos habíamos vivido situaciones tan difíciles como divertidas, discutido sobre el amor, la vida y la muerte, rodeados por muros de nieve o los paisajes más maravillosos del Pirineo. Sin embargo, nunca sobrepasamos la línea de la buena amistad y ahora solo nos quedaba las ganas de pasarlo bien, sabiendo que podíamos confiar entre nosotros y que jamás nos haríamos daño.

La reunión con los amigos de María había resultado un fiasco a mi modo de ver. No había podido explicar lo que pensaba ni concretar lo que se esperaba de mí. Para ellos lo más importante había sido poner a prueba mi fidelidad y nivel de compromiso. Supuse que tendrían sus razones. La situación no era la mejor y sabían que los servicios de inteligencia militar andaban tras cualquier atisbo de rebelión o de duda. No podían arriesgarse, era demasiado lo que estaba en juego y muy difícil volver a organizar algo parecido. No se me escapaba que solo había conocido una pequeña muestra de lo que había por medio y que tampoco conocería mucha más. Aquella gente era más poderosa de lo que aparentaba, si no me equivocaba sus tentáculos habían de llegar muy lejos, tal vez más allá de la frontera. María marchaba a Madrid y estaba claro el porqué. Y pensé en su padre y su comentario al conocernos, cómo valoraba a su hija.
¿Qué les había llevado a arriesgarse hasta
ese punto? Yo no era de los suyos, no podían confiar en mí. Y pensé que no podían ni sabían llegar al mundo civil, que la calle les era ajena y, no obstante, la necesitaban y buscaban gente de unas características muy especiales, extrovertida y sin ataduras ideológicas. Quizá fuera María, tan poco militar como liberal, la que les abriera los ojos y les forzara a tomar esta decisión. Ella era quien más arriesgaba, la chica rebelde que huía de la familia, independiente y fuerte. El resto quizá se quedara fuera hasta tener más seguridad.
Eso pensaba mientras me acercaba al lugar de reunión con el grupo ultra. No estaba seguro, pero es lo que yo, en su caso, h
abría hecho.

De vez en cuando alternaba con la camarilla. Solícitas, sus chicas me buscaban pareja o, incluso, alguna pretendía hacer de protectora. Conmigo no entraba la droga, el juego y la prepotencia. Era el más joven del grupo, también el más tierno y, poco a poco, el confidente que lo sabía todo: los engaños, las traiciones. Y me había hecho habitual en algunas casas de Pedralbes y de Sant Cugat, donde abundaban los coches oficiales y la guardia civil en la puerta. Y algunas veces había sido invitado a comer en sus casas, cuando curiosamente el resto no lo era. Era el amigo formal y decente, y se me hablaba con condescendencia de política, de los opositores al régimen, de la traición o debilidad en las propias filas del Movimiento, de su impotencia por controlar la Universidad y los grandes centros de trabajo. Y hablaban con desprecio de algunos jefes militares, ministros, consejeros y diputados de las cortes franquistas. Y de opositores burgueses, controlados por su propia familia, amigos o compañeros, temerosos de perder las prebendas conseguidas. Y me regocijaba y asentía cuando me enteraba de detenciones, interrogatorios, aprobándolos con la mirada o un gesto aparentemente involuntario, hasta creerme de los suyos. Para ellos era joven, quizá débil, de media estirpe; aunque de buena sangre por mi abuelo, excombatiente y viejo conocido. Era, pese a todo, digno de ser amigo de sus hijos.
Durante una de aquellas comidas por vez primera escuché el nombre de Martín Villa. Yo
desconocía quien era y tampoco me importaba, pero pocos años después descubrí por qué lo habían despreciado tanto. Incompetente e iluso, lo culpaban del descalabro del SEU y la posibilidad de controlar la Universidad.

Los ultras eran distintos, más formales, serios y mucho más educados. Entre ellos reinaba la competitividad y conmigo la desconfianza. Para mí era difícil la integración. Para conseguirla necesitaba demostrar mucho más que convencimiento. Para ellos yo era un tipo demasiado condescendiente y muy catalán, y me provocaban para que me introdujera en algún grupo de rojillos para pasarles información. Al principio lo tomé como broma algo pesada, pero pronto me di cuenta que hablaban en serio y hasta que no les entregara un buen plato, no dejarían de importunarme hasta que me hartara y desapareciera.
Aquellos tipos,
no necesitaban conocer mis inquietudes, se sentían fuertes e invulnerables, del bando ganador. Les daba lo mismo lo que pudiera pensar, sin duda eran los únicos que acertaban en su valoración, sabían perfectamente para lo que les podía servir.
Al salir de una reunión uno de ellos llamado Carlos, que parecía ser el segundo en categoría, me preguntó si había quedado con alguien. Respondí que no. Y el tipo, riéndose por mi extrañeza, me dijo si quería acompañarle. Su compañera le esperaba con su hermana, algo más joven que yo, que había pasado por una mala experiencia.

- Ven a cenar con nosotros. Es guapa, sincera y noble, muy adecuada para ti. Te gustará conocerla- Y, riéndose - muy distinta a nosotros-

No entendía por qué me soportaban. Por mucho que fingiera, su ideología y su personalidad chocaban de frente con los míos, y eso no se podía esconder. A veces me enfrentaba, sobre todo cuando hablaban de mi idioma despectivamente. Entonces rectificaban y se disculpaban. No sé lo que vieron en mí para llegar a pedir perdón por algo que no creían o eso parecía, a alguien a quien no necesitaban ni en quien confiaban. Quizá fuera mi vehemencia.
Lo cierto es que no tenía nada que hacer. El día que tocaba reunión dejaba arreglados todos los asuntos previamente.
Y precisamente aquel día lo había dejado libre al pensar equivocadamente que me vería con Anna.
Mientras íbamos a la cita le confesé mis temores. El tipo se rió. Me dijo que eran más una célula
paramilitar de información que de represión. Que casi nunca llegaban al límite, aunque en algún caso y siempre que pillaran alguien que lo merecía, podían divertirse algo más de lo necesario.

- Participamos en algunos interrogatorios sin necesidad de detención previa, así podemos actuar en consecuencia fuera de los juzgados, abogados y otras sensiblerías-

Y supuse, con razón, que solo me contaba una parte y que en realidad era un grupo muy profesional y paralelo a la policía para informarse, de manera que no quedara ninguna señal de paso por la comisaría.
Me explicó que al principio se irritaron con el compañero que me había reclutado, hasta el punto que para despejar las dudas el mismo me investigó para demostrar que era inofensivo y que, co
mo bien les había contado, tenía buenos contactos en el gobierno civil y podía ser útil.
Y me maravillé que los policías que visitaron la comuna
por la denuncia de la vecina, no dieran parte de nosotros. Debieron pensar que era estúpido llenar papel por tan poca cosa, o quizá decidieran que lo mejor era dejarnos tranquilos y la mejor manera era no dejar informe de la visita. En este aspecto y para ellos estaba limpio, y mi domicilio para cualquier estamento oficial seguía siendo el de mis padres.

- Tiso es homosexual. Lo lleva muy escondido y hacemos como que no nos enteramos. Le caíste bien, ¿entiendes? Por eso no te echamos de buenas a primeras. Y nos divirtió tanto ver su decepción cuando descubrió que te gustan las mujeres, que nos satisfizo que te quedaras-
Y se rió con ganas al ver mi perplejidad y alarma.

Helena era preciosa, dulce. Algo baja para mi gusto, poco más de metro sesenta, no tenía la estatura de Patty, Anna o María, pero solo verla me fascinó. Su cabello mal cortado que siempre caía por encima de su cara, le daba un aire entre inocente y travieso; su recta nariz; su bien dibujada boca, gruesa y sensual; su delicada y perfecta barbilla; y sus hoyuelos en las mejillas, su piel suave, lisa, pálida, tierna.
Aquella misma noche la acompañé hasta la puerta de su casa. No fue flechazo,
eso quiero creer ahora, sino una relación que fue afianzándose más y más y con gran intensidad. Me relajaba observarla, sentir su serenidad, recrearme en su tranquila belleza. Desde el primer momento que la vi, tuve la impresión que me traería problemas, además que terminaría enamorándome de aquella chica tan dulce como delicada.
Mi compañero estaba encantado, no podía disimularlo y en un momento a solas me pidió que no le hiciera daño. Aquel tipo, duro, implacable, violento, no me amenazaba ni prevenía sino que me lo pedía. Imaginaba que tenía amigas y que me acostaba con ellas.

Desde aquel mismo día se convirtió en una costumbre. Quedábamos en cualquier esquina de la vieja Barcelona. Adapté la agenda para que mis últimas visitas coincidieran en la ciudad y por aquellos barrios. Me dejé ver menos por el Enagua y solo unas pocas noches las pasaba con Patty y Artur. Paseábamos, tomábamos una cerveza, charlábamos hasta la hora de cenar y la llevaba a casa. Con Helena descubrí el enorme poder de la ternura y lo mucho que me afectaba.
Dos semanas después la llevé a mi refugio s
ecreto, que había descubierto tiempo atrás y que utilizaba para reflexionar y relajar mi espíritu en los momentos más difíciles. Un lugar alejado de las miradas, extrañamente desconocido incluso para las parejas que buscaban un rincón de intimidad. Estaba pasado el Tibidabo, tras una curva cerrada de la Rabassada. Un estrecho e intrincado desvío de tierra, por el que pasaba el 2CV con dificultad, invisible de noche y difícil de ver de día, y que terminaba en una pequeña terraza natural, un claro en el bosque. Desde él se veía una pequeña parte de Barcelona iluminada. Me sentaba al borde, con el bosque a mis pies y el pequeño claro a mi espalda. Y me relajaba y meditaba. Era el rincón donde la soledad me ayudaba a sentirme más seguro, donde podía ordenar todas mis experiencias y pensamientos, seguramente para no enloquecer.
Solo llegar me pregunté porqué había llevado aquella chica allí, a aquel rincón de desahogo personal. Quizá, sin saber aún por qué, la sintiera sencilla y a la vez con complejidades que se me escapaban, pero intuía que muy parecidas a las que yo
experimentaba.
Helena
se sentó a mi lado y se puso a llorar. Yo no sabía lo que le pasaba, pero lo temí. La abracé y se lo pregunté.

- Todavía no sé quién eres. Escondes parte de ti y no sé lo que es. Mi hermana me pregunta quién eres en realidad y sé que es por su novio. A mi no me importa engañarla, me da lo mismo lo que piense o sepa. El problema es mío, quiero saberlo porque te amo-

Y casi lloré, sentí como mis ojos se humedecían. Me di cuenta que estaba a punto de perder algo insustituible, que me había enamorado de una mujer que me quería sin condiciones, tal como era.

La besé, hacía un par de días que ya lo hacía. Nunca intenté ir más allá, aunque sabía que podía. La respetaba, y no porque me lo hubiera pedido mi amigo, sino porque la quería y no quería hacerle daño.
Me descubrí en una cruel encrucijada y lo peor es que me había introducido solo, nadie me había obligado. Yo no era María, tan fría y fuerte, tan entera.
En pocos días
el tal Tomás me llamaría y quería proponerle una estrategia tan ingeniosa como despiadada. Para llevarla a cabo necesitaba cultivar la amistad con el grupo ultra. La relación con la camarilla solo podía facilitarme información y contactos, eso creí entonces, y yo no quería convertirme en un simple informador o espía. Aspiraba ser y hacer algo más. Y eso no lo podía amoldar con una relación con Helena.
Estábamos a mediado
s de Noviembre, habían pasado cinco meses y medio de nuestra llegada de Cachemira, faltaban seis para mi entrada en el ejército. A mí me parecía poco, había demasiadas cosas por hacer y el tiempo pasaba volando; no obstante, si miraba para atrás había hecho muchas. El problema era que a partir de entonces habían de madurar para ser efectivas.
Con el grupo me reunía una vez por semana. Intuía, por la manera que hablaban, que lo hacían más a menudo. Éramos entre diez y doce fijos y un grupo indeterminado que apenas conocía. Y pensé que lo más sencillo era enfrentar el problema. Intentar convencer a Helena que no era un buen tipo para ella, que me olvidara y, por otro lado, hablar con mi amigo del asunto. Al día siguiente lo llamé, quería hablar con él personalmente.
Quedamos cerca de nuestro habitual punto de reunión, de manera que entendí que habían tenido un encuentro.

- Helena me ha preguntado quién soy realmente, qué escondo. Y sé que no debo contárselo y menos a ella. No se lo merece, no podría soportarlo o eso creo. ¿Qué sabe de nosotros?-

Se sorprendió, no esperaba esta pregunta y de manera tan directa. Además intuí que le sorprendió el alcance de nuestra relación.

- Nada- respondió.

Pero percibí su desconcierto y desconfié.
Helena había entrado en mi mundo por la puerta pequeña, después de atravesar el pasadizo oscuro y tortuoso de mi reserva. Pero día a día nuestra relación se había afianzado. En nuestros paseos le conté cosas de mi clientela, de mi familia, de mis amigos del pueblo, de mis aventuras por el Pirineo, y las hizo suyas. Nunca le hablé de Anna y de la comuna.
Tras dejarla en su casa
, iba a la mía, pasaba cuentas, a veces cenaba y luego iba a dormir a la casa de mis padres. De vez en cuando a la de mis abuelos, donde tenía un dormitorio con cuarto de baño, tan grande que multiplicaba por cuatro cualquiera de los otros. Me gustaba ir a su casa, visitarlos; lo había hecho incluso durante los tiempos más agitados de mi vida, cuando ni mis padres sabían de mí

 

. 

viernes, 24 de septiembre de 2021

El Poder de una Convicción, 8ª parte

________________________________________________ 

 

Una gran mansión, casi tan grande como el grupo de casas en la que estuve confinado, pero de una sola pieza. Se entraba a través de un viejo portalón a un enorme patio, a la izquierda de este una gran puerta de madera labrada y remachada con grandes tachuelas de hierro forjado. Sobre ella podía verse una ristra de ventanales ovalados en su parte superior, y más arriba dos óculos redondos que debían iluminar un desván. La puerta daba entrada a una gran estancia con suelo hecho de grandes losas de barro cocido, pulidas por el uso y la limpieza, sin apenas resquicios entre una y otra. Enfrente, una escalinata de mármol que daba a un largo y ancho pasillo que hacía de distribuidor, iluminado por los ventanales que había visto desde el patio. El pasillo, por su tamaño e iluminación, estaba decorado formando pequeñas estancias con lámparas de pie, butacas, mesas y sofás; de manera que se podía hacer vida con comodidad y con la preciosa vista de la huerta y el jardín fuera del muro que cerraba el patio. Tras la puerta central, la más grande, una gran sala con un piano pegado a una de las paredes y decorada con antiguos y cuidados muebles. Lo más impresionante: un gigantesco óleo con, se suponía, el abuelo de María armado con una escopeta de caza y un Pointer a sus pies. A su lado, otra pintura del mismo tamaño en la que se veía una altiva señora, alta y delgada, vestida a la época. No me fue difícil descubrir a quién había pertenecido aquella casa. La señora de la pintura era la calca de la madre de María, algo extraño, ya que este tipo de mansión no solía pasar de padres a hijas, a no ser que no hubiera descendencia masculina.
El salón estaba preparado para hacer de comedor y muchas cosas más. La mayoría de los pisos de mi ciudad, ni de lejos tenían su tamaño. María me cogió de la mano
sin mostrar prejuicio ni reserva frente a sus padres, y me llevó a mi dormitorio, una pequeña habitación por los cánones que allí se estilaban, pero grande para los míos. Sobre la cama mi maletín, y en su interior un par de mudas bien escogidas. Desde un principio María había estado segura del final y me lo estaba demostrando. Yo tampoco hubiera dudado de ella.

- Esta noche dormirás solo. Supongo que lo entiendes. Mi novio es un buen amigo de la familia y no me gustaría montar un escándalo- me dijo con una cómica mueca.

Y sonreí como pude, tampoco me sentía con fuerzas de hacer el sexo. Hacía tiempo que no nos acostábamos juntos. Y también era consciente que a partir de entonces nuestra relación cambiaría. No se puede estar en dos sitios a la vez, y aún menos tan antagónicos.

Almorzamos en una sala contigua a la cocina. Parecía depender de ella, pero no era así, antiguamente quizá fuera el comedor del servicio, porque tenía su propio aparador, mesa, sillas y una radio en un rincón. La madre, cohibida pero igual de altiva como cuando la conocí, servía la comida junto a su hija. Sufría por mi maltrecha dentadura, de la que yo no sentía dolor, y la dificultad que pudiera tener para comer, pero lo hizo en silencio, sin apenas dar a conocer su preocupación. Para ella todo aquello había sido muy desagradable. El padre nos acompañó junto sus dos hijos. Me sentí muy violento. María sirviendo la mesa y yo sentado, magullado, pero sentado.
Hice como que me levantaba, y María previéndolo me frenó con un gesto. Mis padres me habían acostumbrado a servir la mesa de igual manera que mi hermana. No concebía otra cosa, y en nuestra casa habría sido impensable. Mi abuela era diferente, pero era rica y tenía dos sirvientas, por lo que nunca la vi levantarse de la mesa. El padre, viendo mi turbación me dijo:

- Hemos dado fiesta al servicio, así podremos hablar más tranquilos-

No obstante, al terminar aproveché que nos levantábamos para llevar algunas cosas al fregadero. Cada uno es como es y aunque fuera invitado, hay cosas por las que no podía pasar. Y uno de los hijos, disimulando normalidad siguió mi ejemplo.
Hablamos de muchas cosas, pero nada de lo que en principio
podía interesar. Para mí fue muy aleccionador, sobre todo por lo del servicio. El mayor de los dos se disculpó con elegancia.

- En casa todos somos militares y tenemos la mala costumbre de ser servidos. Sé por María que estuviste en Cachemira y tuviste contacto con un comandante paquistaní. Tengo entendido que fue muy interesante-

Y les conté nuestra experiencia con nuestro amigo y sus soldados. Se rieron porque la pinté con humor, al exponer el contraste entre Anna y el comandante, que era un tipo progresista y muy occidental, mientras ella rompía todos los moldes. Y me di cuenta que querían escuchar algo más de la historia. Anna les interesaba, pero la conocían de pequeña y sabían de qué pasta estaba hecha, les interesaba más saber qué impresión extraje de la historia. Y les conté lo que el oficial dijo de su ejército, de la diferencia que existía con el norteamericano y el británico. Y lo escucharon en silencio y sin pestañear. Y también les conté lo que nos explicó sobre la guerra del sesenta y cinco, la batalla en la que su ejército perdió la guerra, y porqué los mejores tanques norteamericanos del momento sucumbieron frente a unos soldados bien dirigidos y escondidos entre los arrozales, armados con pequeños cohetes rusos. Entre ciento cincuenta y doscientos tanques Pathon destruidos a causa de la prepotencia y la falta de buenos mandos en su infantería, y luego los miles de muertos en un día de aquella misma infantería, porque una vez más sus mandos habían olvidado estar a su lado. Y el concepto que le tenían los soldados a su mando y lo que le comentaron a Anna.
Y les expliqué que nuestro amigo había estudiado en Norteamérica y en el Reino Unido, y nos contó que allí los mandos son uno más, comen con sus hombres, se ponen en la misma cola con la bandeja, y toman asiento en la misma mesa. Que la diferencia entre un ejército occidental y el suyo empezaba por eso.

- En Pakistán, las clases sociales están muy marcadas y los militares son de la más alta. Nunca se mezclan con sus soldados y las órdenes no siempre llegan como debieran, ni son obedecidas con la suficiente premura. El divorcio entre quien está combatiendo y quien manda es muy profundo-

Y eso lo dije sabiendo que el ejército en el que servían padecía el mismo defecto, pero con el suficiente tacto para que creyeran que no era así o no era consciente de ello.
Y hablamos de nuestros amigos, de la gente de la comuna, de cómo y de qué vivíamos; de mis amigos de veraneo, del fracaso de mis estudios. Y me sorprendí hablar de e
so, cuando siempre lo había evitado por vergüenza o desazón. A María nunca le había contado esa historia, ni lo que había soñado ser cuando mis estudios iban bien.
Por la noche, mientras paseábamos por el jardín, María me explicó que a mi vuelta un tal Tomás se pondría en contacto conmigo. 

- A partir de ahora, nuestra relación puede volver a ser la misma, siempre y cuando tu quieras- 

Y al poco y no obtener respuesta.

- Supongo que nunca olvidarás lo que te he hecho-

La miré a los ojos fijamente y con la sonrisa más abierta posible, sorprendido que me conociera tan poco. Quizá Anna se había guardado más de lo que yo imaginaba, y dejó que nuestra relación fluyera por sí sola, sin prevenciones.

- Creo que deberías hablar más con Anna- respondí

Y como respuesta me cogió del brazo sin temor a que nos vieran, y apoyó su cabeza en mi hombro.

Nunca entendí aquella mujer, tal como ella tampoco a mí. Lo único que sabía es que era tan fuerte y consecuente como su amiga de la infancia. Un enfrentamiento entre ellas podía ser una bomba de proporciones megalíticas, y su unión, la ola de un gran tsunami.
Yo ya había olvidado.
Los hombros apenas me dolían y solo notaba la rotura dental por la irritación de la lengua al rozarla. No sentía ningún resquemor, la confianza que me había demostrado había curado cualquier sentimiento negativo. Había sido una experiencia, parte del juego. Había apostado y sabía a lo que me exponía, ahora más que nunca. Ellos se jugaban más, toda la familia, el padre y sus tres hijos; y estaba seguro que había más, mucho más. Y me sorprendí a mi mismo al darme cuenta que me estaba divirtiendo. Y me pregunté si sería capaz de hacer lo mismo a una persona querida, por un proyecto de héroes, locos o las dos cosas a la vez, y con pocas posibilidades de éxito. Y pensé que sí lo sería.

- Dentro de unos días me desplazaré a Madrid, he conseguido el cambio de facultad, es la ventaja de tener un padre militar, y me alojaré en una residencia de estudiantes. Nos veremos poco o quizá nunca más. Nunca se sabe-

Y cerca de una gran morera, cuyo tronco nos cubría de miradas indiscretas, la abracé y la besé. De todos modos, saliera bien o mal, había valido la pena.

A la mañana siguiente desperté tarde. Muy lógico por lo poco que había dormido, que era nada. Mis amigos estaban acostumbrados a las fiestas, a no dormir una noche entera y beber hasta la salida del sol. Yo no me lo podía permitir y tampoco me gustaba. La fiesta sí, pero hasta un punto, el del sueño. Artur, Patty, los amigos del Pirineo, eran como yo. Tal vez nos lo pasáramos mejor, nuestras fiestas eran más disparadas y sin prejuicios, todo lo contrario que los demás; pero a cierta hora nos acostábamos y dormíamos como benditos.
La noche anterior no había estado de fiesta,
solo había sido torturado, y eso, aparte de doler, cansa. Eso pensé en aquel momento, con el sentido del humor que la situación merecía.
Nadie me dijo nada, encontré la mesa puesta y, en mi rincón, había una naranjada recién exprimida.
Me preguntaron si había descansado bien, si me había recuperado. Estaban empeñados en que tomara algún calmante y yo no sabía como decirles que
ya no sentía dolor.
¡Qué equivocado estaba! Al llegar a casa
apenas podía levantar los brazos. Los condenados hombros se hincharon y me dolían mucho, hasta el punto que mis padres consiguieron llevarme al médico. Y el pobre, al no entender lo sucedido y después de preguntarme mil cosas, se inventó una explicación más absurda si cabe que la mía o incluso que la realidad, y pretendió que fuera al hospital.
Cuando llegamos a casa, me negué a dar más vueltas. Tomé los calmantes que aquellos malditos aragoneses habían metido en mi maletín y pasé
un par de días descansando, ya que el resto del cuerpo también empezó a dolerme, aunque ni mucho menos como los hombros.
Decidí
trasladarme definitivamente a la casa de mis padres. Era mejor para lo que estaba pensando. Antes hice un último esfuerzo y fui a mi casa. Debía una explicación a mis compañeros, la que consideraba mi auténtica familia, y les expliqué la historia al completo, de tal manera que nunca pudieran relacionarla con María. Para ellos me había introducido en un grupo de la oposición democrática, en el que la lucha era lo más importante, callejera o política. Me había infiltrado en unos grupos radicales de ultraderecha, y era conveniente para la continuidad del proceso y por la seguridad de todos, que fingiera una vida lo más convencional posible.
Lo entendieron. Seguiría trabajando para la
familia, pero desvinculado de la convivencia. Me había desprendido de un peso, el más grande.
Durante el tiempo que no pude
mover bien los brazos mi padre me ayudó mucho. Mila se presentaba cada día con el material, yo hablaba con la clientela por teléfono, y él, aprovechando su trabajo de representación, lo repartía. Tan solo fueron tres días, insuficientes para echar a perder nuestra mecánica.
Mila aprovech
ó esos encuentros para desearme suerte y ofrecerse para lo que fuera. Mi amiga hermana, la más joven, divertida y quizá desinhibida, quería ser útil y luchar a mi lado. Curiosamente, de todos nosotros era la que parecía más activa y comprometida, la que mejor entendía a las dos famosas feministas y a la gente de la CNT, todas amigas de Alex. Mila era consciente de lo importante que era la discreción y que no había de comprometer a nadie.

Cuando me sentí mejor y pude coger el coche, me acerqué a casa y volví a organizar la comercialización de los productos que hacían otros. Con eso no ganábamos mucho, pero lo suficiente para pagar los gastos de mantenimiento de la casa y nos ayudaba a ahorrar. Solo llegar me encontré que lo de Mila era solo la punta del iceberg. Mis compañeros siempre habían estado concienciados, pero desde el silencio y la impotencia. Ahora, por vez primera podían hacer algo.
Durante dos días hablamos de política, de la situación que creía ver en los grupos de los que se hablaba y la corrupción imperante en su interior.

- Cada vez que uno se mueve la policía se entera, a veces antes que él- nos dijo Alex.

Les expliqué que la única manera era actuar fuera de sus círculos, que sería muy arriesgado, ya que al ser desconocidos, si pillaban a uno lo machacarían sin piedad para saber algo más. Les comenté que tal como iban las cosas, las comunas como la nuestra debían estar fuertemente vigiladas, por un lado por la sospecha de droga, y por otro por su idiosincrasia libertaria.
Los convencí, no del todo, pero sí lo suficiente para esperar la reunión prometida.

 

.