miércoles, 30 de enero de 2013

EL TINTE DE LAS BANDERAS

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Son las 9,30, miércoles 30 de enero, el Metro va vacío como nunca lo había visto, no reconozco las caras de la gente y eso que siempre lo cojo a la misma hora. Hace una semana o más que no iba en él, quizá sea eso, pero igualmente lo encuentro extraño.
En la calle percibo irritación y desesperanza, parece como si se hubiera sobrepasado el límite. Entre los jóvenes de treinta para abajo no, esos pasan de todo, por lo menos en su mayoría. No tienen interés ni creen en nada, se consideran liberales y algo conservadores, no quieren ser molestados, les importa un pimiento lo que pase en Siria, en Mali, si es o no justa la intervención, lo que suceda a los saharauis, a los palestinos. Eso cae lejos aunque esté a la vuelta de la esquina y nunca visitarán estos países en sus vacaciones. En caso de tener suficientes estudios solo piensan en huir del país, marchar lejos para no volver. No sienten raigambre por la tierra, por su gente, ni siquiera por el idioma. Muchos prefieren hablar inglés incluso entre ellos y no es raro que en una conversación introduzcan algunas frases en este idioma. No se lo puedo recriminar, son el último producto de una sociedad complaciente y degenerada, y solo quieren olvidarla. Nunca nadie había sido gobernado tan mal y a conciencia, recreándose con ello.

Me avergüenzo de la gente tan cobarde y pútrida como sus dirigentes. Me avergüenzo porque otra cosa no puedo hacer, excepto proponer con mis compañeros una solución, que, aun siendo reconocida como la única capaz de regenerar el país, la mayoría la prefiere obviar, con la excusa de no sentirse preparada para gobernarse. Prefiere seguir como está antes que eso y, para disimular su cobardía, habla y discute sobre si seguir otros caminos que nos imitan, falsos y organizados por el mismo poder para disgregar. Y lo sabe, pero antes de involucrarse prefiere hacerse la engañada o pasar por estúpida.

Cada mañana paso por delante de la oficina central de Unió Democràtica, esos que robaron el dinero que debía servir para formar a los parados, y que utilizaron para comprar despachos y fotocopiadoras. De su cristalera cuelga una bandera de cuatro metros, creada como todas para marcar el territorio de un señor feudal, a costa de toneladas de sangre de una gente que solo pretendía cultivar su tierra y procrear. Los dirigentes que, como excusa para gobernar, se esconden tras banderas como esta, pretenden ser los herederos de aquellos que las crearon y, para conseguirlo, aplastan, oprimen, roban y sacrifican a quien haga falta.

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domingo, 27 de enero de 2013

UN APUNTE PARA EL BLUES DE AMARA

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Debió ser el mismo año, el de su despertar y el de mi asombro. Anna estaba vestida, informalmente como solía, solo el desorden de su pelo daba a entender lo que había pasado. Amara, ajetreando en la cocina, solo llevaba el delantal. Recuerdo su expresión, su mirada entre divertida y satisfecha, la manera como se volvió para saludarme.
-Anna se queda a cenar.
Las besé y me senté en el sofá para charlar un rato con mi vieja amiga. No pregunté, ¿por qué debía hacerlo? Para Amara empezaba a ser lo más natural. Todavía conservaba en un rincón de su sentimiento, un pequeño resquicio de su antigua moral, la necesidad de explicarse para quedar en paz consigo misma, aunque fuera con gestos o una simple sonrisa de traviesa complicidad. Para Anna, sin embargo, una explicación hubiese significado un acto de pleitesía al hombre, un insulto a su inteligencia y a su personalidad; o vete a saber, porque nunca podré entender lo que pasa por su cabeza en casos como este.
Siento sus dedos pellizcar mi pecho, sus labios en mi nuca, la excitante caricia de aquella mujer, única hasta entonces. Me retiene, no deja que ayude a mi compañera a poner la mesa.
-Déjala, quiere hacerlo sola y no se lo perdonaría.
La veo pasar con su típico trasiego de gestos mientras cuenta historias sobre algún vecino o explica el último chiste contado en el hospital. Se siente cómoda, con Anna incluso más que con Vicki. La coincidencia de sus inteligencias, de sus ideas.

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-Me has enseñado a amar.
Se equivoca, antes de conocerme ya amaba a sus pacientes. Tengo la casa llena de sus recuerdos, de los que sobrevivieron y de los que murieron a su lado. Lo recuerda todo, la medicación que tomaban, sus enfermedades, de lo que hablaban. Veo como los limpia y los reordena con parsimonia, y sé que recuerda.
No, yo solo le enseñé a quererse, a conocerse y a gustarse, a tomar conciencia de su gran inteligencia, de que podía conseguir lo que quisiera, incluso lo que más había soñado; y de su tan extraña como asombrosa belleza.
Apenas tengo fotos de ella y de Mónica. De Anna no tengo ninguna. O sí, la de nuestra boda con el resto de mis amigos, donde se le ve lejana y escondida, y junto a Biel.
No tuve cámara hasta muy tarde, nunca sentí la necesidad de tener fotografías, prefería recordar las imágenes y los momentos sin mediar un papel. Ahora me arrepiento y las echo en falta.

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Ayer mi hijo revisaba preocupado los currículos de los nuevos aspirantes.
-Las fotos me cuentan mucho más que los currículos –me dice nervioso –Las pido de medio cuerpo y sin fantasías, las que no cumplen este requisito suelo desecharlas, a menos que me convenzan por algo muy especial.
Pensaba que mi hijo nunca me sorprendería, pero está visto que lo ha conseguido.
-Fíjate en este, ¿qué pensarías de él?
Su currículo es largo. Británico, con un master sobre algo que no entiendo qué es, ha estado en infinidad de campañas de conservación por medio mundo. Miro la foto, un tipo bien plantado, muy bronceado, con el traje de neopreno abierto, depilado y mirando de lado con sonrisa seductora. Y me río, ahora entiendo que sus trabajos hayan sido en el trópico, sobre todo en playas o en barcos.
-Un metrosexual. Seguramente os acarrearía muchos problemas.
-¡Bravo! Aunque era fácil de ver.
Cambia de carpeta y me enseña la foto de una chica de cara rechoncha, sonrosada, pelo corto y ojos pequeños y azules. La foto solo enseña el cuello y la cara, y por el grosor del primero debe ser obesa. No leo su currículo, quiero hacerme una idea sólo a partir de su foto.
-Esta chica trabajó con nosotros la pasada temporada, ¿qué te parece?
-No sabría decirte. Antes de escogerla dudaría y repasaría el resto.
-¡Bravo otra vez! -Responde con un deje de admiración. -De tan gorda no podía con su alma y trabajaba poco y mal, siempre estaba de mal humor y se creía mejor que el resto.
Observo su mirada y entiendo lo que dice, sin embargo, es ahora cuando lo veo, una vez apercibido.
Según Al, con holandeses, británicos, israelíes y portuguesas, no se puede trabajar. ¿Por qué las portuguesas y no los portugueses? Le pregunté entonces. Y se encogió de hombros. Él no se hace tantas preguntas, trabaja con cientos de personas y es lo que hay. Al principio se negaba a discriminar, con la creencia que podía ser una casualidad, pero el tiempo y los problemas le demostraron lo contrario.
Según él los israelíes son lo peor, ya que se creen especiales y en campañas de conservación es indispensable la convivencia.
-Al principio no quise aceptarlo, pero al final me rendí a la evidencia. Convivir con unos tipos así es imposible, se creen que el mundo gira a su alrededor.
Los holandeses son los menos preparados, pero siempre escoge a uno, como intermediario con los turistas de su país. Los franceses son buenos veterinarios, quizá tanto como los norteamericanos, y nunca se quejan antes de haber terminado el trabajo; tanto valen para una difícil inmersión como para una escalada y, sin embargo, no andan chuleando como los italianos. Los británicos se creen dioses, como si ya hubieran nacido enseñados, y suelen evitar el trabajo.
Y cuando le pregunté cuáles eran los mejores, sin dudarlo respondió que españoles, franceses y norteamericanos.
Y pienso en mis amigos de FEDEA y su obsesión sobre a poca preparación de nuestros licenciados. Estaría bien que salieran de sus despachos, de sus estudios y de sus estadísticas para pisar el mundo real, ese en el que la gente día a día demuestra lo que vale.

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Hoy, tras ver la foto de Marylin en el escritorio de mi ordenador, no ha podido más que exclamarse sobre su gran belleza.
-Es la que más se parece a ti –le digo como excusa.
Se ríe pensando que me burlo de ella, y yo, después de dejar la taza de café sobre la mesa, sigo la broma.
-Soy un hombre afortunado.
Y sí, lo soy. Por lo menos lo fui. La más fuerte, inteligente e íntegra, la más noble y, a la vez, la más bella.
Solo la belleza de Marylin podía compararse con la suya. Levanto la cabeza y la miro a los ojos, y ella aparta los suyos con una suave carcajada, e incómoda al percatarse de la sinceridad de mi mirada. Y, una vez solo, rebusco entre las pocas fotos que tengo escaneadas, para recrearme en su perturbadora e inusual belleza.


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domingo, 20 de enero de 2013

EMPATÍA

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De un tiempo a esta parte noto que FEDEA, desde Nada es Gratis, ha dejado de incordiar al gobierno o, por lo menos, de proponer soluciones que, aun estando muchas veces en contra de mi opinión, dan a entender que existen salidas. Es posible que los economistas de FEDEA se hayan cansado de pregonar al viento o, lo que es peor, a un atajo de estúpidos miserables; aunque podría ser que hayan recibido un toque de atención, dado que el fondo de pensiones está a punto de tocar fondo y fuera de eso no hay dios que quiera deuda española.

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Hay recuerdos de niño que quedan grabados en la memoria, en mi caso debía ser muy pequeño, porque mis padres me separaron de su dormitorio a los pocos años de nacer. Por entonces yo no podía dormir sin estar cogido de la mano de mi madre y recuerdo que se la pedía, incluso las entrecortadas palabras que utilizaba.

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Un fragmento de mi novela: “El camino infinito”, dedicado a Soto por su acertada entrada, que hoy me ha dado que pensar:

“Dos días más tarde, después de haber seguido el curso ascendente del pequeño río, de subir una gigantesca cumbre cubierta de nieve, tan alta que creímos que moriríamos asfixiados, y dormir en una pequeña oquedad escondida detrás de un muro de hielo, encontramos un pequeño lago en lo alto de una montaña. Su agua estaba tan fría que no nos atrevimos siquiera a lavarnos la cara, y supusimos que se había formado por la nieve caída días atrás. A su alrededor crecían los típicos y desperdigados matojos, esta vez completamente cubiertos de nieve. A lo lejos y a un lado del lago vimos un rebaño de cabras pastando, probablemente líquenes, porque otra cosa no había; y cerca de ellas una cabaña con dos hombres sentados en el suelo, justo en la entrada, que nos observaban con sendos fusiles apoyados en la pared. Recogimos las mochilas y nos acercamos, quizá estuvieran a más de doscientos metros de distancia. Ya más cerca vimos que levantaban la mano para demostrar amigabilidad. Parecían contentos de vernos. Nos presentamos como pudimos. No entendían ninguna palabra de las que decíamos y nosotros tampoco las suyas. Era tan divertido que los cuatro terminamos riéndonos. La risa es el mejor idioma, la alegría la mejor conducta y la música el mejor medio de comunicación. Nos sentamos en el suelo, frente a ellos, y les enseñamos el anillo, el reloj y el machete, y como pudimos les explicamos cómo los habíamos encontrado. Estuvieron largo rato estudiándolos, hasta que al final nos los devolvieron. Intentamos que se quedaran el anillo y el reloj, pero negaban con la cabeza. Hablaban entre ellos, parecían no estar seguros de quién podía ser su propietario. Les explicamos con signos que solo quedaban sus huesos y señalamos el óxido del machete y, con un dibujo en el suelo, el valle con el pueblo abandonado y el número de montañas que habíamos pasado y su dirección. Entonces volvieron a hablar entre ellos y nos dijeron: Lahore. Lo entendimos perfectamente. Los descendientes del tipo se habían trasladado allí. Riéndose nos señalaron y con dos dedos simularon un andarín y volvieron a decir Lahore. No había duda, deberíamos ser nosotros quienes devolvieran aquellos objetos. Apenas nos quedaba comida, algo de fruta asilvestrada encontrada en el poblado, unas tortas secas y muy poca miel. Aquella mañana habíamos comido raíces y verduras silvestres de las recolectadas en los huertos abandonados, que sabíamos comestibles y nutritivas, y huevos que habíamos encontrado escondidos entre las rocas, sin saber de qué animal eran. Esta vez no podíamos compartir, sin embargo, abrimos la mochila para que no nos tomaran por inamistosos y mostramos todo lo que nos quedaba. Y nos dolió tanto, como alegría les dio a ellos poder invitar a los extraños forasteros. De noche encendimos un fuego con matorral y excrementos secos, y cantamos con ellos unas canciones maravillosas. Habíamos sentido y visto la belleza de mil maneras. Creíamos que era imposible conocer otra y superar la del maravilloso valle. Y, sin embargo, con aquellos dos tipos barbudos y malolientes, de ojos pequeños e inquisitivos, armados hasta los dientes, con la cabeza cubierta al modo pashtún, que miraban a mi compañera de manera que podía significar cualquier cosa, desde admiración hasta codicioso deseo, descubrimos una nueva forma de ella, más intensa y humana que cualquiera de las encontradas hasta entonces. Y después de compartir la cena con nosotros, tendieron alfombras desde el techo, para dividir la minúscula cabaña y dejarnos un pequeño espacio de intimidad. Y seguimos cantando, nosotros desde nuestro rincón y ellos desde el suyo. Y después, ya derrengados por el cansancio, los cuatro nos reímos." 


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viernes, 18 de enero de 2013

INMORAL Y ESTÚPIDO

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                                                           Para no olvidar


Quizá me esté haciendo viejo.
A veces sueño con ellos, antes mucho más, pero ahora con más intensidad, de tal que queda un poso que me persigue durante toda la mañana. Pienso en ella, para mí la más desconocida de los dos, la más reservada y vilipendiada por el resto de la familia. Y con el tiempo pasado, recuerdo detalles de su carácter amagados tras su personalidad, anécdotas, gestos y palabras sueltas de frases entrecortadas, que podría haberme mostrado su auténtico talante.
Suave como el aire y delicada como una pluma, pero fría y dura como el granito bajo el hielo polar; y, sin embargo, íntegra hasta la médula. Nunca traicionó a nadie, ni a su peor enemigo, ni a quién la atormentó y la engañó. Siempre de cara, sin esconderse. No recuerdo una queja salir de su boca, ni siquiera un lamento, tampoco una crítica aunque fuera en silencio. Así fue mi madre hasta en su último día, igual que la suya.

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No solo es inmoral que en un país, donde las manzanas se pudren en el suelo e infinidad de campos están sin arar, con granjas a medio explotar y cientos de miles de viviendas vacías, parte de su gente pase hambre y viva en la calle. No solo es inmoral sino también estúpido, porque todo lo anterior es a falta de unos pequeños pedazos de metal o de papel que el gobierno debería fabricar, solo por eso. Y, no obstante, la gente que se dice o hace llamar experta sigue empecinada en no fabricarlos, con la peregrina excusa que eso significaría nuestra salida del Euro, como si ya no estuviéramos fuera de él.
El Euro no depende de lo que haga España, ni dejaría de ser moneda corriente si nuestro gobierno emitiera otra. El Euro es como el Dólar, una moneda de intercambio internacional, principalmente en Europa, y emitida por los países del continente que aún mantienen el derecho sobre ella. España, Italia, Grecia y Portugal lo han perdido, solo les queda poder utilizarla. Esos países son como algunos de la América latina, que se sirven del billete de su hermano del norte. Lo único que nos diferencia es que ellos también poseen su propia moneda, que utilizan para el comercio del producto interior, para pagar sus impuestos, cobrar del Estado.
Hace tiempo propuse la creación del “Ibero”, una moneda emitida por el banco de España, a la que podría adherirse Portugal, y que serviría para crear o recuperar el comercio interior.

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Andar un kilómetro ya es mucho para ella, tanto que el resto del día debe pasarlo descansando. Se levanta con cuidado y necesita mi ayuda para atarse los cordones de los zapatos. Ayer no pudo cortarse las uñas de los pies. Este agosto llegamos a pasear tres o cuatro kilómetros al día, no más, y podía moverse con cierta agilidad. En noviembre, con algo más de la mitad de calmante podía aguantar; ahora, el máximo aconsejable apenas cubre su necesidad.
Me gusta revisar sus fotos, que a menudo instalo como fondo de pantalla, y recrearme en su gran y casi irrepetible belleza, en su divertida sonrisa, en la inteligencia y vivacidad de su mirada, ajena al dolor que poco después padecería. Observo a la mujer que fue y que nunca volverá, aunque ame con locura; a la mujer absoluta, cuya belleza y personalidad enloqueció a hombres y mujeres por igual, hasta el punto de convertirse en un desafío para mí, que aún no conozco el significado de la palabra celos.



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viernes, 4 de enero de 2013

ANNA, SIEMPRE ANNA

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"No es el poder que corrompe sino el miedo. El miedo de perder el poder corrompe a los que lo tienen, y el miedo del abuso del poder corrompe a los que viven bajo su yugo."

(Aung San Suu Kyi)


Ayer recibí carta de Anna. Me cuenta que ya ha terminado mi libro, el que le dejé en mayo del pasado año antes de la última corrección, y por sus letras siento su emoción, pero también su desespero. Las cosas no van bien en Myanmar, Occidente ha olvidado a la gente de los poblados. A los países que se hacen llamar civilizados y demócratas, solo les interesa lo que se ve o hace ruido y eso solo ocurre en las ciudades importantes. China es demasiado potente y todo el mundo depende de lo que haga o diga, Myanmar está en su zona de influencia, es de su propiedad y Occidente es consciente. Los norteamericanos ya no son nadie, apenas cuentan en el gran juego de poder y el resto de sociedades lo sabe y se apresura a cambiar de bando. Occidente ya tiene suficientes problemas para defender lo poco que le queda, como para ir a salvar a otros donde ya no llega.
Anna me cuenta eso y muchas otras cosas. De Occidente, de la cuna de la democracia, del árbitro de los derechos humanos, ya poco se puede esperar. Hasta allí, en el más recóndito poblado de Myanmar, al pie de la gran cordillera, donde la adormidera y las violaciones crecen con la llegada de los militares, la gente sabe y habla de lo mal que está España, de su corrupción.
Anna se ríe, allí la gente lucha aunque no disponga de medios, cultiva sorgo o huye a las montañas antes de rendirse. Y me pregunta por Amara, los amigos y la vida que llevo, sin saber si podrá leer mi correo de vuelta.
“Uno es dueño de lo que calla y esclavo de lo que habla” me dice parafraseando a Freud. Anna es celosa de su vida y de su libertad, pero no más que yo. La mía la defiendo publicando mi historia, mientras ella lo hace silenciando la suya. Excepto en las cumbres del Himalaya, nunca conseguimos ponernos de acuerdo.

Y ahora, mientras escribo este artículo, siento como se me oprime el alma, ya que de mis ojos es difícil que brote una lágrima.
Anna y yo nunca podremos coincidir en nuestras ideas, sin embargo, daría parte de mi vida por estar en su lucha junto a ella.



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