lunes, 28 de marzo de 2011

...JASMÍN, LA MUJER FLOR...

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Sin casi darme cuenta he empezado a escribir el tercer libro de esta historia. Se supone que por ser eso: una historia, ha sido más sencillo de lo esperado. Lo único que necesitaba es continuarla como si no se tratara de otro libro o capítulo.
Ahora ya no temo a nada ni a nadie, tanto es así que estoy revisando el segundo libro, por si inconscientemente o por temor a que un día se publicara, hubiera censurado u olvidado algo.
El último ataque a mi amiga hermana amante me ha decidido, aparte de haberme visto obligado a tomar unas represalias, que nunca hubiese creído que serían necesarias. Pero, en fin, las cosas no han podido ir peor y la estupidez de algunos ha hecho el resto.
Si el odio es el último recurso del estúpido, la indiferencia lo es del impotente. Y el que me conozca sabe o debería saber que de eso no dispongo, que mi rabia la descargo de otras maneras y que a partir de ahora, nadie que haya intentado lacerar a Mónica podrá vivir tranquilo.

Hoy ya no siento ningún reparo y las pocas ataduras que quedaban han sido rotas.
He soltado las amarras que me mantenían a recaudo y he izado las velas de mi barco. Y por si me quedara algún resquemor o miedo, he lanzado por la borda las anclas y todo lo que podría haber utilizado para hacer una de fortuna.
Ya no hay remedio, ahora ya solo queda navegar hasta el final.

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El Metro sigue siendo mi principal lugar de recogimiento, pero donde más seguido escribo es en el hospital, cuando Amara está ingresada. Este año han sido dos veces, la última hace un par de semanas y estuvo quince días, y la primera durante un mes entero. Pronto, a no ser que encuentren remedio a su dolor –el mal no lo tiene- pasará más tiempo ingresada que en casa.
Lo que más me sorprende de ella es que todavía sueña con difíciles viajes de aventura, y hasta en comprar un nuevo barco para vivir y viajar en él. No sé en qué debe pensar.

El pasado martes conoció a Jasmín, la mujer flor, en este momento la única por la que yo perdería el sentido. Fuimos a JazzSí y a cenar a un precioso restaurante de unos amigos franceses, después tuvimos que llevarla a casa, sus huesos ya no podían resistir más; y seguí la fiesta con mi amiga hasta altas horas de la madrugada. El jueves, a primera hora de la mañana, volvía a su país.
Amara es magnífica, me dijo. Todo una mujer. No me extraña que perdieses la cabeza por ella.
Cuando llegué a casa mi compañera esperaba despierta, ya que el dolor le impedía conciliar el sueño.
JasmÍn es preciosa, me dijo. El tipo de mujer que tanto te gusta. No me extrañaría que perdieras la cabeza por ella.
No, no lo dijo con reparo o resquemor. Amara desea que lo pase bien, que me divierta y disfrute de la vida.
A Jasmin le llevo treinta años. Según Amara son pocos para mí. Según Jasmin soy el más joven de sus amigos. Según yo, más que suficientes.
Un hombre nunca debe perder el equilibrio y yo me precio de serlo.

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martes, 8 de marzo de 2011

AMANDO

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Eso escribí hace infinidad de años, lo he recuperado de una de mis viejas libretas, esas que estoy repasando, ahora que el pintor ha marchado y he podido cambiar algunos muebles de casa.



Escuchando el concierto de Woostok...
Joan termina de levantarse, aparece enrollado en una toalla y se dirige al baño para ducharse. Joan siempre ha tenido un curioso sentido del pudor: duerme desnudo con quien sea, pero no soporta pasear así por su casa.
El sol entra en la gran sala, fuera oímos el graznido de las gaviotas molestadas por los primeros bañistas. Imagino el paisaje, el mismo de ayer... El Es curucú frente al balcón, magnífico, y el mar lamiendo la pequeña playa de es Poal.
¿Cuántas veces hemos pasado navegando entre el Estartit y las Medas camino de Cadaqués, de Colliure, de la Camargue?
Es más fácil pasar por el exterior, entre las islas y el mar abierto, pero la belleza del lugar nunca cansa.
Joan, algo molesto por nuestro poco interés en levantarnos, nos ha contentado con esta música.
Me desperezo, miro a mis dos amigas-hermanas, que simulan dormir plácidamente; Vicki con su pierna sobre mi vientre, cubierta por una sábana; Anna, más calurosa, está de espaldas y abrazada a Amara.

Llegamos el viernes por la tarde. Joan y Vicki han alquilado un apartamento en el pueblo, frente la misma playa; desde él se ve a los bañistas, a turistas paseando por el camino que lo bordea, en bicicleta, a pie... El apartamento es pequeño, dispone de un dormitorio de matrimonio con dos camas y uno pequeño con literas. Somos seis y para pasar la noche dispusimos los colchones en el suelo.
Es domingo y Biel ha salido a comprar algo para del desayuno, el barco se mece anclado con el cap de Sant Sebastiá de fondo y la mar está absolutamente llana.
Llaman a la puerta. Joan sale del cuarto de baño, aún sin ducharse, quejándose de nuestra falta de solidaridad.
-Por lo menos cubriros con la sábana-
Y más tranquilo ve a través de la mirilla, que es nuestro amigo con las vituallas.

Me levanto y me estiro... salgo al balcón con la impresión que nadie mirará o que la baranda cubrirá mi pubis. Unos brazos rodean mi enrojecido cuerpo por el sol de los primeros días de verano; una boca, dulce y tierna como siempre, besa mi nuca y hace que todo mi cuerpo se estremezca. Es Vicki... Fuera, en la ronda, una mujer joven levanta la vista y saluda con una sonrisa.
-¿La conoces?- pregunto a mi amiga.
-Es la vecina-
-¿Qué pensará?-
-Vete a saber... A Joan solo le faltaba eso- responde riéndose.
-¿Vas a ducharte?-
-No tengo ganas, dentro de un rato estaremos bañándonos enfrente-
Y más risas, porque se oye una voz despierta y cercana que nos invita a hacerlo en buena compañía. Es Amara, que se ha levantado y patea entre quejas y risas a su desnuda amiga, y se acerca para besar con ternura a Vicki.
Y oímos a Biel, con la sorna que suele gastar, simpático y atractivo como siempre, hablando con Joan al ver el panorama...
-¿Os dais cuenta que no somos normales?-
Y nos reímos de su ocurrencia.
-Reíros lo que queráis, pero eso pronto empezará a ser un problema-

Y recuerdo a los vecinos y conocidos, y las vacaciones en el barco o en nuestra casa del Pirineo; y a nuestros padres, a mi hermana... lo que de nosotros se decía en el pueblo, en el mercado, en los bares... y a nuestros hijos, su comprensión y aceptación de la gran familia, lo terriblemente unidos que los sentimos, aunque no compartan nuestra manera de vivir y ser.
Y él mismo se da cuenta de su error y se ríe, porque ya nada de eso puede ser un problema. La gente ha dejado de hablar; nuestros padres ya no pueden quejarse ni opinar; mi hermana ha aprendido a diferenciar la naturalidad de la normalidad; y nuestras familias...
¿Nuestras familias?
¿Qué nos importa la familia si nosotros somos mucho más?
Somos la tribu.
A la familia no la escoges, por tanto no es tuya; sin embargo, la tribu sí.

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