lunes, 21 de septiembre de 2020

El Macar

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Los conocimos en el Macar d´Alfurinert justo al lado de la cala Pilar, de Menorca. Si ya es difícil llegar al Pilar, al menos en aquel momento lo era, aquel rincón salvaje no solo lo era más por tierra sino también por mar, y aún más para un velero. Había que ser un experto, además de osado, para entrar y fondear. Debo confesar que sin Joan, Amara y yo jamás nos habríamos atrevido.
El Macar d’Alfurinert es el paraje más desierto de Menorca, pero también el más bello, sobre todo con un mar picado que rompe en la entrada, aunque dejando la ensenada pacífica y maravillosa, rodeada de un bosque tan salvaje como ella.

Encontrarlos en aquel rincón de Menorca, acampados en el único lugar sin guijarros y con algo de sombra por la mañana, nos sorprendió. No ya su natural desnudez, porque para hacer nudismo nadie va a un lugar como este. En Menorca hay otros lugares para hacerlo con más comodidad y sencillos de llegar. Era obvio que la pareja había escogido el lugar con cuidado y por su soledad.
Por supuesto, la sorpresa fue de ambos. Habiendo rincones maravillosos a unos cientos de metros, sin riesgo a embarrancar y con playas arenosas, a nadie en su sano juicio se le podía ocurrir introducir un velero en semejante lugares, que solo para dar la vuelta sin tocar fondo se necesitaba más que pericia.
Eran muy atractivos, principalmente ella, una chica menuda, de origen vasco nos explicó, pelo corto y desordenado, morena en apariencia pero con destellos rojizos al darle el sol, ojos almendrados y de un verde clarísimo, labios carnosos, nariz un poco ancha pero tan perfecta como su barbilla, su cuerpo estaba muy bien formado, pero recuerdo su cintura tan estrecha que con mis dos manos casi podía cubrirla. Él, un zaragozano de cabello rubio tostado, de estatura y corpulencia parecidas a las de Joan pero menos atlético, anguloso de cara y de mirada risueña y penetrante. Congeniamos enseguida, seguramente por su simpatía y falta de prejuicios, que se notaba al no apartarse o intentar evitar los involuntarios roces con nuestros cuerpos; pero también por su extraña madurez y el trato de igual que nos brindaron, aun ser bastante más jóvenes que nosotros

En una cala desierta, tres parejas no tienen muchas cosas que hacer aparte de pescar, buscar moras, recoger bígaros en las oquedades de las rocas y erizos. Lo único que les queda es hablar de lo que saben, compartir historias y conocerse. Eran pareja, pero para unos extraños como nosotros, su relación parecía la de un par de amigos de distinto sexo que compartían cama. Aunque supongo que para ellos la nuestra era más extraña si cabe.
Aquella misma tarde, la primera que nos conocimos, fui nadando con la chica hasta la isla del Pilar. Yo siento una gran fascinación por los islotes y aún hoy en cuanto puedo busco el modo de llegar a nado y explorarlos. El fondo rocoso del islote es una maravilla repleta de vida entre las algas y los recovecos que forma la pared rocosa. Pese ser una buena nadadora, le daba miedo la profundidad, que además no era mucha, y me di cuenta de la rabia que sentía no poder llegar al fondo, por lo cual le propuse ayudarla. De pie y con agua hasta la cintura, le di una gran piedra.
- Bajaremos los dos juntos, tu con la piedra y yo abrazado a ti por la espalda. Cuando creas que hemos de subir, la sueltas.
Lo hicimos varias veces hasta llegar al fondo. La mantuve fuertemente abrazada y me puse a andar por el fondo arenoso gracias a que la piedra nos mantenía en él. Mi intención no era sentir su desnudo cuerpo pegado al mío, pero indudablemente me gustó y luego ella me demostró que también, porque me pidió ir más allá en el desafío.
- Ahora lo hacemos al revés, tu coges la piedra y yo te abrazo, si aguanto menos te soltaré, así podré saber si aguanto tanto como tu.

Luego nos dejamos llevar por la corriente de Levante bordeando la costa hasta el otro extremo de la cala del Pilar. Extrañamente la cala estaba desierta, nos sentamos y me contó su relación, supe que no gratuitamente sino porque había percibido que la nuestra tampoco era muy convencional y pretendía la reciprocidad.
Le sorprendió que Vicki y Amara tuvieran dos hijos cada una. Físicamente no lo parecía y eran muy jóvenes, pero tampoco por la relación abierta que manteníamos, más aún cuando le expliqué que no debía extrañarse si las veía divirtiéndose entre ellas. Nuestras compañeras nunca han sido de esconderse, menos aún en vacaciones y con personas alrededor que no verán más.
- ¿Cómo sabéis que son vuestros hijos? Me preguntó.
Me hizo gracia que fuera eso lo que creyera más inquietante.
- Lo sabemos sin más, de lo contrario nos lo habrían dicho. Y en mi caso si fueran de otro tampoco me importaría.

Aquella misma tarde, antes de oscurecer y mientras cenábamos, nos propuso que pasáramos la noche con ellos, en el exiguo espacio de acampada.
-Dudo que quepamos, respondió uno de nosotros, no recuerdo quien.
Entonces, mirándonos fijamente como queriendo darse fuerza, dijo que podríamos hacer un cambio de parejas.
Recuerdo que Joan y yo nos miramos con muchísima complicidad. En aquel momento pensamos lo mismo. Sabíamos que a nuestras compañeras les parecería bien, el tipo les gustaba y encima el ambiente acompañaba. Tampoco necesitaron que les convencieran, porque divertidas lo aceptaron al momento; y como era de esperar, coincidían con nosotros.
- Supongo que iréis con ella al barco- Dijo una de ellas.
La chica, no recuerdo el nombre de ninguno de los dos, al principio pareció sorprendida, pero al momento se dio cuenta de la intención y no se opuso.
Fuimos nadando, no necesitábamos vestirnos ni la auxiliar para lo que íbamos a hacer. Solo llegar la chica empezó a acariciar nuestros cuerpos exclamándose por su dureza. Tras tres días en el barco solo lavándonos en el mar, nuestros cuerpos habían cogido una tonalidad y textura dura y casi salvaje, algo que a ella parecía excitarla o cuanto menos gustarle. Nosotros nos habíamos hecho la idea de pasar una noche loca con una chica joven, tierna y desinhibida, aparentemente más frágil que nuestras compañeras, aunque no más que Mónica, paradójicamente la mujer más dura y salvaje que haya conocido y seguramente pueda conocer en toda mi vida. Indudablemente no era Mónica pero aquella noche y los siguientes días llegó a serlo, seguramente porque decidió traspasar unos límites que, a la vista está, solo existen en nuestro subconsciente. Seguramente aquella chica se encontró con lo que muchos soñamos, esta vez en una situación y un paraje que acompañaban, y decidió aprovecharlo con toda la intensidad que nosotros pudiéramos darle.
Me despertó el aroma de café, la chica había descubierto el extraño mecanismo de nuestro hornillo de gas. Me incorporé como pude, la noche había sido brutal. Ella trasteaba buscando algo para desayunar, al verme lo dejó y se acercó cimbreante y alegre, con evidentes muestras de seguir con algo que nosotros habíamos dado por terminado.
- Sois unos salvajes. Me habéis destrozado.
Eso dijo observándome desde las alturas, con su esplendorosa juventud y belleza, extrañamente erguida, mientras con uno de sus pies empezó a juguetear con mi pene, aplastándolo suavemente.
Vi a Joan desperezarse e incorporarse tan agotado como yo.
- Necesito comer y beber algo- dijo tras ver el panorama.
- Dice que somos unos salvajes y que la hemos destrozado- atiné a decir con ironía, mientras me excitaba como un idiota, sin saber de dónde diablos mi cuerpo iba a sacar la energía.
Era casi mediodía cuando llamamos a gritos a Amara. Necesitábamos la auxiliar para trasladar comida, material y el toldo, ya que la chica se empeñó en pasar las siguientes noches en tierra.
- Será más divertido con todos y a saco- dijo con total naturalidad.
Se había prestado ir a nado hasta la playa para traer la auxiliar. Joan y yo apenas nos aguantábamos de pie. Nos habíamos lavado con la manguera porque no nos sentíamos capaces de echarnos al agua. Aquella chica, que ya había dejado inservibles a dos hombres, era capaz de destrozar el fondo de la auxiliar con las muchas rocas que salpicaban la ensenada.
En un momento que pude hablar con Amara le pregunté por el tipo.
- ¿Sabías que eran vecinos y sus padres amigos, que él había sido su profesor de refuerzo en bachillerato? Está colado por ella, es capaz de hacer cualquier cosa por satisfacerla, incluso follar con nosotras- respondió con una carcajada. Y al ver mi sorpresa, dijo - Es un gran tipo. Lo hace y bien, no te preocupes.
Fueron tres días de locura, que hoy Amara ha recordado mientras visitábamos a Joan, recién operado de cáncer de vejiga, cogido a tiempo por suerte.

 

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lunes, 14 de septiembre de 2020

MORIR DE SED

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Hoy, mientras paseábamos por la playa, Amara me ha contado una historia. Un día que estaba haciendo compañía a un par de socorristas amigos, un hombre tuvo un infarto mientras se bañaba. Alguien les llamó y fueron corriendo para socorrerlo. El tipo, aparentemente desorientado, se zafaba de ellos para seguir dentro del agua, hasta que uno de ellos, tras pedirle perdón le propinó un buen golpe y así pudieron sacarlo y reanimarlo. Los socorristas están preparados, han aprendido primeros auxilios, pero era la primera vez que tenían que sacar alguien del agua y también enfrentarse a un infarto. El bañista tuvo suerte de que estuviera Amara. El sanitario que llegó con la ambulancia le confesó que posiblemente eso le había salvado la vida. Amara por entonces solo era una estudiante más, pero evidentemente muy preparada.

-¡Qué cerca estamos de la muerte, Popol! Nunca sabemos lo que nos puede pasar- Me ha dicho al poco, mientras miraba las vacías carpas de la Cruz Roja, que con la apertura de la temporada escolar ya no da servicio.

Y he pensado en las veces que he estado cerca, y las he intentado contar hasta dejarlo por imposible. Y es que si has pasado por unas cuantas, algunas no las cuentas, no para evitar contabilizar las veces que has apostado quizá estúpidamente sino porque las tratas como normalidad.

Tiempo atrás, en la misma playa me dijo que tenía mucha sed, pero que se aguantaría porque los chiringuitos vendían el medio litro de agua por dos euros y medio.

- Es un robo, prefiero aguantar. Tu nunca tienes sed, no sientes la perentoria necesidad de beber-. Me dijo entonces.

Hoy lo he recordado, así como aquel día que con Anna estuve a punto de morir de sed.

 

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domingo, 13 de septiembre de 2020

LO QUE IMPORTA

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Llegado el día que echas cuentas y descubres que ya no queda mucho, que estás en el último tercio de la vida, y ya bastante adelantado; que tu memoria no flaquea, pero tu agilidad mental si; que ya no puedes aprender tan rápido como estabas acostumbrado, que tu vista ha perdido agudeza y necesitas escuchar dos veces la misma cosa para entenderla.

Que miras para atrás, y descubres lo afortunado que has sido, que has vivido entre personas que valoraban más el espíritu que los bienes, no solo por carecer de la esperanza de poseerlos algún día. Que has vivido con personas capaces de compartir lo poco que tenían, porque valoraban más la vida, el hambre y el techo del forastero, que su propio interés o beneficio.

Que ves cercana tu conversión en partículas de energía y de materia más o menos tan inerte como la que le espera a un escarabajo de Tasmania o a un indio del Amazonas; y descubres que la bandera, los escudos e incluso la cultura, no valdrán ni para anécdota.

Ahora ya nada me quita el sueño, ni siquiera la miseria de la gente, la desahuciada, la abandonada por la sociedad a no ser que pueda esclavizarla. No me lo quita, aunque no dejo de pelear por ella ni dejaré de hacerlo hasta el último de mis días.

 

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viernes, 4 de septiembre de 2020

IGUALES

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Danza sufí (Pakistán) Imagen de Murtaza Ali

Incluso el más pintado o menos dado al racismo te habla de distintas culturas. Y lo que más te sorprende, si a estas alturas algo lo consigue, es cuando encuentras al más progre de todos ellos, en una asamblea, reunión o movida, mirando con un disimulado aire de superioridad a ese migrante que ha cruzado el estrecho vete a saber como, aunque para él importa bastante. Y es que no es lo mismo cruzarlo en patera que con visado, este último es más aristocrático o quizá menos glamuroso.


Hoy recuerdo a un indígena del Altiplano, esta palabra se me hace tan extraña que mejor llamarlo por lo que realmente era, un hombre. Pero en este caso la anterior definición quizá sea la más correcta, ya que era el único no blanquito entre los guerrilleros senderistas que nos habían retenido, y eso, parece ser, tenía su importancia. Lo recuerdo por sus palabras.
-Entre ustedes y nosotros solo una cosa nos diferencia. Mi mujer cuando me habla de mi hijo dice tu hijo, las suyas dicen nuestro hijo.
En aquel momento me sorprendió, no sabía a lo que se refería, más adelante entendí que, pese parecer lo contrario, en esas tierras hay un tipo de libertad que se sobreentiende, sea de la mujer como del hombre. Y tras mucho vivir descubrí que fuera de esa sutileza, debida en gran parte a su espíritu liberal, no hay más diferencia.
Los seres humanos son iguales en todo y para todo, y no solo para el dios de turno. Es tan inteligente un africano o un indio que un europeo, ama del mismo modo y siente la misma pasión por los hijos y por su educación. Y los malnacidos y asesinos, lo son igual allí que aquí.
¡Y la música! Aquella misma noche las tiernas canciones de nuestra joven amiga francesa nos hicieron cantar a todos, viajeros extranjeros y guerrilleros senderistas, que un día antes habían masacrado a unos cuantos de una aldea. Aquella música quizá fuese lo que nos salvara la vida.

Vayas donde vayas, por extraño que sea el idioma o peligroso el entorno, la música une y hasta hace que la gente se entienda
Vayas donde vayas, sea el África subsahariana, el Altiplano peruano, el delta del Indo, las cumbres del Himalaya, las calles de un pueblo cubano o el barrio más refinado de París, encontrarás mujeres y hombres con las mismas inquietudes, miedos, deseos y, sobre todo, ganas de vivir en paz y armonía con el resto. No necesitas ser más inteligente o mejor persona para apreciarlo sino solo mantener los ojos muy abiertos, siendo los ojos el sinónimo de los sentidos que tienen que ver con nuestra sensibilidad como seres humanos.
Vayas donde vayas, los padres normales, si como normalidad nos referimos a lo que nos distingue como humanos, sufren por sus hijos y quieren lo mejor para ellos; trabajen en el campo o la ciudad, se preocupan por su futuro y guardan su mejor plato, la mejor cama, el techo sin goteras. La guerra, el hambre o la riqueza nos los amilana, siguen buscando lo mismo. Lo que los humanos llamamos cultura, país, raíces, credo o cuantas cosas existan para separarnos, apenas tienen valor frente a nuestros sueños, miedos o deseos.

Hoy reviso esas ideas más consciente y quizá con más fuerza, al ver tantas personas iguales a nosotros cruzar un mar peligroso o encerrarse durante días en cajones sin agua ni ventilación, para solo tener la esperanza de hacer realidad sus sueños, encontrar sus deseos combatiendo sus miedos. Más consciente y con más fuerza, pero con el mismo convencimiento.

 

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