miércoles, 18 de agosto de 2021

El Poder de una Convicción, 3ª parte

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De Anna nunca dudé, no engañaba, sabía que de ella podía esperar mucho más que de cualquiera en casi todo, y poco en casi nada. Era mi amiga hermana amante, para mi la perfecta, pero jamás sería mi compañera. De María, sin embargo, solo tenía claro eso último. Anna era abierta conmigo y cuidadosamente cerrada con el resto; navarra hasta la médula, hacía gala de su origen. María era tan sincera y directa como su amiga, pero mucho más reservada con respecto a sus sentimientos. Quizá me quisiera más que yo a ella, pero no lo transmitía, ni siquiera en los momentos más dulces de nuestra relación.

Días después de la visita de sus padres volvió a preguntarme hasta dónde estaba dispuesto a llegar por los principios de los que tanto le había hablado. Respondí que por ellos estaba dispuesto a llegar hasta el final, que una vez puesto solo una cosa podría frenarme y no la contemplaba; pero por lo que corría por ahí no perdería un ápice de mi tiempo ni de mi seguridad. Durante un instante pareció dudar, hasta que al fin me habló de sus amigos, de la revuelta, de lo que querían y lo que estaban dispuestos a apostar, del sacrificio que representaba y lo que les podía costar.

- Es todo o nada, Popol. Si fracasamos nos hundimos y muchos de nosotros podríamos dejar la piel. Si triunfamos, nadie nos premiará y pasaremos desapercibidos. Más de una vez tendremos que abandonar nuestra moral y convertirnos en los malnacidos más grandes de este mundo, mucho más que esos de los que nos reímos. Nos hemos fijado una meta, para conseguirla haremos juegos malabares, pactar con los hijos de puta, utilizarlos y dejarnos manipular. Y lo más seguro es que fracasemos. El enemigo es mil veces más poderoso que nosotros-

Nos mantuvimos en silencio. De vez en cuando levantaba los ojos para mirarme, era solo un instante, supuse que para estudiar mi reacción o esperar alguna pregunta. Quizá todavía no se sintiera segura y pensara que estaba arriesgando demasiado.
¿Hacía falta que le preguntara si Anna era uno de ellos? Estaba seguro que no, pero sí que sabía de qué se trataba. Eran amigas de la infancia, compañeras inseparables, hermanas con las mismas inquietudes pero distinta manera de afrontarlas.
Anna detestaba el ejército tanto como yo o más, daba lo mismo que fuera francés o chino, para ella todos eran iguales. La experiencia con el comandante paquistaní fue la excepción, sintió su humanidad y su cercanía, pero no compartía su idea de la violencia. Anna odiaba las fronteras, y como buena navarra aún más las impuestas. Desdeñaba el peligro, pero no podía aceptar que corriera sangre. Creía en la lucha sin armas, que la paz, el contacto y la educación eran la única herramienta para solucionar los conflictos y derruir las fronteras. Mi amiga trataba a los militares como seres abyectos, alimañas herederas del nepotismo feudal, que creaban y defendían fronteras artificiales entre hombres iguales; que su estudio se limitaba a aprender a matar otros hombres, y como más mejor. Sin embargo, con el tiempo descubrí su faceta revolucionaria y de resistencia activa, aunque con respecto a la violencia no me hubiera equivocado. Anna era capaz de morir por sus ideas, antes de empuñar un arma para matar por ellas.
María era hija, nieta y hermana de militares del ejército español, represor de sus dos pueblos, el adoptivo y el natural; sostén, con el catolicismo, del fascismo y del crimen. Y sin embargo, eran amigas y era seguro que conocía perfectamente lo que Anna pensaba.
Debió leer en mis ojos o intuyó lo que estaba pasando por mi cabeza.

- Anna comparte nuestras ideas, pero no es de los nuestros. Desde un primer momento me habló de ti, de tu facilidad en crear algo de la nada y de sobrevivir en las situaciones más extremas, de tu capacidad de sacrificio por los tuyos. Dudó que pudiera convencerte. Según ella eres un anarquista puro y odias tanto o más que ella a los militares y a los estados. Necesitamos personas como vosotros-

Era sábado y teníamos el domingo por delante. Llamó a sus amigos y pocas horas más tarde, antes que pudiera pensármelo, cogimos el 2CV y nos fuimos a Zaragoza.
Como pude dejé las cosas lo más arregladas posible por si nos quedábamos más días. Me llevé un pequeño muestrario. Nunca se sabe, pensé, y en Zaragoza no teníamos clientela. Lo cierto es que, fuera de Barcelona, la costa catalana, la alicantina y algunos pueblos del interior, en pocos más lugares vendíamos.
María me dejó hacer, aunque según ella difícilmente llegaríamos a la capital o nos sobraría tiempo.
El viaje lo hicimos con largos silencios o hablando de la Universidad y sus estudios de farmacia. Me confesó que ansiaba ver a su novio, que, aún encontrándose tan cerca, no podría estar con él. Hablamos de nuestra amistad y las confidencias que me había compartido, y me dijo que prefería mantenerlo en la ignorancia.

- Igual a partir de ahora me acuesto con más tíos. No soy una mojigata y tampoco voy a estar tres meses sin comerme un rosco. Además, mi novio nunca me preguntará- dijo con risa nerviosa, porque sabía que me atraía y yo era lo más próximo que tenía.

Y en aquel preciso instante, aún sabiendo que difícilmente podría acostarme con ella, la deseé con intensidad. No obstante, y por lo que pudiera pasar, le confesé que en la cama lo podríamos haber pasado fenomenal.

- Tanto que hasta nos podríamos haber encariñado- respondió con una carcajada.

Antes de llegar me enseñó su DNI. Según él se llamaba Raquel Moreno Iriarte. No leí más. Me sorprendió tanta precaución. Falsificar un DNI estaba muy perseguido por la justicia, pero por lo que había explicado, eso era nada en comparación al trabajo que hacía.

- Si por casualidad nos detuvieran, solo te pido que aguantes lo que puedas para dar tiempo a los demás-

La miré preocupado y se rió.

- No os conozco ni sé lo que pretendéis de mi, y ya me estás pidiendo que deje la piel. Vas mal si esperas eso de mi-

Sin embargo, en mi fuero interno sabía que era incapaz de dejarla en la estacada.

- No te preocupes, prácticamente es imposible, pero me temo que el SECED sigue a alguno de los nuestros, y el SIM sospecha de todo el mundo-

Yo no sabía lo que era el CESED ni el SIM, y ni ganas tenía; y creí que todo obedecía a un temor, en este caso quizá con fundamento pero exagerado, y que no tenía nada que ver conmigo.

Nos desviamos por un camino de tierra cercano la ciudad, y tras unos endiablados kilómetros llenos de socavones entramos en un pueblo aparentemente abandonado. Nos esperaban frente una de las casas, eran jóvenes, todos varones. Recuerdo su tejado medio derruido; y su puerta, que confeccionada con tablones de madera se cerraba con un candado. Era tarde, casi oscuro, e intentaban esconder sus caras manteniéndose algo alejados. Parecía que midiesen el espacio por la capacidad de ver mis facciones. Entramos en la casa. Uno de ellos se le acercó con mucha familiaridad, como si pretendiera abrazarla. Y ella, con gesto determinante pero próximo, lo detuvo. Quizá fuera su novio y ella quisiera evitar una situación incómoda, o simplemente que yo no intuyera de quién se trataba. No lo tuve en consideración y así se lo dije a la vuelta. Pensé que tendría sus razones y era mejor respetarlas.
La sala era pequeña y oscura, no pude apreciar sus facciones y lo entendí. Estaba en inferioridad de condiciones, pero ellos estaban en el lío y yo no. Arriesgaban mucho si eran lo que imaginaba, todos militares de academia.
Estuvimos hablando sobre política, de nuestros ideales, de la justicia, del Tribunal de Orden Público, el TOP se le llamaba entonces, de la policía y de nuestras inquietudes. Las mías estaban claras, no estaba seguro de lo que era ser anarquista, pero por lo poco que había leído y lo bastante que había escuchado creía serlo; pero por encima de todo, creía en el poder de la democracia total y que todo el mundo dispusiera del derecho a la educación, a la sanidad y al trabajo con un salario digno. No había más, el sistema político que rigiera carecía de importancia, siempre y cuando respetara este denominador común, para mi tan simple como lógico. Se rieron, no con burla sino con naturalidad, y me dijeron que con las tres últimas, los de enfrente me considerarían un rojo de mierda. Eso yo ya lo sabía, era consciente de ello y seguramente esos que ellos llamaban de enfrente tampoco irían desencaminados.

- Excepto por la libertad de elegir, podría ser el ideario falangista, sin contar que por ser catalán me acusarían de separatista- respondí. Y esa fue la última vez que escuché sus risas.

Mis interlocutores creían en la libertad de conciencia, se declaraban cristianos a su manera y respetaban a todo aquel que lo mereciera. No entendían la debilidad y, por encima de todo, se consideraban soldados. Para ellos la lucha por la democracia era un deber con los españoles en su totalidad, y no aceptaban el sentimiento nacionalista periférico, por la sencilla razón que no lo entendían. Guardaban para sí sus ideas socio-políticas. Entre ellos evitaban este tipo de debate porque solo podía distraer y provocar discusiones que no llevaban a parte alguna. En general se consideraban de izquierdas y defensores de la libertad, pero cada uno a su manera.

- Para conseguir lo que queremos tenemos que olvidar nuestras tendencias, fobias o simpatías. Más adelante, si tenemos éxito, que cada uno escoja su camino ¿De qué nos serviría discutir ahora sobre política, en un país donde es imposible practicarla?-

Y cuando les pregunté qué tenían pensado para después, respondieron que ellos solo eran soldados, que obedecían a un gran proyecto. En el momento que se consiguiera, se disolverían sin más. Otros más preparados cogerían las riendas del país para llevarlo a una democracia plena y absoluta.

Asentí. Sin embargo, me dio pavor aquel dogmatismo, muy parecido a los que llevaban de dictadura en dictadura a infinidad de países. Pero también los entendí y en cierto sentido los admiraba. Aquellos hombres se jugaban mucho más que cualquiera, por algo que podía parecerse a lo que yo creía, y lo cierto es que eran los únicos que podían hacer algo al respecto. Habían obviado todo lo que pudiera interferir en su camino, como la política y la religión. Solo había un escollo, el nacionalismo que llamaban periférico. Sabía que era imposible llevar a cabo una revuelta en Catalunya sin tenerlo en cuenta, y así se lo dije. En Catalunya, luchar por esa libertad de la que tanto hablaban no se podría contar con el catalanismo ni tener la posibilidad de conseguir la independencia de una manera democrática. Por mis amigos sabía que la izquierda catalana o era catalanista o no era, y las únicas personas con talante democrático capaces de arriesgar, fueran de la derecha o de la izquierda, lo eran.
Poco podía ver en unas caras escondidas en la sombra, para descubrir el efecto de mis palabras. Esperé en vano una respuesta. Aquellos tipos tan demócratas, paradójicamente eso no lo entendían, como tampoco que yo defendiera semejante postura.
Uno de ellos dirigiéndose a María dijo.

- Nos dijiste que no era nacionalista-

Ella respondió, casi con desprecio, que empezaba a estar harta de tanta fachedumbre y cerrazón, que si no entendían el mensaje era cosa suya. Por mi parte no tenía ningún interés de empezar una discusión política o ideológica sobre el contenido de las palabras libertad, democracia y nacionalismo. Y atajé la discusión diciéndoles que el nacionalismo, incluido el español, y el anarquismo eran incompatibles, pero que dadas las circunstancias y por lo que estaba escuchando, tenía interés en conocer el verdadero talante democrático de mis interlocutores. Que si se trataba de cambiar una dictadura por otra, conmigo no contaran. Y antes de que pudieran responder, pregunté lo más obvio.

- En cualquier caso, ¿qué pinto yo en este asunto?-

- Queremos encauzar la revuelta de la calle y potenciarla hasta el límite. Es determinante para conseguir lo que queremos, y para eso necesitamos gente como tu, con agallas y sin una mochila familiar-

Eso lo dijo María, zanjando así cualquier discusión de otro tipo. Sus ojos, sin embargo, estaban clavados en los de sus amigos, como desafiándolos a contradecirla.

Mis amigos de la camarilla me consideraban un experto del póquer, a los que desplumaba periódicamente, cosa que, al contrario de lo que podría parecer, les encantaba. De hecho nunca fui experto en nada, aún menos en el póquer. Yo solo jugaba a las cartas para divertirme, y eso solo puede conseguirse jugando bien, al menos yo, porque a falta tener dinero para perder, necesitaba ganar para seguir jugando.
- Ni cuando tragas saliva se nota, Popol, ni tu mirada cambia, ni mueves más de la cuenta los dedos-

Y nada menos cierto. La realidad es que no actuaba, nunca lo hice y dudo que algún día sepa hacerlo. Lo único que hacía es calcular y divertirme. Por supuesto que movía los dedos, y mi mirada cambiaba y tragaba saliva, toda la que hicie
ra falta, pero ni más ni menos que jugando al parchís. Lo que para ellos era falta de expresividad o simulación, para mi no pasaba de ser lo más natural. Al principio, cuando lo pasamos mal y nos faltaba dinero para lo más imprescindible, al apostar olvidaba que me estaba jugando un dinero que igual podía servir para comprar regalos o ropa a los niños. Y esa mezcla de cálculo e indiferencia, sumado a una buena dosis de inocente diversión, era lo que diferenciaba mi manera de jugar y que los desconcertaba.

Empecé a tomarme el asunto con cierto humor, el mismo que jugando al póquer con mis amigos de la camarilla. Dado que de la reunión no iba a salir nada, decidí sacar el lado divertido del asunto. Lo lógico habría sido sentirme irritado o al menos simular estarlo. De noche y después de haber conducido trescientos kilómetros sin haber comido, para terminar escuchando una sarta de sandeces, no era precisamente motivo de estar contento; no obstante, era tan evidente que había perdido el tiempo y unos cuantos litros de gasolina, que me lo tomé como una interesante experiencia para compartir con Anna.

Eso que tu amiga, a la que deseas sexualmente, te presente a un grupo de militares, de noche y escondiendo sus caras, uno de ellos su pareja, que te proponen derrocar un régimen dictatorial y militar a través de una revuelta ciudadana, no pasa cada día, de modo que, una de dos, o lo aprovechas o sales corriendo. Y me decidí por lo primero, aunque con alguna reserva; por lo cual me armé de serenidad, y sin cortarme un pelo y obviando lo del deseo, se lo hice saber y les dije ya empezaba a tener un poco de hambre. Quizá esperaran enfado, irritación o inseguridad, pero nunca una reacción como esta. Aquellos tipos, aun siendo jóvenes, -tendrían entre veintitrés y veinticinco, por tanto algo mayores que yo- estaban acostumbrados a mandar y a obedecer; lo primero a bastantes y lo segundo a unos pocos, seguramente con religiosidad. Uno de ellos, algo alterado saltó, se la jugó a una carta y espetó.

- Estamos perdiendo el tiempo. Te has equivocado María, este tipo no es de los nuestros y lo único que estamos haciendo es poner en peligro toda la operación-

Me levanté sin ningún preámbulo ni denotar emoción, me sentía maravillosamente bien, tanto que ni siquiera controlé mi sentido del humor. Les di las gracias por no hacerme perder más tiempo, que así podríamos comer algo en la primera gasolinera que encontráramos, y que había sido una buena experiencia haberlos conocido. Nos acompañaron hasta el coche, ya sin tantas reservas para esconder sus rostros. Me sorprendió su repentina seguridad. Incluso me pareció ver una ligera sonrisa al que creía compañero de María.
Ya en el coche y de vuelta, primero me reí por la experiencia, estaba mucho más relajado y podía analizar con tranquilidad la conversación, lo que se dijo y lo que se silenció, los gestos de cada uno de ellos, incluso los míos. María parecía profundamente preocupada. Sabía que, pese mi aparente tranquilidad y buen humor, el exabrupto de su compañero podía haber provocado una rotura difícil de superar. Tiempo después supe que no era así y que tanto ella como sus amigos estaban convencidos que terminaría uniéndome a ellos. De hecho y según me contaron, estaban completamente seguros. María, sin embargo, era consciente que podría estar dudando.

La frialdad puede ser una buena compañera para no dejarse arrastrar por las pasiones, pero también mala porque el sujeto que analiza con exceso, puede dejar de lado un atractivo proyecto si lo ve demasiado difícil o arriesgado. Mi amiga no iba desencaminada. En aquel momento aún no había hecho mía su lucha, tenía muchas cosas pendientes por hacer y muchos amigos con los que disfrutar. Necesitaba tiempo para pensar.
Era obvio que ellos nunca serían capaces de generar el suficiente estado de ánimo para que la ciudadanía se arriesgase a combatir al régimen, pero también que eran los únicos con alguna posibilidad. Con los partidos boicoteándose, dependientes de consignas tan incomprensibles como estúpidas, y una ciudadanía cobarde y sumisa, conseguir algo parecido a una democracia era prácticamente imposible.
Tenía también muchos interrogantes que no sabía como expresarlos, todavía menos con el cansancio y el ruido del automóvil. Sabía que después de la impertinencia, cualquier duda podía potenciarla y sacarla de contexto, pero también que mi amiga estaba a la defensiva y nada dispuesta a permitir que un malentendido mandara al traste su esfuerzo. Preferí mantenerme en silencio y analizar en solitario toda la charla, el tono de sus voces y lo poco que había podido percibir de sus gestos. Estaba claro que con su talante nunca encontrarían una buena respuesta, a no ser entre tipos como ellos; sin embargo, había percibido mucho interés en el trasfondo de su conversación. Y en aquel momento y solo durante un instante, tuve la sensación que había sido hábilmente engañado para ponerme a prueba. No obstante, lo que más me preocupaba era no dar la talla. En aquel momento no sabía para qué me necesitaban ni el interés que podía suscitar un chico de veinte años, sin experiencia ni demasiado criterio político, y sin contactos en el mundo que pretendían entrar. Más adelante descubrí que precisamente era eso lo que buscaban, una mezcla de espíritu combativo y de virginidad ideológica que entonces yo no supe ver, recurrente para todos los que iban reclutando.

Era tarde, no habíamos comido y había que pensar en cenar algo. No me sentía bien, los nervios, tan bien controlados un rato antes, me estaban jugando una mala pasada. Recordé lo vivido en la verja del Palacio Real, la salvaje represión, las carreras, los golpes y el inhumano sadismo de la policía. Y durante un instante temí haber echado a perder el encuentro por no haber sabido expresarme. Aquellos tipos habían mostrado su talante militar porque no tenían otro, y para que un asunto tan complejo funcionara, no era necesario adaptarse y cambiar las formas sino combinar su mundo con el de la calle, de la universidad y de las fábricas; esos, a los que en aquel momento creí que despectivamente llamaban civiles, tan necesarios para su objetivo. Y mientras buscábamos un bar de carretera con los suficientes camioneros de garantía, empecé a pensar sobre lo qué podía aportar a este proyecto, en el desafío que representaba, su dificultad y la gente que conocería.
Y quizá por mi semblante o un cambio imperceptible para mi, en mi manera de conducir o de hablar, María, de golpe me dijo.

- Ya has tomado una decisión ¿verdad?, y es inamovible, te haya ofendido o no el idiota de mi compañero-

La miré divertido. Volvía a ser la misma de siempre, con su inquebrantable y tranquila seguridad. Había apostado muy fuerte, seguramente antes de conocernos. No sabía lo que Anna le habría contado de mi. Probablemente las muchas anécdotas de nuestro viaje, quizá también nuestra facilidad en adaptarnos a cualquier situación, estar uno al lado del otro y compartir las decisiones que íbamos tomando, poner toda la carne en el asador en los momentos más difíciles y pasarlo bien con lo peor. Para mi fue algo muy sencillo, intentar ser el compañero que merecía la mujer más increíble del mundo.

Seguramente habían pactado una estrategia y montado una encerrona. Eran mujeres, tan retorcidas como nobles e inteligentes. Siempre habían tenido claro lo que querían. Y me sentí utilizado, pero tan dulcemente que repetiría hasta cansarme. Y desde mi asiento de acompañante solté una carcajada, sincera, abierta. Me reía de mi mismo, de lo estúpido que había sido.

- Anna y tu sois unas mujeres formidables y yo un hombre muy afortunado por haberos conocido- Y como pude la abracé.

- Tengo unas cuantas preguntas que hacer y quiero pensarlas antes. También quiero saber hasta qué punto vamos a depender unos de otros y qué medios disponemos, porque, por lo hablado, somos los únicos y parece que se nos va a pedir que montemos toda una revolución solo con lo puesto-

- Yo soy nadie, y si todo va bien dentro de poco solo me tendrás de amiga. Hay más gente por medio, insuficiente y desorganizada, pero valiente y convencida, por eso te necesitamos. Anna me explicó lo que eres capaz de hacer, tanto perdido en el Himalaya como con una docena de hippies medio colgados; también que antes de abandonar a un compañero, eres capaz de morir de hambre, de sed y de frío, y que tu palabra es un contrato. Precisarás entrenamiento y lo tendrás. Necesitamos gente que, por muchas preguntas que haga y por mucho que las discuta, sepa lo que quiere y obedezca el proyecto común. Conoces cientos de personas y sabes en quien confiar; estás acostumbrado a hacer trabajar a gente tan rara como distinta para aunar su esfuerzo, sin necesidad de mandar sobre nadie-

Va a ser difícil, respondí para mí mismo y orgulloso de sus palabras, emocionado porque María me estaba descubriendo lo que Anna pensaba de mí. Y ella, casi siguiendo mis pensamientos, siguió hablando.

- Para empezar tendremos que enfrentarnos a un poder que lo sabe casi todo, que es muy fuerte, manipulador y despiadado, mientras nosotros muy débiles- Y tras un instante de silencio y mirándome a los ojos, dijo - pero será divertido, muy divertido-

 

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