domingo, 19 de septiembre de 2021

El Poder de una Convicción, 7ª parte

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La pequeña plaza estaba desierta, no se veía el movimiento de la primera vez. Nadie me esperaba o eso me parec. De una de las casas más alejadas me pareció haber visto una tenue luz amarilla. Me dirigí hacia allí pensando que de no ver clara la cosa tomaría las de Villadiego. De pronto unos faros iluminaron el coche por detrás y segundos más tarde otros al frente que me deslumbraron. Poco podía hacer. Todo suced demasiado rápido. Unos tipos salidos de la nada abrieron la puerta y, con el coche aún en marcha, me arrancaron de él arrojándome al suelo sin contemplaciones. Uno de ellos clavó lo que me pareció la bota o su rodilla en mi cuello, no podía casi respirar, mientras otros dos me esposaron por detrás. Iban armados con pistolas, pero era tal su seguridad que ni siquiera las tocaron. Oí como uno decía a otro algo más alejado:

- La chica no está y por el camino nadie ha descendido-

A esos tipos nos los conocía, al menos de voz. Uno de ellos me dio un puñetazo en los riñones que me hizo rodar por el suelo. Parecía desahogar su rabia. Al levantarme recibí una patada que me volvió a tirar al suelo, esta vez de cara, aunque pude evitar el encontronazo ladeándome con el hombro. Alguien frenó al energúmeno.

- Lo necesitan entero, probablemente solo es un pajarito-

En ningún momento pude verles la cara y por si no fuera suficiente, al entrar cubrieron mi cabeza con un saco que me pareció negro.
Por el hedor podía ser un antiguo establo. Me lleva
ron cogido por el saco a la altura de la garganta, de modo que solo pudiera moverme en la dirección que marcaban, de lo contrario me asfixiaría. Me sentaron en una silla con las manos esposadas tras los barrotes del respaldo. Así estuve mucho tiempo, probablemente horas, no sé cuántas. El oído es lo que me quedaba, y tras la capucha solo me llegó el ruido de un coche entrando o saliendo de la plazoleta. Mucho rato después oí voces y gritos, tenues por la lejanía, desgarradores por su tono.
Quise creer que se trataba de
una comedia de mal gusto. Me devané los sesos pensando en María, si no habría venido por sospechar algo, pero era imposible o así lo creí entonces.
Entraron dos tipos, quizá tres.
Dos de ellos me desnudaron. Hacía frío. La inmovilidad me atenazaba y empecé a temblar. Habían dejado la puerta abierta y se oían claramente los gritos, esta vez con más lamento. Aquello era demasiado real y cruel, demasiado salvaje para ser un vulgar montaje.
Uno de ellos empezó a hablar, tranquilo, sin gritos y con mucha seguridad.

- Te han engañado, hijo, y cuanto antes terminemos mejor para todos. Ya tenemos a la puta de tu amiguita. Está en camino. No eres el primero al que engaña, pero sí que vas a ser el último de su carrera. A ver, cuéntame cómo pasó todo. Para empezar, ¿cómo te llamas?-

Se lo dije, después de todo tenían mi DNI.

- Muy bien. ¿Dónde vives?-

Le di la dirección de mis padres, la que salía en el carné.

- ¿Solo este?-
- Si-
- ¿No frecuentas otros?-
- No-
- Qué raro.
La putita ha dado otra dirección. Cuando llegue lo aclararemos-
- ¿Y tu alias?-

Debió notar mi turbación, porque levantó la capucha para verme mejor.
Estaba rodeado de tipos,
tres de frente e intuí que uno detrás de mí. No les vi la cara, ya que unas cuantas bombillas me deslumbraban. Querían ver mis ojos al responder. Estaba seguro.

- No tengo alias-
- Bueno, de eso hablaremos más tarde. ¿Y tu compañera cómo se llama?-

De pronto se oyó un grito mucho más fuerte que los anteriores, agudo; luego como un estertor.
Uno de ellos soltó un grito.

- ¡Me cago en dios! Cerrad la puta puerta. Siempre con lo mismo-

Me dejaron solo, con una manta cubriendo mi cuerpo y la capucha en la cabeza. Pensé en lo peor, que habían matado al que estaban interrogando y por eso marcharon. Estuve así mucho tiempo, tanto que ni recuerdo. Empecé a soñar, no podía dormir, pero si entrar en un estado de ensoñación. Pensaba en mil cosas que nada tenían que ver con la realidad, no quería vivirla. No sé el tiempo que transcurrió, porque me caía de sueño y de vez en cuando un tipo entraba y me daba agua. Como estaba desnudo no sentí reparos en mearme encima, tampoco podía hacer otra cosa y no quise pedir nada a aquellos tipos, porque así me dejaban tranquilo.
Volvieron a entrar, uno de ellos se reía.

- ¿Dónde lo habíamos dejado? ¡Ah, sí! En el nombre de tu amiguita-

Fue en aquel momento cuando me blindé. Dejé de sentir emociones con respecto a lo que me rodeaba y empecé a viajar con mi imaginación, tal como nos enseñó un amigo de Bill, desertor de la guerra de Vietnam y al que una vez detuvieron y pudo escapar.

- Si te interrogan siempre terminas cantando, pero no por ello te van a perdonar. Si es necesario inventarán preguntas para las que no tienes respuesta. Así pueden torturarte hasta el límite que te han asignado-
Y cuando le preguntamos qué técnica se utilizaba para evitarlo, dijo:
-
Te inventas una historia, la más bella que puedas imaginar; triste o alegre, da lo mismo, y te aferras a ella, te recreas hasta que te envuelve y no puedes evitarla. Y, dependiendo cómo, incluso la puedes disfrutar-

Uno de ellos cerró la puerta y el tipo que se reía repitió la pregunta.

- Inés- dije.

No sé cómo me salió. Nunca había conocido una tal Inés y no me dio la gana que se llamara Raquel, que era lo que María esperaba de mí.
R
ecibí una bofetada, y silla y yo dimos en el suelo. El tipo parecía muy irritado. Temí lo peor, pero por otro lado pensé que había acertado. Uno de ellos me empezó a gritar. Dijo que habían detenido a todo el grupo y que no tenía nada que esconder, no serviría de nada. Les podría haber preguntado por qué me interrogaban si ya lo sabían todo, sin embargo, mi mente estaba de viaje, imaginando una historia con Inés. Era Mónica en Calella, desnuda como la vi, morena, espléndida, de espaldas a mí con el agua hasta su cintura y la luna reflejándose frente a ella. Y yo la abrazaba y la amaba.
Me
golpearon, dolió mucho. Oí sus gritos, me sentí sucio, cubierto de barro con mis propios meados, pero ya no podía escuchar sus preguntas, no me importaban. Yo seguía con mi historia. Lloraba de dolor, por qué negarlo, pero mi cabeza seguía lejos, muy lejos.
Pas
ó mucho rato, no sé cuanto, tampoco me importaba. Al principio la rabia que sentí me impidió hablar. Sabía que de allí no saldría vivo, estaba seguro, pero al poco le dí más importancia a seguir con mi historia, que a salvarme de unos golpes que ya no sentía, quizá porque tampoco los recibía.
C
ambiaron de pregunta y, no sé cómo, la entendí. Era otro el que preguntó, tal vez por agotamiento del anterior o para cambiar de estrategia.

- ¿Cómo empezó todo?-

Habían vuelto a quitarme la capucha. Noté sangre en mis labios, creo recordar que tosí.
Y les conté c
omo, tras la rejas del Palacio Real, vimos a los perros cargar contra los estudiantes porque un tal Pete Seeger había querido dar un recital.

- ¿Conocéis a Pete Seeger? Seguro que no. Canta muy bien. No sabéis lo que os perdéis-

Y les conté que, besándonos tras los barrotes, decidimos luchar contra los perros.
De golpe
convertí a Mónica en María bajo el nombre de Inés.
Callaron.
Me pareció que desconcertados. Me levantaron y a rastras me llevaron a otra casa. En la calle debía hacer más frío, pero yo ya no lo notaba. Los golpes me habían insensibilizado a él.
Una vez en el interior, al pasar por una habitación, me pareció ver a María conversando con dos tipos. Parecían tranquilos y amenos. Estaba de espaldas a la puerta, sentada en una silla y frente a una mesa. Intenté parar para asegurarme, pero un golpe me lo impidió.

- Si, es la puta de tu amiguita, no hace falta que mires más. Es una vieja amiga que se tira a todo dios. Por sus excesos os hemos cogido, ya ves. Y no te preocupes por ella, no va a pasarle nada. Esa canta bien y con facilidad. Mejor que tu Pete Seeger- Y se rió de la ocurrencia.

Y recordé al amigo de Bill, cuando nos contó que utilizaban mil argucias, y la que más éxito tenía era que el interrogado descubriera por si mismo la presunta traición. Y, no sé cómo, durante un instante pude encajar lo que había visto, las palabras del animal, las de María y las del norteamericano.
Me sentaron en una silla, allí
hacía menos frío, volvieron a encapucharme y me dejaron solo. Al cabo de un rato entraron unos cuantos, supuse que los cuatro de antes. Y sentí como algo atravesaba mis hombros como si fueran largas agujas. Dolía mucho, tanto que lloré bajo la capucha, me temblaba todo el cuerpo. Y, luego, más dolor, mucho más, insoportable, intenso como ninguno que hubiera podido imaginar. Los hombros ardían por dentro. No podía moverlos, parecía que los tuviera clavados.
Grité de dolor, pero al momento
volví a mi mágica historia, esta vez para mí. Estaba en el Pirineo, en las montañas. Esta vez había convertido a Artur en Inés en forma de Mónica. Y hacía el amor con ella, en los prados de alta hierba, al lado de ríos llenos de vida y de color, de mágico sonido.
Estaba seguro que en pocos minutos estaría muerto. No estaba en una comisaría ni nada parecido y podían hacer lo que quisieran conmigo. El juego había llegado a su fin y pensé que estaba en mi mano terminarlo de una u otra manera. No les daría ninguna satisfacción y me abandoné, separé mi atormentado cuerpo de mi mente.

- No seas idiota, solo dinos el nombre de tu amiguita-
Era otra voz, que curiosamente había abandonado el apelativo de puta.
- Inés-

Y la imaginé en una cala del Cap de Creus, entre Artur y yo, y le hicimos el amor. El tiempo no existía, de modo que no era consciente de su paso.
Fue muy rápido, aunque para mí el tiempo ya no contara.
De pronto me sacaron la capucha y abrieron los pórticos. Era de día. Me desataron, me dieron un tubo de pomada y me preguntaron si yo mismo podría darme el masaje. Preocupado miré mis hombros y no vi ninguna marca, sin embargo, aún me dolían. Al momento entró María con un vaso de leche, fruta y un calmante. Había estado llorando y ahora me tocaba a mi hacerlo para descargar la tensión.
Al principio no entendí nada
, o sí, pero preferí que me lo explicara. María me miró a los ojos y me abrazó. Y en aquel momento supe lo que había pasado. Al poco entró su padre algo confuso, dijo que nos esperaba fuera, en el coche, que cuando me sintiera mejor iríamos a su casa. Ya en la puerta se volvió y mirándome fijamente dijo:

- Mi hija pasó por lo mismo y tampoco habló, es la única que no lo hizo.

Cuando nos quedamos solos volvió a abrazarme, sin importarle mi suciedad y lo que apestaba, y besó mi maltrecha boca. A mí me dolía hasta el alma, pero la dejé. Me preguntó por Inés, la mujer que me había ayudado tanto. Quise sonreír y no pude, tenía dos dientes rotos.

- Lo de la boca ha sido un error. Lo siento. Te llevaré a un dentista y la arreglará sin que hayas de preocuparte de nada. Con los hombros se han pasado, no era necesario, en unas horas y con un antiinflamatorio se te pasará. Ha sido exceso de celo y por lo de Inés. Había momentos que parecía que lo pasabas bien. Esos tipos no están acostumbrados a eso. Les desconcertaste, creían haber roto tu resistencia-

Y en mi interior sonreí, era lo máximo que podía hacer con mis encías inflamadas. Los sucesos del Palacio Real los había convertido en parte de mi Inés no tan mágica, en un deseo más real de lo que María podía imaginar.
María se sentía mal, había sido una apuesta personal, pero tuvo que soportar ver como su
fiel amigo pasaba por la prueba de un duro interrogatorio. Había hecho lo posible por evitarlo, para ella no solo era innecesario sino que parte de lo que había pactado conmigo consistía en que no habría pruebas de fidelidad. Intentó por todos los medios que no sintiera ninguna atadura hacia ella. Me sedujo y luego me despreció con Jep e insultó a Mónica, provocando mi ira y desconfianza. No pudo ponérmelo más fácil. Cuando vio que, pese a todas esas adversidades, estaba dispuesto a seguir, y sabiendo que la vería hablando amigablemente con mis interrogadores, decidió avisarme. “No esperes ayuda, no confíes en nadie, solo en mí. Te engañé con Jep y volvería a hacerlo, pero sabes perfectamente que en eso jamás te traicionaré”. Y sí, recordé sus palabras, pero lo que más me convenció fue su coincidencia con lo que nos había contado el compañero de Bill.
Y recordando las palabras de su padre cuando nos conocimos, me di cuenta que había sido utilizado y manipulado desde el primer momento por una mujer excepcional; o quizá por dos, porque María nunca
haría algo así a espaldas de Anna, eso nunca. Todo lo hacía de cara, aún más con ella.
Pasados unos días
me pregunté por qué no sentí miedo, cuando casi desde un primer momento tuve la certeza de que no saldría vivo. Como ser humano he pasado por etapas de miedo, a veces irracional y otras por razones muy lógicas; unas veces atroz y otras que rápidamente he podido controlar. Sin embargo, no recuerdo haber pasado mucho miedo en todas las horas que estuve retenido. Bastante cuando me asaltaron en el automóvil, pero duró poco; y también cuando vi a María hablar podría decirse que casi amigablemente con quienes me estaban torturando. Entonces debería haber sentido rabia o quizá impotencia, no obstante pasé miedo, aunque rápidamente controlado.

 

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