martes, 31 de diciembre de 2019

Ecografía de una Conciencia

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La última entrevista del año de mi programa BUSCANDO ALTERNATIVAS, como invitada tuve a Carolina Valerio Mateos, docente en arquitectura de la Universidad Veracruzana, medioambientalista, investigadora y licenciada en ciencias de las TIC; pero lo más importante, al menos para mí, escritora y poetisa.
Durante el programa pudimos hablar largamente de sus libros, de su poesía y de la importancia de la palabra escrita con el corazón para transmitir las ideas y la sensibilidad por la naturaleza. Sus libros de poesía, maravillosos a mi modo de ver, son "La Dimensión de un Suspiro", "Laberintos" y "Ecografía de una Conciencia", que me regaló tras la entrevista. Además también me hizo entrega de un pequeño libro de poemas dedicado al bicentenario de México "Dualidad Infinita".
Mis lectores se preguntarán el por qué de esta entrada en mi blog. Es sencillo, yo nunca había leído poesía. Es más, sin haberla despreciado la consideraba un género menor de la escritura. Hoy, a mis sesenta y ocho años, después de haber leído más de mil libros y estudiado con otros mil, reconozco mi error gracias a la poesía de Carolina, seguramente por esa mezcla tan maravillosa de maestría y sensibilidad a la naturaleza.
¿Y por qué hoy?
pues porque como regalo de despedida de año, en cambio de una felicitación me ha enviado un escrito que me ha llegado al alma.


Y cuando ya acaba el año, vuelvo a evocar la poética del tiempo:
El tiempo que fluye, dúctil en la memoria, con su estela de emociones, sentimientos, sueños, agravios, a veces, a la vida; inalteradas utopías en el horizonte, a las que nunca llegamos, pero, al menos -como decía Eduardo Galeano-, nos sirven para caminar.
Es el tiempo de la infancia, que ahora evoco, con sus aromas a tierra, a aceitunas, a padre húmedo de barro y lluvia de abril. Un tiempo acrecentado en el recuerdo cuando nos adentramos en la edad tardía, tan extenso ahora en las geografías emocionales que persisten en las láminas más profundas de la memoria, a veces alterada, matizada, en el empeño de evocar la plenitud de una felicidad pretérita. 
El tiempo de la turbadora adolescencia, de los primeros estremecimientos en las simas de la piel y del alma, de las incipientes sensaciones que brotan al sentir una mano entrelazada mientras percibes la brisa y la turbación de un aroma a primavera mojada, una mirada derramada con pasión y ternura sobre los ojos encendidos con el asombro de vivir, de las emociones recién estrenadas.
Y es el tiempo que fluye después con un vértigo de viento intenso, veloz en las cronologías de la existencia, que sopla las velas de la vida, no siempre a favor, en ocasiones sin saber bien a qué singladura dirigir la proa, dudando si extender las velas o plegarlas, cuando sopla la brisa tranquila, o algún vendaval con furor y arrebato.
Es el tiempo, en fin, que va dejando hitos en la memoria, faros con los que alumbrarnos a veces en la oscuridad del creciente insomnio: el recuerdo de la tierra, tan hollada, de la niñez a la intemperie; la evocación de una mirada, seductora y la extensión de una sonrisa que medimos en sueños con los labios estremecidos; el eco lejano de la risa del hijo, mientras corríamos por un parque agarrados al hilo de una comenta que volaba alto; las caricias, nunca olvidadas, de unas manos que, valientes y osadas, decidieron aletear en la brisa de la pasión.
Y la llama de la literatura, incesante, alumbrando la vida, y dándole sentido.
El tiempo, en fin, y su poética, que fluye, mientras nos deja su estela encendida en el cielo esmerilado de la memoria.
Y ahora que acaba el año, mi deseo es que el próximo, el tiempo venidero, siga dejándonos sus muescas indelebles de emoción y pasión, la impronta de su poética.
Carolina Valerio Mateo

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