Chick Corea - Cristal Silence
Recuerdo aquel agosto como si fuera hoy mismo, igual que Amara, ahora que me prepara con tanto cuidado el Camino.
Y recuerdo que un día
como hoy hace dos años, lo abandoné todo para ir en busca de Anna, que ahora
Mónica pregunta si sé algo de ella, cuando antes era yo quién debía hacerlo por
mi amiga hermana amante. Mi irrupción en su vida, en la selva, cerca de la
frontera tailandesa, a mi estilo, insoportablemente lento aunque sea pocas horas,
las que tardo en completar mi mochila, en llegar al aeropuerto, inseguro e
irritado por haber tenido que romper mi monotonía, por lo que me espera. Que
antes de subir al avión miro hacia atrás, aunque durante un segundo,
preguntándome si hago bien o mal, que me lanzo a la incertidumbre sin conocer a
nadie ni nada, que deberé confiar en gente extraña que habla un idioma distinto
al mío.
Ya tengo sesenta, aunque solo falten unos días para eso. Ya no soy el loco de veinte, pero sigo siendo el mismo y, por mucho que lo busque, que sepa que existe, no tengo miedo. Y luego, ya en pleno vuelo, me tranquilizo y pienso en lo que unas horas antes la mujer absoluta me dijo.
Ya tengo sesenta, aunque solo falten unos días para eso. Ya no soy el loco de veinte, pero sigo siendo el mismo y, por mucho que lo busque, que sepa que existe, no tengo miedo. Y luego, ya en pleno vuelo, me tranquilizo y pienso en lo que unas horas antes la mujer absoluta me dijo.
-Tranquilo, que una
vez allí sabrás qué hacer y cómo hacerlo. Dale un beso de mi parte y dile que
la quiero.
Lo que Artur, que no
puede mantenerse quieto a mi lado, me dijo antes de entrar en la rampa.
-Solo nosotros somos
capaces de sacarla de allí y solo tú sabrás qué hacer cuando llegue el momento.
Y sonrío. La inseguridad y el temor al fracaso, como siempre que no hay vuelta atrás, han desaparecido. Sonrío con la convicción que si dejo la piel habrá sido por algo que lo merecía, un lujo, el mejor colofón para una buena vida. Y miro por la ventanilla para intentar ver algo de mar o la costa de cualquier isla, aunque poco se puede a través de un ala. Y abro mi libreta y escribo sobre cualquier tontería. Amara abrirá mi correo y periódicamente entrará en los enlaces que dejé para ella, leerá los blogs de los amigos que mejor escriben entrando a través el mío. Es mi rastro el que deja, el de un tipo que no puede olvidar el arte de la simulación.
-¿Tan importante es?
-No lo sé, pero tú hazlo.
Y sonrío. La inseguridad y el temor al fracaso, como siempre que no hay vuelta atrás, han desaparecido. Sonrío con la convicción que si dejo la piel habrá sido por algo que lo merecía, un lujo, el mejor colofón para una buena vida. Y miro por la ventanilla para intentar ver algo de mar o la costa de cualquier isla, aunque poco se puede a través de un ala. Y abro mi libreta y escribo sobre cualquier tontería. Amara abrirá mi correo y periódicamente entrará en los enlaces que dejé para ella, leerá los blogs de los amigos que mejor escriben entrando a través el mío. Es mi rastro el que deja, el de un tipo que no puede olvidar el arte de la simulación.
-¿Tan importante es?
-No lo sé, pero tú hazlo.
Había pasado algo más
de tres meses de nuestra boda. Recuerdo que salimos de Rocabruna, con las
mochilas, los sacos y una tienda de campaña. Amara, poco acostumbrada a la
bicicleta, solo llevaba los sacos en sus alforjas.
Escogimos aquel pueblo por romanticismo y porque allí vivían los abuelos putativos de Anna, y ella quería saludarlos y presentarles a su amigo hermano amante y a su nueva amiga.
Escogimos aquel pueblo por romanticismo y porque allí vivían los abuelos putativos de Anna, y ella quería saludarlos y presentarles a su amigo hermano amante y a su nueva amiga.
Dos ancianos tiernos y
cariñosos, muy parecidos a los míos de Menorca, con una fortaleza de espíritu
que avasallaba. Mi amiga nunca me contó cómo los conoció, esas son cosas que no
se preguntan, aunque entendí que su casa había sido una especie de refugio, un
lugar de descanso y de meditación, sin preguntas y muy cercano a la frontera,
con multitud de senderos que la atravesaban.
Aún recuerdo aquellas maravillosas noches que pasé entre las dos mujeres, que al principio actuaban con cuidado para no estorbarse, entre risas y bromas, acosado por su amor y sus ganas de satisfacerme; y a los dos días ya sin subterfugios ni timidez, con Anna de maestra. Y recuerdo cómo aprendí a disfrutar del sexo en una plenitud desconocida hasta entonces.
Aún recuerdo aquellas maravillosas noches que pasé entre las dos mujeres, que al principio actuaban con cuidado para no estorbarse, entre risas y bromas, acosado por su amor y sus ganas de satisfacerme; y a los dos días ya sin subterfugios ni timidez, con Anna de maestra. Y recuerdo cómo aprendí a disfrutar del sexo en una plenitud desconocida hasta entonces.
Por las mañanas
pedaleábamos hasta la hora de comer, a veces sin parar, con lluvia o sin ella,
empapados. Comíamos y, dependiendo del lugar, seguíamos hasta encontrar un buen
lugar de acampada. Otras veces nos quedábamos allí mismo, siempre a orillas de
un pantano o de un río, cerca de una fuente de agua potable, pero nunca al lado
porque buscábamos intimidad y allí podía no haberla.
Charlamos como nunca
habíamos hecho, del amor, de la amistad, de política, de la manera de ser de
cada uno de nosotros, de nuestros amigos y amantes, de nuestras debilidades y
nuestras fortalezas. Solo en las montañas de Cachemira recuerdo haber hablado
tanto con ella, pero esta vez junto a Amara y con diez años más.
Nos acostábamos pronto y entonces nuestras charlas solían versar sobre sexo, lo que a cada uno le gustaba más, sus fantasías, que en nuestro caso ya las conocíamos. Y Amara aprendió a romper con los pocos prejuicios que le quedaban, con sus demonios de adolescencia, incluso los infantiles. Entonces fue cuando descubrí la violencia con que había sido tratada, psicológica por parte de sus padres, sexual por la de su hermano y los amigos de éste, cómo pudo superarlo; y la violencia de la calle, de las chabolas donde vivió de pequeña; y sus miedos y su gran espíritu de superación.
Nos acostábamos pronto y entonces nuestras charlas solían versar sobre sexo, lo que a cada uno le gustaba más, sus fantasías, que en nuestro caso ya las conocíamos. Y Amara aprendió a romper con los pocos prejuicios que le quedaban, con sus demonios de adolescencia, incluso los infantiles. Entonces fue cuando descubrí la violencia con que había sido tratada, psicológica por parte de sus padres, sexual por la de su hermano y los amigos de éste, cómo pudo superarlo; y la violencia de la calle, de las chabolas donde vivió de pequeña; y sus miedos y su gran espíritu de superación.
A veces, en caso de
haber suficiente luz, me quedaba un rato fuera de la tienda, dibujando con
pequeños rasgos, tal como me gusta, lo que veía a mi entorno, los árboles, el
camino que nos había desviado de la carretera, el lago, el amarradero y la
tienda de campaña. ¡Cuánta belleza llegaba a mis sentidos! Tanta que me
estremecía de placer, que me abrazaba a mí mismo, que me levantaba para pasear
y poder meditar más tranquilo, mientras el sonido del amor y del sexo llegaba a
mis oídos, las risas y los requiebros de las dos increíbles hembras; mientras podía
vislumbrar el contorno de sus cuerpos a través del tejido de la canadiense.
Y esperaba a que me
llamaran.
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Siempre que he observado
el mundo desde las cimas más elevadas, la desolación, la selva o el bullicio de
una ciudad donde la gente habla un idioma extraño para mí, he sentido un
profundo desconcierto sobre la base ideológica del nacionalismo, tanto si parte
de una realidad étnica, como de una ficción cultural.
Mi fascinación por la
física me ha convertido en un ser bien extraño, consciente que no soy más que
un conjunto de partículas subatómicas, procedentes probablemente del estallido
de estrellas a millones de años luz.
Contrariamente a lo
que el actual sentido común dicta, no siento más empatía o solidaridad con mi
especie, que con la pueda encontrarse en cualquier planeta sito en otra galaxia.
.
Mi estimado autor, constato que en las alturas hace un frío excesivo que sólo templa la compañia más deseada, te aconsejaría; sí fuese un sabio; que cuides, no llegue esa destemplanza hacía los demás a calar hasta el interior de tú alma, mantener la distancia, no es amurallarse en la indiferencia, como no lo soy, te deseo salud, buen juicio y sentido común...
ResponderEliminar¿Vas a hacer el Camino?
ResponderEliminarMe voy el 20 de junio. Puro disfrute de los últimos 100 km.
Besos
Esta vez va en serio, desde Roncesvalles hasta donde dé el pie y el tiempo
ResponderEliminarEl mío se ha ido. No voy. Es increíble. Quería ir en tren hasta Sarria y el único que hay es un tren nocturno que tarda más de nueve horas en llegar.
ResponderEliminar¿Vas con más gente o haces el camino solo?
Besos
¿Cuándo lo inicias?
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