Todo empezó en nuestra casa de la Cerdanya. Recuerdo que hacía buen tiempo, también que estábamos junto al fuego, quemando, supongo, viejas maderas o restos de una reparación. Fue Anna quien lo propuso al recordar nuestras preciosas fiestas. Amara cumplía años, veintidós para ser exactos, y, cómo tiempo atrás, decidimos homenajear al afortunado a nuestra antigua manera.
-Le
podríais hacer uno de vuestros masajes -nos dijo con tanta picardía que había que
ser tonto para no darse cuenta de su intención.
Mónica
se reía con su característica carcajada, rota y seca, mientras Vicki la animaba
bromeando sin cesar. -Anda, desnúdate de una vez, que queremos ver cómo se
empalman como tontos.
Y lo
hizo con cuidado, lenta y delicadamente, cubriendo sus senos con un brazo
simulando frío, mientras que con la otra mano escondía su sexo. La cabeza un
poco caída hacia delante, aparentando vergüenza, con el pelo cubriéndole
parcialmente la cara. Y sentí las miradas
de admiración, la parálisis de mis amigos, absortos en la increíble hembra.
-Échate
sobre la mesa.
Otra
vez Anna, con voz segura pero sin autoritarismo, como si dictara los tiempos a
seguir. Entonces me di cuenta. Todo había sido orquestado por ellas,
aprovechando que por una vez estábamos las cuatro parejas sin invitados. Amara
seguía un orden, obediente y segura, pero temerosa porque cada uno de sus
gestos hacía más difícil una posible vuelta atrás.
Obedeció
ya riéndose, no sé si de nervios o porque sabía que era el último paso y había
tomado su decisión. Se extendió a todo lo largo de la mesa, con las piernas
ligeramente abiertas descubriendo su pubis finamente recortado y depilado, y
arqueando su magnífico cuerpo al echar los brazos hacia atrás.
Miro
a Jep y sonrío, no sabe esconder su excitación. Hace días lo llamé, tal como él
había hecho conmigo tantos años atrás. Había tenido una aventura con Amara e, igual
que Mónica para con él entonces, fue ella quien me la descubrió, pero no como cualquiera
hubiera esperado. Mi compañera era consciente que yo no aceptaría ninguna explicación.
-Si
te acuestas con alguien no tienes por qué contármelo ni excusarte. Es tu vida,
eres libre y tan mía como yo tuyo -le dije al dar comienzo a nuestra
convivencia.
Lo de Jep lo esperaba, se respiraba en el ambiente, en sus miradas y en las palabras y gestos que se dirigían. La historia de Mónica y mía se repetía, esta vez con nuestros respectivos compañeros.
Lo de Jep lo esperaba, se respiraba en el ambiente, en sus miradas y en las palabras y gestos que se dirigían. La historia de Mónica y mía se repetía, esta vez con nuestros respectivos compañeros.
-¿Te
sabe mal que me depile el pubis?
-Al
contrario –respondí extrañado
-Es
que a Jep le gusta así, pero si quieres lo dejo tal como está.
Eso me dijo una semana antes de su aniversario.
Eso me dijo una semana antes de su aniversario.
Joan
me mira a los ojos y me levanto. Vuelvo la cabeza y
pregunto a Jep -¿Vienes?
Hasta
yo, acostumbrado a su rotunda belleza, a su desbordante sexualidad, siento turbación
y no puedo más que admirarme por lo que veo.
Es
Biel el último, paralizado en su silla, que recibe un codazo de Anna. Sé que le
gusta, pero de manera animal, sin atisbo de empatía. Biel considera a Amara una
niña excesivamente artificial, como si su extraordinaria y sexual belleza fuera
un impedimento, aunque no lo tenga con Mónica, más refinada y atractiva a un
primer golpe de vista.
La
obligamos a dar la vuelta y empezamos a acariciar su espalda, su nuca, sus
glúteos... como solo nosotros tres sabemos, porque Biel consigue quedarse al
margen. Y sentimos como se le eriza la piel, se tensa su cuerpo, los pequeños
alaridos de satisfacción. La mordemos, besamos y hacemos que vuelva a su
posición original. Ahora son sus gemidos, el temblor de su cuerpo, la fuerte y
entrecortada respiración. Mónica se acerca y nos entrega un pequeñísimo vibrador,
demostrando hasta qué punto lo tenían todo preparado. Nos reímos.
-Si
necesitáis uno de grande lo decís -me dice con un guiño, consciente que lo
reconozco como el que Joan y yo le regalamos hace años y que traje de un viaje
a París.
No lo
resiste, su excitación es demasiado intensa y nosotros sabemos cómo reventar de
gusto a una mujer. Grita, se retuerce y arquea su cuerpo, que es sacudido por
fuertes espasmos. La acariciamos y besamos, incluso Biel parece excitado por el
fuerte orgasmo y el generoso abandono del increíble cuerpo. Y ella se abraza a
Joan, el más cercano a sus ojos, lo besa con ternura mientras él me mira más
divertido que sorprendido. En este momento podríamos hacer lo que quisiéramos
con ella, pero preferimos seguir el protocolo del juego y dejar que descanse, y que las
brasas que hemos encendido ardan poco a poco hasta convertirla en un horno.
No
necesitamos ninguna excusa para retirarnos a la cama muy pronto, el ambiente lo
demanda y no solo a ella. Separamos la habitación con una cortina y nos
acostamos, Jep y Amara en una cama y Mónica y yo en otra. Es la primera vez que
hacemos algo así, un cambio de parejas sencillo y clásico, sin intención, morbosidad, ni haberlo pactado; y así será a partir de ahora siempre que podamos.
Me gusta el sonido del sexo a través de la gruesa manta que nos separa, nos gusta, aunque a Mónica parece no motivarle demasiado. Mi amiga hermana amante nunca ha sido muy dada a exteriorizar sus emociones, salvo en contadas ocasiones.
Me gusta el sonido del sexo a través de la gruesa manta que nos separa, nos gusta, aunque a Mónica parece no motivarle demasiado. Mi amiga hermana amante nunca ha sido muy dada a exteriorizar sus emociones, salvo en contadas ocasiones.
A
media noche entra Joan a la habitación y me sacude con suavidad.
-Popol,
hagamos un cambio.
Y me río de su aturdimiento de ver a Mónica a mi lado. La despierto y en voz
baja le pregunto si le apetece. Y Joan, una vez controlada la sorpresa del
primer momento, espera pacientemente su respuesta. No era lo que esperaba ni
más deseaba, pero nadie le hace ascos a un buen polvo con Mónica.
-Tengo
sueño, pero si tu quieres...
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