La abrazo y la beso. Ha pasado unos días difíciles con su salud, además temía, con razón, que
no llegara a tiempo para mi aniversario. Está en la cama, agarrotada por el
dolor. La miro y me doy cuenta lo mucho que la quiero, lo que significa para mí
y hasta dónde llega su valor y su confianza. Sabe que he estado a punto de no volver, y yo sé que nunca me lo habría echado en cara. Es Amara, la mujer que,
junto a Mónica, ha organizado algo que escapa a la lógica humana, pero que
responde a su espíritu, ese que me enloqueció.
-Eres el único que puede conseguirlo. Si tú no vas lo hará Biel y
sabes que fracasará.
-Es muy difícil, no sé por dónde empezar.
-Cuando estés allí sabrás. Si no lo intentas y le pasa algo, no te lo
perdonarás nunca.
-¿Eres consciente que es posible que no salga vivo?
-Sí, pero no te preocupes, no te lo echaré en cara y brindaremos con cava en tu memoria.
-Sí, pero no te preocupes, no te lo echaré en cara y brindaremos con cava en tu memoria.
Y recuerdo sus palabras al despedirme en el aeropuerto, después de
darme un beso.
-No vuelvas sin haberla dejado en lugar seguro. Es lo que yo haría si
pudiera.
Y que, antes de subir al avión con Artur, que todavía no entendía por qué debía esperar en Bangkok, me sonreí al pensar que, en caso de salir mal, sería una bonita manera de morir a los sesenta. La mejor.
Y que, antes de subir al avión con Artur, que todavía no entendía por qué debía esperar en Bangkok, me sonreí al pensar que, en caso de salir mal, sería una bonita manera de morir a los sesenta. La mejor.
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-Cuando toda la fortuna que puedas acumular haya desaparecido, este árbol que
ves ahí todavía vivirá.
Observo el árbol. Es alto y delgado, los he visto más grandes y
viejos y ese tiene mucha vida por delante. Si nadie lo tala, trescientos o
cuatrocientos años como mínimo.
-Nuestra fortuna, nuestras vidas y las de nuestros nietos. Nada es eterno, sería muy aburrido serlo -respondo con ironía.
-No me has hablado de Amara, de su salud. ¿Y Joan y Vicki, cómo están?
Me encojo de hombros y sonrío.
-A punto de ser abuelos. Amara sobrevive, ahora mejor que antes, pero ya
sabes, su enfermedad es crónica y va a peor. Solo su espíritu la mantiene como
es.
Tras nuestro se alza un montículo tan rocoso como selvático. El aire de la
noche es fresco, incluso esa humedad que hace rato nos empapaba ha
desaparecido. Uno de sus compañeros, sentado con las piernas cruzadas, está
curando sus descarnadas rodillas. Debo apartar la vista, porque en una de ellas
se le ve el hueso. Un rato antes, cuando le han sacado los vendajes que
le pusimos para suplir los primeros, una chica se dedicaba a apartar los
cientos de moscas que hacían turno para devorar su carne. Me mira a los ojos y
sonríe. Su compañero médico le ha puesto unos polvos desinfectantes, después de
lavarle la herida con cuidado y de inyectarle una dosis de antibiótico, que se
me antoja más para ganado que para humanos. Ha de dolerle mucho, tanto que debe
ser insoportable, pero no lo denota.
-Duele mucho, supongo. Yo no podría aguantarlo.
-Muchísimo. Es horrible. Y no seas estúpido, tú también lo aguantarías y lo
sabes –responde con una entrecortada carcajada.
Y recuerdo mi entrenamiento, las lágrimas que caían de mis ojos y cómo me
abstraje del dolor y del miedo, gracias a soñar con Mónica. Ella lo engaña con
su risa, tan típica, tan alegre.
-Si sigues así no llegarás a vieja.
Se ríe, abiertamente esta vez; yo también por la tontería que he dicho, que
llevaba dentro durante todo el camino, que me sentía estúpidamente obligado a
espetarle.
Y vuelve a mirar el árbol.
A nuestro alrededor una nube de mosquitos envuelve la llama de aceite,
mientras cientos de grandes mariposas revolotean a su alrededor, y algunas se
queman y caen con estrépito.
-Sabes Popol, excepto los árboles aquí todo dura poco, pero a cambio se
vive con intensidad. En algunos barrios de Bangkok sesenta años son muchos,
mientras en otros hay quien muere a los noventa, Aquí, a partir de los
cincuenta ya se es anciano y lo extraño es encontrar alguien de nuestra edad.
Como menos esperanza de vida tengas, más valor le das y menos a la
supervivencia.
Debo hacer un esfuerzo para entenderla, aunque todo lo que ha dicho ya lo
sepa. Y se ríe mientras lanza una exclamación de dolor. Su compañero levanta
la cabeza.
-Sorry.
Y ella sigue con su risa, amagando una mueca de dolor.
-No te preocupes Frank, ha sido sin querer. No todos tienen mi suerte, la
de tener amigos como vosotros.
Y pienso en el charco de sangre, aún fresca, que vi junto a ella en su
celda. Su compañera tuvo la desgracia de ser birmana y de precio bajo, y la violaron y le partieron las rodillas, para que no escapara antes de matarla.
*
Me sorprendió su tranquilidad, como si nada de lo que pasara a su alrededor le afectara. Pero la conozco y sé que no es así. La aceptación de la realidad es parte de su fortaleza y de su capacidad de lucha, la misma de tus amigos de “médicos sin fronteras”, la que vi en su amigo australiano, cuando la curaba tranquilo y sin inmutarse por el dolor que le provocaba.
No preguntó cómo conseguimos rescatarla, quizá para no obligarnos a mentirle. Sabía que en tan poco tiempo había sido imposible negociar, también que los militares de la zona querían interrogarla con tranquilidad, antes de enviarla a Rangún. De hecho ya habían empezado cuando llegamos.
Ya en la calle y a hombros de un compañero preguntó, casi sin fuerzas, cuántos guardias encontramos.
-Solo uno. Supimos esperar el momento –respondí.
Lo preguntó en su idioma y uno de ellos lo tradujo para que fuera yo quien le respondiera.
*
Me sorprendió su tranquilidad, como si nada de lo que pasara a su alrededor le afectara. Pero la conozco y sé que no es así. La aceptación de la realidad es parte de su fortaleza y de su capacidad de lucha, la misma de tus amigos de “médicos sin fronteras”, la que vi en su amigo australiano, cuando la curaba tranquilo y sin inmutarse por el dolor que le provocaba.
No preguntó cómo conseguimos rescatarla, quizá para no obligarnos a mentirle. Sabía que en tan poco tiempo había sido imposible negociar, también que los militares de la zona querían interrogarla con tranquilidad, antes de enviarla a Rangún. De hecho ya habían empezado cuando llegamos.
Ya en la calle y a hombros de un compañero preguntó, casi sin fuerzas, cuántos guardias encontramos.
-Solo uno. Supimos esperar el momento –respondí.
Lo preguntó en su idioma y uno de ellos lo tradujo para que fuera yo quien le respondiera.
-Solo uno...
No fue pregunta sino incredulidad, pero no por el hecho sino por mi
presencia. No entendía qué hacía allí. Al principio creo que ni ella sabía
dónde estaba, sin embargo, sí que vi su mirada de alegría y confianza cuando
entré en la celda. Entonces me reconoció y hasta pensé que no le extrañaba mi
presencia.
Delgada y desfallecida, sucia, hambrienta y obnubilada por la somnolencia. Hacía días que no comía ni dormía. La encontramos de rodillas, sobre un suelo de arena lleno de sus detritus, con los brazos en cruz obligados por una madera a todo su largo, con unas cuerdas pendidas del techo alrededor de sus sobacos, para obligarla a mantenerse erguida, y unos aros en las piernas que le impedían cualquier movimiento.
Delgada y desfallecida, sucia, hambrienta y obnubilada por la somnolencia. Hacía días que no comía ni dormía. La encontramos de rodillas, sobre un suelo de arena lleno de sus detritus, con los brazos en cruz obligados por una madera a todo su largo, con unas cuerdas pendidas del techo alrededor de sus sobacos, para obligarla a mantenerse erguida, y unos aros en las piernas que le impedían cualquier movimiento.
A medio camino la cogí en brazos para que su compañero descansara. Creo que
fue entonces cuando empezó a darse cuenta de que era yo, porque me abrazó de
una manera muy especial y sentí sus dulces labios en mi cuello, y porque en
catalán me preguntó por el bulto que llevábamos.
-No sé, debe ser algo que habrán cogido.
-No sé, debe ser algo que habrán cogido.
Luego, en un recodo del camino y ya en
el 4X4, uno de ellos lo arrastró hasta un rincón del bosque. Nadie dijo nada,
seguramente para no soliviantarla, pero entendí, por las señas que me hicieron,
que cerca había una familia de leopardos. Y donde hay depredadores, hay
carroñeros.
Estuvo un día entero durmiendo. Se
levantó para comer, charló un rato conmigo y preguntó por una compañera también
detenida, de la que nadie sabía nada y, por lo que entendimos, habría corrido
la misma suerte que la otra. Luego se echó y ya no volvió a levantarse hasta la
tarde del día siguiente
*
-Sabes Popol, después que partieran las rodillas a mi compañera pensé en
Biel y en ti, e imaginé que me hacíais el amor. Y pensé, te lo prometo, que si
os enterabais de lo que me había pasado vendríais a buscarme. Y temí por
vosotros y deseé con todas mis fuerzas que no os avisaran. Habéis tenido suerte
de llegar antes que empezaran a torturarme, si no me habríais encontrado hecha
un estropicio.
La miro en silencio y observo el vendaje de sus rodillas. No sé lo que para ella es tortura, en todo caso me alegro que hayamos llegado a tiempo, no solo por mí sino también por Artur, que me espera en Bangkok, y por Biel, que lo hace en Rangún por si fallamos. Por Joan y Vicki, que han sufragado parte del viaje y que con un poco de suerte se habrán enterado de nuestro éxito, igual que Mónica y Jep, desesperados frente al ordenador y al lado del teléfono.
La miro en silencio y observo el vendaje de sus rodillas. No sé lo que para ella es tortura, en todo caso me alegro que hayamos llegado a tiempo, no solo por mí sino también por Artur, que me espera en Bangkok, y por Biel, que lo hace en Rangún por si fallamos. Por Joan y Vicki, que han sufragado parte del viaje y que con un poco de suerte se habrán enterado de nuestro éxito, igual que Mónica y Jep, desesperados frente al ordenador y al lado del teléfono.
Unos extraños monos bajan del árbol. No entiendo que lo hagan a esta hora,
ya casi de noche. Se acercan con cuidado, siento que dudan porque no me
conocen. Uno de ellos se acerca más, me toca la mano y chilla. Ella me mira y
sonríe.
-Creo que ya eres de la familia.
El mono de un salto se sube a su hombro, mientras el médico toma asiento a
nuestro lado, satisfecho por haber cortado la infección a tiempo. Antes de
marchar le extraerá sangre y se la llevará en una nevera para hacer análisis.
Una mujer, que de tan arrugada parece anciana, nos acerca unos platos con arroz
y plátanos cocinados al estilo caribeño, y otro lleno de una especie de
langosta cocida. El médico coge una y se la lleva a la boca mientras me observa
con curiosidad. Yo cojo otra y la saboreo. Cruje y tiene un sabor parecido a la
cigala, pero más suave. Y Anna se ríe, no por mí, que ya sabe, sino por su
amigo.
-Con Popol podrías perderte en un desierto y no morir de hambre.
Y recuerdo nuestras largas caminatas por las montañas del norte de Pakistán, donde señorea la aridez de la piedra desnuda, a cinco mil metros de altura.
Me sorprende la extraña humanidad de los monos y su egoísta complacencia, tan parecida a la de mi gata. Uno de ellos acerca su boca al oído de Anna. Me hace gracia el gesto de ella, como si hubiera entendido un susurro que ninguno de nosotros ha oído, porque acto seguido coge un plátano y se lo da. Y él lo agarra con una mano y salta hacia la rama más cercana.
Y recuerdo nuestras largas caminatas por las montañas del norte de Pakistán, donde señorea la aridez de la piedra desnuda, a cinco mil metros de altura.
Me sorprende la extraña humanidad de los monos y su egoísta complacencia, tan parecida a la de mi gata. Uno de ellos acerca su boca al oído de Anna. Me hace gracia el gesto de ella, como si hubiera entendido un susurro que ninguno de nosotros ha oído, porque acto seguido coge un plátano y se lo da. Y él lo agarra con una mano y salta hacia la rama más cercana.
-Ve con ojo. Esos monos no son tan amigables como parece. Con Amara lo
serían, pero no contigo –Y se ríe por la ocurrencia.
Extraña humanidad, más sincera y previsible que la del ser humano.
Observo a mi amiga. Parece como si unas lágrimas brotaran de sus ojos. Intenta levantarse y no puede, las rodillas duelen demasiado. Creo que los monos han hecho que recuerde algo, quizá a una de las compañeras que ha perdido.
Observo a mi amiga. Parece como si unas lágrimas brotaran de sus ojos. Intenta levantarse y no puede, las rodillas duelen demasiado. Creo que los monos han hecho que recuerde algo, quizá a una de las compañeras que ha perdido.
Es curioso como nuestra conversación está cargada de silencios, como si no
hiciera falta hablar, porque ya sabemos, como si las palabras fueran dardos que
despertaran el dolor del alma.
-¿Quieres contarme algo?
Ella vuelve a mirar el árbol y sonríe, no con alegría, pero sí con
esperanza.
-Todo lo que hacemos sirve para algo. Si vale la pena vivir por nuestros
sueños, imagínate lo que es morir, que es más sencillo y llevadero. Lo terrible
es hacerlo por nada, vegetar y dejarse llevar por las circunstancias. Y, aún
peor, morir con la convicción que no has servido para nada, que tu vida ha sido
un vacío.
Y en este momento siento la necesidad de quedarme junto a ella, de vivir
plenamente y sin freno. Pero, ¿no lo estoy haciendo ahora mismo? Siento cómo me
bulle la sangre, cómo se eriza mi piel. Hoy soy el hombre más feliz del mundo,
aun sabiendo que quizá Amara esté esperando noticias, destrozada por
haber sido la espoleta de todo lo que puede haber pasado. O tal vez ya las haya recibido,
si Artur ha entrado en contacto con quien debía y ha seguido las indicaciones
preestablecidas.
-Con el follón que hemos montado, creo que ya no podrás volver a Birmania.
El australiano mira a Anna perplejo. No puede creer lo que acaba de oir. Y
ella suelta una risotada.
-¿Dónde crees que estás?
Me encojo de hombros. En este país las fronteras son tan ambiguas como los
monos que nos rodean, que no saben ni les importa dónde empiezan y terminan.
-Estamos en Myanmar, muy cerca de la frontera con Laos. Mañana, antes que
salga el sol, pasaremos por zona amiga y entraremos en Tailandia.
-Es extraño que no te preguntara.
-Sí que lo hizo, pero solo por amigabilidad, casi para mostrar su
agradecimiento sin necesidad de demostrarlo.
La acaricio y me recreo en su nariz, en sus carnosos y sensuales labios, en
su barbilla. Y me admiro por su extraña serenidad, tan parecida a la de Anna.
-¿Por qué has venido?
Me giré y la miré con una sonrisa. Aún conserva su belleza, con la delgadez
incluso ha ganado en atractivo. Sus ojos, su boca; y su cabello, desordenado como
siempre, más largo que antes e igual de rebelde, gris perlado porque no lo
tiñe. Echo en falta los divertidos hoyuelos de sus mejillas, que imagino ha
perdido por la delgadez.
-No lo sé, supongo que sentí la necesidad. No creas, me costó mucho que no
viniera Artur. Es el que ha puesto más dinero en la empresa, incluso el
suficiente para pagar un rescate.
Pero ella sabe que Artur es así, que se lanza sin pensar, con la convicción que todo lo puede.
-Podrías haber dejado la vida.
Pero ella sabe que Artur es así, que se lanza sin pensar, con la convicción que todo lo puede.
-Podrías haber dejado la vida.
Acaricié su preciosa boca, su garganta y sus pechos; me incorporé lo justo
para besarla, sin necesidad de apoyarme demasiado en su maltrecho y desnudo
cuerpo. Solo quería rozarla, volver a sentir su piel en contacto con la mía.
-¡Mira quién habla! Por lo que parece, eso es lo que haces cada día.
Y entonces fue ella quien me miró y me sonrió.
-Me amas, en el fondo es eso.
Me reí mucho. Es la primera vez que escucho algo así de ella, la mujer fría
e inmune a los sentimientos amorosos.
-Según tú, los hombres no sienten el amor como las mujeres. El macho está
preparado para seducir y copular como buen reproductor masivo, en cambio, la
hembra necesita la estabilidad para cuidar su nido. Tú eres la excepción y nos
convertiste a todos, a ellas en mujeres libres como tú y a nosotros en fieles
constructores de nidos. Pero no, no solo es eso. Tú nunca has amado como la
mayoría de los humanos. Cuando me amas, en realidad lo haces a mi libertad.
Serías capaz de morir por ella y si hoy me tuvieras que llorar, lo harías como
Amara y Mónica, con una copa de cava para brindar por mi memoria y por lo que
he sacrificado mi vida.
Abandonaste vuestra asociación de maltratadas, porque te hartaste de su
cobardía; y aquí encontraste lo que buscabas: gente con más temor de vivir
como esclava, que de morir por su libertad, mujeres valerosas como tú, que no
se conforman, que estudian, trabajan y pretenden lo que les pertenece.
Es cierto, he venido porque te amo y porque me ha dado la gana, porque Amara, tu amiga hermana amante, me dijo que viniera y que no volviera sin haberte dejado en lugar seguro; porque, sin debernos nada, somos los compañeros de siempre, y abandonarnos ahora y aquí, hubiera sido lo mismo que hacerlo hace tantos años en el Himalaya. Y me quedaría a luchar a tu lado, en parte porque te amo y en parte por lo mismo que tu. Pero ni uno ni otro es suficiente por sí solo, y la suma de los dos no sigue la lógica aritmética. Cuando aterrice en Barcelona me arrepentiré, del mismo modo que si me quedara contigo. Amara lo sabe, incluso que ni ella es suficiente para retenerme. Quizá eso del nido no funcione conmigo, tal vez Joan, Jep y Pierre, incluso Richard; esos que se jactan de no sentirse atados a nada, lo estén mucho más que yo.
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Es cierto, he venido porque te amo y porque me ha dado la gana, porque Amara, tu amiga hermana amante, me dijo que viniera y que no volviera sin haberte dejado en lugar seguro; porque, sin debernos nada, somos los compañeros de siempre, y abandonarnos ahora y aquí, hubiera sido lo mismo que hacerlo hace tantos años en el Himalaya. Y me quedaría a luchar a tu lado, en parte porque te amo y en parte por lo mismo que tu. Pero ni uno ni otro es suficiente por sí solo, y la suma de los dos no sigue la lógica aritmética. Cuando aterrice en Barcelona me arrepentiré, del mismo modo que si me quedara contigo. Amara lo sabe, incluso que ni ella es suficiente para retenerme. Quizá eso del nido no funcione conmigo, tal vez Joan, Jep y Pierre, incluso Richard; esos que se jactan de no sentirse atados a nada, lo estén mucho más que yo.
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Muy buenoooo!!!!!!!!!!!!!!!!!!
ResponderEliminarHe acortado el relato porque la prisa obligaba a dejar demasiado en el tintero. Es mejor terminarlo con el mismo cuidado, aunque precise otra entrada
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