martes, 19 de marzo de 2013

MY LAI (EL HORROR)

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Mujeres y niñas violadas y asesinadas por valientes soldaditos americanos
William Calley


No fumo ni bebo, con un lápiz, una libreta y una goma me basto; y con la bicicleta engrasada y una cámara de repuesto ni te cuento. Solo necesito amigos y de eso tengo bastante. Y tengo a Amara y a Mónica muy cerca, a Mila navegando por el mundo y a Anna en la selva birmana.
¿Qué más quiero?
Nada. Y si más hubiera, sería añadido.
Escribo sobre el pasado, el presente y el muy incierto futuro. Lo primero sin melancolía, lo segundo vivo como nunca, y lo último solo para dejar constancia que no soy estúpido. Y de vez en cuando recuerdo historias y anécdotas difíciles de contar, pero no imposibles, porque termino explicándolas con menoscabo de lo que pueda pasar.
Y sin embargo, escribo este artículo mientras hago la última corrección a mi segundo libro; y censuro párrafos enteros, en los que el sexo es demasiado explícito, sin necesidad para la comprensión de la historia que pretendo contar; y retoco las páginas o elimino las frases que reflejan un exceso de brutalidad y de violencia, más por lo que mis hijos puedan pensar, que el resto decir.
He aprendido a callar y a escuchar, sin olvidar lo difícil que puede llegar a ser la convivencia para un tipo de cuchillo fácil, al que solo le espanta la sangre que sale en las noticias, que supo culpar de haberse manchado con ella a quien yacía a sus pies, que aún hoy lo hace mientras lo insulta sin remordimiento.

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Me gusta entrar en los blogs de Olga y de Maite, leer sus escritos, mucho más reales los de Olga, quizá porque son crónicas políticas y de revuelta, en cambio del relato de una guerra.
Cuesta mucho escribir el horror vivido en forma de novela, por lo menos para mí, pero aún más hacerlo sin la complicidad de la posible fantasía.
Todavía no he podido terminar mi tercer libro. Ahora hace un año lo intenté, sin ningún éxito por cierto. Y eso se ve en lo mucho que alargo un viaje poco atractivo, como si intentara gastar las palabras y las páginas antes de llegar a lo inevitable.
A veces miro fotos de guerra, en busca de algo parecido a lo que vi allí, en una aldea del Altiplano. Pero no, ninguna podría, seguramente porque parecen sacadas de una película de Hollywood; porque las imágenes no pueden compararse con la realidad, aunque hayan sido extraídas de ella.

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Hace unos días recordé la matanza de My Lai, seguramente el episodio que marcó el comienzo del final del imperio más efímero de la historia. Yo no supe nada de aquella aldea hasta el juicio del malnacido William Calley. Entonces vivía con la que consideraba mi familia, en la comuna de Horta. Mi buen amigo Bill, el desertor norteamericano, nos explicó lo sucedido y el horror que entonces sintió. Dos meses más tarde salí hacia Cachemira, donde yo mismo vi algo parecido. Pero eso es otra historia, incomparable con lo de años después, ya siendo un hombre, en aquella aldea rodeada de desolados cerros.


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7 comentarios:

  1. Las matanzas de civiles, que llevan a cabo los ejércitos para minar la moral del adversario, es algo que sitúa al ser humano al límite (por no decir que lo sobrepasa) de lo admisible. LLegados a ese límite estoy con Cormac McCarthy en que la civilización salió por las chimeneas de Dachau (cito de memoria).

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  2. Existen matanzas planificadas para minar, como bien dices, la moral del adversario. El ejército norteamericano pretendía deshabitar las zonas ocupadas por el Vietcong, en principio para quitarle recursos y que no pudiera abastecerse de más hombres. Y como por las buenas no fue posible, se dedicó a quemar y desolar poblados y ciudades; pero antes forzaba la salida de sus habitantes. En algunos casos provocó matanzas, desde helicópteros o incluso a tiro limpio, pero también por caer en el error que el poblado era un nido de sublevados (Pocas veces los viets se asentaban en lugares habitados).
    My Lai fue distinto, unos iluminados completamente drogados entraron en un poblado habitado tan solo por mujeres, niños y ancianos. A ellas y a las niñas las violaron y asesinaron, a ellos los torturaron y ametrallaron. Para conseguir la complicidad de tanto soldado se necesita droga, odio y sadismo a partes iguales.
    En el caso que My Lai fuera el producto de una estrategia de guerra, la cosa les salió fatal pues provocó la exacerbación del hipismo, de la deserción y del odio a los combatientes, que eran escupidos cuando volvían de la guerra. En fin, My Lai puede considerarse el comienzo del desmantelamiento de un imperio, ya que después de Vietnam el ejército norteamericano tuvo que convertirse en profesional, o sea, de mercenarios.

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  3. Mierda de guerra, mierda para los poderosos que las declaran para tapar sus errores, más mierda para los que con ellas, y en ellas, hacen negocio por dinero, mierda mierda y mierda y cada día más dinero y más mierda, excelente la entrada y el recordatorio, que está en el tiempo a la vuelta de la esquina, de ayer o de mañana.

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  4. Cielos! Aun recuerdo aquel tiempo. Y aquellas noticias de las que a pesar de tener que sacarnos las muelas por el culo. Nos íbamos enterando.

    Salud

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  5. Me repugna todo lo que está pasando Pau, vivo momentos difíciles en mi trabajo y cada vez pienso, que no sé como esto no peta de una vez, no entiendo como somos en este país, el tremendo aguante de la gente, no me entra en el coco.

    Siempre te leo, en algunas ocasiones, tiemblo.

    Beso

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  6. Lo de My Lai se repite cíclicamente, con otros nombres, otras guerras, otras circunstancias que en el fondo son lo mismo: Abu Graib, matanzas en la guerra de Serbia, torturas en Afganistan, cascos azules que violan y torturan en África, aviones no tripulados que bombardean a los invitados de una boda en Pakistan... Se puede argüir que las circunstancias son muy diferentes y que mezclo churras con merinas. Tal vez, pero en el fondo toda esa harina está en el mismo costal. No sé si al final, todos los conflictos terminan tarde o temprano en lo mismo: En un episodio que remueve conciencias. Lo que pasa es que tengo la sensación de que nuestras conciencias se remueven cada vez menos, que poco nos importa lo que suceda fuera de nuestras casas, incluso a cuatro calles de aquí. Cada vez más anestesiados, cada vez menos libres precisamente porque absurdamente pensamos que tenemos más información que nunca.
    En fin... qué pena.

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  7. Hace tiempo explicaba que una de las cosas que tiene un bombardeo mediático es que termina banalizando el hecho, sea tortura, asesinato o escándalo.
    Tal como en una guerra o secuestro, la gente se adapta a la desgracia como en un síndrome de Estocolmo, también lo hace ante el horror.

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