lunes, 5 de octubre de 2020

La Capitán

___________________



 

De entre nosotros el que mejor navegaba era Richard. De un marino británico y con título de capitán no cabía esperar otra cosa. Todos nos sentíamos seguros con él al mando, mucho más Joan, Amara y yo, que conocíamos bien el mar.
Richard no tenía un ápice de machista, era, por así decirlo, el machista 0, eso que aún hoy parece tan difícil de conseguir como de ejercer; no obstante, en un barco cambiaba, no por lo cotidiano, que en eso era extrañamente sumiso con las mujeres, sino en lo que el mar y el barco se refiere. En eso Richard era un fiel producto de nuestra generación, que podía extrapolarse en las motos de carreras, el fútbol y mil cosas más, potenciado por haber servido en la marina de su país. Por eso me extrañó mucho, muchísimo cabe decir, cuando Amara me confesó que los británicos, estando a solas con ella la llamaban la capitán. No capitana sino capitán.
-Todos son marinos, Popol, unos más y otros menos, pero Richard les dijo que yo era tan buena follando como capitaneando un barco; que conmigo al timón, se sentía tan seguro que con el mejor de sus colegas.

Y dejando de lado lo que Richard pensara sobre el buen hacer de Amara en la cama, pensé en su arrojo, que podía ser de temer sino fuera porque conocía sus capacidades y su pericia. Amara había aprendido a nuestro lado y a base de muchas travesías, tempestades y entradas en la bahía de Cadaqués con fuerte viento y a vela, algo de lo que casi nadie se atrevía. Amara era el producto de una feroz lucha a muerte contra los miedos inculcados de pequeña por su familia. Amara no podía ser menos que Anna, Mila o Mónica, sus grandes amigas-hermanas, tan osadas y fuertes. Ella tenía que sentirse igual a ellas, olvidando lo que hoy se llama género, y abandonando el poco residuo que podía quedarle de su educación como sexo débil. Y sin duda el mar era el mejor sitio para demostrarse tan fuerte o débil, sentir el mismo valor o miedo que cualquiera de nosotros.
Luego recordé una noche que íbamos los seis en el barco, Mila, Amara, Joan, Richard, Vicki y yo. Una travesía que cada año hacíamos de Barcelona a Menorca por la Mercè. A Joan y a mi nos gustaba especialmente porque esos días suelen coincidir con tempestades, y navegar con fuertes vientos y un buen oleaje es algo que nos atrae quizá demasiado. Algunos años los días festivos pueden coincidir con el mar en su máxima virulencia, en este caso lo prudente es no salir. Nosotros sabíamos que que era uno de esos, los partes meteorológicos no dejaban ninguna duda, no obstante estábamos convencidos, también por ellos, que no sería excesivamente fuerte. Por supuesto, de haber escuchado el parte meteorológico de Marsella nos habríamos quedado.

Recuerdo que nos íbamos turnando, algo muy normal en un barco de aquellas características y con tanta tempestad. Richard y yo estábamos con Mila y Vicki en la cabina, y él salió para ayudar cuando en realidad aún no era su turno. Que Joan y Amara estuvieran enfrentando la tempestad solos no era algo que pudiera soportar. Solo salir se encontró con la estampa de Amara en el timón, señalando una gran ola a Joan según me contó ella después. En el Mediterráneo es común que las olas sean altas y cortas, y que no sigan un mismo rumbo; de modo que a veces y según el lugar, puedes encontrarte con movimientos extraños y grandes olas que chocan unas contra otras, lo cual complica la navegación y la convierte sumamente peligrosa. Al momento con un grito preguntó a Richad qué hacía allí fuera, mandándolo bastante irritada de vuelta a la cabina. Obviamente, a un tipo como Richard la imagen debió impresionarle, aún más sabiendo que le atraía mucho.
A partir de aquel día, para un marino como él, Amara debió convertirse en leyenda.

 

.

No hay comentarios:

Publicar un comentario