lunes, 2 de septiembre de 2013

ÚLTIMOS DÍAS DE AGOSTO CON MILA

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A lo lejos y entre brumas se ve el Turbón, pequeño y solitario. Es impresionante la naturaleza aquí, en lo alto de este monte y con pueblos abandonados y medio derruidos a su alrededor. Es su última adquisición, una montaña perdida en el bajo Pirineo oscense, pagada con dinero llegado del Reino Unido, muy poco, tanto que hasta da pena.
Mila y yo hablamos de política y del complicado futuro que nos espera.
-España está en venta, y si ofreces un tercio de lo que piden, pagas su precio. -Eso dice después de reconocer que lo ha comprado pensando en mí.
-Hace unos días Richard encontró el rastro de lobos. Según la Junta y Medio Ambiente, no puede haberlos. Son tan estúpidos que no saben ni lo que tienen. Mejor, así nadie vendrá a cazarlos. Aquí ni siquiera entran los cazadores y si no hubiera el lobo no sabríamos qué hacer con los jabalís.
En el interior Richard habla con Amara sobre sus viejos amigos, lo hace en inglés, poco a poco, separando las palabras con cuidado, para que su vieja amiga pueda practicar su extraña facilidad con los idiomas, que sin haberlos estudiado los entiende.
Y hablamos de Anna, del amor y de la belleza. Para Mila yo siempre he sabido rodearme de bellas e inteligentes mujeres, ella una de las que más, aunque no se cuente.
-¿Y aquella francesa que tanto amaste mientras vivías con Lourdes?
Y fuerzo mi memoria. He amado a pocas mujeres, podrían contarse con los dedos de una mano. De aquel tiempo no recuerdo ninguna y del más cercano solo a la infortunada Gisela, de la que me enamoré perdidamente un día de verano y que murió al día siguiente, tras despeñarse en una curva, después de prometernos vernos en Barcelona.
-¿Amor? Sin contarte solo he amado a cinco mujeres. A Alba, que no debería tenerla en cuenta; a Anna; a Mónica; a Gisela, que no la conociste; y a Amara. Aventuras sí, incluso la que mantuve con Lourdes, a la que tanto quise sin llegar a estar enamorado. Ahora, con el tiempo pasado, incluso podría sacar de la lista alguna más.
Quizá demasiado tarde he descubierto que el enamoramiento no tiene que ver con el amor y aún menos con el deseo. Me enamoré de Alba, eso seguro, pero dudo que lo de Anna sea algo más que amistad en grado superlativo, el mismo que nos profesamos Mila y yo. Sin embargo, solo bastó un día para enamorarme de Gisela, a la que recuerdo como si fuera hoy, que recordaré siempre, su sonrisa y sus silencios, su manera de amar, de reír, sus gestos, la suavidad de sus formas. Sensible, delicada y sencilla; tan distinta a todas las mujeres que he conocido. Es terrible eso que cuento, pero es la verdad y no puedo obviarla. Lo de Amara fue distinto, un amor basado en la convivencia y la amistad. A los treinta los hombres ya no se enamoran sino que aman. Al contrario de Gisela y Mónica, yo no me enamoré de Amara. El enamoramiento es aquello que te entra no sabes cómo, contra lo que no tienes armas.
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Me recuerda a Carlota, con su mismo salvajismo; también a Mónica, instintiva y osada. Pero es su prodigiosa belleza lo que perturba mis sentidos, la extraña perfección y el equilibrio de su cuerpo.
Lourdes y yo nadamos cerca del acantilado y recolectamos ostras para el restaurante de Artur. Han anclado el barco casi tocando el acantilado, a mi modo de ver en un lugar poco adecuado y sin resguardo; sorprendente, a no ser que, como a nosotros, les guste nadar bordeando el elevado y peligroso farallón.
Nos sentamos en una roca, junto a Artur e Inma, y vemos cómo se desnudan y se lanzan al agua. Estan cerca, no tanto como para verlos con precisión, pero sí para intuir su gran belleza. Me impresiona su larga zambullida, tanto que preocupado observo a su compañero que se acerca tranquilo. No sé cuánto tiempo pasa, tal vez cuatro o cinco minutos, demasiados para una persona normal. Me levanto con Lourdes, que sin duda piensa lo mismo que yo, cuando aparece de pronto casi a nuestros pies, con una bolsa llena de ostras colgando de su cintura y un cuchillo en la mano. Nos mira y sonríe, supongo que al darse cuenta de nuestra preocupación. Hay mucho tramo desde el lugar de su zambullida, tanto que no me atrevo a contar.
-Hay mucha vida en estas rocas –dice con claro acento francés, mientras salta sobre la roca.
Miro la bolsa y por el tamaño de las ostras y el lugar imagino que habrá bajado hasta quince metros, con solo la ayuda de unos sencillos pies de pato. Me gusta porque ha dejado las pequeñas y, seguramente, bastantes de grandes como siembra.
Le hablo de su barco y de cómo me gusta su segura y elástica maniobrabilidad, de las calas y las rocas escondidas que pueden encontrar, dado su arriesgada manera de acercarse a una costa tan peligrosa. Le explico que yo, aun con menos orza y conociendo esta costa, no me atrevería a tanto.
Y vuelve al agua de un salto, dejándonos a Artur y a mí boquiabiertos. Pocas veces hemos visto una belleza tan rotunda y perfecta.
-Por cierto, me llamo Isa. Igual nos vemos por el pueblo.
-Hoy no creo. Nosotros vivimos aquí -le digo levantando la mano sin precisar una dirección concreta.
Y se vuelve sorprendida, como si hiciera un esfuerzo por entender la respuesta.
-Creía que aquí no hay casas.
-Vivimos en una vieja cabaña cercana. Ellos dos en Cadaqués.
Su compañero ha entrado en la conversación, pero de manera tangencial y casi repitiendo. Ella se sumerge en vertical, como si quisiera poner en orden su cabello, pero en realidad intenta ganar tiempo, porque al volver a emerger se nos queda mirando un buen rato con evidente curiosidad.
No sé por qué, pero me arriesgo y atento contra el voluntario aislamiento que Lourdes y yo nos hemos impuesto. Quizá saber que son el tipo de personas que deben gustarle, principalmente el hombre, sereno, atractivo y fuerte; y la gran belleza de la chica y la complicidad que ha sentido hacia ella por su manera de integrarse en el mar. Es tarde y Artur e Inma en poco tendrán que marchar para abrir el restaurante. Lourdes y yo nos quedaremos solos, integrados en esa naturaleza que tanto amamos. Les explico que tras el promontorio hay una preciosa y recogida cala, y un pequeño y escondido sendero que lleva a nuestra cabaña.
-Haremos un fuego en un recodo de la cala, donde solo se puede llegar desde nuestra cabaña o en la auxiliar de un barco. Si queréis podéis venir a cenar con nosotros y pasar la noche a cubierto en la cala.
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Cerca de la cabaña hay un gran abrevadero alimentado por el agua de lluvia, que resbala de un amplio tejado. Impoluto al tiempo y a los fenómenos ambientales, se mantiene en pie gracias a su sólida construcción. A su alrededor crecen los tejos y las encinas, pero también un par de grandes y frondosas higueras repletas de frutos. No sé lo que vive una higuera, pero sí los años que necesita una de esas encinas para llegar a este tamaño y es seguro que aquí nadie las plantó. A cien metros se levantan dos grandes cúmulos cónicos de piedra, huecos y con una abertura a un lado, también cubiertos de vegetación, que si nadie lo remedia, en pocos años desparecerán de la vista humana para convertirse en pequeños montículos con arbolado.
Nadie, ni siquiera desde lo alto de la montaña, puede ver las pequeñas y diseminadas construcciones, seguramente las únicas de su género que quedan en pie. Y aunque las sobrevolara un helicóptero, la vegetación que crece sobre sus tejados o entre sus muros impediría su visión.
- Podrías venir un día con Jep y Mónica. Me gustaría conocer su opinión.
-Intentaré que vengan a mediados de septiembre. Ya los conoces, te dirán que limpies los edificios de vegetación y que no intentes restaurarlos. Como máximo volver a poner las piedras caídas en su lugar, nada más.
La cabaña en realidad es una gran semiesfera de piedra, enterrada bajo un grueso manto de tierra. Árboles centenarios crecen sobre ella sin dañar su estructura. No entiendo cómo puede evitar las goteras y la humedad. Su interior es seco y mantiene un agradable frescor. Al fondo de la construcción hay una chimenea que sobresale al exterior entre matorrales de boj y avellanos. El pequeño frontal es de piedra seca, de dos metros y medio de alto y tiene una puerta de gruesa madera y dos pequeñas ventanas. El interior está dividido en habitaciones con las paredes de madera.
-Le pregunté al director del banco si tenía algún terreno por vender, sin casas ni nada por el estilo. El tipo, que ya me conoce, me contó que debido a un lío de herencias y de impagados, se habían agenciado una montaña y no sabían qué hacer con ella.
-Haces una oferta, yo la presento y seguro que te lo quedas. Dicen que no sirve para nada y que solo nos acarreará gastos.
-Vinimos para verlo y ya ves. Debieron mandar a un tipo que ni siquiera entró en el terreno. Preguntaría en el pueblo y no debieron saber qué decirle, porque nosotros lo hemos hecho y solo uno nos contó algo sobre él. Al menos hace cien años que está deshabitado. Me presenté en el banco y les ofrecí cinco mil euros y a los dos meses era nuestro.
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-Me sabe mal por ti, que te mola la tía esa, pero seguro que esos burgueses tienen amarre en la bahía y prefieren cenar en un restaurante.
La miro a los ojos con sorna, no mucha porque noto su sinceridad y que le sabe mal de verdad.
Lourdes tiene una gran inteligencia intuitiva, sin embargo, si se hubiera interesado un poco más por su entorno, habría descubierto que conozco todos los veleros de la bahía. También que la pareja es muy buena en su oficio, tanto que gracias a su extrema pericia ha podido fondear casi tocando el farallón. Pero eso solo lo puede percibir otro marino, por su facilidad en anclar a la primera y por su manera de maniobrar y de utilizar la corriente y el viento. Jackes nunca se lo habría permitido por unas simples ostras y, aún menos, con una nadadora que puede cogerlas con tanta facilidad en cualquier sitio. Estoy seguro que su objetivo es Cadaqués, pero también que no tiene amarre y que han anclado tan cerca por nosotros; porque aquí lo único que llama la atención son dos parejas desnudas en un lugar de difícil acceso. Y vuelvo a mirar a Lourdes, su atlético y bronceado cuerpo, e imagino lo que habrán pensado al vernos desnudos, lanzándonos desde veinte metros de altura.


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4 comentarios:

  1. Hoy has hilado la prosa como un sendero de amores que conduce a una oculta montaña en venta...no sé bien con cual de las frases me quedo, creo que con todas ellas...

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  2. Vaya.
    Te has propuesto convertir prosa en poesía.

    Celebro que te guste

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  3. Cuando la lectura agrada,
    y al lector atrapa,
    brota sin impulso
    el ritmo de las palabras...
    Jajaja...

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  4. Querido Pau... Un saludo lleno de silencios. Fascinante.

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