Por la noche, sedada pero aún consciente, le dije que había sido un placer haber sido su hijo.
La familia, mi padre en especial, quería velarla con el ataúd cerrado. No quise, tantos días con ella, casi sin moverme de su lado y sin haber podido despedirme como merecía. Necesitaba verla.
En el hospital tuve miedo que se diera cuenta, cuando en realidad era la más preparada y no paró de despedirse. Al dejarla con mi hermana, solo me preguntaba si a la mañana siguiente volvería a verme.
Llegué antes que nadie al velatorio, cuando sabía que el resto todavía estaría durmiendo. Me senté a su lado e intenté hablarle, aunque en silencio. Sabía que no podía oírme, que por su cerebro ya no corría la sangre necesaria, que no recibía oxígeno; pero me daba lo mismo.
Me han quedado tantas cosas que contarle, que no hay vida suficiente para ello.
Los miércoles la recogía del bar donde se reunía con sus amigas de la infancia. Me gustaba y disfrutaba del viaje, ameno, tranquilo... en el que nos contábamos las últimas experiencias, las últimas aventuras, lo que pensábamos sobre una u otra cosa. Igual que hice con su madre, tan abandonada por ella misma, que en sus últimos momentos recordó lo mucho que la hizo sufrir con sus desprecios y la dejadez con que la trató.
No paró de entrar gente para saludarme, en su mayoría para quedar bien y hacer el paripé. Amara intentaba no dejarme solo por estar convencida que necesitaba su consuelo, cuando para mí era una molestia. Yo solo intentaba concentrarme, pensar en ella y en todas las cosas que me quedaron por decirle.
De todos los que había, solo Amara por su trabajo y yo por mi historia, estábamos acostumbrados a la muerte; la habíamos tocado, sentido y casi hablado con ella.
No, yo no necesito consuelo. La muerte es parte de la vida y sin la una no puede haber la otra. La muerte es lo más natural de este mundo y lo que con más exactitud acontece.
Ahora que sabemos que hasta el Universo nace y muere, que la materia es y deja de ser, que ni siquiera es necesario un dios para que exista y desaparezca... qué más da consolarse o no por algo inevitable y seguro, que no es bueno ni malo.
Nada peor que un velatorio para despedirse de un ser querido.
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En efecto no resulta un buen lugar para despedidas, pero es un recurso social más, a base de frases hechas, que procede supongo de la noche de los tiempos.
ResponderEliminarSiempre nos parece que quedan muchas cosas por decir.
ResponderEliminarUn abrazo, Pau
Luna
Por experiencia de vida, la despedida viene luego y no termina nunca. Porque ella vive en cada pliegue de lo que eres. Un abrazo.
ResponderEliminarYo le escribí esto a la mía...
ResponderEliminarhttp://5impulsos.blogspot.com/2006/08/no-quiero-esa-muerte.html
Lo siento cariño, lo siento muchísimo.
ResponderEliminarDemasiado.
Quizás porque veo acercarse una depedida similar (pero de abuela) y no quiero, aún no.
Un abrazo inmenso.
Glauka.
ResponderEliminarSiempre pensamos que todavía no es el momento.
Mi madre, una semana antes de entrar en el hospital jugaba al dominó, hacía sudokus y resolvía todos los crucigramas.
A mi modo de ver, aún no era el momento; para los médicos si.
Un abrazo y gracias a todos vosotros
Desde el hospital, hoy tengo un rato para venir a visitarte. Lo siento mucho, Pau. Cuando falleció mi padre, hace ya más de 15 años, no encontraba consuelo, hasta que empecé a recordar todos los buenos momentos que pasé a su lado y cada recuerdo mitigaba un poco mi dolor.
ResponderEliminarUn abrazo.