A lo lejos y entre brumas se ve el Turbón, pequeño y solitario. Es impresionante la naturaleza aquí, en lo alto de este monte y con pueblos abandonados y medio derruidos a su alrededor. Es su última adquisición, una montaña perdida en el bajo Pirineo oscense, pagada con dinero llegado del Reino Unido, muy poco, tanto que hasta da pena.
Mila y yo hablamos de política y del complicado futuro que
nos espera.
-España está en venta, y si ofreces un tercio de lo que
piden, pagas su precio. -Eso dice después de reconocer que lo ha comprado
pensando en mí.
-Hace unos días Richard encontró el rastro de lobos. Según la Junta y Medio Ambiente, no puede
haberlos. Son tan estúpidos que no saben ni lo que tienen. Mejor, así nadie
vendrá a cazarlos. Aquí ni siquiera entran los cazadores y si no hubiera el
lobo no sabríamos qué hacer con los jabalís.
En el interior Richard habla con Amara sobre sus viejos amigos,
lo hace en inglés, poco a poco, separando las palabras con cuidado, para que su
vieja amiga pueda practicar su extraña facilidad con los idiomas, que sin
haberlos estudiado los entiende.
Y hablamos de Anna, del amor y de la belleza. Para Mila yo
siempre he sabido rodearme de bellas e inteligentes mujeres, ella una de las
que más, aunque no se cuente.
-¿Y aquella francesa que tanto amaste mientras vivías con
Lourdes?
Y fuerzo mi memoria. He amado a pocas mujeres, podrían
contarse con los dedos de una mano. De aquel tiempo no recuerdo ninguna y del
más cercano solo a la infortunada Gisela, de la que me enamoré perdidamente un
día de verano y que murió al día siguiente, tras despeñarse en una curva,
después de prometernos vernos en Barcelona.
-¿Amor? Sin contarte solo he amado a cinco mujeres. A Alba,
que no debería tenerla en cuenta; a Anna; a Mónica; a Gisela, que no la
conociste; y a Amara. Aventuras sí, incluso la que mantuve con Lourdes, a la
que tanto quise sin llegar a estar enamorado. Ahora, con el tiempo pasado,
incluso podría sacar de la lista alguna más.
Quizá demasiado tarde he descubierto que el enamoramiento no
tiene que ver con el amor y aún menos con el deseo. Me enamoré de Alba, eso
seguro, pero dudo que lo de Anna sea algo más que amistad en grado superlativo,
el mismo que nos profesamos Mila y yo. Sin embargo, solo bastó un día para
enamorarme de Gisela, a la que recuerdo como si fuera hoy, que recordaré
siempre, su sonrisa y sus silencios, su manera de amar, de reír, sus gestos, la
suavidad de sus formas. Sensible, delicada y sencilla; tan distinta a todas las
mujeres que he conocido. Es terrible eso que cuento, pero es la verdad y no
puedo obviarla. Lo de Amara fue distinto, un amor basado en la convivencia y la
amistad. A los treinta los hombres ya no se enamoran sino que aman. Al
contrario de Gisela y Mónica, yo no me enamoré de Amara. El enamoramiento es
aquello que te entra no sabes cómo, contra lo que no tienes armas.
*
Me recuerda a Carlota,
con su mismo salvajismo; también a Mónica, instintiva y osada. Pero es su
prodigiosa belleza lo que perturba mis sentidos, la extraña perfección y el
equilibrio de su cuerpo.
Lourdes y yo nadamos
cerca del acantilado y recolectamos ostras para el restaurante de Artur. Han
anclado el barco casi tocando el acantilado, a mi modo de ver en un lugar poco
adecuado y sin resguardo; sorprendente, a no ser que, como a nosotros, les guste
nadar bordeando el elevado y peligroso farallón.
Nos sentamos en una
roca, junto a Artur e Inma, y vemos cómo se desnudan y se lanzan al agua. Estan
cerca, no tanto como para verlos con precisión, pero sí para intuir su gran
belleza. Me impresiona su larga zambullida, tanto que preocupado observo a su
compañero que se acerca tranquilo. No sé cuánto tiempo pasa, tal vez cuatro o cinco minutos, demasiados para una persona normal. Me levanto con Lourdes,
que sin duda piensa lo mismo que yo, cuando aparece de pronto casi a nuestros pies, con
una bolsa llena de ostras colgando de su cintura y un cuchillo en la mano. Nos
mira y sonríe, supongo que al darse cuenta de nuestra preocupación. Hay mucho
tramo desde el lugar de su zambullida, tanto que no me atrevo a contar.
-Hay mucha vida en
estas rocas –dice con claro acento francés, mientras salta sobre la roca.
Miro la bolsa y por el
tamaño de las ostras y el lugar imagino que habrá bajado hasta quince metros,
con solo la ayuda de unos sencillos pies de pato. Me gusta porque ha dejado las
pequeñas y, seguramente, bastantes de grandes como siembra.
Le hablo de su barco y
de cómo me gusta su segura y elástica maniobrabilidad, de las calas y las rocas
escondidas que pueden encontrar, dado su arriesgada manera de acercarse a una
costa tan peligrosa. Le explico que yo, aun con menos orza y conociendo esta
costa, no me atrevería a tanto.
Y vuelve al agua de un
salto, dejándonos a Artur y a mí boquiabiertos. Pocas veces hemos visto una
belleza tan rotunda y perfecta.
-Por cierto, me llamo Isa. Igual nos vemos por el pueblo.
-Por cierto, me llamo Isa. Igual nos vemos por el pueblo.
-Hoy no creo. Nosotros
vivimos aquí -le digo levantando la mano sin precisar una dirección concreta.
Y se vuelve
sorprendida, como si hiciera un esfuerzo por entender la respuesta.
-Creía que aquí no hay
casas.
-Vivimos en una vieja
cabaña cercana. Ellos dos en Cadaqués.
Su compañero ha
entrado en la conversación, pero de manera tangencial y casi repitiendo. Ella se
sumerge en vertical, como si quisiera poner en orden su cabello, pero en
realidad intenta ganar tiempo, porque al volver a emerger se nos queda mirando
un buen rato con evidente curiosidad.
No sé por qué, pero me arriesgo y atento contra el voluntario aislamiento que Lourdes y yo nos hemos impuesto. Quizá saber que son el tipo de personas que deben gustarle, principalmente el hombre, sereno, atractivo y fuerte; y la gran belleza de la chica y la complicidad que ha sentido hacia ella por su manera de integrarse en el mar. Es tarde y Artur e Inma en poco tendrán que marchar para abrir el restaurante. Lourdes y yo nos quedaremos solos, integrados en esa naturaleza que tanto amamos. Les explico que tras el promontorio hay una preciosa y recogida cala, y un pequeño y escondido sendero que lleva a nuestra cabaña.
No sé por qué, pero me arriesgo y atento contra el voluntario aislamiento que Lourdes y yo nos hemos impuesto. Quizá saber que son el tipo de personas que deben gustarle, principalmente el hombre, sereno, atractivo y fuerte; y la gran belleza de la chica y la complicidad que ha sentido hacia ella por su manera de integrarse en el mar. Es tarde y Artur e Inma en poco tendrán que marchar para abrir el restaurante. Lourdes y yo nos quedaremos solos, integrados en esa naturaleza que tanto amamos. Les explico que tras el promontorio hay una preciosa y recogida cala, y un pequeño y escondido sendero que lleva a nuestra cabaña.
-Haremos un fuego en
un recodo de la cala, donde solo se puede llegar desde nuestra cabaña o en la
auxiliar de un barco. Si queréis podéis venir a cenar con nosotros y pasar la
noche a cubierto en la cala.
*
Cerca de la cabaña hay un gran abrevadero alimentado por el
agua de lluvia, que resbala de un amplio tejado. Impoluto al tiempo y a los
fenómenos ambientales, se mantiene en pie gracias a su sólida construcción. A
su alrededor crecen los tejos y las encinas, pero también un par de grandes y
frondosas higueras repletas de frutos. No sé lo que vive una higuera, pero sí
los años que necesita una de esas encinas para llegar a este tamaño y es seguro
que aquí nadie las plantó. A cien metros se levantan dos grandes cúmulos
cónicos de piedra, huecos y con una abertura a un lado, también cubiertos de
vegetación, que si nadie lo remedia, en pocos años desparecerán de la vista
humana para convertirse en pequeños montículos con arbolado.
Nadie, ni siquiera desde lo alto de la montaña, puede ver las
pequeñas y diseminadas construcciones, seguramente las únicas de su género que
quedan en pie. Y aunque las sobrevolara un helicóptero, la vegetación que crece
sobre sus tejados o entre sus muros impediría su visión.
- Podrías venir un día con Jep y Mónica. Me gustaría conocer
su opinión.
-Intentaré que vengan a mediados de septiembre. Ya los
conoces, te dirán que limpies los edificios de vegetación y que no intentes
restaurarlos. Como máximo volver a poner las piedras caídas en su lugar, nada
más.
La cabaña en realidad es una gran semiesfera de piedra,
enterrada bajo un grueso manto de tierra. Árboles centenarios crecen sobre ella
sin dañar su estructura. No entiendo cómo puede evitar las goteras y la
humedad. Su interior es seco y mantiene un agradable frescor. Al fondo de la
construcción hay una chimenea que sobresale al exterior entre matorrales de boj
y avellanos. El pequeño frontal es de piedra seca, de dos metros y medio de
alto y tiene una puerta de gruesa madera y dos pequeñas ventanas. El interior
está dividido en habitaciones con las paredes de madera.
-Le pregunté al director del banco si tenía algún terreno
por vender, sin casas ni nada por el estilo. El tipo, que ya me conoce, me
contó que debido a un lío de herencias y de impagados, se habían agenciado una
montaña y no sabían qué hacer con ella.
-Haces una oferta, yo la presento y seguro que te lo quedas.
Dicen que no sirve para nada y que solo nos acarreará gastos.
-Vinimos para verlo y ya ves. Debieron mandar a un tipo que
ni siquiera entró en el terreno. Preguntaría en el pueblo y no debieron saber
qué decirle, porque nosotros lo hemos hecho y solo uno nos contó algo sobre él.
Al menos hace cien años que está deshabitado. Me presenté en el banco y les
ofrecí cinco mil euros y a los dos meses era nuestro.
*
-Me sabe mal por ti, que
te mola la tía esa, pero seguro que esos burgueses tienen amarre en la bahía y
prefieren cenar en un restaurante.
La miro a los ojos con
sorna, no mucha porque noto su sinceridad y que le sabe mal de verdad.
Lourdes tiene una gran
inteligencia intuitiva, sin embargo, si se hubiera interesado un poco más por
su entorno, habría descubierto que conozco todos los veleros de la bahía.
También que la pareja es muy buena en su oficio, tanto que gracias a su extrema
pericia ha podido fondear casi tocando el farallón. Pero eso solo lo puede
percibir otro marino, por su facilidad en anclar a la primera y por su manera
de maniobrar y de utilizar la corriente y el viento. Jackes nunca se lo habría
permitido por unas simples ostras y, aún menos, con una nadadora que puede
cogerlas con tanta facilidad en cualquier sitio. Estoy seguro que su objetivo es
Cadaqués, pero también que no tiene amarre y que han anclado tan cerca por
nosotros; porque aquí lo único que llama la atención son dos parejas desnudas
en un lugar de difícil acceso. Y vuelvo a mirar a Lourdes, su atlético y
bronceado cuerpo, e imagino lo que habrán pensado al vernos desnudos,
lanzándonos desde veinte metros de altura.
.
Hoy has hilado la prosa como un sendero de amores que conduce a una oculta montaña en venta...no sé bien con cual de las frases me quedo, creo que con todas ellas...
ResponderEliminarVaya.
ResponderEliminarTe has propuesto convertir prosa en poesía.
Celebro que te guste
Cuando la lectura agrada,
ResponderEliminary al lector atrapa,
brota sin impulso
el ritmo de las palabras...
Jajaja...
Querido Pau... Un saludo lleno de silencios. Fascinante.
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