lunes, 30 de diciembre de 2013

LOS HÉROES NUNCA MATAN

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Hace mucho tiempo, al poco de comenzar este blog, me prometí no escribir nunca sobre las historias recientes más comprometidas. Hasta ahora he cumplido mi promesa, hasta el límite de un año y de manera incompleta. Mi exhibicionismo tiene un límite bastante ajustado aunque parezca lo contrario, por respeto a las personas implicadas y a mi mismo. Lo que no había hecho es acotarme con respecto a mis sentimientos, algo que a partir de ahora también haré, quizá por inseguridad y mi perplejidad por lo que siento.
A veces, según la temperatura del espíritu, los sentimientos y la inteligencia no coinciden, en el mejor de los casos se ignoran y en el peor se embisten.
Y hablando de sentimientos, es curiosa la falta de ellos con respecto a mis padres, a su recuerdo y cómo, a la muerte de mi madre, mi hermana y yo nos reencontramos. En mis historias no hablo de ella, como si no existiera. Ahora descubro con horror hasta que punto había sido abducida por mi madre, su dependencia y posterior liberación. En todo caso he descubierto que tengo una buena hermana, desconocida para la mayoría de mi “familia”.

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De un tiempo a esta parte muchos amigos me preguntan sobre lo que devendrá en este país. Han pasado los años y han descubierto que mis predicciones se están cumpliendo.
España está a punto de entrar en el Tercer Mundo y el españolito es el único responsable, les digo.
También estamos asistiendo a la muerte de un Estado. Quizá tuviera razón mi abuelo, cuando decía que los españoles son incapaces de gobernarse, que es un pueblo con tendencia hacia la autodestrucción, quizá porque nunca se ha sentido como tal. Personalmente me inclino a pensar que carece de autoestima, de eso que muestre con tanta facilidad desprecio a sus compatriotas, aunque a eso se le podría llamar suicidio.

- ¿Y tu qué harías?
- Ahora mismo empezar a invertir en bolsa –respondo.
Europa necesita una burbuja en plan urgente y solo queda esa por explotar. En un par de años reventará, entonces el truco es haberlo vendido todo y largarse con el maletín al extranjero, Sudamérica a poder ser.

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-La vida es un viaje, Anna, igual que la muerte. Ahora somos un tipo de energía y luego otro. Morir es volver a la absoluta, la primigenia. Eso lo sé mejor que tu, que para convencer debes torear con dioses y demonios; yo, sin embargo, puedo permitirme divagar con la física, porque aquí la gente ha descubierto el truco de los magos.
-Sigue escribiendo, Popol, no temas a las palabras. Un hombre como tu no puede permitir que su vida se pierda en el olvido.
La abrazo, le acaricio la cabeza, la beso. Esta noche mejor no pensar y amarnos como sabemos.
-Aunque no puedas creerlo tú fuiste mi primer hombre, el que me enseñó a ser mujer.
Abro los ojos y la miro incrédulo. La recuerdo fuerte y poderosa, suficiente y rica en experiencia. Fue ella la que me enseñó a ser hombre, la que fue mi primera mujer, por muchas que hubieran pasado antes. Y recuerdo cómo la conocimos Artur y yo, sus requiebros amorosos con él, nuestros encuentros de amigos primero, de hermanos después y de amantes por último. Y sus abandonos y reencuentros. Y recuerdo tantas cosas en las que yo fui su discípulo, su amigo hermano al que debía rescatar, que no puedo creer en sus palabras.
Y recuerdo los largos días pasados en las cumbres y los valles del Himalaya, solos, apoyándonos el uno con el otro, haciéndonos hombres al unísono. Recuerdo su sonrisa y sus enfados, su personalidad, que más de una vez nos puso en peligro, su arrojo y su inteligencia.
- Tú ya no puedes ser un héroe Popol, los héroes nunca matan.
- Los héroes caídos son como las banderas rendidas, que nunca son recordadas. Yo soy un superviviente con halo de héroe, y, aunque no me importe, quizá sea recordado.

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Mañana por la noche, por vez primera en muchos años nos reuniremos los seis: Anna, Biel, Mónica, Amara, Jep y yo. Y brindaremos, no por un nuevo año sino por una nueva vida, en la que no sean necesarios héroes, dioses y demonios.

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miércoles, 18 de diciembre de 2013

SIEMPRE ANNA

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Le acaricio la cabeza, con mis dedos remuevo su pelo. Soy feliz de tenerla a mi lado, apoyada en mi hombro. En todos los años que nos conocemos, que nos hemos acostado juntos, es la primera vez que lo hace.
El fuerte vendaval ha desaparecido. No se oye ningún ruido, ni el que hace una de esas grandes y verdes hojas al moverse. ¡Qué país más extraño! Todos deben serlo para el extranjero, no así la gente, que es muy parecida donde quiera que vayas.
Y pienso en los sucesos de estos últimos días, en el miedo de mis compañeros, armados con fusiles de asalto y hasta granadas, y en mi carencia de él. Cualquier sonido les alarmaba. Escrutando el cielo con ansia a través de las ventanas del Nissan, con los fusiles preparados y los nervios alterados.
-Los chinos han proporcionado dos helicópteros silenciosos con visores térmicos –dijo el traductor como excusa, aunque enseguida remató que aún no los utilizaban.
No entiendo por qué en plena noche tuvimos que avanzar con esos dos todoterrenos, cuando solo nos separaban cinco kilómetros de nuestro objetivo y disponíamos de capas de aluminio.
Curiosa la seguridad que ofrecen las armas. Con una en la mano, el más temeroso es capaz de cometer las mayores imprudencias, se siente fuerte e inmune sobre otros que quizá tengan otras de mejores. No es mi caso, igual que la chica que nos acompañó, yo solo portaba un buen cuchillo. Y es curioso que los únicos que parecían no temer a nada fuéramos ella y yo. A ella no la esperaba nadie, no tiene familia, sin embargo, yo sí.
Observé a mis dos acompañantes masculinos, apenas hablaban entre ellos, viajaban tensos, se notaba en sus miradas, en sus gestos. La chica parecía muy joven, pero no me atreví a ponerle edad ni preguntar, tal era la tensión que se respiraba.
A través de los cristales laterales apenas se veía nada, de modo que empecé a repasar mi pasado, no mi futuro, que siempre miro de no tenerlo en cuenta. En unos días cumplía los sesenta y ya iba siendo hora de dar una vuelta por mi vida. Sonreí, ahora no recuerdo por qué, pero sí que la chica me miraba, serena y tranquila, y que respondió con otra sonrisa, con su preciosa boca de gruesos labios.
Qué más da morir ahora que dentro de treinta años, caduco y decrépito. Prefiero mil veces estar muerto que esperar cruzado de brazos; la vida de esas mujeres, que luchan sin temor por algo en lo que creen, antes que la de esos hombres, que ni siquiera las armas pueden apaciguar su miedo.

Siento su acompasada y tranquila respiración, la miro con la ayuda de la tenue luz que entra a través de los cientos de rendijas, entre madera y madera; de la fina estera que hace de puerta. Intento besarla y no puedo, mi contractura no me deja. Bajo con cuidado mi mano y le acaricio el brazo, el pecho. Se mueve e inconscientemente me abraza con más ternura, casi ronronea de placer. ¿Lloro? Es posible, hace tiempo que dejé de ser inmune al sentimiento de la tristeza y de la felicidad.
No siento miedo, tal vez mi cerebro tenga una extraña tara, no produzca las encimas que lo provocan. Quizá sí, quizá lo que tenga es miedo de mi mismo. Debo retraerme a mi adolescencia, cuando una pequeña altura ya me causaba pavor, para recordar cuando lo perdí. Fueron mis amigos, Artur, Sebas y Jordi quienes lo consiguieron, los dos primeros me enseñaron a controlarlo al obligarme a cruzar precipicios, mientras que Jordi solo me demostró la inexistencia de un dios.
Cierro los ojos, debo dormir ahora que puedo. Mañana solo podré echar alguna cabezada en los aviones que a Artur y a mí nos llevarán a casa. Todo ha ido bien. Pasado mañana llegaré contento y feliz. Amara me habrá preparado un recibimiento a la medida. ¿Qué más puedo querer? Tener a Anna cerca, como a Mónica, aunque solo sea para divagar sobre la naturaleza humana, los sentimientos, la libertad.

El viernes llega mi hijo y ella el sábado, y solo pensarlo soy el hombre más feliz de la tierra.


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lunes, 16 de diciembre de 2013

SIEMPRE ANNA

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-¿Qué son los celos para ti?
Tarda en responder, intenta buscar en mis ojos lo que transmite mi espíritu. Vuelvo la cabeza y la miro, y sonrío mientras beso sus labios. Fuera sopla el viento, que parece querer levantar parte del cañizo. Ella prefiere vivir aquí, aislada, que en una de las casas con paredes de obra y techumbre de uralita. Al lado hay un viejo cementerio, cercano tanto física como espiritualmente, sin verjas ni puerta, a ras de suelo, parecido a los que vimos en Pakistán si no fuera porque aquí no hay lápidas sino pequeños túmulos con formas típicamente budistas, tan apiñados que no entiendo cómo pueden enterrar a la gente.
-Nosotros no podemos saber qué son los celos, ni siquiera yo, que es mi trabajo entenderlos.
Y le explico que últimamente he percibido algo parecido en Amara. Y se ríe con ganas cuando le digo cómo y con quién.
-¡Qué bobo eres! Lo que pasa es que esas tías no le deben caer bien y le da rabia que puedas ser utilizado por ellas.
Y me recreo en su perfil, lo resigo con la yema de mi dedo, delicadamente, como si al presionar pudiera romperse. Tiene razón, Amara no tiene idea de lo que son los celos, sin embargo, a veces pienso que teme que la abandone.
-¡Qué difícil es conseguir la felicidad! Romper los lazos, deshacer los terribles nudos que nos atan. No entiendo por qué nos resistimos a ella. Miedo no es, al menos en mi caso, ni siquiera perder una inexistente comodidad ni creerse a cubierto, cuando la inteligencia te muestra que no lo estás.
Su silencio es prueba que me entiende. Sabe que ahora mismo me quedaría con ella.
-Pero está Amara y su enfermedad, si no fuera por eso ahora mismo te quedarías, o quizá marcharías con Mila para dar la vuelta al mundo. Y entonces seguramente Amara te seguiría.
Observa los teléfonos, el más sencillo es de marca Open, el otro es grande y robusto, sin marca. Uno con tarjeta de prepago y el otro no terminé de entenderlo. Las dos están a nombre de personas distintas y que no se conocen, tengo seis más en el bolsillo, cada una a nombre de un tipo distinto.
-Sigues haciendo las cosas bien –me dice riéndose mientras señala los teléfonos, temo que para cambiar el sentido de la conversación.
-Artur me preguntó para qué quería tanto teléfono y números a nombre de anónimos. No le respondí y una hora antes de despedirnos me trajo todo eso. No hay nada como tener dinero. Si le llego a participar de mis temores me habría tomado por loco o igual no me hubiese dejado venir solo. Piensa que yo solo tengo la mitad, el resto las tiene él, y le pedí que después de una llamada cambiara de teléfono, tarjeta y sitio.
Oímos un gran golpe, como si algo hubiese caído con fuerza contra el suelo. Nos mantenemos en silencio, no por el ruido sino por nuestros pensamientos.
-Habrá volado parte de un tejado. Es lo normal con este viento.
Y aprovecho el momento para retomar la anterior conversación. Son tantas las cosas pendientes, como escaso el tiempo que dispongo.
-¿Por qué el hombre habla tanto de libertad, cuando la teme y esquiva? Para mí la felicidad significa libertad.
Quizá se haya hartado de mi palabrería. Respira profundamente mientras mueve las piernas con cuidado para evitar el intenso dolor de sus rodillas.
-¿Eres feliz?
Pienso en lo que hago y en lo que soy, vuelvo la cabeza y veo su sonrisa, la de sus ojos, siento su felicidad, embriagadora, contagiosa. Solo he necesitado un segundo.
-Mucho, pero quiero más.
Se vuelve y me abraza, levanta una pierna y con cuidado la apoya en mi muslo, cierra los ojos y se duerme.

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sábado, 14 de diciembre de 2013

MIENTRAS NOS HABLAMOS DEL SEXO DE LOS ÁNGELES

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Tomo asiento al lado de una pareja bastante joven, los dos muy sucios; ella, que está a mi lado, apesta. Él se apoya en una maleta que parece nueva, viste traje oscuro y camisa blanca. Ella peor vestida, pelirroja, con una bolsa de viaje. Los dos viajan encorvados, como si estuvieran cansados, de habla educada y sin alzar la voz. Por lo que dicen tienen hambre y se sienten muy amargados, como si hubieran perdido toda esperanza. Ella se lamenta, como si todavía no asumiera la pobreza; a su compañero, sin acritud le comenta que no son moros ni gitanos para vivir de esta manera. Levanto la vista del libro e intento ver la expresión de su cara. No entiendo cómo todavía alguien puede escudarse en ellos, aunque sea sin ánimo de achacarles culpa alguna.
El viajero del extremo se levanta y el tipo ocupa rápido su lugar. Una chica alta y bien formada, con pelo corto y bastante atractiva, se levanta de la bancada de enfrente y corre para tomar el espacio vacante. Viste deportivamente, pantalones y chándal de buena calidad, blancos y con un toque de color que ahora no recuerdo. Ella no parece amargada, quizá porque aún no ha perdido la esperanza o porque no lleva tanto tiempo deambulando. Hablan de lo que comió para cenar. Y explica que no estuvo tan mal, que las patatas estaban crudas y algo más que no llega a mi oído. Luego, en voz baja confiesa que tiene hambre.

Me levanto justo con el tiempo de guardar mi libro electrónico y bajo en Arco de Triunfo. Ando por el andén repitiendo para mí mismo lo poco oído, convencido que hoy son ellos y mañana quizá yo, que somos víctimas de la indiferencia, del mismo modo que lo fueron los europeos en tiempos del fascismo. El problema de los demás lo vemos lejanos, incluso cuando empieza a rozarnos. Entonces nos apartamos, siendo incluso capaces de culpar a la víctima, no al verdugo, porque la intuición nos dice que lo somos.
El mundo gira muy rápido, vivimos tiempos convulsos y terribles y, mientras, nosotros hablamos del sexo de los ángeles.

Anna está a punto de llegar y esta vez me planteará sus inquietudes y me invitará a seguirla. Después de lo sucedido nunca más me dejará de lado, aun sabiendo que no puedo abandonar a Amara. Y esta vez, con solo ver un resquicio por donde escapar, la seguiré. Hoy las pocas dudas que me quedaban han desaparecido sin dejar rastro.

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domingo, 8 de diciembre de 2013

LA JODIDA INFIDELIDAD

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El martes cené con Mila. Richard y ella lo han dejado o, mejor, ella ha dejado a Richard. Le ha sido infiel y no se lo puede perdonar. La infidelidad es cosa seria para nosotros y va más allá del sexo y del dinero. La que nosotros entendemos es parte de la amistad, de la convivencia y hasta de la vida. Según mi gran amiga hermana, en eso nos parecemos, no percibimos tonos ni matices, es blanco o negro, todo o nada.
Y ayer, después de unas copas en el Berimbau, hablamos de amor, del que siento y sentí por ella, de lo cerca que estuvimos y que seguimos estando; del por qué no fructificó, cuando sabíamos lo mucho que nos queríamos.
Y le hablé de mi hijo Al, de Artur, de quien le viene el nombre y quizá la sangre. Y le hablé de Anna, de lo increíblemente feliz que soy de que vuelva.
Mi hijo vuelve justo antes de navidad, el mismo día que Anna. Es curioso cómo me emociono cada vez que recibo correo de mi amiga, esta vez para anunciarme su vuelta.
Las cosas han cambiado en Myanmar, el país se está democratizando y sus compañeras ya pueden empezar a volver a sus pueblos y ciudades. Ya no es necesaria su presencia o quizá se haya convertido en un estorbo.
Nunca entenderé esta capacidad de algunos para el perdón. Yo nunca perdonaré, y, aunque firmara la paz, aún tengo presente el mal que se hizo y a quién debo hacérselo pagar.
Mi hijo llega tras diez meses de ausencia. En cuanto a Anna, son tantos años que ya no recuerdo. Nadie la reconocerá. Más delgada, pero con los mismos labios, dulces y carnosos, su mirada, su sonrisa. Los años la han hecho aún más sensual. Vuelve para marchar. No me lo ha dicho pero lo sé. Anna es incapaz de soportar el cínico conformismo de Europa, necesita acción y sabe encontrarla. Esta vez, si es donde imagino y la salud de Amara se estabiliza, sin duda la ayudaré.

Caminamos por las calles de Barcelona, desiertas. Muchas manzanas del ensanche sin ver un alma, ni siquiera coches. Andamos cogidos del brazo, contándonos anécdotas e historias, ella para desembarazarse del mal recuerdo y cambiarlo por los muchos buenos. Un asaltante apostado en un portal nos sigue, y ella vuelve la cabeza y se ríe mientras exclama con voz bien alta.
-¡Qué miedo tengo!
El tipo retrocede y se esconde en otro, dos más adelante encontramos a su compañero al resguardo, el que debía cortarnos el paso. Una manzana después me pregunta si llevo mi cuchillo.
- Hace mucho que lo dejé en casa –respondo recordando la última vez que utilicé uno.
Se encoje de hombros y sigue hablando de Richard y de los otros; de la extraña relación de Rob con Amara, lo que ella pudo ver en un tipo tan adusto y desfigurado, y también lo que Richard sentía por ella.
-Richard solo veía a una tía muy joven que estaba buenísima. Amara siempre lo supo, por eso iba tranquila. Cuando los demás intentaron dejarla sola para Rob, Richard puso mala cara, que cambió cuando ella les dijo que para compañero ya me tenía a mí y para amante a Jep. Difícilmente recordarás a Amara con menos de dos hombres, a poder ser compartidos con Mónica. Ya sabes, es de la opinión que de uno en uno los tíos acarrean problemas.
Richard nunca fue santo de su devoción, lo consideraba infantil y egoísta, y lo respetaba por ti. De Rob le atrae su nobleza y su inteligencia, su ternura y el respeto que siempre ha mantenido hacia las mujeres. Y no me lo ha dicho, no me hace falta, eso son cosas que un compañero sabe con solo una mirada, un gesto o el tono de la voz.
Y hablamos del negocio con el barco, de su futuro.
- Me falta un patrón –dice mirándome a los ojos, aun sabiendo que con Amara enferma no puedo, que sería mi sueño vivir en un barco y de él.

Por Navidad llega Anna y es posible que con Biel pase el fin de año con nosotros: Jep, Mónica, Amara, Mila y yo. ¿Qué más puedo querer?


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