lunes, 28 de septiembre de 2009

DEBEMOS CAMBIAR PARA SEGUIR SIENDO


Debemos cambiar para seguir siendo, transformarnos tan rápido como la vida que llevamos, recordar lo que fuimos para entender donde estamos y tener confianza en nosotros mismos para sentirnos vivos.


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De vez en cuando el director me llamaba al despacho. Mis padres no pagaban la factura de mi enseñanza. Tendría trece, catorce años, suficiente edad para darme cuenta del problema. Mis padres no tenían ningún interés en cambiarme de escuela. Aquella era de pago, por supuesto, y de las caras.
Mis notas eran altas, no mucho, pero sí por encima de la media, hasta que el profesorado comenzó a boicotear mis estudios, a ignorarme y suspender mis exámenes sin que pudiera entenderlo.
Catorce años... podría haberme dado cuenta de la situación y forzar mi salida. No fue así y aún me pregunto por qué. ¿Tan inocente era?
La primera vez que la secretaría de la escuela me avisó, mis padres debían más de un año.


Cantaba en el coro desde los nueve años, a los doce me enamoré de una chica de once. Era una locura, bellísima según mi parecer. Veraneaba en el Pirineo, se bañaba en el río con agua de deshielo... estaba loco por ella. Todas las semanas la veía en el coro, tomaba asiento frente a mi grupo de voz. Podría dibujar la sala en el gran sótano de la escuela, un grandioso y antiguo convento en la zona alta de Barcelona.
Pasaron los años y seguía enamorado, sólo Albert conocía mi estado y desesperación.
Dieciséis, diecisiete... ya salíamos juntos, algún amigo se añadía al grupo. Unos años atrás, no recuerdo cuántos, supongo que dos, salíamos juntos de la escuela y nos sentábamos en el peldaño de una casa. Hablábamos de la vida, la muerte, el futuro, la justicia... Ada, le llamaré Ada, a los dieciséis entró en el mundo hippie y yo tras ella, era un grupo de gente increíble, sólido, muy culto. Éramos, con mucho, los más jóvenes.
Escuchaba a Joan Baez, aún la escucho ahora mientras escribo esta historia. Me introduje en el mundo del arte y la música. Fundó con unos amigos un grupo de música folk, la seguí por parroquias, salas de conciertos....


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Hay quien cree que se ha perdido el poder de los valores, que hemos olvidado el sentido de la moral. La humanidad es cínica, lamenta la moral perdida mientras atenta contra el derecho del prójimo, del vecino por un plato de mal contadas lentejas; es capaz de arriesgar el futuro por un placer pasajero e insustancial.
Algunos creen que se ha perdido el temor a dios, y me pregunto de qué dios. Los griegos ya lo perdieron, de ahí que imaginaran tantos castigos horrendos y crueles inflingidos por los dioses, a los hombres que pretendían parecerse a ellos.
El hombre, en su globalidad, nunca ha respetado la moral, ni siquiera la suya particular, la que pregona a los cuatro vientos. El temor a los dioses es una quimera, no lo padecen ni sus pregoneros, los obispos; tampoco los que siguen sus ancestrales ritos para conseguir el perdón eterno.


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¿Quince, dieciséis?
Tendría esta edad cuando con Ada y sus amigos monté el primer tenderete hippie de Barcelona, probablemente de España. Era de todos y debía servir para mantener su comuna. Tanto ella como yo no vivíamos con ellos por razones o circunstancias que hoy no recuerdo. La edad no tenía tanta importancia, nuestras respectivas familias se hubieran opuesto, eso seguro, pero no lo suficientemente; la mía por la imagen, la suya por la disciplina, ninguna de las dos por certidumbre ideológica.
Solía vivir con mis abuelos maternos, él un hombre antiguo e íntegro, ella cariñosa y condescendiente; él consideraba a mi padre débil y sin fondo ideológico. De mi madre, su hijastra, nunca oí ni sentí queja, aunque sé que no comulgaba con sus ideas.
La gran cantidad de amigos y el hecho que mi amor y pasión por Ada no fuera correspondido, hicieron que abriese mis sentimientos a otras mujeres; y la liberalidad que desprendía, la libertad que día tras día pregonábamos a los cuatro vientos, hizo el resto.



El director de la escuela, un cura algo moderno, llegó al extremo de presentarse en el aula para anunciar públicamente la cantidad que adeudábamos dos de nosotros. Aquel sacerdote no pensó en hablar directamente con nuestros padres, demandarlos o buscar otras salidas. Consideró que era mejor presionar a unos chavales de catorce años.
Ambos decidimos no hablar con nuestras familias. Más tarde, cuando tuvo que aprobarme, según él, contra su voluntad, le confesé que nunca había trasladado a mi familia la presión que me había infligido. Me quedé más ancho que largo, después de todo sería la última vez que lo viera y ya todo me daba lo mismo.
Nunca fui consciente del daño recibido hasta entrar en una academia nocturna mientras, de día, trabajaba en un laboratorio dental. Allí descubrí que mis bajas notas no habían sido producto de errores o la ansiedad sino parte de un plan para desembarazarse de mi.
Con Ada y el resto de los amigos de la escuela me seguí viendo. Con tres, uno de ellos Albert, más tarde montamos la comuna pirenaica.



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Se levanta y entra en la cabina del barco. El famoso arquitecto francés, sumamente excitado, nos mira, parece buscar una explicación al desparpajo de la soberana hembra, una disculpa por el inevitable contacto físico y la atracción que ella parece haber sentido por él.
Con José me río… está claro que Amara ha decidido llegar hasta el final; el francés debería rendirse y aceptarlo, pero para ello debemos tranquilizarlo...
- Creo que le gustas, no te incomodes por nosotros, disfruta de ella-
- Pero...-
- ¡OH! No te preocupes, sólo es una buena y sana amiga-
Y sale envuelta en una toalla, el cabello revuelto por su cara, la boca entreabierta; provocadora, mirada de hembra hambrienta. Y se apoya al mástil con el cuerpo ligeramente arqueado. Nos mira, sonríe... da la vuelta, la toalla se abre, solo la aguanta por delante, allí donde no llegan nuestros ojos,; vuelve la cabeza, retadora, sensual. Se gira, nos da la cara, muerde un extremo de la toalla con delicadeza... se desprende de ella.
Impresiona el arte de esta mujer, que unos momentos antes estaba desnuda y ahora ha conseguido sorprendernos, excitarnos hasta el límite, hacernos creer que su desnudez es distinta, la de otra.
De reojo veo como José se masturba con delicadeza, como intentando parar el tiempo. El francés tiene los ojos como platos y el sexo a punto de reventar el bañador. Hasta yo estoy excitado, terriblemente, aunque, como su amigo-hermano-amante, debería estar acostumbrado a las tórridas excentricidades de mi compañera.
Ella está ahora recostada en el palo, con una mano se acaricia el pecho, el estómago, el ombligo... la otra la tiene en lo alto, agarrada a una jarcia. El cuerpo algo más arqueado... se aprecia toda su belleza, erotismo; su plano vientre, ligeramente abombado debido la provocadora postura; su agresiva juventud, la protuberancia de su cuidado pubis, la maravillosa turgencia de sus pechos. Nos mira desafiante... sonrío... me acerco con José, acariciamos su portentoso cuerpo, lo masajeamos con calculada agresividad y ella se retuerce y gime de placer; y, con un gesto, invitamos al famoso arquitecto francés...



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Ayer fui a cortar el pelo a mi padre. Y hablamos, como siempre, de los negocios, la política y el futuro.
Curioso como un hombre que dice estar más en el otro mundo, que confiesa no importarle nada, puede llegar a estar tan al día de todo.
Mi padre es el ejemplo más evidente de la inteligencia desperdiciada y de lo muy estúpido que puede convertirse un hombre al caer en su complacencia.
Cualquiera diría que desprecio a mis progenitores, nada más lejos, sólo me gusta poner a cada uno en su sitio, el lugar que ocupa dentro de un organigrama tan sencillo como práctico: el de la utilidad en la sociedad y el bien o el mal que han hecho.
Mis padres, en un juicio humano pasarían desapercibidos; en uno deísta no serían absueltos. Hicieron el mal con delicadeza, sin propasarse; pero cuando pudieron hacer el bien, desaparecieron. Prefiero al errado, el que con sus acciones produce desgracia por error o impotencia, ya que demuestra ser hombre y estar vivo.
Nunca he escurrido mi culpa o mis errores, tampoco lo han hecho mis amigos. Ataco el de los demás, lo critico; pero siempre después de haberlo hecho con el mío.


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Eran muchas las veces que por aburrimiento, para no pensar o buscar una buena manera de pasar el tiempo, divertirse... terminábamos haciendo gozar a nuestras compañeras. Lo contrario no solía. Ellas pensaban distinto, buscaban otras salidas. Las reuniones de grupo, las cenas o comidas por motivo de una fiesta, un puente laboral, solían terminar igual. Nos sentábamos desordenadamente, o no tanto, porque cada uno buscaba lo que más le apetecía, el amigo o amiga que en aquel momento más deseaba, aunque fuera por el tipo de conversación, de cercanía ideológica. Y no era extraño que uno acariciase, bailara... Todo era empezar con lo esperado. El sexo no solía ser lo esencial, pero sí el resultado.
Hoy, al recordar aquellos días, no puedo menos que pensar que todo comenzó con mi relación con Mónica y Konsta, su irremediabilidad y la extrema liberalidad de José, Joan y Anna.


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En aquella casa vivíamos en un estado semisalvaje, sin cuarto de baño, cocina, camas... Los colchones en el suelo, el hogar servía de cocina y algunas viejas estanterías de soporte de los cacharros. La mitad de la casa estaba medio derruida. A unos cien metros sobre ella se encontraba una ermita en parecido estado, en ella aún podían apreciarse preciosos frescos, incluso en lo que quedaba de su techumbre. Había sido quemada en época reciente, por negligencia o vandalismo, ya que en aquel lugar ningún fuego puede propagarse involuntariamente.
A los pocos años de conocernos me acerqué con Amara. Sentí la necesidad de enseñarle el primer lugar donde me sentí hombre. La casa estaba restaurada por completo, demasiado como todas.
Les limpian la fachada, repican las piedras hasta dejarlas lustrosas, distando mucho de la autenticidad de cómo fueron construidas.
Antiguamente las casas eran rebozadas con una mezcla de cal y arena para evitar la pérdida de la argamasa y defender el interior de las humedades. Hoy, gracias al cemento ya no es necesario, pero el arte de la restauración debería tratar de imitar o copiar el estado primigenio, cosa que no se hace.
La pequeña ermita había sido levantada de nuevo, mas siguiendo las nuevas directrices: piedra repicada y unida con cemento. Los frescos habían desaparecido, no quedaba ni el recuerdo.
Curioso, me dije. Para eso no hacía falta restaurarla. Cubrirla con una cubierta cerrada hubiese sido suficiente y más edificante.
No sé a qué arquitecto se le habrá ocurrido. Los políticos sí, son los anteriores de CIU y esos tampoco llegaban demasiado lejos. Pujol tuvo mucho cuidado en escoger a los más dúctiles y menos exigentes de presupuesto para este cometido, y todos sabemos que eso significa estupidez y vagancia.
Aceptar los cambios es costoso. Siempre queda la melancolía, con la seguridad que nunca encontrará las cosas tal como las dejó y recuerda. Ahora bien, lo que no espera es que el elegido para mantenerlas o mejorarlas las destroce sin más.


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Cuando miro para atrás, lo primero que pienso es que no me salen las cuentas del tiempo. No puede ser que hiciera tantas cosas en tan poco tiempo. Y sí, lo que ocurre es que vivimos muy deprisa, sin dar respiro a la mente, al alma y al cuerpo.
A veces son mis amigos los que me relatan lo muy intensamente que viví aquellos días.


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En la escuela era un papanatas, torpe y miedoso. La asignatura de gimnasia la aprobaba por los pelos, todo lo contrario que Albert.
Saltar el plinton, el potro... un imposible. En el último momento frenaba, no podía. Después el vértigo, supuestamente provocado por las torturas maternas.
Un día, saltando la enorme valla de una casa abandonada con Albert, me quedé atascado en medio. No tiraba para adelante ni para atrás. Al fin salté. No podía dejar que llamaran a los bomberos. Aquel día cambió radicalmente mi vida. A partir de entonces uno de nuestros mejores deportes era saltar de rama en rama parodiando a Tarzan. No obstante ,el vértigo lo mantuve hasta llegar al Pirineo. Allí mi amigo Albert, en un altísimo risco de cuatrocientos metros, consiguió hacer desaparecer mi miedo y mareo. Después, aquel mismo día atravesamos desprendimientos cubiertos de resbaladiza nieve. Al fondo se veían los caminos y casas en toda su pequeñez, la mochila desequilibraba el cuerpo y los atravesábamos atados con cuerdas. Éramos cuatro y nos turnamos en ser el primero. Mis amigos, los mismos con los que monté la primera comuna, con delicadeza dejaron que escogiera el momento y el lugar.
Tiempo después y pasado mi entrenamiento, no dejaba de pensar en lo que aquel chaval cargado de miedo y perjuicios se había convertido. Si algo me quedaba de aquel vértigo, el rápel me lo quitó entonces. Poco más tarde Mónica me enseñó a mirar la calle sin miedo, a no marearme desde una cornisa de un escaso palmo, a andar con tranquilidad por la barandilla del tejado de un edificio de seis plantas.


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Sentíamos un morboso placer al escuchar los lamentos continuos y entremezclados de nuestras compañeras, sus orgasmos, sus suaves gemidos, sus roncos gritos, sus estentóreos alaridos de placer. Nos satisfacía, a mí el que más, y nos regodeábamos en ello. Y verlas desnudas sobre la mullida alfombra, los sofás, los múltiples colchones que extendíamos por el suelo. Gozar sobre ellos...



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Cuando sabes lo que buscas ves más claro, aunque no lo encuentres, y tu mirada te delata.

domingo, 20 de septiembre de 2009

...LA HISTORIA MÁS BELLA...


Papa, ¿alguna vez te has acostado con dos mujeres?

No es Al sino Mar, quien hace la pregunta.

Al siempre me trata como Pau, Mar como papa, sin acentuar, en puro catalán.

Estaba convencido que las hijas esas cosas las preguntaban a las madres y los hijos a los padres. Uno, que parece estar a la vuelta de muchas cosas, no termina de digerir ciertas preguntas y esa es una de ellas. No entiendo por qué no lo cuestiona a su madre, como tampoco su utilidad. Dudo mucho que le haga falta.

Amara es más directa y tiene menos pelos en la lengua, tan pocos que a veces debo frenarla. De haberse dirigido a ella la respuesta hubiese sido clara y precisa. Mi compañera tiene el don de saber lo que nuestros hijos buscan, el significado de sus preguntas. Yo, al contrario, soy absolutamente literal y falto de perspicacia en estas cosas.


Acostarse, qué significa.

Hacer el amor, supongo; porque otra cosa no creo.

Me he acostado con Pili y Amara sin tocarlas; con Anna y Nabila, unas veces con sexo y otras sin, con...

Supongo que Mar quiere saber si he hecho el amor con dos mujeres a la vez. No voy a responderle.

Acostarse es echarse en una cama para dormir. Acostarse con una mujer es lo mismo, pero con la posibilidad de hacer el amor o follar, más de lo primero que de lo segundo; porque, aunque no sea necesario acostarse para cualquiera de las dos cosas, es más común hacerlo con quien amas.

Pero me estoy liando. A Amara la amo y mucho, en cambio con ella follaba. Con Amara, al hacer sexo uno se olvidaba del amor. Mi compañera es sexo puro, duro y salvaje. No hay intermedio y lo sabe, es consciente. Con ella, el amor hay que dejarlo para otras situaciones.

En el bosque, en un coche, en el barco, en la playa o colgados de unas rocas, en la piscina, en el césped, en una tumbona, en los columpios del jardín de José, en el suelo de nuestra casa, en el del cuarto de baño de la clínica donde me ingresaron, en la terraza de la casa de unos amigos, en el balcón del hotel, en el... Y solos o acompañados de un amigo, de una amiga, de dos amigos, de tres amigos... Hasta creo que más fuera de la cama que en ella, por lo menos de la nuestra, que fueron muchas. Por la mañana, al mediodía, por la tarde, de noche... casi siempre varias veces.

No obstante, ella amaba. Mientras hacía el sexo te dabas cuenta que amaba, sentías como el disfrute era acompañado por una ternura sublime, que deshacía. El hombre se sentía macho absoluto, pero también objeto de un deseo que sobrepasaba el mero placer sexual. Y cuando le preguntaba lo que sentía por aquel hombre... se encogía de hombros.

- Es mi tipo, me cae bien y es inteligente, sabe hasta donde puede llegar conmigo-



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- ¿Pa dónde cargas, ricura?-

Eso me pregunta una gitana con una pinta de bruja que te cagas.

Acabo de entrar en el Metro. He quedado con Amara en la plaza de España, para subir juntos hasta el Palau de sant Jordi. Fuera llueve a cántaros...

La miro perplejo. No sé que deba cargar nada.

Se da cuenta de mi sorpresa...

- El paquete, ricura, el paquete-

Ahora me río. Esta tía me cae bien y respondo. No sé que haría otro.

- Para la izquierda, abuela-

- Hoy es tu día de suerte, mi niño. Te voy a leer las manos gratis-

- Y yo las tuyas, abuela-

Imagino que tendrá los surcos más profundos y claros que haya visto nunca.

- No me digas que sabes leer la mano-

Las manos, abuela, las manos. Hace mucho que no lo hago. Hoy no tengo tiempo, mi compañera me espera...-

Se lo digo mientras ando, Oigo entrar un convoy y no quiero que Amara aguante sola tal chaparrón, aunque sea en el coche.

Deep Perple es una maravilla. Un grupo de sexagenarios con la misma fuerza del primer día. Es la maestría del rock más melodioso y armónico.

Amara parece una niña, disfruto cuando la veo así, en su estado más puro.

Aparca lejos del Palau. Ha dejado de llover y anda rápido para recoger las entradas. Por el camino adelantamos a unos chavales con rastas, se enrolla con ellos, les pregunta dónde se encuentran las taquillas. Todo ha cambiado desde nuestra última vez...

Les cuenta que, aun habiendo sido olímpica, se pierde por los vericuetos del gran palacio. La miran sorprendidos y me río... Amara confunde haber sido voluntaria médica durante las olimpiadas, con ser olímpica; aunque entonces los trataban como tales. Los chavales no entienden como una mujer como ella podía haber sido atleta, aun así ven como se mueve con una agilidad y elasticidad que asombra, algo que a mí también me sorprende. Ayer no podía moverse, hoy corre y salta las vallas como un gamo. A veces pienso si sus amigos no la drogan para casos como este.

Durante el concierto salta, baila y entona las canciones; a su lado un escocés de mi edad bromea con ella, lo acompaña una amiga o eso dice.

- Nos encontramos para seguir los conciertos que más nos gustan. Es inglesa-

Me mira... busca un gesto de sorpresa y, pese no encontrarlo, puntualiza.

- No pienses mal... también es amiga de mi mujer-

Y me río. Amara no lo oye, está inmersa en la música de los mejores roqueros del mundo, de no ser así seguro que le soltaba una de las suyas.

A la vuelta acompañamos a una pareja de chavales. Podrían ser nuestros hijos, son algo más jóvenes. Vio como tomaban un atajo saltando una valla y les preguntó. No hacía falta, ambos sabíamos que acortaba el camino; pero no... ella necesita gente, extender por el mundo que la rodea su generoso extrovertismo.



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Hace un tiempo visité la vieja casa de mi abuelo en el Maresme, en la que pasé los veranos de mi infancia.

Creo que ya recién nacido, en Junio de 1951, mi familia se trasladó allí. La recuerdo tan nítidamente que podría dibujar su interior y su exterior a la perfección. El jardín rodeaba por completo la casa de planta baja, con un terrado que servía para tender la colada.

Recuerdo las dos frondosas moreras de la parte de atrás y los dos pinos de la entrada. También el pequeño árbol que planté y nunca tuve la ocasión de ver crecer, el lavadero, la nevera de hielo, el jazmín y la aroma de la dama de noche...

La visité para medir, aunque con la vista, la altura del alfeizar de la ventana en el que mi madre, tan solo para mantenerme controlado, me sentaba. Sus baldosas hacían pendiente y eran resbaladizas. Así yo debía estar absolutamente quieto y agarrado, presionando con las manos para no resbalar y caer. Y es que recuerdo esta tortura perfectamente, como si de ayer se tratase...



- ¿Se te insinuó Vicki?-

Estamos en el chino cercano a nuestra casa. Como casi cada sábado, alternamos entre este limpio restaurante oriental y otro de una buena amiga, de alta cocina catalana. Amara habla de José, de Vicki... de sus viejos amigos, sobre todo del primero.

- Sí, con la mirada, con su deseo y su amor-

Una respuesta que no deja lugar a dudas. Vicki habla mucho, pero poco o nada de sus sentimientos amorosos. La familia, los amigos, el trabajo.... eso sí. Vicki es solidaria y comprometida con sus allegados, no con extraños y campañas políticas. Con sus amigos es como Mónica, que antes que sepas de tu necesidad ya ha llegado, la sientes cerca, sin ruido.

Me habla de José, de su gran capacidad oratoria e inteligencia, así como su impotencia para utilizarla en su provecho; de cómo una vez le habló de eso al principio de conocerse.

-Habíamos hecho el sexo, Pau, y no muy satisfactoriamente. Tu amigo al principio eyaculaba con solo tocarme. Y me preguntó si tanto ensalzamiento era para seducirle. Me reí mucho. Respondí que no me hacía falta, que con él hacía lo que quería-




El alfeizar es bajo, mucho, ahora lo veo casi a pie del suelo. ¿Cuántos años tendría? Mi madre, que no se arrepiente de nada, dice que cuatro, quizá cinco.

La habitación oscura... pero este castigo tuvo los días contados, no lo recuerdo. Parece ser que de pequeño no temía la oscuridad y tenía facilidad para jugar con cualquier cosa, y el cuarto oscuro estaba repleto.

Mi madre necesitaba el terror y aquello no me lo infundía. Y encontró otro: el taburete en la bañera. Un taburete de cuatro patas en el interior de la vieja bañera, una de esas antiguas que hoy están de moda. El taburete se aguantaba sobre tres y eso hacía que se moviera. Este castigo lo recuerdo perfectamente. El pánico, la sensación de vértigo, el mismo que debía sentir sobre el alfeizar, supongo que por la concavidad y blancura de la bañera, era insoportable y me obligaba a estar completamente inmóvil.

El taburete aún lo conserva, apenas llega a los cuarenta centímetros de altura. Debía ser muy pequeño, cuatro años también.




-Vicki es distinta, Pau. Lo nuestro fue el producto de una seducción compartida, y estuviste presente. Fue aquel día, en nuestra casa pirenaica, bailando los dos con ella, desnudos... Se derritió, y descubrí que ya era imposible la marcha atrás. El único que no supo verlo fue José, ciego de deseo contenido, morbosamente rabioso-

Y sí, me di cuenta. Estaba anunciado. Dos hembras así no podían mantener eternamente una relación contenida, y más conociendo el gran deseo de una de ellas.

Amara tenía que probar, saber lo que sentiría. Temía que el contacto físico, el roce de su piel con la de Vicki, le causara rechazo conociendo la intención. No era la primera vez ni la segunda, ya con Mónica la había sentido sin ningún problema, pero era distinto, casual, amigable... el estar con su compañero entre las dos, el resultado de un juego amoroso sin más intención que divertirse con él.

-Te utilicé... utilizamos como escudo. De no haberlo soportado hubiese vuelto a tu espalda-

Y la recuerdo en ella, mientras nuestra amiga, embriagada por el momento y sintiendo la aprobación de Joan, que sonreía feliz bajo las caricias de la sabia y percatada Anna, bailaba abrazada a mí, mordiendo con suavidad mi pecho mientras sus manos acariciaban el costado de Amara.

Me sentí en la gloria. Una preciosa y morbosa hembra delante y la más bella de todas detrás, abrazándose y yo en medio. Y con regocijo vi como daba la vuelta y era Vicki la emparedada. Y como le besaba la nuca y friccionaba su cuerpo en el de ella mientras era acariciado por cuatro manos. Y sentí la pasión de nuestra amiga al besarme, amarme... su repentina fuerza y estremecimiento. Y no se dio la vuelta, no se atrevió... prefirió que siguiera siendo Amara la que llevara la iniciativa. Temió lo peor, precipitar la situación delante de todos. No era el momento y ambas lo sabían.




Recuerdo a mi padre subido al gran pino tirando piñas para que, con mi hermana, pudiera extraer los piñones y romperlos con el pequeño martillo. Recuerdo aquellos días que venían todos mis amigos, vecinos entonces, que después serían mis compañeros de aventuras salvajes, de comuna con los que compartí todo.

Mi padre nos llevaba a la papelería del pueblo; comprábamos papeles de seda de mil colores y nos enseñaba a fabricar cometas con cañas del barranco, para soltarlas en el solar vecino. Y construyó un pequeño horno para cocer arcilla y nos enseñó a escogerla entre los campos, refinarla y fabricar vasijas de mil formas distintas.

Entonces no recuerdo la cercanía de mi madre, ni su alegría y felicidad; pero sí leyendo o haciendo media o ganchillo.




-La primera vez aprovechamos habernos quedado solas, también en nuestra casa de los Pirineos. Subí con los demás. Tu lo harías después con José y los chavales, Joan y Biel decidieron ir a comprar al pueblo y Mónica fue con ellos, no quiso ser un impedimento. Todos sabíamos como terminaría, sobre todo Joan, que es muy sensible en eso; tu no, que ,como siempre, estabas en la inopia. Nunca te preocupas de lo que hacen o dejan de hacer los demás, no te incumbe...

Limpiamos la casa lo justo y nos duchamos juntas. Esta vez era Anna la que hacía de escudo, aunque, en el fondo y como siempre, su intención era divertirse con las dos o, en caso de retirarme, con Vicki.

Cuando volvieron se encontraron con lo esperado, tres mujeres terriblemente excitadas en el baño. Anna ya nos había procurado placer a las dos. Lo hizo en plan técnico, como una experiencia más dentro de su profesionalidad, pero esta vez placentera. Nos enseñó a gozar con tanta plenitud como intensidad-

Y me río con ironía. Enseñó a las mujeres, exceptuando Mónica, con la sexualidad más desinhibida y sabia de cuantas haya conocido. Les enseñó a disfrutar...

- Sí, nos enseñó a aprovecharnos de todo, hasta del reparo y de la timidez; a utilizar estas sensaciones para gozar aún más-

Lo más grandioso de esta vida es que después de haber vivido mil años y experiencias, de creerse a la vuelta de todo, uno descubre que aún tiene mucho por aprender.

- Cuando llegasteis con los niños- y ahora se ríe -Biel distrajo a José y lo mandó con ellos al pueblo. Era tarde pero le dijo que había mucho polvo y suciedad, que habíamos encontrado muchas ratas. Y como Al era asmático... Tu te quedaste, quería que participaras de nuestra nueva aventura. Nos encontraste en el baño, ya con Joan, Biel y Mónica hirviendo, hambrienta de sexo de macho, de ti... sólo que tuvo a los otros dos con su salvajismo, con su misma fogosidad. Tu te quedaste en la puerta, perplejo pero contento, satisfecho de vernos felices y pletóricos-

¿Perplejo?

Nada más lejos. Era algo que esperaba, incluso con aquella intensidad.

¿Contento?

Sí, la felicidad de sentir tu libertad, la de mis amigos, el amor que sobrepasa el límite que marca el sexo, el más difícil de conseguir, el que demuestra su plenitud absoluta. El otro se consigue con la lucha contra las barreras, las fronteras que marcan las ideas caducas e intransigentes; éste se consigue luchando contra ti mismo, tus prejuicios más íntimos, aquellos que pocos se atreven a asaltar.




Mi padre, con ochenta y nueve años, por fin ve acercarse lo que tanto temió, la degradación mental, la de un campeón de ajedrez poseedor de un cerebro privilegiado, hasta ahora claro y preciso como pocos. El corazón le falla, pierde fuelle y no irriga el cerebro como solía. Se marea, se siente débil y, de vez en cuando, pierde la conciencia, no coordina algunas ideas y se da cuenta; lo disimula, finge... pero se da cuenta y lo sé. Sabe que ya no hay vuelta atrás, que no puede operarse; sería su muerte y los médicos no quieren jugar a ser dios. Es católico convencido y no va a forzarlos, ni siquiera intentará convencerme, convencer a Amara, que, a fin de cuentas, es la que puede aconsejar su intervención, acelerar su muerte.

Pienso que mi padre está entrando en la terrible duda del creyente afectado por su creencia. Su asombrosa inteligencia se altera y lucha contra la abstracción de una cómoda fe. Y sabe que pronto ya no podrá, que su inteligencia quedará ensombrecida por la degradación, que sus neuronas empezarán a morir por falta de riego sanguíneo, que las suaves descargas eléctricas que las enlazan dejarán de fluir. La naturaleza, el dios real, deberá decidir entre irrigar el cerebro de manera correcta o el resto de los órganos, y no dudará; ella sigue otra lógica y, al contrario que el hombre, nunca duda.

A mi padre le queda el consuelo de su religión, su gran inteligencia se aferrará a la abstracción, a la inseguridad de una imposibilidad lógica.




Mis amigos, los impresentables, siempre coincidieron en que no tenía nada de mi familia; nunca supieron de dónde salió mi carácter e ideología, ni cómo y por qué escapé de un ámbito familiar, en el que hacía lo que quería, a los dieciocho, sin nada puesto; para vivir en una casa medio derruida, sucia, con el tejado parcialmente hundido y en una zona donde en invierno el termómetro no pasaba de cero grados. Nuestro baño era el río, nuestra comuna también. Trabajábamos en las pistas de esquí y de noche volvíamos a la casa en un vehículo de desguace. Hacíamos la comida de la misma manera como nos calentábamos, con un fuego en el suelo.

Mi padre no me enseñó a ser libre, mi madre menos aun; mi abuelo quizá fuera el que tenía más sentido de la libertad, pero ni mucho menos el mío. Mis amigos reconocen que descubrieron su valor gracias a mi. Mónica no, ella ya era así; y tampoco nadie se lo enseñó. Mónica es la libertad en el grado más elevado que conozco.



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Esta semana, S, mi socio, ha recibido la llamada de su sobrino. Le pedía dinero para mantenerse. Lo vi perplejo, sumido en un estado entre desesperado y anonadado.

Cuántos años tiene, le pregunté. Once, respondió.

Y me escandalizo, me asombra la degradación a la que han llegado unos padres para hacer que sea el hijo quien dé la cara.

¡Once años!




Once años... ¿Cuántos tendría yo cuando mis padres me obligaban a visitar a mi tío para lo mismo. Once o doce, más no, ya que los hubiera mandado a la mierda.

Mi padre estaba sumido en una depresión, mi madre no paraba de acosarlo, de atacarlo. A menudo debí abandonar la escuela para acompañarlo en su trabajo, era representante de comercio y no podía ir solo por la calle. Mi madre, de una extrema vagancia, no solo nunca lo hizo sino que día tras día se lamentaba de su suerte. No podía disponer, como solía, de una chacha.




Mi padre morirá, ahora ya sé cual de los dos nos abandonará primero. Mi madre es consciente que no puede esperar nada de mí, se lo he hecho saber con la suficiente claridad y persistencia. Es orgullosa y sé que no buscará la pena, preferirá morir antes de hacerlo. No obstante, reconozco que la amo y mucho, que me costará. Ayudaré a mantenerla y mi hermana la cuidará lo justo. No quiero nada suyo, absolutamente nada. Lo poco que tengo lo he conseguido solo, sin ayuda de nadie; igual que lo mucho que he perdido.

He sido rico y pobre con la misma intensidad, mas nunca le he debido nada a nadie, ni cuando dejé de comer para que mis hijos no sintieran penuria. Desaparecí de mi entorno para que mis amigos no supieran de mi estado y se sintieran obligados. Solo Mónica estuvo al corriente. He sido celoso de mi libertad hasta en esto.



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Leo las últimas declaraciones de Zapatero y me satisfacen. No estoy seguro que su política económica sea buena o mala, quizá no sea la mejor, tal vez mi lógica se acerque más a la de la actual derecha; pero no... debemos aprender a separar lo honesto de lo aparentemente rentable.

Tenemos una clase empresarial deplorable, inculta y tercermundista. Ya está bien de hacerle la cama y pagar sus caprichos. Ahora es el momento de mandarla a la mierda, renovarla, regenerarla... Los inútiles que cierren, que busquen trabajos acordes a su capacidad, aunque sea de barrenderos.

Estoy harto de ver gente que se cree empresaria por tener una tienducha mal llevada, acostumbrados a que les dé para un piso de alto estánding, una casa en la playa, carrera en los EEUU para sus niños y un BMW en la puerta. Ahora esos tipos no tienen crédito y deben luchar por un espacio en el mercado, sin saber hacer la O con un canuto; han de pelear con sus competidores, con una familia acostumbrada a no dar golpe... Y esos, aunque voten a la derecha, ya no pueden esperar nada de ella, porque no hay dinero para todos. Quizá esperaban que bajasen los salarios, que no se repartiera dinero entre los ayuntamientos, que se dejara al asalariado sin cobertura para que ellos siguieran tirando sin preocuparse.

Esta crisis tiene unos culpables, todos los conocemos, los que pretendieron hacerse ricos especulando y los que gastaron sin posibilidad de pagar. Dejemos que sean ellos quienes la paguen. Los asalariados de base, los mileuristas... seguro que no son.

El empresario quiere que el Estado lo socorra, invierta dinero para mover la economía, pero no quiere pagar más impuestos; y se queja si el estado se endeuda, fabrica billetes; dice que más tarde o temprano habrá que pagarlos. Pretende que el estado lo socorra reduciendo sus gastos, los sociales.

El empresario español no quiere al Estado, a no ser de necesitarlo. Se queja si está, se queja si no está... todo depende de su momentáneo interés.

sábado, 12 de septiembre de 2009

FÁTIMA



Hace poco abrí un nuevo grupo en Facebook dedicado a Malalai Joya, no muy activo que digamos; pero, en fin, es el primero en castellano.

¿Servirá de algo?

En principio creo que no.

Dudo que por mi queja, la OTAN tome medidas contra el onanismo de los señores de la guerra afganos; tampoco lo hicieron por sus asesinatos y desmanes, así como por ser los productores más grandes de opio del planeta. Antes, con los talibanes en el poder, no había opio, pero sí el mismo onanismo y crimen.

Tras la “victoria” de la OTAN, lo único que ha cambiado en Afganistán es la producción de amapola; algo de lo que Chacón debería tomar nota y averiguar lo que pintan nuestros soldados allí, a menos que sea eso lo que defiende con tanto ahínco nuestra inteligente y feminista ministra.

Lo triste del asunto, del mío, que es del que hablo, es a lo que he llegado.

Qué triste para un tipo como yo, que de una manera u otra y con suerte diversa, ha luchado por la libertad y la igualdad allí donde ha estado.

Una semana, quince días... da lo mismo; tanto de cerca como de lejos, antes y durante nuestra vergonzosa transición; y después, ya con la madurez de los años y los hijos.

Unas veces al pelo, justo para sobrevivir a la aventura; otras con fuerza, arriesgando y participando en lo que podía; y todas intentando dejar un recuerdo, un ejemplo de libertad y ansia por la lucha.

¿Qué queda de aquello?

Hace tiempo me preguntaba en este blog, qué hubiera pasado de no haber existido o no haberme entremetido en mundos que no eran los míos. Pero hoy la pregunta es otra: ¿existen diversos mundos o todo es uno?

Pero... ¿qué queda de aquel hombre?

Nada, aparte de una familia que cuidar y un negocio que defender. Absolutamente nada, aparte de escribir y crear grupos de interés en Facebook por una mujer a la que me gustaría apoyar como mejor sé, sin tener hoy la posibilidad de hacerlo.

Siempre he creído en la legitimidad de la violencia, la inteligente y precisa, la necesaria para conseguir la libertad y la igualdad. Y es que sin lucha, nadie regala lo que, sin serlo, cree suyo.

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Fátima sigue con su pañuelo, es preciosa, simpática y hasta el hiyab le sienta bien. Lo lleva a la moda, estampado con predominio del morado y a juego con los pantalones.

La veo cuando limpia la escalera de mi edificio. La acompaña su compañero, esta vez magrebí como ella. Me gusta más que los otros, parece de su misma edad y es fuerte y simpático. A veces se queda para ayudarla, supongo que para terminar antes y porque no tiene nada que hacer; otras la deja sin más y sigue su camino. El primer día aguantó la puerta para que yo pudiera salir con la bici. Se extrañó de la familiaridad con que nos saludamos. Ella, que hasta entonces no sabía que era vecino, debió suponer que había intercedido para que la llamaran. No me costó demasiado, mis vecinos no sufren asomo de racismo encubierto por ningún lado. Sólo preguntaron si llevaba pañuelo.

- A veces si, a veces no. Según como le da- respondí.

Y es que con Fátima nunca se sabe.

La verdad es que me supo mal. No quiero que nadie se sienta deudor de nada. Fátima es limpia y noble, se le había terminado el contrato con la frutería y es natural que, a falta de alguien, la propusiese para el trabajo. Después el resto cae por su propio peso...

¿Conoces alguien de confianza para...? Y, claro ¿a quién aconsejarán?

Limpiar casas, escaleras, negocios... se paga bien.

El yihab... Eso terminará cuando se ponga de moda y las chicas europeas, laicas y desinhibidas, lo descubran como adorno. Entonces se terminará el mal rollo, tanto de unos como de otros, porque ya no habrá distinción que valga; a menos que entonces se tapen la cara, algo que Fátima nunca hará.

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El cinismo de la cultura occidental, el de algunos, llega al extremo de creerse el ombligo de la libertad. Una mujer medio desnuda en la Barceloneta es más libre que una marroquí con velo por su vestimenta, porque la una puede ir como quiera y la otra no; aunque eso ya se discute. Y es que pronto veremos a la policía municipal, perseguir a las chicas con pantalones abajo y la parte superior del bikini arriba. La cosa, por lo visto, desorienta al urbanista, al ciudadano que no creía vivir en una ciudad playera y turística, y considera el ombligo femenino cosa de mal gusto e indecente.

Si dejamos que eso llegue a buen puerto, mañana nos podemos encontrar que, para salir a la calle, deberemos ponernos el traje; que así debieron empezar en los países árabes, los de la danza del vientre e inventores del bikini, cuando aquí aún se vestía con un saco.

En Francia se han puesto de acuerdo la extrema derecha y la extrema izquierda, casi por la misma coyuntura: los unos, por la defensa de las costumbres occidentales; y los otros, por la defensa de las libertades occidentales. El resultado de tanta defensa es que las moritas, en caso de ser ricas son árabes, no podrán ir como les antoje sino como dicta la buena costumbre, esa tan libertaria.

Si eres mora con velo no eres libre, si eres negrita con las tetas al aire tampoco; la libertad la marca el canon occidental, dependiendo de la ciudad donde vivas. En Ámsterdam puedes ir en pelotas, en Marsella con el conveniente recato; a saber lo que es eso.

Las monjas, esas que parecen extrañas criaturas llegadas de un planeta remoto y a las que solo se les ve un cachito de cara, tienen permiso especial, no ofenden a la vista ni atentan a la libertad individual; aunque, por alguna razón parapsicológica, no puedan optar al sacerdocio, decir misa o quedar preñadas, a no ser por el Espíritu Santo.

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De la Vega dice que la autodeterminación y la independencia no caben en la Constitución. Parece ser que está enfadada por el referéndum y no lo considera democrático, en cambio sí ve democrática la manifestación de Falange española, un partido antidemocrático, en la misma población.

Lo cierto es que a HB se le dice que debe actuar según el marco legal para conseguir la independencia, pero dicho marco no contempla la posibilidad de conseguirla democráticamente ni pacíficamente. La independencia solo sería posible a través de un refrendo, pero está prohibido realizarlo a no ser que el gobierno lo propugne, y éste dice que nunca lo hará.

Maravilloso...

La ministra da pena, es patética; igual que las ministras, cuando dejaron que Berlusconi le diera por el culo a su condición femenina, frente la prensa y los embajadores europeos.

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Hay fiesta en casa de los vecinos, se oye risa y música... Es mi hijo, su compañera, su amiga y unos amigos invitados.

Me gusta que disfruten. Y mientras los escucho recuerdo el tema de pcbcarb.

- Pau, no sois unos padres normales, no os comportáis como tales-

Y me río...

Su compañera Laia, una chavala estupenda que ha conseguido sacarse la carrera, pese las trabas que encontraba en su familia. Se la pagó sin ayuda de nadie y con becas. En su casa todo era individual, desde la comida del frigorífico hasta el ordenador que utilizaba para estudiar o la conexión a la red. El frigorífico estaba compartimentado, cada uno tenía su espacio y pagaba su comida. Un día, estando enferma, Al la trajo a casa. Me explicó que aquí, por lo menos la cuidaríamos o llamaríamos al médico.

Su amiga Bel está sola desde los quince años, su padre vive con una mujer que no quiere ni conocerla y ya tiene un par de hijos con ella, y su madre a dos mil kilómetros de distancia con otro hombre. El piso en el que vivía es de los padres y debía pagarles un alquiler. También sacó la carrera con matrículas y becas, y desde hace años la trato como una hija. Ahora es como si tuviera otra, tres hijos en el piso de al lado que me tratan como padre y amigo.

- Pau... no sois normales-

Todos tenemos nuestra normalidad, y la propia nos gusta y nos sentimos bien con ella.

Es curioso que unos tipos como nosotros, con una manera de vivir tan peculiar como extrema, se sientan tan normales.



lunes, 7 de septiembre de 2009

MIS HISTORIAS




Es domingo. Antes de comer hablaba con Pilar sobre mi máquina estropeada, Creo que no tiene arreglo, no obstante mi informático hace lo imposible. Y me llama... debo ir y estudiar con él una solución que ha creído encontrar. Si no lo consigue deberé comprar una nueva. Una fortuna.
Mi hijo viene histérico, entra en el ordenador y me compra dos entradas para Deep Purple. Debería estar contento, el problema es que las pago yo y ya veremos quien termina asistiendo. Amara está de acuerdo, pero no piensa que deberá aguantar tres horas de pie.
Paso frente a la cárcel de mujeres. Al otro lado de la calle, en la acera de enfrente, una familia de color: el padre, un niño y dos chavalas vigilan las ventanas. Saben que la madre los verá y podrá despedirse, ellos no, ya que los cristales están sucios y tras una espesa reja.
Las cárceles son terribles. Estuve quince días en una de ellas. Era un simulacro, bien montado, por cierto. Mis compañeros eran extraños, alguno de ellos extremadamente violento, un par medio locos y todos intentando aparentar más dureza de la que tenían. Y sí, la prisión fue un simulacro, los presos no, esos parecían de verdad y escogidos con sumo cuidado. Un espacio reducido, no llegaba a los 100 metros cuadrados, con más de diez presos. Pero esta es una historia que otro día contaré, tal vez dentro de un año, puede que dos...


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Mis historias, esas que cuento en el blog, son absolutamente verídicas. El lector debe saber, que tal como las recuerdo las escribo.
A veces un día despierta la memoria, y aquella historia que conté hace un año o más, parece que tome forma de otra manera. Y es que el recuerdo de una anécdota, causado a veces por una actual experiencia, hace que sienta, una vez más, la necesidad de escribir sobre el tema.
Las historias suelen ser aderezadas con anécdotas de otras, que no están en mi ánimo contar, por lo menos, por ahora. También el tiempo y los protagonistas son intercambiados, y sólo por mantener su anonimato y que nadie pueda sentirse identificado, que no para aumentar la belleza del relato.
Unas veces las conversaciones son imaginarias, otras no; porque, pese al tiempo transcurrido, las recuerdo como si transcurrieran ahora mismo.
Hay momentos que en el recuerdo aparece la imagen de una sala, una calle, una casa, un paisaje... hasta los detalles más nimios. También es cierto que uno de mis entrenamientos consistía en agilizar y utilizar la memoria, y eso lo conseguí ordenando y memorizando todos los objetos que encontraba.


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Esas son, sin lugar a dudas, las historias de un viejo hippie venido a menos, al que le cuesta mucho más de lo que parece contarlas. Y es que a veces a uno se le hace un nudo, y no siempre en el estómago o la garganta sino en el cerebro y en el alma.
No me arrepiento de nada. Y no porque arrepentirse sea de necios, que no lo es, sino por entender que uno ha sido el producto de sus vivencias y eso no puede cambiar. Hay momentos que estoy tentado a sentir arrepentimiento, pero duran poco, el tiempo de un suspiro, el justo para que la razón vuelva a su sitio.


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Y hoy, al pasar enfrente de la prisión, recordaba que al anunciarse el asesinato de Miguel Ángel Blanco, algunas etarras, reclusas de esta misma cárcel, brindaron con un cava que guardaban para la ocasión.
Toda exageración es mala, tanto la de un lado como la del otro. Y si aquellas reclusas intentaban un acercamiento, atraer la confianza y simpatía de la organización, fueron muy estúpidas. Lo razonable es sentir dolor, por muy enemigo que sea o que lo hayas matado tú; lo contrario es tan artificioso como engañoso y, en el caso que fuera creíble, al individuo en cuestión, mejor mantenerlo alejado. Y es que el chiflado nunca es buen aliado.
Es curioso hasta donde llega la degradación moral o la degeneración mental. Nunca sabré, dado lo poco que tengo de psicólogo, cuál de las dos es la adecuada.


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Ayer, mientras releía mi último relato, recordé cómo conocí a Amara.
-Más original y descabellado no puede ser- decían mis amigos; no los impresentables, aquellos cuya manera de vivir era parecida a la mía. Yo no pensaba lo mismo, tampoco había para tanto, sabido como había conocido a Anna, a Lourdes y a Mónica.
Amara fue especial, la más de todas, aunque esta historia prefiero guardarla para otro momento.
Ayer, al recordar, pensé que las mujeres, que también podrían ser hombres, más libres que haya conocido son: Anna, Mónica y Amara. Creo que sentir más la libertad, respetarla más... es imposible.


Cuando alguien me pregunta por la filosofía hippie, que no movimiento, y lo que significaba, siempre respondo lo mismo: la libertad individual y el respeto por la de los demás.
Lavarse o no, llevar el pelo largo o corto, vestir de una manera u otra... no importaba, eso era insustancial, parte de una estética que se relacionaba con la filosofía; cuando una cosa nada tiene que ver con la otra.

miércoles, 2 de septiembre de 2009

... LA HISTORIA MÁS BELLA...



- Tu padre es la hostia-
Eso le han comentado a Al sus amigos.
- ¿Para bien o para mal?- Le pregunto mientras me parto la caja.
Y veo sorpresa en sus ojos... – Para bien, claro, sino de qué me lo hubieran dicho-

No me gusta causar asombro, aunque es natural entre sus amigos visto los progenitores que gastan.
El asombro es relativo, depende del entorno. Para unos puedes ser vulgar en exceso, para otros extraordinario.
No está mal, me digo; debo estar en el punto medio, este centro tan buscado por todos. Pero no... el centro es uno mismo.
“El hábito no hace al monje”. Eso dicen los entendidos o el refranero popular, ese que cada momento se contradice. Pero si me analizo, cosa harto difícil, mucho más de lo que dicen los sabios, con la turbia intención que la verdad no se proletarice, descubro que dispongo de poco hábito y menos normas. Será porque aún me siento marino y me adapto al cambiante mar de la Mediterránea, tan tranquilo por fuera, como traidor e imprevisible por dentro.


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La sospecha es intuición; el enemigo debe sospechar, no saber. La sospecha produce temor, la certeza seguridad.
Sospecha que algo hay, pero es invisible, indetectable para él; y eso hace que no sepa de su tamaño e importancia, ni siquiera está seguro que exista. No sabe dónde buscar o si dilapida recursos cazando fantasmas, mientras sigue perdiendo terreno e influencia. Sus informes se pierden o se manipulan, sino, por qué recibe órdenes tan confusas, se pregunta. Algo se le escapa y duda de si alguien juega con él, lo manipula para un fin desconocido. Todo está podrido, piensa; ya nada es como antes y la traición ha llegado su casa. Y se desmorona, así ya no puede seguir luchando.


Nunca muestres sorpresa de nada y de nadie, a no ser que desees confundir para mostrar una inexistente debilidad.


Es un juego, lo has convertido en tal y te diviertes con él; un maravilloso y peligroso juego, aunque no tanto como aquellos días en las montañas de Cachemira, que nunca estabas seguro si al día siguiente despertarías.
Piensas en el próximo movimiento, tienes el gigantesco tablero en tu mente, mientras conduces de noche por la solitaria y serpenteante carretera, que os acerca a vuestra casa pirenaica. Tu compañera dormita al lado, serena, tranquila... mientras en tu cerebro entran las notas de aquel jazz que nadie entiende. La música... esta complicada melodía es parte del gran tablero, así como las curvas de la carretera y los árboles del frondoso bosque. Todo liga: las piezas, las notas...
La miras y te emocionas, su bellísima cara, sus facciones de preciosa muñeca... por ella darías la vida, pero mucho más por lo que representa: la libertad más absoluta y la fidelidad a una idea.
Y sonríes, porque, después de todo, para ti nunca ha dejado de ser un juego; incluso cuando tuviste que ir al dentista, aún medio cojo, para que te remozara la dentadura.
Y recuerdas cuando te preguntó...
-¿Cómo te lo hiciste?-
Y tú, sonriendo...
-Jugando con unos amigos-
Y es que para ti era solo eso.


El hombre, ante lo desconocido, debe sonreír por fuera y reír por dentro. La risa es para los amigos, para el amor.


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Y hoy, al explicar a un buen amigo las vicisitudes que me tocó pasar, cuando me rescataron justo antes de morir de frío, he recordado hasta el más pequeño detalle, igual que si lo hubiese vivido hace nada.
Es curioso como algunos recuerdos quedan gravados en la mente, hasta el punto de rememorarlos como una fotografía.


La gran ventisca, la invisibilidad blanca... no impidió que hoy recuerdes hasta el dibujo que formaba en la nieve el paso de tus piernas, que no pies, de tus manos. Si hoy, después de cuarenta años, pasaras por el mismo lugar, con la misma nieve, lo reconocerías. Sus árboles, las ramas de pino negro colgando bajo el peso de la nieve; y que gracias a ellas, Albert te arrancaba de la mortal trampa.
Y recuerdas la bañera en la que una mujer frotaba tu cuerpo con una esponja, para que pudieras entrar en calor con la justa lentitud; los viejos grifos, la sala... Y más tarde, la estufa de leños, las pocas mesas con otros montañeros, que gracias a su sentido común no pasaron por vuestro trance. Y la chica, sus facciones, aquella que te devoraba con la mirada; que mientras tú te descubriste humano y vulnerable, ella ta veía como a un invencible gigante; y con la que, ya en la gran ciudad, tuviste la aventura más tórrida y salvaje. ¿Qué edad tendría la chavala? ¿Dieciséis, diecisiete? Tú quizá ibas a cumplir los dieciocho. Hoy, por un día te acusarían de corruptor.
Y recuerdas su mirada, aquellos ojos oscuros y penetrantes; la delgadez de su cuerpo, sus pequeños y duros pechos, sus fuertes pezones. Y su ardor... y su gran fortaleza aun siendo tan delgada.
Os creíais semidioses, gigantes inmunes al frío y al cansancio. Aquel día aprendiste lo contrario. La naturaleza te situó allí donde nadie debería salir, y la suerte te dio la oportunidad de tomar buena nota; o tal vez te sirviera para comulgar con ella y fuera la última acción que decidió la definitiva marcha de la casa paterna; porque después de aquello os fuisteis a vivir en lo alto de los Pirineos, en una casa semiderruída de un pueblo abandonado.


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El truco es la pauta, todos la tienen, la tenemos; si la descubrimos podemos seguir al intruso, a la víctima; si nos conocemos podemos desactivar la nuestra.
No es bueno moverse de noche. El enemigo espera agazapado, es el mejor momento para una emboscada. Debéis provocarlo, hacer imprescindible su movimiento. En contra de lo que se cree, el movimiento hace vulnerable.
Apostaros a los lados del camino, emboscados... cubridlo de hojas secas, ramas quebradizas, con naturalidad e inteligencia. El enemigo, por lo que sabemos, no está preparado, no sabe marcar el paso. Así sabréis de su presencia y su número, dónde empieza y termina su destacamento.
Y, por el contrario, de noche hay que moverse de uno en uno, marcando el paso a pasos largos, lentamente y separados. Marcándolo para que el emboscado no sepa vuestro número, lentamente para que el que siga pueda parar a tiempo, a pasos largos para tener menos posibilidades de pisar una mina y separados para evitar que, de estallar, elimine a más de uno.
Las minas deben recuperarse y montarse nuevamente, así se aprovechan y no matan al campesino aliado. De no poder, hay que extraer el explosivo para convertirlo en bombas y deben ser enterradas de nuevo; de esta manera provocáis terror e inseguridad, atrasáis la marcha del enemigo, que debe desactivarlas sin saber su inutilidad.


Las palabras no cambian el pasado, pero sí lo pueden hacer con el futuro.


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Echada sobre una toalla, o directamente en la arena, o en una roca granítica pulida por miles de años de tempestades marinas, o sobre la cubierta del barco... Es Mónica.
Amara te mira, sabe lo que piensas, deseas... y sonríe. José en la caña vigilando el compás, el lejano vuelo de las gaviotas que marcan un banco de peces. A tu amigo-hermano nunca lo encontrarás en la playa, en una cala; su piel no lo permite.
Y te acercas, te tiendes a su lado, le acaricias...
- Te pongo crema. Vas a achicharrarte-
Nunca se quema. Su piel es tan suave como densa, fuerte, inmune a los rayos solares. Es morena, tanto que parece mulata.
Y se deja, y al poco suspira, y sientes como sus músculos se tensan. Y se entrega o exige tu entrega. Es puro fuego, la extrema sensibilidad, la urgencia del más desatado sexo.
Y siempre: hazme de todo, o: quiero sentir como te deshaces, o: desmenúzame con toda tu fuerza...
Y comienza una corta lucha de sexo si eres tú el que exige, y larga si es ella.
Dicen que el macho es el primero en deshacerse, en rendirse al placer. No es cierto.
¿Lucha de sexo?
Quizá en tu caso sea de amor.
Y pierdes el sentido al ver su estilizado cuerpo rebrincar, reventar de gusto; su deliciosa cara mostrar placer, emitir el duro y prolongado gemido del orgasmo...


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Amara está tensa, se encuentra mal, pero insuficiente para sentirse anulada, no poder pensar. Le duele la cabeza, la espalda... está débil y se revuelve contra su estado y su físico. Me habla con inaudita agresividad, como si yo fuera el responsable de su dolor y su desgracia. En momentos así suelen reflotar viejas desavenencias, cuentas que creía pasadas, heridas que creía cerradas...
Me dan ganas de insultarla, mandarla a la mierda. Otro lo haría, aprovecharía la circunstancia. Soy fuerte, me siento joven... aún hay tiempo para vivir. Sin embargo, le pregunto por lo que hoy me preocupa y por sus palabras me incomoda.
- ¿Has sentido celos alguna vez?-
Quizá este sea unos de los pocos momentos que puede estallar y descubre o me clarifica lo que espero y creo: que muchos se confunden y es como Anna, Joan, Mónica, yo... nadie más. El resto no. Por poco que sea, sienten un punto de resquemor; como José, que juega con él, le excita.
- ¿Celos? No seas capullo. ¿Cuántas veces me lo has preguntado, aunque de mil maneras distintas? Y tú, que si no amas no se te levanta, ¿los has sentido alguna vez?-
Y callo. No sé lo que son los celos. Nunca los he sentido. Solo una vez, cuando Anna me traicionó, me pareció sentir algo parecido. Pero era rabia por su infidelidad, no la del sexo o el amor sino de la amistad y la confianza.
- No quise hacerte daño- Eso me dijo como excusa, estúpida, por cierto, viniendo de una de las mujeres más enteras, valerosas y de principios más sólidos que haya conocido.
No le vino en gana hablar, lo consideró innecesario o no pensó que Albert era más que mi amigo. Me hizo tanto daño que durante un año no quise saber de ella. Huí de su mundo y ella, acongojada, después de pedirme perdón, lo hizo del mío. Un año para perdonarla y olvidar, recordar lo maravilloso de ella, que es casi todo, y pensar si tal vez fui yo el equivocado. El año que conocí a Lourdes.
Y a mi vuelta de Perú y después de conocer a Amara, volvimos a ser lo que fuimos hasta un límite difícil de igualar.
- ¡Celosa yo! Tiene gracia...-
- Solo he preguntado. No hace falta responder con tamaño desdén-
- Celosa no. Solo siento rabia de no poder ofrecerte lo que mereces, lo que te gusta y tienes a la vuelta de cada esquina- Y, ya más tranquila... –A veces lo que tengo es miedo de perderte-

¿Que si no amas, no se te levanta...?
Por muchas vueltas que le dé nunca entenderé la situación.
Los más desinhibidos, los que siempre han sabido separar el sexo del amor y la convivencia, no pueden disfrutar de él si no es a partir de un cierto sentimiento romántico.
Joan y yo, los que más hemos vivido el sexo en su estado más puro y salvaje, los que lo hemos practicado con más brutalidad y despego... si no hay amor no se nos levanta.
A veces nos reímos de ello...
- Cómo lo has hecho, si esta tía ni te va ni te viene-
- He engañado el alma, he buscado algo con lo que sintiera empatía hacia ella-
Lo pasábamos bien, no cabe duda.
Un día se fue de putas con José. Nuestro amigo no paraba de pedírselo, ya que yo no estaba por la labor.
Dos niñas preciosas, jovencísimas, carísimas...
-Te hacían maravillas, Pau. No podrías creértelo-
- No me engañes. ¿Cómo terminó?-
Y, ya riéndose...
- Nada, ni manera-



A mí ya me pasó el día que un “conocido” depresivo tuvo la osadía de invitarme en una encerrona. No podía ir solo, le daba coraje... Él, de tan borracho, cayó de la cama y lo metieron en un taxi.
Me quedé solo, hablando con una chavala brasileña. Intimamos, hablamos de mil cosas distintas. Era una buena profesional, después de todo; pero el tiempo pasaba, el reloj daba las horas...
- Te van a llamar la atención, ni siquiera consumimos...-
- Hay poca clientela y nos lo pasamos bien. De vez en cuando nos dan esta libertad-
Al rato apareció su amiga, cubana, preciosa, divertida... hablamos de su país, de sus problemas, de su ciudad. Trabajaba para ahorrar y volver a la isla.
Y me contó lo de mi “amigo”...
- No te preocupes, pasamos su VISA por la máquina-
Al poco ya sentía el gusanillo. Un gin-tónic y dos preciosas chavalas, inteligentes y sensibles... hacen maravillas. Sentí la necesaria empatía.
Una sala con un gran jakuzi... Posiblemente ya lo habían cobrado y se sentían deudoras. Nadie regala nada y menos en este mundo.



No. Nosotros no somos de este mundo, nunca nos ha hecho falta y tampoco nos ha gustado. Amara y Mónica si, igual que José. Vicki es más parecida a nosotros, también necesita una cierta dosis de amor; y cuando hay desconocidos por medio, la introduce Amara con su simpatía y extrovertismo.
Por lo que la conozco, creo que mi compañera también precisa un punto de amor, al contrario que Mónica, capaz de cepillarse a un tipo sólo porque le gusta sin sentir nada por él. Amara busca empatía encontrándola sin apenas esfuerzo y, como su amiga-hermana, la emite con mucha fuerza embelesando a hombres y mujeres con asombrosa facilidad. Consigue que, al poco de conocerla, sientan la necesidad de poseerla.