jueves, 27 de marzo de 2014

DELIA

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La conocí una tarde de julio, un mes después del nacimiento de nuestra hija. Se llamaba Delia y me la presentó Vicki.
-Te gustará –me dijo por teléfono, como si quisiera venderme una muñeca. La había conocido en uno de sus viajes con Joan, según ella en una isla perdida, aunque eso fuera más guasa que realidad.
Morena, de rostro irregular y simpático, con el pelo tan enmarañado como ella, de ojos claros que contrastaban con su piel, su cabello y sus negrísimas y espesas cejas. Vestía unos shorts tejanos deshilachados y rotos y una camiseta de tirantes blanca, raída y agujereada por el desgaste. Me recordó a Carlota, pero más atractiva y con las facciones más agresivas. Vicki aguardaba a un lado y en silencio, con una sonrisa de fina ironía. La chica debió percatarse de mi cara de pasmo, sobre todo tras una presentación tan típica como burlona: Delia, Popol; Popol, Delia; porque de inmediato soltó una firme y alegre carcajada.
-Vicki me ha dicho que nos gustaríamos -le dije con una sonrisa, sin poder apartar la vista de aquellos ojos que hipnotizaban.
-Vicki nunca se equivoca -respondió del mismo modo.
Una relación tan extraña como ella, quizá como los dos. Han pasado los años, casi treinta y dos, y de vez en cuando todavía pregunto a mi amiga por ella.
-Hace tiempo que no sé. La última vez la encontré en su isla perdida, bebimos, reímos y hablamos de ti. –Eso me dijo hace un par de meses, la última vez que nos encontramos.
En contra de lo que se dice, las mujeres son como los hombres, darles satisfacción en la cama no es difícil, solo se necesita un poco de atención para intuir lo que más les gusta, y otro poco de paciencia y sensibilidad para descubrir sus sueños. El resto lo hace la generosidad y la propia satisfacción de sentir su cuerpo vibrar en tus manos, de ver cómo pierde el sentido y hasta la compostura, y Delia no era la excepción sino todo lo contrario.
Hacer el amor es más complejo, se necesita tiempo. Enamorarse de alguien es sencillo, al menos para mí, pero enamorarlo es harina de otro costal. Las personas suelen enamorarse por sí mismas, y Delia en eso era como Anna, le costaba enamorarse de alguien y además le faltaban las ganas. 
Tenía una hija, creo recordar de cuatro años, que había dejado al cuidado de una amiga en su isla perdida.
-De vez en cuando necesito escapar a la ciudad, ir al cine y al teatro, introducirme entre la muchedumbre y alternar con un tío sano y que no me complique la vida.
Y ese por lo visto era yo, un tipo felizmente emparejado, liberal y con una hija recién nacida.
Nunca me he sentido especial, ni siquiera cuando lo era. Para eso estaba Artur, que hacía sombra al más pintado; sin embargo, las mujeres que se han cruzado en mi camino siempre tuvieron la pericia o la delicadeza de hacerme sentir como tal, y Delia en eso tampoco fue una excepción. Cada día pasaba a buscarme por el trabajo, casi siempre muy pronto, y me arrastraba hasta la casa de Joan y Vicki, sutilmente, con su voz alegre y melosa, con su mirada de salvaje deseo; y con su gestualidad, tan parecida a la de Amara, insinuante y seductora. Luego, ya en casa, me desnudaba poco a poco mientras acariciaba mi cuerpo y se retiraba para apreciarlo en toda su medida. Realmente debo confesar que Delia era una maestra en el arte de la seducción, y yo una víctima satisfecha de serlo.
Meses después de haber marchado pregunté a Vicki si volvería a verla.
-Lo dudo. No es como tú, enamoradizo y amigo de repetir -respondió.
El amor es como el dinero; para unos, necesario lo justo para sobrevivir; para otros, adictivo hasta el punto de vivir por conseguirlo. Yo lo necesito en demasía, pero, conocedor de mi debilidad, me controlo y me esfuerzo por olvidar; lo primero a duras penas, y de lo segundo mejor no hablar. 

Con el tiempo he ido descubriendo que hay hombres y mujeres como Delia y Anna, que enamoran, usan y desechan; y, a veces, poquísimas, se enamoran y mantienen una relación más o menos estable. Son personajes que viven a salto de mata, intensamente con sus inquietudes. Yo tuve la suerte que Anna se enamorara de mí, así, más o menos, que ya es más de lo que cualquiera podría conseguir. Excepto Biel y yo, la larga lista de hombres que han caído bajo su maravilloso influjo ha sido de usar y tirar sin miramiento.
Amara y Mónica son parecidas a ellas, pero dan más importancia a la relación y a la convivencia, y, aunque también desechen a los hombres que han usado, lo hacen con más sutileza.

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jueves, 20 de marzo de 2014

DISPERSÁNDOME

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No solo la personalidad y la cultura de un individuo se traslucen por su forma de escribir, sino también sus inquietudes y las vicisitudes por las que atraviesa.
Las palabras son pequeñas porciones del alma, pueden cambiar con la cultura de la época, ser bastas o refinadas; pero en el momento de unirlas, las frases que se crean muestran el espíritu de quien las escribe.
Lo que más me apasiona es escribir a vuelapluma, supongo que igual que la mayoría. Pocas veces lo hago, solo cuando tengo una historia que contar y poco tiempo para escribirla, da lo mismo que sea de un recuerdo o de una inquietud actual.

-Con este nombre nunca ganaréis unas elecciones.
-Lo sabemos, pero preferimos eso mil veces, antes que ganarlas por el nombre.
Eso le dije a un tipo que se había hartado de ICV, la versión catalana de IU. Ya llevábamos tiempo hablando del partido, un día incluso me pidió un pin para clavarlo en su mochila, pero de eso a afiliarse va un mundo. Le mostré nuestro sistema de decidir y de participar.
-Es democracia horizontal –le dije convencido
No lo entiendo
-Pues es muy sencillo, es como un veneno, -le dije recordando un comentario que había hecho días atrás -Una vez entras ya no puedes escapar. Es como el juego para el ludópata, quizá más porque pronto se das cuenta que no lo es y, sin embargo, sigue enganchado. Es poder decidir, compartir y ser uno mismo sin intermediarios que te digan cómo eres y cómo deberías ser. Es droga, la más dura que puedas encontrar.
Tardó media hora en hacerse pirata, el tiempo que necesitó para escanear su DNI y llenar el formulario.

Leí un artículo en el Face que hablaba del poliamor. Dicen que se está poniendo de moda…
La gente necesita protocolos, normas y líderes; y si le falla lo último, pues se aferra a ideas.
Poliamor… Por lo visto ahora hay que ponerle nombre a cualquier cosa, sino no te homologan.
A veces mis sueños me llevan a momentos de una sensualidad extrema, que, como en la mayoría de las personas, suelen perderse al poco; pero algunos perduran y hasta los recuerdo en muchos años. Lo que más me sorprende es que en ellos siempre coinciden Amara, Mónica y Jep, nunca Anna y Biel o Joan y Vicki.

Mi padre hace un montón de años me dijo que con los años tendría que lidiar con gente de ideas aparentemente revolucionarias, que saldrían a la palestra con haber inventado solo el huevo.
-Todo está inventado, hijo mío.
Evidentemente no le creí, o sí, quizá lo justo. Tendría dieciséis o diecisiete entonces y ya empezaba a hacer mis pinitos por el mundo hippie. Lo recuerdo porque pasaba a buscarme todas las mañanas por la plaza del Rei, donde yo alternaba con filósofos, drogatas y demás gente de poco bien.
Ahora, con eso de la Renta Básica Universal, no puedo dejar de recordar aquellos días, además de mis tiempos de comuna, pero también África, los poblados de Guinea y del subsahara. Su sistema piramidal y el de reparto de la riqueza, el puchero en el que todo el poblado come lo que hay. Y también la selva amazónica, los poblados de los indios pitos al otro lado del mundo y con el mismo sistema de puchero único. Y podría estar hablando días enteros sobre lo visto y vivido, las cosas que han ido pasando frente a mis ojos y hasta vivido en mi cuerpo.
Y ahora mismo, si mi amiga hermana amante Anna, que seguramente flirtea con balas y bombas, escuchara la teoría de la RBU, se reiría a carcajadas y me aconsejaría huir de toda esta gente.

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miércoles, 12 de marzo de 2014

A VUELA PLUMA

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Tengo tantas historias y experiencias en la mente que me falta tiempo para escribirlas. A veces pienso que he vivido mucho, tal como Mila y yo una noche nos reconocimos; pero la realidad es que no más que otros, la diferencia está en la manera de vivir y de sentir lo que el día a día te depara.
Amara acaba de cumplir 55. No lo parece, ni siquiera sus enfermedades y sus dolores han doblegado su expresión y la suavidad de su piel y de su rostro. Sigue pareciendo mucho más joven de lo que es, igual que cuando la conocí, que no parecía tener los veintiuno. O cuando tuvo los niños, que ni siquiera quedó marca en su cuerpo. Entonces se empeñó en recuperarlo en el gimnasio, más por endurecer su musculatura que por mejorar su increíble belleza. Tampoco le dejaron señal los largos años de estudio, que alternaba de día o de noche con su trabajo y el cuidado de los niños. En todo caso la satisfacción de ver su sueño realizado le dio seguridad y madurez, cuando, a mi parecer, la belleza y sensualidad de su rostro y de su espíritu alcanzaron al de su cuerpo.
Yo pronto cumpliré sesenta y tres y todos dicen lo mismo de mí. Lo percibo por sus miradas de incredulidad, aunque más tarde reconocen que quizá sea cierto, que tal vez sea la inquietud que desprendo, la manera de hablar de y de ser.
Por mi mente pasan las imágenes de mis amigos, los que ahora tienen mi edad: Biel, Anna y Mila son los únicos que conservan la juventud en su mirada y en su cuerpo; el resto ha envejecido en poco tiempo, excepto Vicki, quizá por también ser la más joven de todos. Es curioso que sean los que viven con más inseguridad o inquietud, los que nos mantenemos mejor, los demás, pasivos y sin ansia de crecer, parecen más encorvados y lentos. A menudo me encuentro con Alex, Rina, Bill y Sole; y excepto Rina, que tiene un par de años más que yo, y Sole, que tiene cincuenta y nueve, ellos parecen estar a punto de entrar en un geriátrico.
Mónica es un aparte, supongo que genético. Su cuerpo aún conserva la frescura de los cuarenta, solo su expresión ha cambiado y denota cansancio. A veces intento despertar lo que había en ella, su rebeldía, pero no puedo, como si aquel espíritu que tanto me enloqueció la hubiese abandonado.

Ayer me encontré con Artur. Me preguntó por Anna.
-Me gustaría visitarla –me dijo con su típica ansia de aventura. Y cuando le expliqué dónde podía encontrarla, me miró con dureza, como si fuese yo el culpable.
-No te preocupes, si hace falta yo mismo iré a buscarla –dije para mí mismo sin que pudiera oír mi voz. Esta vez iría con Biel, allí sus influencias son poderosas, curiosamente mucho más que las de Tomás, y podrían servir para llegar hasta ella.

Eres un estratega, el mejor que haya conocido. Construyes ideas a partir de tus pensamientos, palabras y frases, que solo tú entiendes. Los manejas a tu gusto, disfrutas con ello. En tu mundo no hay problema sin solución, si es necesario deformas las frases hasta darles un sentido. Los tipos como tú no saben hablar, sus ideas se encallan en esas palabras, las confunden; sin embargo, en sus cerebros no hay confusión.
Escribe Popol, aunque sea con gráficos, que es como mejor describes tus pensamientos, luego ya quemaremos los papeles para no dejar rastro. No pretendas darnos una explicación, sabemos que la tiene, aunque quizá no exista. Nuestra ventaja, Popol, es que entonces la creas y nadie puede discutirla.
¿Es eso lo que dijo Tomás aquel día?
No así exactamente, porque es imaginación mía. Nuestro amigo no es hombre de muchas palabras, en todo caso de miradas, risueñas y suficientes, y te hablaba con ellas. Quizá aquel día se atareara algo más de la cuenta, cuando les confesé que no sabía si podría estar a la altura. Tal vez por eso imagino recordar tanta palabra.
-Nadie lo está, Popol ¿Hace falta que te diga más? Tu estudia el mapa y procesa toda la información recibida, luego nos la explicas como mejor sabes, con papel y lápiz, y nosotros haremos lo que creamos mejor. -Eso sí debió responder Mónica, con Esteban y Helena a su lado.
Pocas veces me discutieron, tan pocas que ni recuerdo. Se lo miraban, lo estudiaban y, si nervioso por su silencio intentaba dar una explicación, me hacían callar de inmediato.
-No hables, todo está muy claro, si lo haces nos vas a liar y perderemos el hilo.
Y si algo no entendían.
-¿Qué es eso? ¿Furgones? ¿Tres o cuatro? ¿Miran para arriba o para abajo? Se parco, no queremos saber el por qué sino en qué dirección estarán aparcados.
Y yo soportaba estoico y preocupado, porque creía que era muy importante que supieran el porqué la maldita perrera, esta vez situaría los furgones mirando para arriba.
Y no me preguntaban cómo sabía cuántos, dónde y cómo. Una vez que lo hicieron, ella aún lo recuerda, se arrepintieron de por vida.
Y siempre salía bien, la primera, la segunda, la tercera… Y si algo no funcionaba utilizaban los protocolos tan estudiados.
Cómo iba a salir mal, si eso es como una partida de ajedrez, divertida y hasta amena, real y emocionante.

Me enseñó mi padre, de tan pequeño que no puedo ni contarlo porque nadie lo creería. Él era campeón, eso decía mi madre, aunque no de títulos y campeonatos, que los rehuía, pero era famoso por haber ganado a todos los maestros. Nunca pude superarlo, ni siquiera días antes que muriera a los noventa y un años. Según él me faltaba técnica y me sobraba fantasía.
-Este movimiento te obligará a mover el caballo en tres jugadas.
-Sí, pero te fuerzo a hacer algo que no tenías previsto –respondía divertido.
A los diez años ya ganaba a mi abuelo y a los doce a mi profesor de matemáticas. Me apunté a un campeonato en el pueblo, organizado por el club náutico, y gané a todos. Al final hice tablas con el maestro, contratado como estrella para amenizar el evento.
-Podría haberte ganado, ¿lo sabes verdad? Te he seguido el juego porque me ha divertido tu manera de ver el tablero.
Luego lo demostró en las dos partidas siguientes, pero yo lo pasaba bien perdiendo.
Me divertía igual que con el póquer, cuando jugaba con Joan de pareja y siempre ganábamos. Luego fue con mis amigos de la camarilla, aquellas partidas que tan bien me sirvieron para introducirme en casa del gobernador y del jefe de la policía.

Es ajedrez, Tomás, simple ajedrez; divertido además, porque la topografía del tablero es irregular y puedes alargar, añadir o hasta encoger sus casillas. Y los límites los pones tú.
-Te diviertes en un juego en el que algunos pueden perder la vida y otros se juegan la esperanza.
-Sí, pero yo lo veo como un juego y es la primera vez que me lo tomo en serio.

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martes, 4 de marzo de 2014

EL HORROR

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Hace tiempo Anna me enseñó una foto, que evidentemente no está en mi poder, de una familia de Myanmar huyendo del ejército con lo poco que les quedaba por el curso de un río. Se parece mucho a esta. Recuerdo la expresión de los padres, de desespero por salvar a sus hijos, la de los niños, de dolor y pena. Anna me contó que su aldea había sido asolada, los hombres asesinados, las mujeres violadas y asesinadas y las niñas convertidas en esclavas sexuales por los soldados. Son cosas que pasan, me dijo encogiéndose de hombros. Es el horror, pensé yo.
Sin darse cuenta Anna, con su indiferencia me describió el horror a la perfección. No puedes hacer amistad con él, pero sí convivir y mirarlo a la cara sin temor. Es la única manera de enfrentarte a él y combatirlo. Anna lo sabe y yo también.


Un día charlando con una de las profesoras de mi hija, de madre peruana por cierto, salió a relucir mi viaje por el Altiplano y el subafluente del Madre de Dios. En aquel tiempo todavía era una selva bastante inexplorada, hacía poco unos naturalistas decían haber descubierto unos animales que mis compañeros y yo ya habíamos visto años antes. Por supuesto, tampoco nosotros fuimos los primeros sino los indígenas que ya se los comían y los barqueros que comerciaban. Pero para la gran mayoría de los peruanos, aquella selva era absolutamente virgen y muy pocos se atrevían a internarse en ella. De hecho, incluso evitaban viajar por ciertos lugares del mismo Altiplano.
-Podrías dar una charla sobre lo que viste y viviste -me propuso interesada.
Me arrepentí de haber hablado. No solía hacerlo ni con mis mejores amigos, solo Artur conocía la historia y no enteramente. Se notaba que era una chica muy inquieta, sensible y beligerante con la injusticia; también que apenas conocía su país, ni siquiera los barrios más pobres de la capital, esos tan cercanos a los de la gente de bien.
Debí mirarla de una manera muy especial, ahora no recuerdo, porque ella me esquivó y rápidamente cambió de tema. Meses después, al coincidir en una fiesta de fin de curso, se me acercó y volvió a preguntarme, esta vez con cuidado; quizá por haber descubierto que su país no era tan bonito como había creído, porque, vete a saber cómo, dedujera que mi historia no estaba hecha para los sensibles oídos de los alumnos de cuarto.
Esta historia me ha venido a la cabeza al leer el blog de Off Screen, un nombre muy adecuado para el caso, en el que cita al Coronel Kurtz: "No creo que existan palabras para describir todo lo que significa, a aquellos que no saben qué es, el horror. El horror. El horror tiene rostro. Tienes que hacerte amigo del horror. El horror y el terror moral deben ser amigos, si no lo son se convierten en enemigos terribles, en auténticos enemigos". 
Mi hija era muy pequeña, quizá tendría cuatro años, y hacía pocos del estreno de la magnífica película de Coppola. Que solo verla, precisamente con Artur y justo a mi vuelta de Perú, de inmediato me recordó a “El corazón de las tinieblas” de Joseph Conrad. Una novela que también tuve presente durante mi recorrido por el pequeño y caudaloso subafluente del Madre de Dios.
¡El horror!
Yo ya había visto y vivido el horror, pero nunca así, con tanta intensidad y crueldad. El horror de la guerra es una cosa y el horror de la vida y de la moral humana es otra. Nada, ni siquiera Apocalypse Now, puede describir lo que se siente en la realidad; ni siquiera la gran novela, que juraría debió ser vivida
en parte por Conrad, porque solo su manera de describirlo, entrecortadamente, casi de pasada y sin profundizar demasiado en la conciencia de Marlow, puede acercarse a su realidad. No, no hace falta esforzarse para aprender a codearte con el horror. El instinto de supervivencia y la propia animalidad del humano son suficientes. Te acercas a la muerte sin más, como si fuera lo más natural del mundo; compites por la vida sin ningún prejuicio, sin meditar sobre el bien y el mal. El horror más brutal te rodea y te empapa, y, aunque lo sepas ajeno, no te extrañas junto a él; no te rebelas ni lo rehuyes.
¡Es tan difícil de explicar! Nada se le parece.
De aquella mañana, corta y divertida, en la que conocí a los que ahora son mis amigos de parrandeo, recuerdo preguntar a la pobre chica si había visto la película y leído la novela. Se quedó unos segundos en silencio, no sé si por mi mirada o por cómo hice la pregunta.
-Sí -respondió con miedo, casi con sordo barboteo.
Ya no hablamos más del tema, nunca más.
El horror es tan extraño que se me hace difícil explicarlo con palabras, tanto como Conrad en su novela, al contrario que Coppola, que posiblemente no llegó a conocerlo.

Salud!


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