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Eso de que
el chico malo es más atractivo es un camelo, dice. Los
que más y mejor placer dan son los más tiernos y los que más
respetan. Lo demás son pamplinas de mujeres poco o mal folladas.
Y
Richard, que eso lo ha pillado desprevenido, afirma con la cabeza, no
porque lo supiera sino porque tiene sentido, aunque no coincida con
lo aprendido. Y yo, que ya no puedo aguantar por mucho tiempo la
risa, observo a Rob, que de los cuatro británicos es quien se ha
llevado la mejor parte. Alto y desgarbado, con una cicatriz que va
desde la oreja hasta vete a saber, porque Amara todavía no me ha
contado. Pero una cosa si que tiene, es fuerte, muy fuerte, eso que a
ella tanto le gusta, aunque no sea requisito imprescindible. Cada
centímetro de Rob es músculo, y tiene muchos, de lo contrario no se
entendería su éxito en el rugby de su país. Su cabello, de corte
impreciso, es espeso y muy desordenado, hace juego con una vestimenta
sin evidencia de marca. En eso nos parecemos, unos tipos que abrimos
el armario y nos ponemos lo que hay en el primer colgador, y como más
desgastado mejor. De mirada inteligente, que para muchos podría ser
inquisitiva, y poco expresiva excepto para Amara, que parece
entenderlo precisamente por ella.
Al contrario de lo que se
espera, su apretón de manos es justo y muestra la delicadeza de su
espíritu; su voz, sin embargo, es tan abrupta como seca, y pocas
veces tienes ocasión de escucharla.
Las tres mujeres de
mi vida, Anna, Mónica y Amara. El amor que siento por Mila es
distinto, es el del hermano amigo. Las tres esperan y dan lo mismo,
ternura y respeto, pero con distinto éxito. Anna, la más preparada
por su profesión, es excesivamente suficiente y con todas sus
parejas ha fracasado; Mónica, llana y sencilla, es tan osada que no
mide las consecuencias y a todos da una oportunidad; y Amara utiliza
la intuición con tanta pericia, que no le conocemos ningún fracaso.
Amara acierta a la primera, no necesita asegurar porque su decisión
ya asegura.
La intuición
no es otra cosa que el proceso casi instantáneo de miles de datos
almacenados en el cerebro. Seguramente Amara habrá almacenado las
conversaciones, gestos y miradas de miles de pacientes. Empatiza con
sus enfermos y sus familias, hasta un punto difícil de entender. Por
años que pasen no los olvida y podría rememorar todas sus
conversaciones. Pacientes gravemente enfermos, moribundos a los que
acompañó en su último minuto, a sus familiares y sus amigos; y los
enfermos, quieras o no, son los que más te enseñan, porque frente
la tierna mujer que los escucha mientras los cura no levantan
escudos. No, Amara nunca se equivoca, solo necesita la fracción de
un segundo para saber cómo es aquella persona, lo que siente, sus
debilidades y sus fortalezas, si miente, si le hará daño, si la
satisfirá como ella espera. Amara lo sabe todo de todos sin
necesidad que nadie le explique su vida.
El carácter de Mónica
no deja de tener su lado positivo. A ella poco le importa que el
hombre sea más o menos adecuado a sus deseos, siendo como es de un
solo uso. Si sale mal lo olvida, y si sale bien quizá vuelva a
usarlo una o dos veces más, pero solo quizá.
Tantas veces he
visto a Mónica encogerse de hombros, ante algo que para otros sería
un trauma, que ya nada me extraña.
Anna huye del hombre
que la ama, lo aparte de su vida a no ser que lo pueda tratar como
amigo y su amor no sea excesivo. Anna teme el amor, sin embargo, ama
muy intensamente. Quizá por eso hemos sido capaces de mantener esta
tan extraña amistad, tanto conmigo como con Pierre, lo más parecido
a una pareja, que solo ve unos días al año, a veces ni eso. Dos
hombres que, aun amándola intensamente, no interferimos en su vida.
Rob es, podríamos
decir, el ideal de toda mujer, el amante perfecto, de un país
lejano, tan educado que casi pide permiso antes de seducir y perdón
por ser seducido; tierno, fuerte y cariñoso, sin problemas de pareja
y con el dinero suficiente para hacer lo que quiera. Rob no siente
celos, al menos eso aparenta. Puede compartir su amante con sus
amigos, incluso conmigo, y lo celebra. Solo de una cosa se
arrepiente, no haberla conocido antes; pero eso no dependía de él
sino de la fortuna.
Y Amara es el ideal de cualquier hombre, tan
bella como culta, sin ningún prejuicio y maravillosa en todos los
aspectos. Amara carece de vida paralela, no sabe separar su vida
familiar de la de sus amigos, porque para ella todos son parte de su
vida. En eso somos muy distintos, yo tengo mi vida y solo espero que
nadie se inmiscuya; ella, sin embargo, la comparte sin ánimo
exhibicionista, sobre todo conmigo. Y si Jep y yo, que solemos
hacerlo, nos quejamos, responde:
- Sois mis amigos y
necesito compartirlo.
Rob es lo más parecido a nosotros, aunque
aún más reservado. Rob evita entrar en detalles y lo consigue
gracias al idioma.
Ella se levanta, se supone que para
coger algo que ya buscaba con la mirada, pasa por su lado y aprovecha
para hacerle una caricia con su cuerpo. Se lo hace a todos, es
habitual en ella, a Jep y a mi a veces con solo la mirada; sin
embargo, con él es especial, mucho más sensual y con más tiempo,
sin descaro, pero tampoco disimulando. Jep lo lee como una invitación
al sexo, lo veo por su mirada; yo, sin embargo, lo entiendo como Rob,
Amara se rige por impulsos instintivos, y en este momento quien más
la necesita es él. Su expresiva y sensual gestualidad hacia él no
es muestra de más amor que al resto, sino de ofrecimiento. Sin
expresarse con palabras le está diciendo:
- Has venido de lejos, sé que por mi, y aquí me tienes para lo que
te plazca.
Y
él quizá no pretenda sexo sino solo estar con ella, con
la ternura y seguridad que
la preciosa mujer le brinda, aunque sepa que al final también lo
disfrutará.
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