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La pequeña plaza estaba desierta, no se veía el movimiento de la primera vez. Nadie me esperaba o eso me pareció. De una de las casas más alejadas me pareció haber visto una tenue luz amarilla. Me dirigí hacia allí pensando que de no ver clara la cosa tomaría las de Villadiego. De pronto unos faros iluminaron el coche por detrás y segundos más tarde otros al frente que me deslumbraron. Poco podía hacer. Todo sucedió demasiado rápido. Unos tipos salidos de la nada abrieron la puerta y, con el coche aún en marcha, me arrancaron de él arrojándome al suelo sin contemplaciones. Uno de ellos clavó lo que me pareció la bota o su rodilla en mi cuello, no podía casi respirar, mientras otros dos me esposaron por detrás. Iban armados con pistolas, pero era tal su seguridad que ni siquiera las tocaron. Oí como uno decía a otro algo más alejado:
- La chica no está y por el camino nadie ha descendido-
A esos tipos nos los conocía, al menos de voz. Uno de ellos me dio un puñetazo en los riñones que me hizo rodar por el suelo. Parecía desahogar su rabia. Al levantarme recibí una patada que me volvió a tirar al suelo, esta vez de cara, aunque pude evitar el encontronazo ladeándome con el hombro. Alguien frenó al energúmeno.
- Lo necesitan entero, probablemente solo es un pajarito-
En ningún momento pude verles la
cara y por si no fuera suficiente, al entrar cubrieron mi cabeza con
un saco que me pareció negro.
Por el hedor podía ser un
antiguo establo. Me llevaron
cogido por el saco a la altura de la garganta, de
modo que solo pudiera
moverme en la dirección que marcaban, de
lo contrario me asfixiaría.
Me sentaron en una silla con las manos esposadas tras los barrotes
del respaldo. Así estuve mucho tiempo, probablemente
horas, no sé cuántas.
El oído es lo que me quedaba, y tras la capucha solo
me llegó
el ruido de un
coche entrando o saliendo
de la plazoleta. Mucho rato después oí voces y gritos, tenues por
la lejanía, desgarradores por su tono.
Quise creer que se trataba de
una comedia de mal gusto. Me devané
los sesos pensando en María, si no habría
venido por sospechar algo, pero
era imposible o así lo creí entonces.
Entraron dos tipos, quizá
tres. Dos de ellos
me desnudaron. Hacía frío. La inmovilidad me atenazaba y empecé
a temblar. Habían dejado
la puerta abierta y se oían claramente los gritos, esta vez con más
lamento. Aquello era demasiado real y
cruel, demasiado
salvaje para ser un
vulgar montaje.
Uno de ellos empezó a hablar,
tranquilo, sin gritos y con mucha seguridad.
- Te han engañado, hijo, y cuanto antes terminemos mejor para todos. Ya tenemos a la puta de tu amiguita. Está en camino. No eres el primero al que engaña, pero sí que vas a ser el último de su carrera. A ver, cuéntame cómo pasó todo. Para empezar, ¿cómo te llamas?-
Se lo dije, después de todo tenían mi DNI.
- Muy bien. ¿Dónde vives?-
Le di la dirección de mis padres, la que salía en el carné.
- ¿Solo este?-
- Si-
- ¿No frecuentas otros?-
- No-
- Qué raro. La
putita ha dado otra
dirección. Cuando llegue lo aclararemos-
- ¿Y tu alias?-
Debió notar mi turbación, porque
levantó la capucha para verme mejor.
Estaba rodeado de tipos, tres
de frente e intuí que uno detrás de
mí.
No les vi la cara, ya que unas
cuantas bombillas me
deslumbraban. Querían ver mis ojos al responder. Estaba seguro.
- No tengo alias-
- Bueno, de eso hablaremos más
tarde. ¿Y tu compañera cómo se llama?-
De pronto se oyó un grito mucho
más fuerte que los anteriores, agudo; luego como un estertor.
Uno de ellos soltó un grito.
- ¡Me cago en dios! Cerrad la puta puerta. Siempre con lo mismo-
Me dejaron solo, con una
manta cubriendo mi cuerpo y la capucha en la cabeza. Pensé
en lo peor, que habían matado al que estaban interrogando y por eso
marcharon. Estuve así
mucho tiempo, tanto que ni recuerdo. Empecé
a soñar, no podía dormir, pero si entrar en un estado de
ensoñación. Pensaba en mil cosas que nada tenían que ver con la
realidad,
no quería vivirla. No sé
el tiempo que transcurrió,
porque me caía
de sueño y de vez en cuando un tipo entraba y me daba agua. Como
estaba desnudo no sentí reparos en mearme encima, tampoco podía
hacer otra cosa y no
quise pedir nada a
aquellos tipos, porque
así me dejaban tranquilo.
Volvieron a entrar, uno de ellos se
reía.
- ¿Dónde lo habíamos dejado? ¡Ah, sí! En el nombre de tu amiguita-
Fue en aquel momento cuando me blindé. Dejé de sentir emociones con respecto a lo que me rodeaba y empecé a viajar con mi imaginación, tal como nos enseñó un amigo de Bill, desertor de la guerra de Vietnam y al que una vez detuvieron y pudo escapar.
- Si te interrogan siempre
terminas cantando, pero no por ello te van a perdonar. Si es
necesario inventarán preguntas para las que no tienes respuesta. Así
pueden torturarte
hasta el límite que te han asignado-
Y cuando le preguntamos qué
técnica se utilizaba para evitarlo, dijo:
- Te
inventas una historia, la más bella que puedas imaginar; triste o
alegre, da lo mismo, y te aferras a ella, te recreas hasta que te
envuelve y no puedes evitarla. Y, dependiendo
cómo, incluso
la puedes disfrutar-
Uno de ellos cerró la puerta y el tipo que se reía repitió la pregunta.
- Inés- dije.
No sé cómo me salió. Nunca
había conocido una tal Inés y no me dio la gana que se llamara
Raquel, que era lo que María
esperaba de mí.
Recibí
una bofetada, y silla y yo dimos en
el suelo. El tipo parecía
muy irritado. Temí lo
peor, pero por otro lado pensé que había acertado.
Uno de ellos me empezó a gritar. Dijo
que habían detenido a todo el grupo y que no tenía nada que
esconder, no serviría de nada. Les
podría haber preguntado
por qué me interrogaban si ya lo sabían todo, sin
embargo, mi mente estaba
de viaje, imaginando
una historia con Inés. Era Mónica en Calella, desnuda como la vi,
morena, espléndida, de espaldas a mí con el agua hasta su cintura y
la luna
reflejándose frente a ella. Y yo la abrazaba y la
amaba.
Me golpearon,
dolió mucho.
Oí sus gritos, me sentí sucio, cubierto de barro con mis propios
meados, pero ya
no podía escuchar
sus preguntas, no me importaban. Yo seguía con mi historia. Lloraba
de dolor, por qué negarlo, pero mi cabeza seguía lejos, muy lejos.
Pasó
mucho rato, no sé
cuanto,
tampoco me importaba. Al
principio la rabia que
sentí me
impidió
hablar. Sabía que de allí no saldría vivo, estaba seguro, pero
al poco le dí
más importancia a seguir con mi
historia, que
a salvarme de unos golpes que ya no sentía, quizá
porque tampoco los
recibía.
Cambiaron
de pregunta y, no sé cómo, la
entendí.
Era otro el que preguntó,
tal vez por agotamiento del
anterior o para cambiar
de estrategia.
- ¿Cómo empezó todo?-
Habían vuelto a quitarme la
capucha. Noté sangre en mis labios, creo
recordar que tosí.
Y les
conté como,
tras la rejas del Palacio Real, vimos a los perros cargar contra los
estudiantes porque un tal Pete Seeger había querido dar un recital.
- ¿Conocéis a Pete Seeger? Seguro que no. Canta muy bien. No sabéis lo que os perdéis-
Y les
conté
que,
besándonos tras los barrotes, decidimos luchar contra los perros.
De golpe
convertí
a
Mónica en María bajo el nombre de Inés.
Callaron.
Me
pareció que desconcertados.
Me levantaron y a rastras me llevaron a otra casa. En la calle debía
hacer más frío, pero yo ya no lo notaba. Los golpes me
habían insensibilizado a él.
Una vez en el interior, al pasar
por una habitación, me pareció ver a María conversando con dos
tipos. Parecían tranquilos y amenos. Estaba de espaldas a la puerta,
sentada en una silla y frente a una mesa. Intenté parar para
asegurarme, pero un golpe me lo impidió.
- Si, es la puta de tu amiguita, no hace falta que mires más. Es una vieja amiga que se tira a todo dios. Por sus excesos os hemos cogido, ya ves. Y no te preocupes por ella, no va a pasarle nada. Esa canta bien y con facilidad. Mejor que tu Pete Seeger- Y se rió de la ocurrencia.
Y
recordé al amigo de Bill, cuando nos contó que utilizaban mil
argucias, y la que más éxito tenía era que el interrogado
descubriera por si mismo la presunta
traición. Y, no sé cómo, durante un instante pude
encajar
lo que había visto, las palabras del animal, las de María y las del
norteamericano.
Me
sentaron en una silla, allí hacía
menos frío,
volvieron a encapucharme y me dejaron solo. Al cabo de un rato
entraron unos cuantos, supuse que los cuatro de antes. Y sentí como
algo atravesaba
mis hombros como
si fueran
largas agujas. Dolía mucho, tanto que lloré
bajo la capucha, me temblaba todo el cuerpo. Y, luego, más dolor,
mucho más, insoportable, intenso como ninguno que hubiera podido
imaginar. Los
hombros ardían
por dentro.
No podía moverlos, parecía que los tuviera clavados.
Grité de
dolor, pero al momento
volví a mi mágica historia, esta vez para mí. Estaba en el
Pirineo,
en las montañas. Esta vez había
convertido a Artur
en
Inés en forma de Mónica. Y hacía
el amor con ella, en los prados de alta hierba, al lado de ríos
llenos de vida y de
color,
de mágico sonido.
Estaba seguro que en pocos minutos
estaría muerto. No estaba en una comisaría ni nada parecido y
podían hacer lo que quisieran conmigo. El juego había llegado a su
fin y pensé que estaba en mi mano terminarlo de una u otra manera.
No les daría ninguna satisfacción y me abandoné, separé mi
atormentado cuerpo de mi mente.
- No seas idiota, solo dinos el
nombre de tu amiguita-
Era otra voz, que curiosamente había
abandonado el apelativo de puta.
- Inés-
Y la
imaginé en una
cala del Cap de Creus,
entre Artur y yo, y le hicimos
el amor.
El
tiempo no existía, de modo que no era consciente de su paso.
Fue muy
rápido, aunque para mí el tiempo ya no contara. De
pronto
me
sacaron la capucha y
abrieron los pórticos. Era de día. Me desataron, me dieron
un tubo de pomada
y me preguntaron si yo mismo podría
darme el masaje. Preocupado
miré
mis
hombros y no vi
ninguna
marca,
sin embargo, aún me dolían. Al momento
entró María
con
un vaso de leche, fruta y un calmante.
Había estado
llorando
y
ahora me tocaba a mi hacerlo para descargar la tensión.
Al
principio no entendí nada,
o sí, pero preferí que me lo explicara. María me miró
a los ojos y me abrazó. Y en aquel momento supe lo que había
pasado.
Al
poco entró su
padre algo confuso, dijo que nos esperaba fuera, en el coche, que
cuando me sintiera mejor iríamos a su casa. Ya
en la puerta se volvió y mirándome fijamente dijo:
- Mi hija pasó por lo mismo y tampoco habló, es la única que no lo hizo.
Cuando nos quedamos solos volvió a abrazarme, sin importarle mi suciedad y lo que apestaba, y besó mi maltrecha boca. A mí me dolía hasta el alma, pero la dejé. Me preguntó por Inés, la mujer que me había ayudado tanto. Quise sonreír y no pude, tenía dos dientes rotos.
- Lo de la boca ha sido un error. Lo siento. Te llevaré a un dentista y la arreglará sin que hayas de preocuparte de nada. Con los hombros se han pasado, no era necesario, en unas horas y con un antiinflamatorio se te pasará. Ha sido exceso de celo y por lo de Inés. Había momentos que parecía que lo pasabas bien. Esos tipos no están acostumbrados a eso. Les desconcertaste, creían haber roto tu resistencia-
Y en
mi interior sonreí, era
lo máximo que podía hacer con mis encías inflamadas.
Los
sucesos
del Palacio Real los
había convertido en
parte de mi Inés no
tan
mágica, en
un deseo más real de lo que María podía imaginar.
María se
sentía mal, había sido una apuesta personal, pero tuvo que soportar
ver como su fiel
amigo
pasaba
por la prueba de un duro interrogatorio.
Había hecho lo posible por
evitarlo, para ella no solo era innecesario sino que parte
de lo que había pactado
conmigo consistía
en que no habría pruebas de fidelidad.
Intentó
por todos los medios que no sintiera ninguna
atadura hacia ella. Me
sedujo
y
luego me
despreció con Jep
e
insultó
a Mónica,
provocando
mi ira y desconfianza.
No pudo
ponérmelo más fácil. Cuando
vio que, pese a todas esas
adversidades, estaba dispuesto a seguir,
y sabiendo que la vería hablando amigablemente con mis
interrogadores, decidió avisarme. “No
esperes ayuda, no confíes en nadie, solo en mí. Te
engañé con Jep y volvería a hacerlo,
pero sabes
perfectamente
que en
eso
jamás te traicionaré”. Y
sí, recordé
sus palabras, pero
lo que más me convenció fue su
coincidencia con
lo que
nos había contado
el compañero de Bill.
Y
recordando las palabras de su padre cuando nos conocimos, me di
cuenta que había sido utilizado y manipulado desde el primer momento
por una mujer excepcional; o quizá por dos, porque María nunca
haría
algo así a espaldas de
Anna, eso nunca. Todo
lo hacía de cara, aún más con ella.
Pasados
unos días
me pregunté por qué no sentí miedo, cuando casi
desde
un
primer momento tuve la certeza de que
no saldría vivo. Como ser humano he pasado por etapas de
miedo, a
veces irracional y otras por razones muy lógicas; unas veces atroz
y otras que rápidamente he podido controlar. Sin embargo, no
recuerdo haber pasado mucho miedo en todas las horas que estuve
retenido. Bastante
cuando me asaltaron en el automóvil, pero
duró poco;
y
también cuando vi a María hablar podría decirse que casi amigablemente con quienes me
estaban torturando.
Entonces
debería haber sentido rabia o quizá impotencia, no
obstante
pasé
miedo, aunque
rápidamente
controlado.
.
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