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La anterior historia ha sido publicada en cincuenta pequeñas partes, de hecho
cuarenta y nueve, pero la última la dividí en dos.
En realidad habían
de ser cincuenta, pero sorprendentemente una de ellas se ha perdido.
La buscaré y si la encuentro la publicaré con un bis, sino la reescribiré
nuevamente. Para Anna y para mi fue muy importante, de las más
intensas, y no puedo permitirme obviarla. Estuvimos a punto de perder
la vida por el calor, el hambre y la sed, sobre todo eso último.
Pero esta entrada no
va de eso sino que sirve para presentar la segunda parte de la
historia que quiero contar
En 1932 se
estrenó la famosa película Rasputín
y la zarina. En
ella la
princesa Irina Alexándrovna era violada por Rasputín. La escena,
por muy falsa que fuera, consiguió engañar al público, muy dado a
creer cualquier morbosidad en
la
que estuviera implicada la familia real rusa.
La
productora Metro Goldwyn Mayer, aparte de indemnizar
con
una ingente suma a Irina, se vio obligada a explicar al público que
la escena no era más que una fantasía cinematográfica, con las
siguientes palabras:
“Los
personajes y hechos retratados en esta película son completamente
ficticios. Cualquier parecido con personas verdaderas, vivas o
muertas, o con hechos reales es pura coincidencia”,
que como ustedes saben se popularizó con esta versión más
simplificada:
“Cualquier
parecido con la realidad es mera coincidencia”.
Pues
bien, por
obvio que sea, en
esta segunda parte el
autor utilizará la famosa frase.
Solo
las
mentes
más
calenturientas
o las
personas que saben que la realidad supera la ficción,
podrían
creer que la próxima historia, con título “El Poder de una
Convicción”, es real y refleja las vivencias del tal Popol.
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