viernes, 27 de enero de 2012

UN APUNTE PARA EL BLUES DE AMARA

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Una de las fiestas más interesantes que recuerdo transcurrió en casa de un amigo de Alvar, el Artur de mi novela, fotógrafo, político y, como él, rico de nacimiento. Fuimos Joan, Mónica, Amara y yo; Vicki, ahora no recuerdo por qué, no pudo asistir, y Jep estaba de viaje.
-Una de esas que tanto os gustan –dijo Alvar con un guiño.
Hacía tiempo que habíamos dejado de asistir a este tipo de fiestas, que solo nos acarreaban problemas ajenos; aun así, sabiendo que se podía hacer cualquier cosa, desde tomar unas copas, hasta entablar relación con gente interesante, nos presentamos tranquilos.
Actores, escritores, algún pintor… hay de todo y de todas las edades y condiciones. Un piso aledaño a las Ramblas barcelonesas, sorprendentemente grande por lo que yo creía de la zona. Se compone de una enorme estancia soportada por viejas columnas de hierro forjado, de claro estilo modernista. Grandes focos cuelgan del alto techo y cortinajes negros y blancos están replegados en las paredes. En un rincón: focos y pantallas con dos máquinas en sus trípodes. En el centro y con cuidado desorden: unas cuantas mesas llenas de canapés y bebidas. Música clásica de fondo y una pantalla, por la que pasan sin cesar diapositivas de París y Londres. A nuestro alrededor: una serie de puertas, y colgadas de las paredes, multitud de fotografías en blanco y negro, desnudos en su mayoría, oscuras o suavemente difuminadas; la misma modelo en la mitad de ellas, hombres en unas pocas y alguna que otra mujer en el resto. Somos entre veinte y treinta invitados, quizá más, porque algunos aparecen o desaparecen por las habitaciones colindantes. Los modelos están presentes, ya que reconocemos alguno, entre ellos la chica más fotografiada.
A Amara y a Joan les fascina el arte, sobre todo la pintura y la fotografía, de manera que nos dedicamos a pasear por el perímetro del estudio.
-¿Os gustan? 
Tras nuestro, un tipo de mediana estatura y cara angulosa, de tez pálida, con el pelo largo y negro recogido en la nuca, acompañado por Alvar, que también mira las fotos con interés.
-Es mi ex –explica a Amara, cuando esta le señala la chica exclamándose por su belleza. Gira la cabeza y la busca para presentárnosla –seguimos siendo muy amigos –dice como si fuera una gran cosa.
La chica aparece solícita. Parece la anfitriona de la fiesta. Alta y delgada, con el cabello corto y ligeramente ondulado, de mirada profunda y simpática, piel morena, ojos grandes y oscuros, cejas pobladas, negras y cuidadosamente recortadas, la nariz recta, pequeña y algo afilada. La perfecta modelo para un fotógrafo.
-Son buenas –respondo.
Amara le habla de algunas que hemos dejado atrás, de sus detalles y la extraña luz que emiten.
-¿Aceptaríais posar para mí?
Respondo con una mirada burlona, es indudable que me utiliza para convencer a Amara, alguna de las fotos expuestas lo demuestran. Directamente le digo que le estropearía el cuadro y él se lo toma como un desafío.
-Depende, aunque sí, la que me interesa es ella.
Hacía rato que había visto cómo la seguía con la mirada y estudiaba sus gestos al hablar, al apoyarse en el canto de una mesa, al mirar a su alrededor. Ahora es la chica quien la observa sin pestañear. El tipo parece buscar un plano, porque mira la sala como un profesional.
-¿Qué haces con los negativos? -Pregunta Amara.
-Los guardo en una caja fuerte, solo yo puedo manipularlos y si el modelo me los pide se los entrego. No comercio con mis fotos y solo fotografío a gente de confianza.
El tipo no para de observarla, parece extasiado ante la expresividad de su cuerpo, de su rostro; la chica también, pero quizá por ser mujer no me extraña. De pronto ella le acaricia la cara, con uno de sus dedos le mueve el labio, se lo pellizca, sigue por un lado del cuello hasta el desnudo hombro. Amara lleva un vestido de tirantes, de algodón blanco, corto y ceñido; no se ha puesto ropa interior y la chica lo nota. Acaricia el resto de su cuerpo, que a través de la tela se dibuja a la perfección.
-Brutal –exclama sin cortarse.
Me siento incómodo, Amara, sin embargo, parece divertirse y responde en consonancia y con una mal disimulada queja. Está acostumbrada a las lisonjas, por la calle, en el hospital, pero nunca así, de una mujer y en una fiesta como esa, tan de intelectuales. Y me mira interrogante.
-¿Por qué me preguntas? Exclamo casi riéndome, sorprendido por el silencioso requerimiento.
-No es lo mismo Popol, eso es más comprometido.
Alvar la mira perplejo, mientras yo ya no puedo aguantar la risa.
-En todo caso pídele a Alvar que haga de pareja –le digo al tipo –da más la talla que yo.
Gimnasta, musculado, exótico, gastado, rubio y con el pelo largo, depredador hasta la médula. Mi amigo es el modelo ideal para Amara, el contraste de una belleza salvaje con otra sensual y adorable.
-Podría sentirse cohibida y se reflejaría en las fotografías.
Me esfuerzo para no estallar en carcajadas. Esos artistas tan intelectuales sorprenden a cualquiera, pienso.
-No te preocupes, con Alvar no se sentirá cohibida.
Podría decirle que con nadie, pero prefiero callar.
-¿Cuándo sería? –Pregunta ella.
-Ahora.
Amara mira a su alrededor, los focos del techo, los tapices y las cortinas, también los treinta invitados, que departen con risas y en voz alta repartidos por las distintas mesas.
-¿Dónde?
El tipo, sin dejar de mirarla, de recrearse en su demoledor atractivo, hace un gesto con la mano abarcando toda la estancia.
-¡Ah! ¿Y supongo que quieres que me desnude?
Lo dice sin ironía, quizá porque el tipo emite confianza, por su manera de hablar y de tratarla, por sus gestos. La chica, sin que nadie le diga nada, se desnuda con naturalidad; alguno la observa, pero solo por un instante, luego sigue con lo suyo. Después, mirándola a los ojos le levanta el vestido con cuidado, por si Amara reacciona negativamente.
-¿Y ahora qué? -Pregunta una vez desnuda.
El tipo parece despertar de un ensueño, a mí me ocurre lo mismo. Tan acostumbrado que estoy de ver a mi compañera desnuda, siempre me sorprende y admira su brutal belleza, su maravilloso cuerpo, cómo se mueve, simulando no ser consciente de lo que provoca.
Jim se mueve rápido, como si temiera perder la oportunidad, mueve los trípodes, las cámaras, enciende los grandes focos del techo, arrastra las pantallas, y apaga el resto de luces de la gran estancia. Se acerca al grupo del centro y pide naturalidad, que las traten como si fueran vestidas. Elia coge de la mano a Amara y la acerca a la mesa, la apoya en ella y le ofrece un canapé. Entonces lo veo, el grupo ha quedado suavemente iluminado, en contraste con el resto, que parece disimularse tras una difuminada penumbra. Todos los invitados de la mesa están en el plano, ninguno destaca y se han convertido en personajes, entre la claridad de la luz y las sombras, en un perfecto claroscuro. Elia se acerca a Amara y se despide después de preguntarle si no le molesta quedarse sola. Una mujer con un vestido largo y oscuro, de cabello corto, casi plateado, entra en la conversación, lleva un gran libro en la mano. El resto del grupo sigue con lo suyo, uno de los tipos se gira y pide que le enseñe las pinturas del libro. Al fondo, en la penumbra, el resto de los invitados charla en voz alta, alguien canta y se escuchan unas risas. El contraste es bestial, sin embargo, Amara parece estar en su mundo, charla, gesticula, cimbreando su cuerpo tal como hace en cualquier sitio. La mujer abre el libro, es un catálogo de pintura, se lo enseña.
Y Jim va de una cámara a otra, no para de tomar fotos, su compañera abre una de ellas y la carga con un nuevo rollo, sale corriendo y en pocos instantes aparece con otra, la prepara y la deja sobre la mesa, se acerca al grupo, apoya una mano sobre el hombro de Amara, sus pechos chocan, se aplastan uno con otro. Mi compañera levanta la vista del libro y con un gesto aparta el cabello de su cara, escucha, sonríe y besa la boca de Elia después de atraerla por la cintura. Artur. Joan y yo las miramos extasiados, mientras Jim no para de mover sus cámaras y echar fotos. Elia marcha y uno de los tipos se acerca a Amara, le acaricia un hombro, los pechos, el vientre; ella, recostada en la mesa, sigue la mano con sus ojos, se muerde el labio, lo mira, lo atrae hacia ella y, mirándolo fijamente, le dice algo en voz baja.
Joan me mira, parece desconcertado, pero también excitado por la escena.
-Mónica se encuentra mal, tiene dolor de cabeza y quiere marchar; lo contrario que yo, que lo estoy pasando fenomenal.
Lo entiendo, está embriagado por el ambiente, ha conocido gente interesante y le gustaría quedarse. Me acerco a Amara.
-Si no te sabe mal marcho con Mónica, tiene ganas de irse y creo que no quiere quedarse sola. Llámame si me necesitas, en todo caso Joan y Artur se quedan.
Le doy un beso y una palmada en el trasero. Ahora sí que nos miran, curiosamente más a mí que a ella. La mujer del libro sin rodeos le pregunta si soy su marido y ella responde que sí, y, con una risa, que soy el padre de sus hijos.
-¿Hijos? –Nos pregunta sorprendida, mientras admira el magnífico cuerpo de Amara, su vientre, sus preciosos y tersos pechos, sus duros pezones.
-Dos, un niño de cuatro y una niña de seis.
Y las dejo hablando de hijos con el resto del sorprendido grupo. Amara tiene veintiocho, sin embargo, aparenta menos de veinticinco.

Deben ser las dos o las tres de la madrugada, a mi lado descansa Mónica, desnuda y maravillosa, cuando suena el teléfono. Se queja, alarga el brazo.
-Es Amara, dice que se queda a dormir, que por la mañana posará con Artur y Elia.
A Mónica le apetecía estar conmigo, pasar una noche tranquila haciendo el amor. No quiere líos ni historias complicadas, el dolor de cabeza había sido una excusa.
Ya es mediodía cuando Amara llega, comemos juntos mientras nos enseña unas fotos de estudio; está con Artur y Elia, en alguna con Jim y en otras sola.
-¿Aguantó mucho la fiesta?
-Cuando llamé ya había marchado todo el mundo, Joan también.
No pregunto, nunca lo hago, lo contrario que ella, que siempre quiere saber. Sé, sin embargo, que mañana o pasado me contará lo que hizo, cosa que yo nunca hago. Cada uno tiene su vida y no debe inmiscuirse en la de los demás. Le diré que no es necesario, pero ella igualmente me contará. Necesita compartir con su amigo hermano amante todo lo que hace, siente, piensa, explicarle su vida, lo sorprendente e intensa que es. Mañana, lunes, hará de médico por vez primera y siento la felicidad en su mirada, cómo su espíritu salta de alegría; además, por su cara sé que por fin Alvar se ha deshecho en su interior, aparte del tal Jim, mientras era devorada por Elia. Está nerviosa, no le gusta estar tanto tiempo sin los niños y solo piensa en pasar por casa de mis padres para recogerlos; y ellos, emocionados, le contarán lo que han hecho y con quién han jugado; y los bañará y les dará de cenar, y los meterá en la cama después de jugar un rato con ellos.
Amara, la mujer absoluta.

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5 comentarios:

  1. Gracias, ahora mismo lo acabo de corregir. Suelo hacerlo constantemente.

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  2. Bellísimas las imágenes de tango que ha elegido, más danza que baile, con tanta fuerza y tanta plasticidad, como para pintar toda una sería de cuadros.

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  3. Me encanta como sigue esto. Este relato en particular es especial. Un beso

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  4. Hay situaciones que quedan grabadas en la memoria, que de tan bellas se convierten en eternas por nuestro recuerdo, y gracias a él siguen vivas.
    Dentro de un tiempo y cuando ella se decida, editaré algunas fotos.

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