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El que me lee sabe lo enemigo que soy de las citas. Este no es el caso, ya que solo transcribo del pensamiento de un hombre cabal.
"Pienso que las instituciones bancarias son más peligrosas para nuestras libertades que ejercitos enteros listos para el combate. Si el pueblo americano permite un día que los bancos privados controlen su moneda, esos y todas las instituciones que florecerán en su entorno, privarán a la gente de toda posesión, primero por medio de la inflación, seguida por la recesión, hasta el día en que sus hijos se despertarán sin casa y sin techo, sobre la tierra que sus padres conquistaron."(Thomas Jefferson).
Al pueblo norteamericano le faltó tiempo para despreciar la recomendación de uno de sus padres, por cierto, el más inteligente.
Me encanta hablar con el paquistaní del restaurante, un tipo simpático e interesante, adaptado a la sociedad catalana, pero manteniendo intactas sus costumbres y cultura.
Me fascina la facilidad que tienen los paquistaníes en adaptarse a nuestro pequeño país, aunque, según él, nosotros hacemos lo mismo allí.
Hace un par de semanas, estando ingresada Amara, me contaba que su padre, de joven conoció una pareja de catalanes en Lahore, su ciudad. No le pregunté la fecha. Sería el colmo de la casualidad que aquella pareja fuéramos Anna y yo.
El pasado sábado, ya con mi compañera, hablamos de Lahore y del Punyab. Era la segunda vez; la primera lo hicimos de Rawalpindi. Entonces, sorprendido, ya me preguntó si lo conocía. Esta vez, al evocar sus típicas casas de dos plantas, los pequeños jardines, su gran extensión... Amara, ante su incredulidad, le explicó que yo era muy culto.
Me reía en mi interior. Aún osé preguntarle si a él también le gustaba llamar Pindi a Rawalpindi. Casi nadie lo hace, solo sus habitantes y no todos. No le hablé del olor de Lahore, de la belleza y amabilidad de su gente; todo lo contrario que la de Pindi. La primera sorprendida sería mi compañera.
Es curioso que nunca le haya contado esta historia, tampoco la de Perú. Amara sabe muy poco de mí antes de conocerme. Ni siquiera conoce los lugares donde viví, las comunas; solo lo que nuestros amigos, José, Joan... cuentan. Anna tampoco habla de aquella historia. Es como si nunca hubiera existido.
De Perú nadie sabe nada. Lourdes siempre fue una desconocida para ellos. Saben que existió, pero más por su hermana Inma, la actriz de teatro y cine, que por mí. Ni siquiera Mónica conoce toda la historia. Sólo Pili, mi amiga hermana, la conoce en su totalidad. Vivimos juntos demasiados años.
Fui a cenar a la Báscula con mi hija y su nuevo compañero, después dejé que me invitaran a unas caipirinhas en el Berimbau, mi pub preferido. Y ella me comentó, divertida y achispada, que quería escribir mis memorias. Me reí... No me gustan las memorias y de escribirlas lo haría yo mismo. Prefiero que a mi muerte, que espero sea muy tarde, descubra mis papeles, mis escritos y, si se atreve, escriba una historia.
María me conoce e intuye lo que no sabe, aunque igualmente se sorprendería.
Hablamos de la fiesta en la que participó en casa de Albert. Todavía la recuerda. Dice que nunca la olvidará.
Rock étnico tocado en vivo por sus mismos compositores, baile sin complejos, sexo sin prejuicios... una fiesta abierta en la que cada uno hacía lo que le venía en gana sin sentirse condicionado.
Y le cuento la que Mónica y yo participamos en Ibiza.
- ¿ Mónica?-
No comprendo su sorpresa. Siempre pensé que sabía lo nuestro o, por lo menos, que habíamos sido más que amigos-hermanos.
Y me río al ver su asombro.
¿Por qué descubrirle más de lo que sabe o imagina? Dejemos que siga pensando que lo nuestro fue pasajero y solo anterior a Amara.
Mónica ha conseguido localizar a Anna, aún no me ha dicho cómo.
Biel está en París. Es lo que creemos, aunque quizá esté en cualquier lugar de Francia haciendo algo que no nos interesa saber o preferimos desconocer.
Anna está en algún lugar de la frontera tailandesa con Birmania, parece que junto un numeroso grupo de activistas birmanas. Conociéndola sé que la frontera ha dejado de ser un impedimento para ella, también que a estas alturas y por la facilidad que tiene con los idiomas, debe pasar por tailandesa con la documentación adecuada.
Mónica está contenta. Ya sabe dónde está su amiga. Contenta y tranquila, todo lo contrario que cualquiera, incluso si mañana descubriera que ha dejado la piel.
Anna es así, siempre lo ha sido, tanto en Barcelona como en medio de la Pampa.
Mi amiga-hermana-amante está donde se siente hombre y la envidio, de verdad que la envidio.
Yo soy distinto, demasiado extremo, violento y frío; inconformista con lo establecido y sus leyes. ¿Por qué hay que seguir unas normas diseñadas para maniatar al débil y confundir al justo?
Me cuenta Mónica que la oposición al gobierno birmano ya no es bien vista entre sus vecinos, que algunos grupos, entre ellos el de Anna, han sido expulsados de la frontera. La visita de Obama y la nueva política norteamericana así lo demanda. Los chinos son demasiado fuertes y amparan la dictadura, tienen demasiados dólares y no conviene disgustarles.
Hoy intentaba rememorar el olor de los lugares donde he estado, tan distintos como peculiares según quién lo cuente. Me cuesta recordarlos, quizá porque en poco tiempo me acostumbré a ellos. Aún así, en algunos casos es inevitable. El de la aldea Pito en medio de la selva amazónica, el humo de sus hogueras; el de las chabolas de los indios en Maldonado, de excrementos y enfermedad. Olores que intento recordar y que en aquel momento me impresionaron profundamente, tanto que si hoy tropezara con uno de ellos, lo reconocería al instante.
Y este tema es recurrente de mi paseo en bicicleta, del que hablé hace poco; de la casa comuna que facilitó el contacto, con parte del cuadro médico del antiguo Hospital Clínico.
Recuerdo el intenso y desagradable olor de aquella casa, mezcla de acre y agrio, en comparación a la nuestra de Horta, tan limpia y ventilada por el trabajo de nuestras dos compañeras y madres solteras, la de Fez y la malagueña. El resto éramos limpios, pero más por seguidismo y vergüenza que por convicción; aunque pronto nos acostumbramos al gusto del orden y el olor de la limpieza.
Curiosamente no recuerdo olor alguno en Cachemira, tal vez por la enorme altura de sus montañas, por el sol que lo quemaba todo, incluso nuestra piel si nos descuidábamos, por el aire que secaba los excrementos en pocas horas...
Los pastores mantenían sus cabañas, en las que Anna y yo dormimos tantas noches, limpias de cualquier desperdicio o estiércol, con un orden y delicadeza casi obsesivos; al contrario que en el altiplano peruano, casi tan alto, seco y frío como el Karakorum. De ellos aprendí a utilizar el excremento de los animales para taponar la separación entre las piedras de la cabaña donde viví con Lourdes, en el Cap de Creus, y así evitar la filtración del agua de lluvia.
Dicen que vivimos en un país libre, en el que la libertad de expresión y de opinión es su bandera. Sin embargo, está prohibido el seguimiento de Almanar, una cadena oficial libanesa, con la excusa, ladina y cobarde de ser la voz de terroristas. No prohíbe la israelí, provocadora y alentadora de asesinatos y robos.
Leo que los suizos han prohibido, por referendo, la construcción de minaretes; y no lo encuentro mal si no fuera porque han utilizado, como una de las excusas, la discriminación femenina. Estoy seguro que rectificarán con urgencia mediante otra consulta, cuando los jeques árabes, tan hipócritas como ellos, comiencen a retirar los fondos del país.
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