sábado, 27 de julio de 2013

SEXO, AMISTAD Y TEMPESTAD

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Esta foto fue tomada un día de brutal tempestad mediterránea, desde lo alto de la entrada a Mahó, junto a Richard, Mila y Amara, después de haber llegado de la península.

A medida que descifro o voy entrando en los secretos de la física, me doy cuenta que llegará el día que una inteligencia conozca la clave mecánica del Universo, que no solo será capaz de entenderlo sino también de crearlo. Y eso, para una sociedad que cree en ángeles y demonios, en magia y esoterismo, ahora mismo es inconcebible.
Los últimos magos, esos que buscan desesperadamente una explicación al cosmos, sin destruir la creencia de un ser sobrenatural, nos explican que el humano llegará a entender la mecánica, pero nunca podrá disponer de la llave. Para ellos es incomprensible que un ser sea capaz de crear a su propio creador, mientras lo único que yo veo dudoso, es que sea el humano quien lo consiga, debido a su obsesión autodestructora.


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Las historias que cuento de sexo no son excesivamente duras, esas las omito, al menos por ahora. Aquí relato las vividas con gente ajena a nosotros, eventual o casi desconocida. Nuestras historias más brutales, aquellas en las que desplegábamos nuestros instintos con total libertad gracias a la intimidad, nadie las hubiese entendido y seguramente haberlas contado me habría reportado serios problemas. Con el tiempo quizá cuente alguna, no ahora, que he decidido hacer un receso de este tipo de entradas; esa, por tanto, será la última o un adelanto de las que hablo. Ahora toca volver a otro tipo de pasado, para contrastarlo con la actualidad. Porque todo se repite, aunque en forma distinta, supongo que para intentar demostrar que los tiempos cambian.
Somos, para bien o para mal, el producto de lo que fueron y pensaron nuestros antepasados; la forja de muchos años, incluso siglos, acelerada o frenada por pequeños incidentes.

El que no me conozca pensará, al leer esas historias, que tengo dos mujeres, aunque suela hablar más de una que de otra. Pero el que me conoce sabe que eso es circunstancial, debido principalmente por la idiosincrasia de Amara. Pero si tuviera que describir a Mónica no me quedaría más remedio que utilizar las mismas palabras que con aquella: inteligencia, valentía, arrojo, serenidad, nobleza y belleza. Y eso último va parejo con lo demás, porque esa belleza, sin cualquiera de las otras características, se desvirtúa; y sin la mayoría se disipa entre la bruma de la vulgaridad. Lo único que las diferencia es el exhibicionismo. Amara es exhibicionista en grado superlativo, mientras que Mónica lo aborrece en la mayoría de los casos. Y eso, que para muchos podría ser trivial, las hace distintas en la manera de interactuar con los demás y, por ende, en su manera de vivir y de ser.
Las dos gustan de los hombres por igual, quizá más Mónica. Amara es más exigente en eso y sabe rechazarlos, Mónica no. Las dos son igual de independientes, nunca piden ayuda, ni siquiera entre ellas. Mónica es hermética, no comparte sus problemas, los soluciona sin que nadie se entere. Solo, a veces, sus ojos denotan lo que siente; esos ojos oscuros, grandes y profundos, devoradores, sinceros, limpios. Es Mónica, la mujer que nada teme, que se ofrece a los que ama sin preguntas, capaz de sacrificar todo lo que tiene por un ideal; la mujer con la que me jugué mucho más que la vida.

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Por eso se me hizo extraño lo que hiciste aquel día, aunque luego, sabiendo lo mucho que amas a Jep, quise entenderlo. Lo cierto es que lo pasé bien, no tanto como cuando estamos solos, que te disfruto tal cual te deseo, haciendo más el amor que el sexo; que puedo recrearme en tu cuerpo para entregarte lo que más me place: tu satisfacción. Sabes que te deseo tanto como te amo, igual que con Amara; que nadie entiende nuestro sentimiento, supongo que por serle ajeno. Pero hoy no quiero hablar de eso sino de tu amor hacia Jep y de nuestra sorda complicidad.

Hace mucho que no estábamos solos los cuatro. Me siento bien, como si estuviera con mucho más que con amigos. Apenas hablamos, con el tiempo nos hemos dicho todo lo que un hermano puede contarle a otro, mucho más. Fuera empieza a diluviar, lo notamos por el ruido del agua al chocar contra la cabina. Hace mucho calor, pegajoso, tanto que casi no llevamos ropa. Nos reímos, aunque preocupados, al imaginar por lo que Richard y Joan estarán pasando en alta mar, en el centro de la tormenta. Pero no, solo es risa, porque sabemos que navegan en un gran barco, gobernado por un comandante de la real marina británica y en compañía de Joan, el mejor marino que podría encontrar.
Miramos el reloj y ponemos música. Con este tiempo no sabemos lo que pueden tardar, ni siquiera si harán noche en alta mar para no arriesgar. Siempre es mejor capear que correr un temporal, al menos es lo que yo haría, pero con Richard todo es posible.
Mónica se levanta y tira de mí. Es su música y quiere bailar. La abrazo, siento su cuerpo pegado al mío. La beso y acaricio su piel a través del fino y empapado algodón. Siento la intensidad de su respiración, su boca en mi garganta. Desabrocha lentamente mi camisa y besa y muerde me pecho. A pocos centímetros Jep y Amara nos observan abrazados.
Es la segunda vez que lo hacemos frente a Jep, pero no tan de cerca ni entonces llegó a nada, pero esta vez, quizá por su manera de besarme por cómo me acaricia y me desviste. Intuyo que será distinto.
Y nos amamos, nos decimos cosas al oído y nos reímos, y la desvisto con infinito cuidado. Y lentamente, bajo su minúscula braga, acaricio su perfecta piel. Aparto los vasos que hay sobre la mesa de cartas y le pido que se eche sobre ella. La acaricio y la beso, muerdo sus oscuros pezones, mientras mis manos acarician su pubis, sus maravillosos muslos, su vientre liso y perfecto. Y siento como su cuerpo se contrae con pequeños impulsos y se retuerce. Y escucho sus gemidos y su queja de hembra cachonda a punto de estallar.
Amara se levanta y me acerca un par de vibradores, uno es anal, al menos eso dicen, pero nosotros lo utilizamos para excitar el clítoris durante la penetración. Y juego con su cuerpo y nos reímos, ella entrecortadamente, entre espasmos de satisfacción. Jugamos con fuerza, la penetro y siento su orgasmo, profundo, intenso, largo.
Y Jep estalla. Amara lo ha masturbado con cuidado, esforzándose en alargar su agonía al máximo.
A través de la emisora oímos la voz de Joan. Grita pensando que no podemos oírle por el ensordecedor ruido del mar y del viento. Ha dejado de llover. Ahora solo se escucha los reflectores de radar en su choque con los mástiles y el silbido del viento al rozar las escotas. Están a una milla del puerto, eso creen, porque con este mar es imposible estar seguros. Navegan con la mayor rizada y el tormentín a punto de estallar, el mar los invade por estribor y la mar gruesa esconde las luces del puerto.
Nos vestimos y salimos a cubierta. Quiero partir en su busca por si necesitan ayuda o naufragan, y pido a Jep y a Mónica que desembarquen de inmediato. Jep grita, no quiere dejarme solo, es más, quiere impedir mi salida. Discutimos mientras Amara prepara el barco. En un caso como este solo confío en ella, en su serenidad y la pericia adquirida en muchos temporales. Y oímos el ruido del mar al chocar contra la escollera, y con espanto e impotencia veo como la espuma se levanta muchos metros por encima del muro del puerto. En estas condiciones es más difícil salir que entrar. Amara y yo nos miramos en silencio, acongojados por lo que nuestros amigos estarán pasando. Y de pronto veo la majestuosa bandera británica avanzar por el otro lado del muro, lentamente, subiendo y bajando con el mar. Es Richard, que desafiando las normas nunca la arría para que todos sepan que es él.
Los ayudamos a amarrar y a desembarcar. E, impertérrito, me busca con la mirada esperando mi comprensión. Sabe que yo nunca hubiese intentado entrar con este mar, que casi nadie lo hubiera hecho. O sí, quizá algún insensato que ya se habría estrellado contra la escollera. Sabe que, por espantoso que fuera, me habría alejado mar adentro a la espera de mejor momento.
Joan y yo nos miramos en silencio, con la complicidad de saber que coincidimos. Sin embargo, no puedo dejar de pensar en las maniobras que mi amigo habrá realizado, en su juego con las olas, el motor y el viento. No se me escapa que, hasta no haber entrado en la bocana, llevaba la mayor desplegada y el tormentín a todo trapo. Pero es Richard, un marino británico acostumbrado a temporales en mares desconocidos, y, por mucho que quiera, a lo máximo que puedo aspirar es saber cómo lo hace sin pretender imitarlo.

Cenamos en casa de Jep, pero antes Amara y Mónica pasan por la casa de mis padres, para pedirles que esta noche se queden los niños. No sabemos cómo terminará, pero conociéndolas y por tal como ha ido lo imaginamos.
Las esperamos en el granero de la gran casa, acomodado como biblioteca y salón de invierno, rodeado de cómodos y viejos sofás, un hogar y un dormitorio para invitados con su cuarto de baño. El cielo se ha despejado y entra la luz del típico atardecer de finales de junio. Ha refrescado un poco y es agradable estar en el interior de este precioso espacio, entre libros y muebles antiguos, con las paredes cubiertas por viejos aperos de labranza, y con cadenas y cuerdas colgadas del techo, que nosotros damos una utilidad menos prosaica para la que fueron diseñados.
Incluso yo, el más frío de nosotros, tengo un sobresalto cuando las veo entrar por el gran portón de madera. Amara con una camiseta de tirantes, de Jep seguramente por lo ancha que es, y sus bragas de fino encaje. Mónica solo lleva su camisa, abrochada en sus dos últimos botones, justo para esconder su pubis. Y se acerca, sencilla, sin aparente malicia, me abraza y me besa, y se echa sobre Jep, al que desnuda sin mediar palabra. Amara toma asiento junto a Joan y Richard y hace lo mismo, pero a los dos a la vez y a su manera, con una picardía y un erotismo que hasta a mí perturba.
No sé qué debo hacer, me siento momentáneamente desplazado, hasta que siento la mano de Mónica, que me arrastra hacia ella y Jep.
Y vuelvo a besarla, a acariciarla y a desnudarla. Me fascina su delicado y sensual cuerpo, su culo respingón, su precioso vientre, el color de su piel, casi cobriza, que repaso con la punta de mi lengua. Jugamos con ella, Jep con reserva por sentirse inexperto o demasiado excitado. Ella gime y se revuelve. Paso uno de mis brazos por su espalda y le introduzco dos dedos de mi otra mano en la boca, y tiro su cabeza hacia atrás para mostrar el precioso cuerpo a su compañero.
Sé qué debo hacer para excitar a mi amigo, para que pierda el sentido tal como ella desea, para hacer que le desborde su morbosidad.
-¡Qué buena está! La vamos a reventar a polvos. No te preocupes, estoy acostumbrado a follarla en grupo, te enseñaré cómo hacerlo.
Al otro lado Joan, Richard y Amara se divierten, ellos con agresividad. Amara lo permite porque sabe lo mucho que disfrutan con ello, que con muy pocas mujeres pueden. Y veo como la arrastran fuera de la estancia y la llevan al jardín, supongo que para atarla al columpio o a un árbol y disfrutar de su cuerpo con total plenitud. Jep, Mónica y yo nos miramos y nos reímos con complicidad. Y Mónica señala las cadenas que penden del techo y nos pregunta si seremos capaces de colgarla.

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En unos días Mila llegará en avión y para mí será un gran reencuentro, aunque solo venga para recibir, junto Richard, a sus amigos británicos. Es mi amiga hermana y sé que pasaré la noche con ella, hablando de lo que hacemos y soñamos, de lo que sentimos y de lo que recordamos. Y beberemos y nos reiremos, mientras Richard y sus tres amigos se divierten con Mónica y Amara en su barco.

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2 comentarios:

  1. El universo y sus evidentes secretos, los cosmólogos, su conformismo y su cobardia para descifrar y defender lo evidente, no creo que merezcamos disponer de una máquina maravillosa que no permita difundir nuestros pecados por toda la galaxia...

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  2. es un texto maravilloso, y hay muchos secretos del universo que no podemos saber bien, y es esa ley del deseo, de la atracción, muy bonito...

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