Debió ser el mismo
año, el de su despertar y el de mi asombro. Anna estaba vestida, informalmente
como solía, solo el desorden de su pelo daba a entender lo que había pasado.
Amara, ajetreando en la cocina, solo llevaba el delantal. Recuerdo su expresión,
su mirada entre divertida y satisfecha, la manera como se volvió para
saludarme.
-Anna se queda a
cenar.
Las besé y me senté en
el sofá para charlar un rato con mi vieja amiga. No pregunté, ¿por qué debía
hacerlo? Para Amara empezaba a ser lo más natural. Todavía conservaba en un
rincón de su sentimiento, un pequeño resquicio de su antigua moral, la
necesidad de explicarse para quedar en paz consigo misma, aunque fuera con
gestos o una simple sonrisa de traviesa complicidad. Para Anna, sin embargo,
una explicación hubiese significado un acto de pleitesía al hombre, un insulto
a su inteligencia y a su personalidad; o vete a saber, porque nunca podré
entender lo que pasa por su cabeza en casos como este.
Siento sus dedos
pellizcar mi pecho, sus labios en mi nuca, la excitante caricia de aquella
mujer, única hasta entonces. Me retiene, no deja que ayude a mi compañera a
poner la mesa.
-Déjala, quiere hacerlo sola y no se lo perdonaría.
La veo pasar con su típico trasiego de gestos mientras cuenta historias sobre algún vecino o explica el último chiste contado en el hospital. Se siente cómoda, con Anna incluso más que con Vicki. La coincidencia de sus inteligencias, de sus ideas.
-Déjala, quiere hacerlo sola y no se lo perdonaría.
La veo pasar con su típico trasiego de gestos mientras cuenta historias sobre algún vecino o explica el último chiste contado en el hospital. Se siente cómoda, con Anna incluso más que con Vicki. La coincidencia de sus inteligencias, de sus ideas.
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-Me has enseñado a
amar.
Se equivoca, antes de conocerme ya amaba a sus pacientes. Tengo la casa llena de sus recuerdos, de los que sobrevivieron y de los que murieron a su lado. Lo recuerda todo, la medicación que tomaban, sus enfermedades, de lo que hablaban. Veo como los limpia y los reordena con parsimonia, y sé que recuerda.
Se equivoca, antes de conocerme ya amaba a sus pacientes. Tengo la casa llena de sus recuerdos, de los que sobrevivieron y de los que murieron a su lado. Lo recuerda todo, la medicación que tomaban, sus enfermedades, de lo que hablaban. Veo como los limpia y los reordena con parsimonia, y sé que recuerda.
No, yo solo le enseñé
a quererse, a conocerse y a gustarse, a tomar conciencia de su gran inteligencia,
de que podía conseguir lo que quisiera, incluso lo que más había soñado; y de
su tan extraña como asombrosa belleza.
Apenas tengo fotos de
ella y de Mónica. De Anna no tengo ninguna. O sí, la de nuestra boda con el
resto de mis amigos, donde se le ve lejana y escondida, y junto a Biel.
No tuve cámara hasta muy tarde, nunca sentí la necesidad de tener fotografías, prefería recordar las imágenes y los momentos sin mediar un papel. Ahora me arrepiento y las echo en falta.
No tuve cámara hasta muy tarde, nunca sentí la necesidad de tener fotografías, prefería recordar las imágenes y los momentos sin mediar un papel. Ahora me arrepiento y las echo en falta.
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Ayer mi hijo revisaba
preocupado los currículos de los nuevos aspirantes.
-Las fotos me cuentan mucho más que los currículos –me dice nervioso –Las pido de medio cuerpo y sin fantasías, las que no cumplen este requisito suelo desecharlas, a menos que me convenzan por algo muy especial.
-Las fotos me cuentan mucho más que los currículos –me dice nervioso –Las pido de medio cuerpo y sin fantasías, las que no cumplen este requisito suelo desecharlas, a menos que me convenzan por algo muy especial.
Pensaba que mi hijo
nunca me sorprendería, pero está visto que lo ha conseguido.
-Fíjate en este, ¿qué pensarías de él?
Su currículo es largo. Británico, con un master sobre algo que no entiendo qué es, ha estado en infinidad de campañas de conservación por medio mundo. Miro la foto, un tipo bien plantado, muy bronceado, con el traje de neopreno abierto, depilado y mirando de lado con sonrisa seductora. Y me río, ahora entiendo que sus trabajos hayan sido en el trópico, sobre todo en playas o en barcos.
-Un metrosexual. Seguramente os acarrearía muchos problemas.
-Fíjate en este, ¿qué pensarías de él?
Su currículo es largo. Británico, con un master sobre algo que no entiendo qué es, ha estado en infinidad de campañas de conservación por medio mundo. Miro la foto, un tipo bien plantado, muy bronceado, con el traje de neopreno abierto, depilado y mirando de lado con sonrisa seductora. Y me río, ahora entiendo que sus trabajos hayan sido en el trópico, sobre todo en playas o en barcos.
-Un metrosexual. Seguramente os acarrearía muchos problemas.
-¡Bravo! Aunque era
fácil de ver.
Cambia de carpeta y me enseña la foto de una chica de cara rechoncha, sonrosada, pelo corto y ojos pequeños y azules. La foto solo enseña el cuello y la cara, y por el grosor del primero debe ser obesa. No leo su currículo, quiero hacerme una idea sólo a partir de su foto.
Cambia de carpeta y me enseña la foto de una chica de cara rechoncha, sonrosada, pelo corto y ojos pequeños y azules. La foto solo enseña el cuello y la cara, y por el grosor del primero debe ser obesa. No leo su currículo, quiero hacerme una idea sólo a partir de su foto.
-Esta chica trabajó
con nosotros la pasada temporada, ¿qué te parece?
-No sabría decirte.
Antes de escogerla dudaría y repasaría el resto.
-¡Bravo otra vez! -Responde con un deje de admiración. -De tan gorda no podía con su alma y trabajaba poco y mal, siempre estaba de mal humor y se creía mejor que el resto.
-¡Bravo otra vez! -Responde con un deje de admiración. -De tan gorda no podía con su alma y trabajaba poco y mal, siempre estaba de mal humor y se creía mejor que el resto.
Observo su mirada y
entiendo lo que dice, sin embargo, es ahora cuando lo veo, una vez apercibido.
Según Al, con
holandeses, británicos, israelíes y portuguesas, no se puede trabajar. ¿Por qué
las portuguesas y no los portugueses? Le pregunté entonces. Y se encogió de
hombros. Él no se hace tantas preguntas, trabaja con cientos de personas y es
lo que hay. Al principio se negaba a discriminar, con la creencia que podía ser
una casualidad, pero el tiempo y los problemas le demostraron lo contrario.
Según él los israelíes
son lo peor, ya que se creen especiales y en campañas de conservación es
indispensable la convivencia.
-Al principio no quise
aceptarlo, pero al final me rendí a la evidencia. Convivir con unos tipos así
es imposible, se creen que el mundo gira a su alrededor.
Los holandeses son los
menos preparados, pero siempre escoge a uno, como intermediario con los turistas
de su país. Los franceses son buenos veterinarios, quizá tanto como los
norteamericanos, y nunca se quejan antes de haber terminado el trabajo; tanto
valen para una difícil inmersión como para una escalada y, sin embargo, no
andan chuleando como los italianos. Los británicos se creen dioses, como si ya
hubieran nacido enseñados, y suelen evitar el trabajo.
Y cuando le pregunté cuáles
eran los mejores, sin dudarlo respondió que españoles, franceses y
norteamericanos.
Y pienso en mis amigos
de FEDEA y su obsesión sobre a poca preparación de nuestros licenciados.
Estaría bien que salieran de sus despachos, de sus estudios y de sus estadísticas
para pisar el mundo real, ese en el que la gente día a día demuestra lo que
vale.
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Hoy, tras ver la foto
de Marylin en el escritorio de mi ordenador, no ha podido más que exclamarse
sobre su gran belleza.
-Es la que más se parece a ti –le digo como excusa.
-Es la que más se parece a ti –le digo como excusa.
Se ríe pensando que me
burlo de ella, y yo, después de dejar la taza de café sobre la mesa, sigo la
broma.
-Soy un hombre afortunado.
-Soy un hombre afortunado.
Y sí, lo soy. Por lo
menos lo fui. La más fuerte, inteligente e íntegra, la más noble y, a la vez,
la más bella.
Solo la belleza de Marylin podía compararse con la suya. Levanto la cabeza y la miro a los ojos, y ella aparta los suyos con una suave carcajada, e incómoda al percatarse de la sinceridad de mi mirada. Y, una vez solo, rebusco entre las pocas fotos que tengo escaneadas, para recrearme en su perturbadora e inusual belleza.
Solo la belleza de Marylin podía compararse con la suya. Levanto la cabeza y la miro a los ojos, y ella aparta los suyos con una suave carcajada, e incómoda al percatarse de la sinceridad de mi mirada. Y, una vez solo, rebusco entre las pocas fotos que tengo escaneadas, para recrearme en su perturbadora e inusual belleza.
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En esa foto estaba increíblemente bella aunque a mi me gustaba mas Elvira.
ResponderEliminarCuanta razón tienes, aquí les dicen que no valen para nada y fuera se extrañan de que con esa preparación les dejemos emigrar. Una gran mujer...
ResponderEliminar¿A qué Elvira te refieres?
ResponderEliminarVer a Marilyn en esa foto y notarla tan joven ha hecho que mi corazón dé un vuelco. Jamás la vi como alguien más pequeño en edad que yo hasta hoy.
ResponderEliminarPor cierto, preciosísimo el segundo texto, Pau. Me ha encantado.
Sí, es preciosa la foto de Marlyn. Y también la evolución de tu hijo, sí que has sido afortunado, aún lo eres. Marilyun también era géminis, aún tienes a jupiter que te está dando fortuna hasta casi todo este año. abrazos.
ResponderEliminarpd. creo que ha pasado el límite plublicación tu comentario, lo siento y tal vez no se puede leer en Cincodías, pero yo l o he recogido y lo tengo publicado en mi blog. Hay que tener una cuenta type pad.
Gracias Ishtar.
ResponderEliminarMe alegro que lo recojas. No sé qué es type pad y con lo que llevo en la cabeza ya tengo suficiente. Después de todo debería ser Cincodías quien solucionara el problema. Aun así escribo mis comentarios para José Carlos, al que veo muy desorientado aunque intente simular lo contrario.
Calamidad, en esta foto Marilyn está muy bella, de hecho es en la que más me gusta. Como puedes imaginar, de Marilyn me atrae su extraña belleza.
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