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-No vendré a despedirte.
Eso me dice, justo unos minutos antes de que salga mi
expedición, dos desvencijados Toyotas, uno de ellos sin puertas.
El camino es infernal, selvático, húmedo… lo observo con
desdén, estoy acostumbrado a situaciones peores y ella lo sabe. Ya pocas cosas
me importan, me emocionan; sin embargo, me encanto observando las bajas copas
de los árboles, o quizá debería hablar de altísimos arbustos, ya que su
frondosidad empieza casi a partir del suelo. Agua, mucha agua, mosquitos y
enfermedades, es ahí donde la dejo.
Pienso en Amara, en Mónica. Llevo menos de una semana en
este lugar y ya deseo verlas, a la una para amarla y darle el parte de lo visto
y vivido, a la otra para lo mismo, pero en el orden inverso. Y, sin embargo, sé
que sigo enamorado de la mujer que dejo tras mío, a la mujer que posiblemente
le haya salvado la vida en la acción más rápida y exitosa de toda mi vida.
En Bangkok me espera Artur, Alvar o quien sea, porque ya no
sé si vale la pena seguir con esa tontería de la simulación. Me preguntará
porqué no viene a despedirse, o quizá no, quizá no pregunte porque la conoce
casi tan bien como yo.
Miro para atrás y allí está, levantando los dos brazos como
despedida, alta y delgada, bella como siempre, igual de fuerte que el primer día
que la conocí.
Si no fuera por Amara, si no fuera por ella, por la mujer
absoluta…
Me despide como la amante negra a Kurtz, con los brazos en
alto, bella, fuerte y altiva.
No sé inventar, aborrezco la mentira. Me gusta contar la
verdad, aunque sea de mil formas distintas, porque la verdad tiene multitud de
ellas. Un escritor no necesita inventar, solo con mirar a su alrededor tiene
bastante. Las historias inventadas adolecen de legitimidad, flaquean. Robinson
es lo que es, una ficción; sin embargo, Marlow parece contar algo real, casi
una experiencia que marcó su vida.
¡OH! Vaya, no es Marlow sino Conrad quien cuenta esa
historia.
Marlow también odia la mentira, es un hombre de la vida, que
ha aprendido a valorar lo real, lo auténtico. Estoy seguro que sus amigos son
gente de la calle, con sus pequeñas historias, que se hacen grandes al
contarlas; antiguos chavales, leales amigos con divertidas aventuras y pecados
inconfesables. Algunos marcharon de sus casas siendo casi niños, otros se quedaron
y se convirtieron en el sostén de la familia.
Recuerdo despreciar a mi hermana por soportar lo
insoportable, cuando yo, con un hatillo y poco más, abandoné la casa y su
seguridad. Y ahora que acabo de enterrar a mis padres, descubro su gran
sacrificio, ya que sin ella ni siquiera podría hablar de mi antigua familia, de
sus fotos, de sus recuerdos.
Hoy, una vez más he leído a Marlow. Perdón, a Conrad. Y al
llegar al momento en que la negra se despide de Kurtz en el borde de la selva,
he recordado a Anna levantando sus brazos, como abrazando el bosque, el aire, el
agua, con sus compañeros tras ella, silenciosos e indómitos.
Estoy enamorado, absolutamente enamorado, y eso es una bella
tortura.
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Pau, precioso, no puedo decir nada más. Bien escrito y con ese trasfondo de amor a esas mujeres que te han acompañado, te acompañan, en la vida.
ResponderEliminarUn beso!!
Pdt: estoy de acuerdo, una bella tortura.
La más bella.
ResponderEliminarQué suerte... atesora ese sentir. Me ha gustado, siempre me gusta.
ResponderEliminarBeso
Impactante foto en el header, también bella
Enhorabuena por tener los sentimientos revueltos, entre hermanos. Siempre tan diferentes verdad?. He observado que siendo para uno insoportable la situación, resulta para los otros de los más cómoda, paradojas de la convivencia.
ResponderEliminarhola, me he pasado para leerte y me has emocionado, sin duda Venus en géminis, en retrogradación acentúa los efectos en ti, pero es una parte de la verdad y de la ficción sobre la verdad, pero escribes muy bien y sigue así...
ResponderEliminarLa verdad es lo que vemos y tocamos, la ficción es nada. La ficción de la verdad es algo más complejo, supongo que lo que imaginamos que pasó, lo que percibimos en los ojos de los demás, lo que sentimos como real.
ResponderEliminarRecuerdo a Anna con los brazos levantados, ¿los dos o solo uno? ¿Abrazaba la selva, el aire o solo era un gesto de compromiso?
A sus compañeros tras ella, ¿pero hablaban, reían o se mantenían indómitos? Evidentemente estaban tras ella porque era su despedida y no querían ser un estorbo.
Dijo que no vendría a despedirse, sin embargo, me hizo la mejor despedida posible. Y Albert (Alvar), por supuesto, preguntó por ella y se medio molestó por su desplante.
Lo cierto es que si no fuera por Xeli (Amara), la mujer absoluta, otro gallo me cantara.
Bueno Pau. Como siempre tus textos literarios claros, sin giros barrocos que oculten la tierra en la que están sembrados. El zen de tu alma. Un abrazo amigo. H.
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