_______________
Incluso el más pintado o menos dado al racismo te habla de distintas culturas. Y lo que más te sorprende, si a estas alturas algo lo consigue, es cuando encuentras al más progre de todos ellos, en una asamblea, reunión o movida, mirando con un disimulado aire de superioridad a ese migrante que ha cruzado el estrecho vete a saber como, aunque para él importa bastante. Y es que no es lo mismo cruzarlo en patera que con visado, este último es más aristocrático o quizá menos glamuroso.
Hoy
recuerdo a un indígena del Altiplano, esta palabra se me hace tan
extraña que mejor llamarlo por lo que realmente era, un hombre. Pero
en este caso la anterior definición quizá sea la más correcta, ya
que era el único no blanquito entre los guerrilleros senderistas que
nos habían retenido, y eso, parece ser, tenía su importancia. Lo
recuerdo por sus palabras.
-Entre ustedes y nosotros solo una cosa nos
diferencia. Mi mujer cuando me habla de mi hijo dice tu hijo, las
suyas dicen nuestro hijo.
En aquel momento me sorprendió, no sabía
a lo que se refería, más adelante entendí que, pese parecer lo
contrario, en esas tierras hay un tipo de libertad que se
sobreentiende, sea de la mujer como del hombre. Y tras mucho vivir
descubrí que fuera de esa sutileza, debida en gran parte a su
espíritu liberal, no hay más diferencia.
Los seres humanos son
iguales en todo y para todo, y no solo para el dios de turno. Es tan inteligente un africano o un
indio que un europeo, ama del mismo modo y siente la misma pasión
por los hijos y por su educación. Y los malnacidos y asesinos, lo
son igual allí que aquí.
¡Y la música! Aquella misma noche las
tiernas canciones de nuestra joven amiga francesa nos hicieron cantar
a todos, viajeros extranjeros y guerrilleros senderistas, que un día
antes habían masacrado a unos cuantos de una aldea. Aquella música
quizá fuese lo que nos salvara la vida.
Vayas donde vayas,
por extraño que sea el idioma o peligroso el entorno, la música une
y hasta hace que la gente se entienda
Vayas donde vayas, sea el
África subsahariana, el Altiplano peruano, el delta del Indo, las
cumbres del Himalaya, las calles de un pueblo cubano o el barrio más
refinado de París, encontrarás mujeres y hombres con las mismas
inquietudes, miedos, deseos y, sobre todo, ganas de vivir en paz y
armonía con el resto. No necesitas ser más inteligente o mejor
persona para apreciarlo sino solo mantener los ojos muy abiertos,
siendo los ojos el sinónimo de los sentidos que tienen que ver con
nuestra sensibilidad como seres humanos.
Vayas donde vayas, los
padres normales, si como normalidad nos referimos a lo que nos
distingue como humanos, sufren por sus hijos y quieren lo mejor para
ellos; trabajen en el campo o la ciudad, se preocupan por su futuro y
guardan su mejor plato, la mejor cama, el techo sin goteras. La
guerra, el hambre o la riqueza nos los amilana, siguen buscando lo
mismo. Lo que los humanos llamamos cultura, país, raíces, credo o
cuantas cosas existan para separarnos, apenas tienen valor frente a
nuestros sueños, miedos o deseos.
Hoy reviso esas ideas
más consciente y quizá con más fuerza, al ver tantas personas
iguales a nosotros cruzar un mar peligroso o encerrarse durante días
en cajones sin agua ni ventilación, para solo tener la esperanza de
hacer realidad sus sueños, encontrar sus deseos combatiendo sus
miedos. Más consciente y con más fuerza, pero con el mismo
convencimiento.
.
No hay comentarios:
Publicar un comentario