"Siento decir también que los atenienses son terribles en eso de robar
al Tesoro Público, y que, a pesar del peligro que corre el ladrón, son los más
distinguidos los que más roban, del mismo modo que son los más distinguidos los
que forman parte de la magistratura"
(Jenofonte en "Los diez mil")
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Una noche de San Juan, veintiocho años atrás:
Me acerco con Mónica,
que al ver que los observaba ha querido presentármelos. Están con Amara, bromeando sin cesar. Dos tipos bien parecidos, no tan grandes como a ella
le gustan, pero si musculosos. Luego me entero que son famosos alpinistas, que
han subido más de un ocho mil en el Himalaya y que conocen los parajes por
dónde Anna y yo andamos en tiempos de guerra. Los habían conocido en una fiesta a la que fueron solas. Mi amiga los besa en la mejilla,
mientras Amara y yo cruzamos una mirada de complicidad. Saben que tenemos
una relación, pero no cual, aunque eso no les condicione. Acaricio la nuca de Mónica en claro gesto de posesión.
-¿Tu compañero?
–Le pregunta uno de ellos.
-Y mi amante -
responde Amara anticipándose.
-Soy un hombre
afortunado –adelanto con sonrisa burlona y un guiño.
Risas, muchas, ya que
Amara se ha empeñado en hablarles agachada frente a sus braguetas, de manera simpática
mientras hace divertidas muecas.
La miro interrogante
mientras uno le acaricia la mejilla con evidente ternura.
-Dice que nuestra neurona sube y baja sin parar y, por lo visto, sabe dónde está en todo momento.
Me siento observado, analizado
en todos mis gestos y miradas. Obviamente se preguntan mi nivel de amistad con
ellas, si soy compañero de cama, de casa o si entre Mónica y yo hay algo más.
-Debe ser difícil
apreciar la diferencia entre compañero y amante con dos chicas como estas.
Eso dice uno mientras
acaricia el magnífico pecho de Amara, a través de la camisa de fino algodón
blanco, que hace juego con sus desgastados shorts tejanos. Por intuición o
casualidad, lo cierto es que ha acertado y lo percibe por algún gesto nuestro. Y sonrío al sentirme
descubierto. Es difícil de entender, pero es cierto, sean amantes o compañeras
da lo mismo.
Charlamos
distendidamente. Se nota que pretenden tirarse a las dos y me sorprende
que Mónica no les siga el juego, porque son del tipo de hombres que gusta. Por
mi parte trato que no se sientan coaccionados, incluso en un momento de
descuido intento escapar, pero ellas lo evitan, principalmente Mónica, que me
agarra del brazo.
Y Amara habla de sexo
directamente, sin cortarse un ápice.
-La última vez me
dejasteis hecha unos zorros. Al día siguiente empezaron a salirme moratones con
forma de mordiscos –dice con otra de sus divertidas muecas.
Les veo incómodos,
casi nerviosos y sorprendidos. Están seguros de haberla tratado con cuidado,
incluso con delicadeza. Uno de ellos la atrae hacia sí, la abraza y la besa. El
otro se disculpa azorado y ella le acaricia el pecho, se ríe y les cuenta que su
piel es sensible en todos los conceptos, que son maravillosos, pero que después
tiene que acostarse con su compañero y dar explicaciones. Y, claro, entonces
recuerdo los múltiples y pequeños moratones repartidos por todo su cuerpo.
- Estás de muerte...
Follas como los ángeles... Quizá me pasé sin darme cuenta... A veces no puedo
remediarlo... Éramos tres ¿recuerdas?...
No parecen
arrepentidos, pero sí abrumados, y les abrevio el tormento.
-A mí con ella me pasa
lo mismo, y verla con este tipo de marcas excita a cualquiera. Estoy seguro que
a su compañero le encanta saber que la follan así.
-¿Lo conoces?
-Es uno de mis mejores
amigos.
Ahora es Mónica la que se ríe y bromea.
Ahora es Mónica la que se ríe y bromea.
-Es el mejor tipo que
conozco, el más sano y noble, aparte de ser mi amante.
Mónica habla de Jep,
su verdadero compañero. No es de engaños ni de bromas, no los entiende, pero
hoy los sigue, quizá porque no lo son. A ella, igual que a mí y a Amara, da lo
mismo amante que compañero, porque a veces ni nosotros apreciamos la
diferencia.
Nos separamos, otra
vez con Mónica tirando de mí. Y se nos acerca Biel mientras los sigue con la mirada sin
reflejar lo que piensa. Charlamos un rato admirándonos sin disimulo del
despliegue seductor de Amara, que deja entrever una gran empatía hacia sus
interlocutores.
-¿Cómo no has querido
participar? –Pregunto a mi amiga.
-No me apetecía. Hoy
prefiero estar a solas contigo. ¿Y tú?
¿Qué puedo
responderle? Lo cierto es que me hubiese gustado ver cómo revienta de gusto mi
compañera, que es algo que me satisface mucho. Pero no, prefiero callar y abrazarla,
amarla como merece.
Anna charla con unos
amigos, sé que anda tras uno de ellos y lo seduce con su arte, tan parecida y
directa como la de Amara. Nos despedimos de Biel. Me sabe mal dejarlo solo, tan
adusto e incapaz de relacionarse con desconocidos. Y veo acercarse a Amara, sensible
a cualquier sentimiento de su amigo, le sonríe, lo coge del brazo y se lo lleva
hacia donde están sus dos acompañantes.
-Ven, quiero
presentarte a dos tipos muy interesantes, son alpinistas y han estado en el
Himalaya.
Mónica y yo salimos a
la calle, me da el casco de Jep y monta sobre su moto. A nuestro alrededor
estallan petardos y se oye los silbidos de algunos cohetes.
-Sube, quiero llevarte a
una buena verbena.
.
La foto de la portada mucho menos angustiosa, relatas tus aventuras y ésta acompaña mejor...
ResponderEliminarLas fotos que últimamente muestro en la portada, son de un viaje al África subsahariana, y cada una de ellas contiene su historia. De mis aventuras, si se les puede llamar así, en el Himalaya y en Perú, no tengo fotos; y mejor así, porque, aunque bellísimas, serían terriblemente angustiosas. De Cuba y de la República Dominicana tengo algunas, también pintorescas, pero en ellas salen personajes a los que no les gustaría que fueran publicadas.
ResponderEliminarAhora, al saber que publico, las hago con más inteligencia o simplemente las evito para que no quede prueba, tal como pasó en mi última "aventura", que ni siquiera llevé cámara.