jueves, 2 de mayo de 2013

AMOR, AMISTAD Y MÁS SEXO

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Todo empezó en nuestra casa de la Cerdanya. Recuerdo que hacía buen tiempo, también que estábamos junto al fuego, quemando, supongo, viejas maderas o restos de una reparación. Fue Anna quien lo propuso al recordar nuestras preciosas fiestas. Amara cumplía años, veintidós para ser exactos, y, cómo tiempo atrás, decidimos homenajear al afortunado a nuestra antigua manera. 
-Le podríais hacer uno de vuestros masajes -nos dijo con tanta picardía que había que ser tonto para no darse cuenta de su intención.
Mónica se reía con su característica carcajada, rota y seca, mientras Vicki la animaba bromeando sin cesar. -Anda, desnúdate de una vez, que queremos ver cómo se empalman como tontos.
Y lo hizo con cuidado, lenta y delicadamente, cubriendo sus senos con un brazo simulando frío, mientras que con la otra mano escondía su sexo. La cabeza un poco caída hacia delante, aparentando vergüenza, con el pelo cubriéndole parcialmente la cara. Y sentí las miradas de admiración, la parálisis de mis amigos, absortos en la increíble hembra.
-Échate sobre la mesa.
Otra vez Anna, con voz segura pero sin autoritarismo, como si dictara los tiempos a seguir. Entonces me di cuenta. Todo había sido orquestado por ellas, aprovechando que por una vez estábamos las cuatro parejas sin invitados. Amara seguía un orden, obediente y segura, pero temerosa porque cada uno de sus gestos hacía más difícil una posible vuelta atrás.
Obedeció ya riéndose, no sé si de nervios o porque sabía que era el último paso y había tomado su decisión. Se extendió a todo lo largo de la mesa, con las piernas ligeramente abiertas descubriendo su pubis finamente recortado y depilado, y arqueando su magnífico cuerpo al echar los brazos hacia atrás.

Miro a Jep y sonrío, no sabe esconder su excitación. Hace días lo llamé, tal como él había hecho conmigo tantos años atrás. Había tenido una aventura con Amara e, igual que Mónica para con él entonces, fue ella quien me la descubrió, pero no como cualquiera hubiera esperado. Mi compañera era consciente que yo no aceptaría ninguna explicación.
-Si te acuestas con alguien no tienes por qué contármelo ni excusarte. Es tu vida, eres libre y tan mía como yo tuyo -le dije al dar comienzo a nuestra convivencia.
Lo de Jep lo esperaba, se respiraba en el ambiente, en sus miradas y en las palabras y gestos que se dirigían. La historia de Mónica y mía se repetía, esta vez con nuestros respectivos compañeros.
-¿Te sabe mal que me depile el pubis?
-Al contrario –respondí extrañado
-Es que a Jep le gusta así, pero si quieres lo dejo tal como está.
Eso me dijo una semana antes de su aniversario.
Joan me mira a los ojos y me levanto. Vuelvo la cabeza y pregunto a Jep -¿Vienes?
Hasta yo, acostumbrado a su rotunda belleza, a su desbordante sexualidad, siento turbación y no puedo más que admirarme por lo que veo.
Es Biel el último, paralizado en su silla, que recibe un codazo de Anna. Sé que le gusta, pero de manera animal, sin atisbo de empatía. Biel considera a Amara una niña excesivamente artificial, como si su extraordinaria y sexual belleza fuera un impedimento, aunque no lo tenga con Mónica, más refinada y atractiva a un primer golpe de vista.
La obligamos a dar la vuelta y empezamos a acariciar su espalda, su nuca, sus glúteos... como solo nosotros tres sabemos, porque Biel consigue quedarse al margen. Y sentimos como se le eriza la piel, se tensa su cuerpo, los pequeños alaridos de satisfacción. La mordemos, besamos y hacemos que vuelva a su posición original. Ahora son sus gemidos, el temblor de su cuerpo, la fuerte y entrecortada respiración. Mónica se acerca y nos entrega un pequeñísimo vibrador, demostrando hasta qué punto lo tenían todo preparado. Nos reímos.
-Si necesitáis uno de grande lo decís -me dice con un guiño, consciente que lo reconozco como el que Joan y yo le regalamos hace años y que traje de un viaje a París.
No lo resiste, su excitación es demasiado intensa y nosotros sabemos cómo reventar de gusto a una mujer. Grita, se retuerce y arquea su cuerpo, que es sacudido por fuertes espasmos. La acariciamos y besamos, incluso Biel parece excitado por el fuerte orgasmo y el generoso abandono del increíble cuerpo. Y ella se abraza a Joan, el más cercano a sus ojos, lo besa con ternura mientras él me mira más divertido que sorprendido. En este momento podríamos hacer lo que quisiéramos con ella, pero preferimos seguir el protocolo del juego y dejar que descanse, y que las brasas que hemos encendido ardan poco a poco hasta convertirla en un horno.
No necesitamos ninguna excusa para retirarnos a la cama muy pronto, el ambiente lo demanda y no solo a ella. Separamos la habitación con una cortina y nos acostamos, Jep y Amara en una cama y Mónica y yo en otra. Es la primera vez que hacemos algo así, un cambio de parejas sencillo y clásico, sin intención, morbosidad, ni haberlo pactado; y así será a partir de ahora siempre que podamos. 
Me gusta el sonido del sexo a través de la gruesa manta que nos separa, nos gusta, aunque a Mónica parece no motivarle demasiado. Mi amiga hermana amante nunca ha sido muy dada a exteriorizar sus emociones, salvo en contadas ocasiones.
A media noche entra Joan a la habitación y me sacude con suavidad.
-Popol, hagamos un cambio.
Y me río de su aturdimiento de ver a Mónica a mi lado. La despierto y en voz baja le pregunto si le apetece. Y Joan, una vez controlada la sorpresa del primer momento, espera pacientemente su respuesta. No era lo que esperaba ni más deseaba, pero nadie le hace ascos a un buen polvo con Mónica.
-Tengo sueño, pero si tu quieres...


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