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El pasado lunes recibí un correo de Anna. Dice que está bien y que sigue en la brecha.
Solo puede conectarse muy de tanto en tanto, cuando consigue llegar a un pueblo tailandés con suficiente cobertura, que más o menos viene a ser una o dos veces cada tres meses. También me cuenta que en algunos poblados del interior de Myanmar, los animales y la gente mueren. Cree que el gobierno está utilizando productos químicos o biológicos llegados de la China.
Los militares se apropian de la tierra, esclavizan a la gente y siembran adormidera. Pueblos enteros huyen y se trasladan a Laos, a Tailandia o a barrios de chabolas. Dice que no hay médicos ni medicinas y que para conseguir desplazar a la población, el ejército ataca los poblados y mata todo lo que encuentra, excepto a las mujeres jóvenes, que se las llevan para prostituirlas o encarcelarlas y utilizarlas para el desahogo de sus soldados. Me cuenta que las ponen en hileras y son escogidas por orden jerárquica. Pero eso ya lo vimos Alvar (el Artur de mi novela), Julián y yo de adolescentes en la selva de la Guinea ecuatorial. Allí eran las mujeres y las hijas de los peones, y los leñadores españoles sus violadores, que también las escogían por jerarquía.
Todo eso me cuenta en su carta, aunque yo ya lo sabía. A su compañera, después de violarla, le destrozaron las rodillas con una maza por no ser lo suficiente sumisa. Anna tuvo más suerte, era europea y alguien de aquí movería los hilos y terminaría pagando.
Pese a todo, me cuenta que es feliz y que su trabajo avanza, que sus compañeras son maravillosas, aunque muchas de ellas hayan perdido a sus compañeros.
Los destacamentos de los pueblos del interior malviven y son dirigidos por oficiales olvidados o sin influencia. Son el último mono de la tribu y casi cobran por resultados. Si desplazan un poblado demasiado díscolo se llevan una cantidad, si consiguen que trabaje para ellos y cultive adormidera, se llevan otro pellizco o se convierten en futuros hacendados. Si atrapan a algún revolucionario, lo eliminan si es hombre o se divierten con él si es mujer y joven, que es el caso de la compañera de Anna. Y si es un europeo, se le acusa de contrabando o de ser traficante, que es lo más sencillo y práctico, y por él cobran una comisión o directamente el producto del chantaje.
A su compañera se la llevaron arrastrándola, ya que andar no podía, y nadie volvió a saber de ella. Con Anna fue distinto.
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Amara ya lleva el electro-estimulador en su espalda, el martes se lo introducirán de manera permanente. Cuando el dolor ataca lo conecta, siente un hormigueo en las piernas y el dolor se le mitiga. Apenas puede moverse, los electrodos podrían migrar y no servirían de nada. Según el médico en quince días se habrá desarrollado la suficiente fibrosis a su alrededor para estabilizarlos.
Jep y Mónica pasaron por casa y se quedaron a cenar, y me contaron que también habían recibido el correo de Anna.
Y tuve que levantarme de la mesa con la excusa de tener una necesidad. Una vez más las lágrimas volvieron a brotar de mis ojos, pocas, ya que ni siquiera sentí su humedad en mis mejillas, pero eran. Me miré en el espejo, abrí el grifo y me lavé la cara.
Jep, el más sensato y equilibrado de todos nosotros, me había confesado que, de no haberlo hecho a mi manera y hacer caso a Biel y al resto, Anna todavía estaría presa y casi sin posibilidad de salir viva.
Con ella se me secaron los ojos en Cachemira, y no volví a llorar hasta doce años después, cuando nació mi hija. Luego pasaron veintinueve sin sentir otra lágrima, hasta finales de Mayo de este año, que pude abrazarla de nuevo en plena jungla birmana.
-Fue muy arriesgado. Podría haber salido mal –dijo entonces Jep.
-Pero salió como debía –respondí.
Todo en esta vida puede salir mal, siempre cabe la posibilidad. En este caso habríamos dejado la piel, solo eso, le podría haber respondido; pero preferí el silencio.
Para hablar y decir lo que hago, pienso y sueño, ya tengo el blog, anónimo como necesito y humano como me gusta; y, gracias a él, imagino que así todos saben lo que hago, digo, pienso y sueño.
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Escribo el tercer libro de mi historia, mientras doy los últimos toques al segundo y mi hija y mi compañera terminan de corregir el primero. Y al repasarla pienso que, como un día dijo Pili (la Mila de mis novelas), hemos vivido.
Y veo a un tipo que ha corrido algo de mundo, ni más ni menos que muchos otros; que ha pasado por divertidas aventuras y peligrosos trances, pero no más que otros; y que tanto lo uno como lo otro lo ha respirado con toda la intensidad posible. Pero, como el último, ya prácticamente con sesenta y la errónea certeza que nunca volvería a vivir nada semejante, ninguno.
Anna es la única protagonista de mi novela, a la que mantengo su auténtico nombre.
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Si Pau, no me cabe duda que tú has vivido, y que lo sigues haciendo y lo harás tengas la edad que tengas.
ResponderEliminarEspero que Amara sienta alivio con lo que le han puesto, ojalá.
Anna... siempre Anna, no sé porqué intuyo que ella también ha debido llorar.
Siempre me emocionan tus textos.
Abrazo