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El pasado lunes, mirando la tele mientras me desperezaba con Amara acostada a mi lado, vi el anuncio de esa nueva serie americana de reality show, sobre parejas que buscan una mujer para añadir al matrimonio (los pobres ya no saben qué hacer). No hombres sino solo mujeres. Y como era de esperar Amara me dijo,
- Yo no podría
aceptar algo así, ¿y tu?
- ¡Amara, por dios! contigo voy
servido.
Por supuesto, me abstuve en lo de sobrado, que por verdad que sea mejor no reconocerlo.
A Amara no le vino a
la cabeza lo machista del tema. Lo sé porque lo reconoció. A mi sí,
pero siempre desde el conocimiento que eso es puro teatro y que
seguramente la productora ya prepara la segunda parte, es decir las
parejas que buscan un hombre para añadir al matrimonio. Y es que va
aviado quien crea que la sesión de masoquismo televisivo termina con
la primera parte. El morbo vende y, tal como los catalanes del siglo
pasado decíamos, la pela es la pela.
Mis compañeras,
creo que todas, no han sido muy proclives a tener prejuicios. De
hecho cuando escarbo en la memoria tengo que esforzarme bastante para
localizar alguno en cada una de ellas o en caso que ellas lo perciban
como tal, porque aunque a ustedes les sorprenda, la idea de prejuicio
es harto ambigua y depende del cristal con que se mira. Pero
volviendo a Amara, por mucho que me esfuerce no le conozco ninguno,
por lo cual su comentario sobre el triángulo me extrañó bastante.
En aquel momento no se me ocurrió preguntarle por un triángulo de
dos hombres y una mujer, tampoco me encontraba en el mejor momento
para un debate tan profundo. Somnoliento y con los ojos aún
legañosos, no es aconsejable debatir con mi compañera sobre si el
mejor triángulo es el de un hombre y dos mujeres o viceversa.
Una
cosa es tener amantes, en este caso el número no importa, y otra un
triángulo. Es decir, que una cosa es la cama y otra la convivencia.
Y como ustedes ya saben, Amara no es mujer de un hombre, ni siquiera
de dos. De hecho no es de ninguno, aunque hablando coloquialmente los
suyos se cuenten a pares. Para ella yo soy el mejor de todos, al
menos eso dice, aunque cuando mira a Jep o habla con él, me entran
unas cuantas dudas. No hay que ser muy listo, a las mujeres se les
nota por la mirada, por sus gestos y, sobre todo, por como hablan. Y
en eso Amara es muy normal, no como Mónica, que su extrema
transparencia convierte en trivial cualquier expresividad. Es decir,
que antes de que alguien pueda analizar una ristra de señales casi
inexistentes, ella ha cortado por lo sano.
La ya eterna aventura
de Amara con Jep, con el que hemos pasado muchos días juntos,
compartiendo mesa, inquietudes y cama, no puede ser tratada de
triángulo. Sin embargo, la de Joan, Karla y mía si lo fue, y más
satisfactoria para nosotros que para ella, que nos abandonó.
Amara ha fantaseado
en muchas ocasiones con tener a Jep cerca, de una manera fija y
segura, pero sin obviar a Mónica. Hace años, cuando éramos mucho
más jóvenes, un día me dijo que si le tocara la lotería
construiría dos casas pegadas con un mismo jardín dividido en dos
zonas, una salvaje para mí y otra cuidada para él. Amara había
dibujado su ideal, una casa para Mónica y Jep y otra para ella y
para mí, pero pegadas, tanto que parecieran una sola.
- ¿Y
por qué no un gran velero? Pregunté esperanzado.
Jep sabe navegar, pero menos de lo justo. El problema es que cree saber más que el resto, principalmente que Joan y yo, y eso en el mar es un doble peligro, el de la discusión y el del naufragio.
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