domingo, 12 de mayo de 2013

HACE UNOS TREINTA AÑOS

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La conocí de muy joven, en Premiá junto a mis amigos. Sus abuelos eran íntimos de los míos, no obstante, pocas las veces coincidíamos. Bellísima ya de un principio. La mujer ideal para mi gusto, tierna, suave, educada en extremo y perfecta de cara y de cuerpo; sus ojos de color miel hacían pareja con su cabello. No sé cómo fue, mucho antes que mis amigos seguro, sin que ahora entienda el por qué, ya que por entonces era el más inocente de todos, el que menos sabía de mujeres y de sexo. Quizá fuera un detalle, un ambiguo gesto, que a todos pasó desapercibido excepto para mí. Lo cierto es que mucho antes de compartir charlas y confianzas descubrí su lesbianismo, y esas seguramente llegaran por eso, por la rotura de mi timidez al darme cuenta que nunca la podría conseguir.
Rouse era su amiga, pelirroja, escultural, exótica y atlética, una auténtica hembra; pero mucho más lejana y hermética, de modo que nunca pude hablar con ella. Siempre iban juntas y con dos amigos en sendas motos, como si fueran sus compañeros. En las pocas reuniones que coincidíamos siempre terminaban desapareciendo, dando a entender por tal como se expresaban, que lo hacían por sexo. No me costó mucho entender que ellos también eran homosexuales.
Años después la encontré en su refugio, un pequeño estudio de pintura. Días antes mi madre me había hablado de su divorcio, cuando yo ni siquiera sabía que se había casado.
-Descubrió que su esposo la engañaba con un hombre.
Me encogí de hombros y luego, ya en la calle, me reí con ganas.
Hablamos y recuperamos aquella leve amistad forjada por la complicidad. Ella siempre supo que yo sabía y me agradeció la discreción.
-Las miradas, los gestos y la manera como me hablabas no engañaban. Lo sabías y nos respetaste porque nadie se enteró por tu boca. Por entonces eso no era lo habitual.
No le pregunté el por qué de su matrimonio, imaginé que fue de conveniencia y por mantener las formas ante la sociedad. Tiempo después y por palabras escuchadas de manera dispersa, entendí que su riquísima familia había comprado su libertad.


Las ha invitado Vicki. Un encuentro fortuito junto a Joan. Los años cambian a la gente y lo que podía ser lejanía o simular olvido, se convierte en saludo, unas risas y la presentación de la compañera; y si a eso se le añade el gran extrovertismo de Vicki, la cosa termina con una invitación a cenar, para conocer mejor a la antigua amiga de su compañero, y la posterior e inevitable relación.
Estamos juntos recostados en el gran sofá. Para mí ha sido una sorpresa, agradable e inesperada. Irene siempre me ha caído bien y me gusta recrearme en su tranquila belleza. A lo lejos, a través de la puerta del pequeño garaje convertido en gimnasio y sala de placer, veo a Joan y a Vicki haciendo de anfitriones con gente que no conozco, mujeres en su mayoría, ya que la fiesta debía ser exclusiva para ellas, algo que Vicki no aceptó.
-Si se hace en mi casa vendrán Joan y nuestros amigos.
Esa es la condición que les impuso y así me lo cuenta mi vieja amiga, más tranquila al apreciar nuestro talante.
Apoyada en un rincón Anna observa, más satisfecha que maravillada, el espectáculo que se nos regala justo a nuestro lado. Amara está echada sobre una camilla de masajista, los brazos extendidos hacia atrás, forzados por un tipo que no conozco, que la besa y acaricia. Una chica tan joven como ella, menuda, de ojos grandes y negros, muy morena, casi como Mónica, de exótica belleza, le acaricia y mordisquea los pezones y, a veces, hasta la abraza y besa echándose sobre ella, formando una magnífica y erótica estampa con sus desnudos cuerpos en completo contacto. Y Rouse le devora y le acaricia el sexo con perturbadora maestría, por los gemidos que mi compañera emite casi con desespero, por cómo retuerce su increíble cuerpo, por los suaves y entrecortados alaridos.
-¿Dónde conseguiste esa preciosidad?
Y, ronroneando satisfecho, me río de su pregunta. No es la primera vez que me dice algo así esta noche. Antes me ha preguntado por su tendencia y sus gustos, cuando sorprendida ha descubierto que era mi compañera. Y yo, que ya no sé qué decir sobre eso, que a cada día que pasa le descubro una nueva faceta, le había respondido que, por lo que sabía, Amara ni era bisexual ni dejaba de serlo. Por lo que sabía, porque días atrás ella misma negaba lo primero, reconociendo lo maravilloso que era ser follada por según qué mujer.
-Disfrútala si te apetece, por mi no te cortes. –Le digo mientras miro a Anna con ganas de levantarme y charlar con ella.
Pero no, Irene no quiere, seguramente porque no es su tipo. Se parece demasiado a ella, al menos en belleza y feminidad, aunque Amara es bastante más joven y sexual.
Rouse de vez en cuando levanta la cabeza lanzándome una traviesa sonrisa. Le divierte, por lo visto, cepillarse a la extraordinaria hembra sabiendo que es mi compañera.
-¿Sabías que de siempre has gustado a Rouse?
Le miro a los ojos con cara de asombro, más fingida que otra cosa, porque ya nada puede sorprenderme.
-Nunca lo hubiera imaginado –respondo sincero.
-La de vueltas que da la vida. La mujer que más quiero se está cepillando a la del tipo que ya le gustaba de adolescente –me dice, mientras pasa su brazo por detrás de mis hombros, con gesto de cariñosa complicidad.
Y es cierto, nunca hubiera imaginado que la lejana y hermética Rouse, tan bella como deseada, no fuera homosexual y yo le gustara.
Un tipo alto, fuerte y absolutamente desnudo se acerca al grupo. Hace rato que observaba el espectáculo, aún vestido y sin atreverse a participar, pero ahora Rouse parece flaquear o a hartarse de ser tan activa. Y por Irene me entero que es su compañero, que parece pedir paso. La morena sigue abrazada y besándose con Amara, esta vez siendo correspondida; y el tipo que está a sus espaldas levanta el cuerpo de mi compañera para mostrarlo en todo su esplendor a su amigo. Rouse se acerca al sofá con una sonrisa, mientras Irene se levanta, como si quisiera dejarle el sitio. Pero antes me coge de la mano con fuerza, quizá para evitar una equivocada reacción por mi parte, porque el tipo, tan seguro como tranquilo, abofetea con fuerza el pecho de Amara y lo masajea y amasa sin contemplaciones, mientras ella lo mueve de un lado a otro provocativamente echando su cabeza hacia atrás. Y veo cómo sensualmente cimbrea su pubis simulando buscar el sexo del hombre que la violenta.

-Eres un hombre muy afortunado –me dice una vez sentada a mi lado, mientras observa el espectáculo.
Tú también, podría haber respondido yo, mientras veo cómo los dos tipos convencen a la preciosa morena y a mi compañera, de retirarse con ellos a un lugar más íntimo. Y Amara, la mujer más bella, inteligente, segura y fuerte de todas las que he conocido, me mira fijamente a los ojos lanzándome una sonrisa de complicidad.
Hablamos como hubiéramos tenido que hacer de adolescentes, de nuestro pasado, de cómo vivimos y del futuro que aspiramos.
Me resisto, o quizá no, quizá Rouse se dé cuenta que soy distinto, que no puedo ni siento la necesidad de acostarme con ella. Con Amara, Anna, Vicki y Mónica tengo más que suficiente. Y busco a Anna entre la poca gente que participa de la fiesta. Me gustaría que estuviese con nosotros, charlando con una mujer que a buen seguro le gustaría. Y pienso en Mónica, enemiga de este tipo de fiestas, y se me eriza el vello al recordarla.
A lo lejos veo a Joan y a Biel charlando con Irene, sentados en uno de los bancos del precioso jardín, satisfechos por el transcurso de la fiesta. Sé que pronto buscarán a sus chicas, principalmente a Amara, para pasar la noche con ellas. Y me vuelvo al sentir la desnudez de Rouse, el contacto de su piel con la mía, que, sin intención, busca la calidez de mi cuerpo para combatir el frescor de la noche; y la abrazo y beso, no por compromiso sino porque he sentido una tierna y extraña necesidad.

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