domingo, 20 de septiembre de 2009

...LA HISTORIA MÁS BELLA...


Papa, ¿alguna vez te has acostado con dos mujeres?

No es Al sino Mar, quien hace la pregunta.

Al siempre me trata como Pau, Mar como papa, sin acentuar, en puro catalán.

Estaba convencido que las hijas esas cosas las preguntaban a las madres y los hijos a los padres. Uno, que parece estar a la vuelta de muchas cosas, no termina de digerir ciertas preguntas y esa es una de ellas. No entiendo por qué no lo cuestiona a su madre, como tampoco su utilidad. Dudo mucho que le haga falta.

Amara es más directa y tiene menos pelos en la lengua, tan pocos que a veces debo frenarla. De haberse dirigido a ella la respuesta hubiese sido clara y precisa. Mi compañera tiene el don de saber lo que nuestros hijos buscan, el significado de sus preguntas. Yo, al contrario, soy absolutamente literal y falto de perspicacia en estas cosas.


Acostarse, qué significa.

Hacer el amor, supongo; porque otra cosa no creo.

Me he acostado con Pili y Amara sin tocarlas; con Anna y Nabila, unas veces con sexo y otras sin, con...

Supongo que Mar quiere saber si he hecho el amor con dos mujeres a la vez. No voy a responderle.

Acostarse es echarse en una cama para dormir. Acostarse con una mujer es lo mismo, pero con la posibilidad de hacer el amor o follar, más de lo primero que de lo segundo; porque, aunque no sea necesario acostarse para cualquiera de las dos cosas, es más común hacerlo con quien amas.

Pero me estoy liando. A Amara la amo y mucho, en cambio con ella follaba. Con Amara, al hacer sexo uno se olvidaba del amor. Mi compañera es sexo puro, duro y salvaje. No hay intermedio y lo sabe, es consciente. Con ella, el amor hay que dejarlo para otras situaciones.

En el bosque, en un coche, en el barco, en la playa o colgados de unas rocas, en la piscina, en el césped, en una tumbona, en los columpios del jardín de José, en el suelo de nuestra casa, en el del cuarto de baño de la clínica donde me ingresaron, en la terraza de la casa de unos amigos, en el balcón del hotel, en el... Y solos o acompañados de un amigo, de una amiga, de dos amigos, de tres amigos... Hasta creo que más fuera de la cama que en ella, por lo menos de la nuestra, que fueron muchas. Por la mañana, al mediodía, por la tarde, de noche... casi siempre varias veces.

No obstante, ella amaba. Mientras hacía el sexo te dabas cuenta que amaba, sentías como el disfrute era acompañado por una ternura sublime, que deshacía. El hombre se sentía macho absoluto, pero también objeto de un deseo que sobrepasaba el mero placer sexual. Y cuando le preguntaba lo que sentía por aquel hombre... se encogía de hombros.

- Es mi tipo, me cae bien y es inteligente, sabe hasta donde puede llegar conmigo-



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- ¿Pa dónde cargas, ricura?-

Eso me pregunta una gitana con una pinta de bruja que te cagas.

Acabo de entrar en el Metro. He quedado con Amara en la plaza de España, para subir juntos hasta el Palau de sant Jordi. Fuera llueve a cántaros...

La miro perplejo. No sé que deba cargar nada.

Se da cuenta de mi sorpresa...

- El paquete, ricura, el paquete-

Ahora me río. Esta tía me cae bien y respondo. No sé que haría otro.

- Para la izquierda, abuela-

- Hoy es tu día de suerte, mi niño. Te voy a leer las manos gratis-

- Y yo las tuyas, abuela-

Imagino que tendrá los surcos más profundos y claros que haya visto nunca.

- No me digas que sabes leer la mano-

Las manos, abuela, las manos. Hace mucho que no lo hago. Hoy no tengo tiempo, mi compañera me espera...-

Se lo digo mientras ando, Oigo entrar un convoy y no quiero que Amara aguante sola tal chaparrón, aunque sea en el coche.

Deep Perple es una maravilla. Un grupo de sexagenarios con la misma fuerza del primer día. Es la maestría del rock más melodioso y armónico.

Amara parece una niña, disfruto cuando la veo así, en su estado más puro.

Aparca lejos del Palau. Ha dejado de llover y anda rápido para recoger las entradas. Por el camino adelantamos a unos chavales con rastas, se enrolla con ellos, les pregunta dónde se encuentran las taquillas. Todo ha cambiado desde nuestra última vez...

Les cuenta que, aun habiendo sido olímpica, se pierde por los vericuetos del gran palacio. La miran sorprendidos y me río... Amara confunde haber sido voluntaria médica durante las olimpiadas, con ser olímpica; aunque entonces los trataban como tales. Los chavales no entienden como una mujer como ella podía haber sido atleta, aun así ven como se mueve con una agilidad y elasticidad que asombra, algo que a mí también me sorprende. Ayer no podía moverse, hoy corre y salta las vallas como un gamo. A veces pienso si sus amigos no la drogan para casos como este.

Durante el concierto salta, baila y entona las canciones; a su lado un escocés de mi edad bromea con ella, lo acompaña una amiga o eso dice.

- Nos encontramos para seguir los conciertos que más nos gustan. Es inglesa-

Me mira... busca un gesto de sorpresa y, pese no encontrarlo, puntualiza.

- No pienses mal... también es amiga de mi mujer-

Y me río. Amara no lo oye, está inmersa en la música de los mejores roqueros del mundo, de no ser así seguro que le soltaba una de las suyas.

A la vuelta acompañamos a una pareja de chavales. Podrían ser nuestros hijos, son algo más jóvenes. Vio como tomaban un atajo saltando una valla y les preguntó. No hacía falta, ambos sabíamos que acortaba el camino; pero no... ella necesita gente, extender por el mundo que la rodea su generoso extrovertismo.



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Hace un tiempo visité la vieja casa de mi abuelo en el Maresme, en la que pasé los veranos de mi infancia.

Creo que ya recién nacido, en Junio de 1951, mi familia se trasladó allí. La recuerdo tan nítidamente que podría dibujar su interior y su exterior a la perfección. El jardín rodeaba por completo la casa de planta baja, con un terrado que servía para tender la colada.

Recuerdo las dos frondosas moreras de la parte de atrás y los dos pinos de la entrada. También el pequeño árbol que planté y nunca tuve la ocasión de ver crecer, el lavadero, la nevera de hielo, el jazmín y la aroma de la dama de noche...

La visité para medir, aunque con la vista, la altura del alfeizar de la ventana en el que mi madre, tan solo para mantenerme controlado, me sentaba. Sus baldosas hacían pendiente y eran resbaladizas. Así yo debía estar absolutamente quieto y agarrado, presionando con las manos para no resbalar y caer. Y es que recuerdo esta tortura perfectamente, como si de ayer se tratase...



- ¿Se te insinuó Vicki?-

Estamos en el chino cercano a nuestra casa. Como casi cada sábado, alternamos entre este limpio restaurante oriental y otro de una buena amiga, de alta cocina catalana. Amara habla de José, de Vicki... de sus viejos amigos, sobre todo del primero.

- Sí, con la mirada, con su deseo y su amor-

Una respuesta que no deja lugar a dudas. Vicki habla mucho, pero poco o nada de sus sentimientos amorosos. La familia, los amigos, el trabajo.... eso sí. Vicki es solidaria y comprometida con sus allegados, no con extraños y campañas políticas. Con sus amigos es como Mónica, que antes que sepas de tu necesidad ya ha llegado, la sientes cerca, sin ruido.

Me habla de José, de su gran capacidad oratoria e inteligencia, así como su impotencia para utilizarla en su provecho; de cómo una vez le habló de eso al principio de conocerse.

-Habíamos hecho el sexo, Pau, y no muy satisfactoriamente. Tu amigo al principio eyaculaba con solo tocarme. Y me preguntó si tanto ensalzamiento era para seducirle. Me reí mucho. Respondí que no me hacía falta, que con él hacía lo que quería-




El alfeizar es bajo, mucho, ahora lo veo casi a pie del suelo. ¿Cuántos años tendría? Mi madre, que no se arrepiente de nada, dice que cuatro, quizá cinco.

La habitación oscura... pero este castigo tuvo los días contados, no lo recuerdo. Parece ser que de pequeño no temía la oscuridad y tenía facilidad para jugar con cualquier cosa, y el cuarto oscuro estaba repleto.

Mi madre necesitaba el terror y aquello no me lo infundía. Y encontró otro: el taburete en la bañera. Un taburete de cuatro patas en el interior de la vieja bañera, una de esas antiguas que hoy están de moda. El taburete se aguantaba sobre tres y eso hacía que se moviera. Este castigo lo recuerdo perfectamente. El pánico, la sensación de vértigo, el mismo que debía sentir sobre el alfeizar, supongo que por la concavidad y blancura de la bañera, era insoportable y me obligaba a estar completamente inmóvil.

El taburete aún lo conserva, apenas llega a los cuarenta centímetros de altura. Debía ser muy pequeño, cuatro años también.




-Vicki es distinta, Pau. Lo nuestro fue el producto de una seducción compartida, y estuviste presente. Fue aquel día, en nuestra casa pirenaica, bailando los dos con ella, desnudos... Se derritió, y descubrí que ya era imposible la marcha atrás. El único que no supo verlo fue José, ciego de deseo contenido, morbosamente rabioso-

Y sí, me di cuenta. Estaba anunciado. Dos hembras así no podían mantener eternamente una relación contenida, y más conociendo el gran deseo de una de ellas.

Amara tenía que probar, saber lo que sentiría. Temía que el contacto físico, el roce de su piel con la de Vicki, le causara rechazo conociendo la intención. No era la primera vez ni la segunda, ya con Mónica la había sentido sin ningún problema, pero era distinto, casual, amigable... el estar con su compañero entre las dos, el resultado de un juego amoroso sin más intención que divertirse con él.

-Te utilicé... utilizamos como escudo. De no haberlo soportado hubiese vuelto a tu espalda-

Y la recuerdo en ella, mientras nuestra amiga, embriagada por el momento y sintiendo la aprobación de Joan, que sonreía feliz bajo las caricias de la sabia y percatada Anna, bailaba abrazada a mí, mordiendo con suavidad mi pecho mientras sus manos acariciaban el costado de Amara.

Me sentí en la gloria. Una preciosa y morbosa hembra delante y la más bella de todas detrás, abrazándose y yo en medio. Y con regocijo vi como daba la vuelta y era Vicki la emparedada. Y como le besaba la nuca y friccionaba su cuerpo en el de ella mientras era acariciado por cuatro manos. Y sentí la pasión de nuestra amiga al besarme, amarme... su repentina fuerza y estremecimiento. Y no se dio la vuelta, no se atrevió... prefirió que siguiera siendo Amara la que llevara la iniciativa. Temió lo peor, precipitar la situación delante de todos. No era el momento y ambas lo sabían.




Recuerdo a mi padre subido al gran pino tirando piñas para que, con mi hermana, pudiera extraer los piñones y romperlos con el pequeño martillo. Recuerdo aquellos días que venían todos mis amigos, vecinos entonces, que después serían mis compañeros de aventuras salvajes, de comuna con los que compartí todo.

Mi padre nos llevaba a la papelería del pueblo; comprábamos papeles de seda de mil colores y nos enseñaba a fabricar cometas con cañas del barranco, para soltarlas en el solar vecino. Y construyó un pequeño horno para cocer arcilla y nos enseñó a escogerla entre los campos, refinarla y fabricar vasijas de mil formas distintas.

Entonces no recuerdo la cercanía de mi madre, ni su alegría y felicidad; pero sí leyendo o haciendo media o ganchillo.




-La primera vez aprovechamos habernos quedado solas, también en nuestra casa de los Pirineos. Subí con los demás. Tu lo harías después con José y los chavales, Joan y Biel decidieron ir a comprar al pueblo y Mónica fue con ellos, no quiso ser un impedimento. Todos sabíamos como terminaría, sobre todo Joan, que es muy sensible en eso; tu no, que ,como siempre, estabas en la inopia. Nunca te preocupas de lo que hacen o dejan de hacer los demás, no te incumbe...

Limpiamos la casa lo justo y nos duchamos juntas. Esta vez era Anna la que hacía de escudo, aunque, en el fondo y como siempre, su intención era divertirse con las dos o, en caso de retirarme, con Vicki.

Cuando volvieron se encontraron con lo esperado, tres mujeres terriblemente excitadas en el baño. Anna ya nos había procurado placer a las dos. Lo hizo en plan técnico, como una experiencia más dentro de su profesionalidad, pero esta vez placentera. Nos enseñó a gozar con tanta plenitud como intensidad-

Y me río con ironía. Enseñó a las mujeres, exceptuando Mónica, con la sexualidad más desinhibida y sabia de cuantas haya conocido. Les enseñó a disfrutar...

- Sí, nos enseñó a aprovecharnos de todo, hasta del reparo y de la timidez; a utilizar estas sensaciones para gozar aún más-

Lo más grandioso de esta vida es que después de haber vivido mil años y experiencias, de creerse a la vuelta de todo, uno descubre que aún tiene mucho por aprender.

- Cuando llegasteis con los niños- y ahora se ríe -Biel distrajo a José y lo mandó con ellos al pueblo. Era tarde pero le dijo que había mucho polvo y suciedad, que habíamos encontrado muchas ratas. Y como Al era asmático... Tu te quedaste, quería que participaras de nuestra nueva aventura. Nos encontraste en el baño, ya con Joan, Biel y Mónica hirviendo, hambrienta de sexo de macho, de ti... sólo que tuvo a los otros dos con su salvajismo, con su misma fogosidad. Tu te quedaste en la puerta, perplejo pero contento, satisfecho de vernos felices y pletóricos-

¿Perplejo?

Nada más lejos. Era algo que esperaba, incluso con aquella intensidad.

¿Contento?

Sí, la felicidad de sentir tu libertad, la de mis amigos, el amor que sobrepasa el límite que marca el sexo, el más difícil de conseguir, el que demuestra su plenitud absoluta. El otro se consigue con la lucha contra las barreras, las fronteras que marcan las ideas caducas e intransigentes; éste se consigue luchando contra ti mismo, tus prejuicios más íntimos, aquellos que pocos se atreven a asaltar.




Mi padre, con ochenta y nueve años, por fin ve acercarse lo que tanto temió, la degradación mental, la de un campeón de ajedrez poseedor de un cerebro privilegiado, hasta ahora claro y preciso como pocos. El corazón le falla, pierde fuelle y no irriga el cerebro como solía. Se marea, se siente débil y, de vez en cuando, pierde la conciencia, no coordina algunas ideas y se da cuenta; lo disimula, finge... pero se da cuenta y lo sé. Sabe que ya no hay vuelta atrás, que no puede operarse; sería su muerte y los médicos no quieren jugar a ser dios. Es católico convencido y no va a forzarlos, ni siquiera intentará convencerme, convencer a Amara, que, a fin de cuentas, es la que puede aconsejar su intervención, acelerar su muerte.

Pienso que mi padre está entrando en la terrible duda del creyente afectado por su creencia. Su asombrosa inteligencia se altera y lucha contra la abstracción de una cómoda fe. Y sabe que pronto ya no podrá, que su inteligencia quedará ensombrecida por la degradación, que sus neuronas empezarán a morir por falta de riego sanguíneo, que las suaves descargas eléctricas que las enlazan dejarán de fluir. La naturaleza, el dios real, deberá decidir entre irrigar el cerebro de manera correcta o el resto de los órganos, y no dudará; ella sigue otra lógica y, al contrario que el hombre, nunca duda.

A mi padre le queda el consuelo de su religión, su gran inteligencia se aferrará a la abstracción, a la inseguridad de una imposibilidad lógica.




Mis amigos, los impresentables, siempre coincidieron en que no tenía nada de mi familia; nunca supieron de dónde salió mi carácter e ideología, ni cómo y por qué escapé de un ámbito familiar, en el que hacía lo que quería, a los dieciocho, sin nada puesto; para vivir en una casa medio derruida, sucia, con el tejado parcialmente hundido y en una zona donde en invierno el termómetro no pasaba de cero grados. Nuestro baño era el río, nuestra comuna también. Trabajábamos en las pistas de esquí y de noche volvíamos a la casa en un vehículo de desguace. Hacíamos la comida de la misma manera como nos calentábamos, con un fuego en el suelo.

Mi padre no me enseñó a ser libre, mi madre menos aun; mi abuelo quizá fuera el que tenía más sentido de la libertad, pero ni mucho menos el mío. Mis amigos reconocen que descubrieron su valor gracias a mi. Mónica no, ella ya era así; y tampoco nadie se lo enseñó. Mónica es la libertad en el grado más elevado que conozco.



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Esta semana, S, mi socio, ha recibido la llamada de su sobrino. Le pedía dinero para mantenerse. Lo vi perplejo, sumido en un estado entre desesperado y anonadado.

Cuántos años tiene, le pregunté. Once, respondió.

Y me escandalizo, me asombra la degradación a la que han llegado unos padres para hacer que sea el hijo quien dé la cara.

¡Once años!




Once años... ¿Cuántos tendría yo cuando mis padres me obligaban a visitar a mi tío para lo mismo. Once o doce, más no, ya que los hubiera mandado a la mierda.

Mi padre estaba sumido en una depresión, mi madre no paraba de acosarlo, de atacarlo. A menudo debí abandonar la escuela para acompañarlo en su trabajo, era representante de comercio y no podía ir solo por la calle. Mi madre, de una extrema vagancia, no solo nunca lo hizo sino que día tras día se lamentaba de su suerte. No podía disponer, como solía, de una chacha.




Mi padre morirá, ahora ya sé cual de los dos nos abandonará primero. Mi madre es consciente que no puede esperar nada de mí, se lo he hecho saber con la suficiente claridad y persistencia. Es orgullosa y sé que no buscará la pena, preferirá morir antes de hacerlo. No obstante, reconozco que la amo y mucho, que me costará. Ayudaré a mantenerla y mi hermana la cuidará lo justo. No quiero nada suyo, absolutamente nada. Lo poco que tengo lo he conseguido solo, sin ayuda de nadie; igual que lo mucho que he perdido.

He sido rico y pobre con la misma intensidad, mas nunca le he debido nada a nadie, ni cuando dejé de comer para que mis hijos no sintieran penuria. Desaparecí de mi entorno para que mis amigos no supieran de mi estado y se sintieran obligados. Solo Mónica estuvo al corriente. He sido celoso de mi libertad hasta en esto.



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Leo las últimas declaraciones de Zapatero y me satisfacen. No estoy seguro que su política económica sea buena o mala, quizá no sea la mejor, tal vez mi lógica se acerque más a la de la actual derecha; pero no... debemos aprender a separar lo honesto de lo aparentemente rentable.

Tenemos una clase empresarial deplorable, inculta y tercermundista. Ya está bien de hacerle la cama y pagar sus caprichos. Ahora es el momento de mandarla a la mierda, renovarla, regenerarla... Los inútiles que cierren, que busquen trabajos acordes a su capacidad, aunque sea de barrenderos.

Estoy harto de ver gente que se cree empresaria por tener una tienducha mal llevada, acostumbrados a que les dé para un piso de alto estánding, una casa en la playa, carrera en los EEUU para sus niños y un BMW en la puerta. Ahora esos tipos no tienen crédito y deben luchar por un espacio en el mercado, sin saber hacer la O con un canuto; han de pelear con sus competidores, con una familia acostumbrada a no dar golpe... Y esos, aunque voten a la derecha, ya no pueden esperar nada de ella, porque no hay dinero para todos. Quizá esperaban que bajasen los salarios, que no se repartiera dinero entre los ayuntamientos, que se dejara al asalariado sin cobertura para que ellos siguieran tirando sin preocuparse.

Esta crisis tiene unos culpables, todos los conocemos, los que pretendieron hacerse ricos especulando y los que gastaron sin posibilidad de pagar. Dejemos que sean ellos quienes la paguen. Los asalariados de base, los mileuristas... seguro que no son.

El empresario quiere que el Estado lo socorra, invierta dinero para mover la economía, pero no quiere pagar más impuestos; y se queja si el estado se endeuda, fabrica billetes; dice que más tarde o temprano habrá que pagarlos. Pretende que el estado lo socorra reduciendo sus gastos, los sociales.

El empresario español no quiere al Estado, a no ser de necesitarlo. Se queja si está, se queja si no está... todo depende de su momentáneo interés.

2 comentarios:

  1. Como siempre, una buena amalgama de coss interesantes.

    Me alegra que te hayas cambiado a bogger.

    Tienes u premio en mi blog.

    Un beso enorme.

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  2. Pau, poco a poco nos vamos yendo de Blogia. A mi me cuesta abandonar, será porque me falla menos que a otros, debe de ser por antiguedad, aunque tú también llevas bastante tiempo en el país blogs.

    te dejo un abrazo y el deseo de que sigamos ne la brecha muchos años más

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