Pese los años
transcurridos, es curioso lo fácil que me resulta relacionarme con
los paquistaníes.
Hace unos meses hice amistad con un frutero de Lahore, agnóstico como la mayoría. A los paquistaníes les encanta la fruta y tienen mil trucos para conservarla o tratarla. Todavía recuerdo sus albaricoques, frescos o secos, lo que aquí llamamos orejones; y sus ciruelas, también frescas o pasas. Nadie puede imaginar su sabor y su dulzura, es imposible. Recuerdo haberlos cogido directamente de los árboles en los valles abandonados de Cachemira. Mi amigo vende su producto a muy buen precio, más barato que en los puestos tradicionales del mercado, sin embargo, sus melocotones, sus melones, castellanos por cierto, y sus albaricoques y ciruelas, son mejores. Pese ser barato y que le compro poco, a mi me hace un descuento. Precio de amigo, me dice; aunque sé que es el que hace a los restaurantes y a sus paisanos. De hecho me trata como tal, sobre todo después de haberle explicado cómo era su barrio antes que él naciera.
Hace unos meses hice amistad con un frutero de Lahore, agnóstico como la mayoría. A los paquistaníes les encanta la fruta y tienen mil trucos para conservarla o tratarla. Todavía recuerdo sus albaricoques, frescos o secos, lo que aquí llamamos orejones; y sus ciruelas, también frescas o pasas. Nadie puede imaginar su sabor y su dulzura, es imposible. Recuerdo haberlos cogido directamente de los árboles en los valles abandonados de Cachemira. Mi amigo vende su producto a muy buen precio, más barato que en los puestos tradicionales del mercado, sin embargo, sus melocotones, sus melones, castellanos por cierto, y sus albaricoques y ciruelas, son mejores. Pese ser barato y que le compro poco, a mi me hace un descuento. Precio de amigo, me dice; aunque sé que es el que hace a los restaurantes y a sus paisanos. De hecho me trata como tal, sobre todo después de haberle explicado cómo era su barrio antes que él naciera.
Hace poco, justo a mi
llegada de Asturias, no pudo atenderme por estar hablando con un
amigo enfermo, al que ayudó a volver a su país. Se disculpó y
después me contó que había estado hablando de mi con su padre.
Es la segunda vez que me ocurre, la primera fue con el clásico
paquistaní propietario de un kebab; entonces la casualidad fue
inmensa, ya que su padre, al saber que su hijo venía a España, le
contó que de joven había conocido a una pareja de jóvenes
españoles también en Lahore. No pudo precisar la fecha, pero
rondaba cuando Anna y yo estuvimos por allí, andando por las calles
y plazas de la gran ciudad; y lo cierto es que ver a una pareja de
jóvenes españoles en Lahore no era lo habitual. En el caso de mi
nuevo amigo y por lo que me cuenta, lo más probable es que haya
pasado por el tenderete de su abuelo, que vendía fruta en la plaza
donde compramos dátiles y ciruelas pasas.
Cuando mi amigo me
preguntó cuándo estuve en su ciudad, respondí riendo que él
todavía no había nacido, que en junio de 1971, en plena guerra de
Bangla Desh. Luego hablamos del Punjab, que es un gran país dividido
entre la India y el Pakistán, habitado por gente con las mismas
costumbres y habla; que si no fuera por la clase gobernante, sería
hermana y sin frontera.
El mundo es un pañuelo.
.
Un pañuelo que, para la gente buena, además presenta sus esquinas redondeadas. Un abrazo.
ResponderEliminarMuchas gracias Carlos
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