Tomo asiento al lado de una pareja bastante joven, los
dos muy sucios; ella, que está a mi lado, apesta. Él se apoya en una maleta que parece
nueva, viste traje oscuro y camisa blanca. Ella peor vestida, pelirroja, con una
bolsa de viaje. Los dos viajan encorvados, como si estuvieran cansados, de
habla educada y sin alzar la voz. Por lo que dicen tienen hambre y se sienten
muy amargados, como si hubieran perdido toda esperanza. Ella se lamenta, como
si todavía no asumiera la pobreza; a su compañero, sin acritud le comenta que
no son moros ni gitanos para vivir de esta manera. Levanto la vista del libro e
intento ver la expresión de su cara. No entiendo cómo todavía alguien puede
escudarse en ellos, aunque sea sin ánimo de achacarles culpa alguna.
El viajero del extremo se levanta y el tipo ocupa rápido
su lugar. Una chica alta y bien formada, con pelo corto y bastante atractiva, se
levanta de la bancada de enfrente y corre para tomar el espacio vacante. Viste
deportivamente, pantalones y chándal de buena calidad, blancos y con un
toque de color que ahora no recuerdo. Ella no parece amargada, quizá porque
aún no ha perdido la esperanza o porque no lleva tanto tiempo deambulando.
Hablan de lo que comió para cenar. Y explica que no estuvo tan mal, que
las patatas estaban crudas y algo más que no llega a mi oído. Luego, en voz baja confiesa que tiene hambre.
Me levanto justo con el tiempo de guardar mi libro
electrónico y bajo en Arco de Triunfo. Ando por el andén repitiendo para mí
mismo lo poco oído, convencido que hoy son ellos y mañana quizá yo, que somos
víctimas de la indiferencia, del mismo modo que lo fueron los europeos en
tiempos del fascismo. El problema de los demás lo vemos lejanos, incluso cuando
empieza a rozarnos. Entonces nos apartamos, siendo incluso capaces de culpar a
la víctima, no al verdugo, porque la intuición nos dice que lo somos.
El mundo gira muy rápido, vivimos tiempos convulsos y terribles y, mientras, nosotros hablamos del sexo de los ángeles.
Anna está a punto de llegar y esta vez me planteará sus inquietudes y me invitará a seguirla. Después de lo sucedido nunca más me dejará de lado, aun sabiendo que no puedo abandonar a Amara. Y esta vez, con solo ver un resquicio por donde escapar, la seguiré. Hoy las pocas dudas que me quedaban han desaparecido sin dejar rastro.
El mundo gira muy rápido, vivimos tiempos convulsos y terribles y, mientras, nosotros hablamos del sexo de los ángeles.
Anna está a punto de llegar y esta vez me planteará sus inquietudes y me invitará a seguirla. Después de lo sucedido nunca más me dejará de lado, aun sabiendo que no puedo abandonar a Amara. Y esta vez, con solo ver un resquicio por donde escapar, la seguiré. Hoy las pocas dudas que me quedaban han desaparecido sin dejar rastro.
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La miseria es algo lejano, hasta que nos inunda y nos ahoga. Luego diremos, si hubiésemos hecho esto o lo otro...
ResponderEliminarLas gentes somos así, tendemos a mantener la integridad de nuestro entorno, alejando la realidad objetiva, justificando la llegada del mal sobre los demás y el bien sobre lo propio. Contemplando con algo de morbo o de compasión la desgracia sobre el lomo ajeno, pero sin implicarnos en aportar ni un grano de arroz para poner remedio a la situación. De ahí la necesidad de que sea el Estado, o la Sociedad Organizada, con los recursos recaudados el que mantenga a los ciudadanos lejos del cataclismo.
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