domingo, 7 de febrero de 2021

Qué más da una que otra montaña

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Esta mañana me ha llamado Mónica. Y tras estar hablando de la salud de Amara y de que pronto podríamos vernos, me ha dicho:
- Habla con Anna, por favor.
No he preguntado. ¿Por qué he de hacerlo, si ya sé lo que quiere?

La acabo de llamar.
Pronto hará diez años. Este junio cumpliré setenta, además no puedo dejar a Amara. Y sé que no podría, no me siento capaz.

- No te preocupes Popol, no pienso ir. Allí solo molestaría.
Y se ha puesto a llorar, no sé si de impotencia, por el recuerdo de sus antiguas compañeras de lucha o por lo que pasó entre los dos.
- Nos hacemos viejos, Popol. Ahora son otras las que han de continuar, a mi ya no me necesitan. La pena, lo más triste, es que por mucho que hagamos el mundo seguirá igual.

Cuelgo y me recosto en la silla mientras miro el ordenador. Me ha pillado tuiteando, que aparte de leer y escribir en algún foro de economía, últimamente es de las pocas cosas que hago.
Abro el blog y escribo estas líneas, aún con la duda de si Anna me ha mentido. Sería la primera vez. Antes simplemente no cogía el teléfono o no respondía mis mensajes. Además ha llorado.
¿Por qué lo habrá hecho?
Solo la he visto llorar una vez, y por tiempo que haya pasado se me quedó grabado en la memoria. De ser estúpidamente sentimental diría en el corazón.
¿Quizá porque que me ha engañado?

No hace mucho Artur y yo hablamos de volver a la montaña, para poner nuestros cuerpos y nuestras mentes más allá del límite. Sin sobrepasarlo nunca sabrás hasta donde pueden llegar.
¡Qué más da una que otra montaña, si exceptuando la vegetación, el aire y el clima, todas son iguales! 

Esperaré.

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