miércoles, 2 de septiembre de 2009

... LA HISTORIA MÁS BELLA...



- Tu padre es la hostia-
Eso le han comentado a Al sus amigos.
- ¿Para bien o para mal?- Le pregunto mientras me parto la caja.
Y veo sorpresa en sus ojos... – Para bien, claro, sino de qué me lo hubieran dicho-

No me gusta causar asombro, aunque es natural entre sus amigos visto los progenitores que gastan.
El asombro es relativo, depende del entorno. Para unos puedes ser vulgar en exceso, para otros extraordinario.
No está mal, me digo; debo estar en el punto medio, este centro tan buscado por todos. Pero no... el centro es uno mismo.
“El hábito no hace al monje”. Eso dicen los entendidos o el refranero popular, ese que cada momento se contradice. Pero si me analizo, cosa harto difícil, mucho más de lo que dicen los sabios, con la turbia intención que la verdad no se proletarice, descubro que dispongo de poco hábito y menos normas. Será porque aún me siento marino y me adapto al cambiante mar de la Mediterránea, tan tranquilo por fuera, como traidor e imprevisible por dentro.


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La sospecha es intuición; el enemigo debe sospechar, no saber. La sospecha produce temor, la certeza seguridad.
Sospecha que algo hay, pero es invisible, indetectable para él; y eso hace que no sepa de su tamaño e importancia, ni siquiera está seguro que exista. No sabe dónde buscar o si dilapida recursos cazando fantasmas, mientras sigue perdiendo terreno e influencia. Sus informes se pierden o se manipulan, sino, por qué recibe órdenes tan confusas, se pregunta. Algo se le escapa y duda de si alguien juega con él, lo manipula para un fin desconocido. Todo está podrido, piensa; ya nada es como antes y la traición ha llegado su casa. Y se desmorona, así ya no puede seguir luchando.


Nunca muestres sorpresa de nada y de nadie, a no ser que desees confundir para mostrar una inexistente debilidad.


Es un juego, lo has convertido en tal y te diviertes con él; un maravilloso y peligroso juego, aunque no tanto como aquellos días en las montañas de Cachemira, que nunca estabas seguro si al día siguiente despertarías.
Piensas en el próximo movimiento, tienes el gigantesco tablero en tu mente, mientras conduces de noche por la solitaria y serpenteante carretera, que os acerca a vuestra casa pirenaica. Tu compañera dormita al lado, serena, tranquila... mientras en tu cerebro entran las notas de aquel jazz que nadie entiende. La música... esta complicada melodía es parte del gran tablero, así como las curvas de la carretera y los árboles del frondoso bosque. Todo liga: las piezas, las notas...
La miras y te emocionas, su bellísima cara, sus facciones de preciosa muñeca... por ella darías la vida, pero mucho más por lo que representa: la libertad más absoluta y la fidelidad a una idea.
Y sonríes, porque, después de todo, para ti nunca ha dejado de ser un juego; incluso cuando tuviste que ir al dentista, aún medio cojo, para que te remozara la dentadura.
Y recuerdas cuando te preguntó...
-¿Cómo te lo hiciste?-
Y tú, sonriendo...
-Jugando con unos amigos-
Y es que para ti era solo eso.


El hombre, ante lo desconocido, debe sonreír por fuera y reír por dentro. La risa es para los amigos, para el amor.


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Y hoy, al explicar a un buen amigo las vicisitudes que me tocó pasar, cuando me rescataron justo antes de morir de frío, he recordado hasta el más pequeño detalle, igual que si lo hubiese vivido hace nada.
Es curioso como algunos recuerdos quedan gravados en la mente, hasta el punto de rememorarlos como una fotografía.


La gran ventisca, la invisibilidad blanca... no impidió que hoy recuerdes hasta el dibujo que formaba en la nieve el paso de tus piernas, que no pies, de tus manos. Si hoy, después de cuarenta años, pasaras por el mismo lugar, con la misma nieve, lo reconocerías. Sus árboles, las ramas de pino negro colgando bajo el peso de la nieve; y que gracias a ellas, Albert te arrancaba de la mortal trampa.
Y recuerdas la bañera en la que una mujer frotaba tu cuerpo con una esponja, para que pudieras entrar en calor con la justa lentitud; los viejos grifos, la sala... Y más tarde, la estufa de leños, las pocas mesas con otros montañeros, que gracias a su sentido común no pasaron por vuestro trance. Y la chica, sus facciones, aquella que te devoraba con la mirada; que mientras tú te descubriste humano y vulnerable, ella ta veía como a un invencible gigante; y con la que, ya en la gran ciudad, tuviste la aventura más tórrida y salvaje. ¿Qué edad tendría la chavala? ¿Dieciséis, diecisiete? Tú quizá ibas a cumplir los dieciocho. Hoy, por un día te acusarían de corruptor.
Y recuerdas su mirada, aquellos ojos oscuros y penetrantes; la delgadez de su cuerpo, sus pequeños y duros pechos, sus fuertes pezones. Y su ardor... y su gran fortaleza aun siendo tan delgada.
Os creíais semidioses, gigantes inmunes al frío y al cansancio. Aquel día aprendiste lo contrario. La naturaleza te situó allí donde nadie debería salir, y la suerte te dio la oportunidad de tomar buena nota; o tal vez te sirviera para comulgar con ella y fuera la última acción que decidió la definitiva marcha de la casa paterna; porque después de aquello os fuisteis a vivir en lo alto de los Pirineos, en una casa semiderruída de un pueblo abandonado.


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El truco es la pauta, todos la tienen, la tenemos; si la descubrimos podemos seguir al intruso, a la víctima; si nos conocemos podemos desactivar la nuestra.
No es bueno moverse de noche. El enemigo espera agazapado, es el mejor momento para una emboscada. Debéis provocarlo, hacer imprescindible su movimiento. En contra de lo que se cree, el movimiento hace vulnerable.
Apostaros a los lados del camino, emboscados... cubridlo de hojas secas, ramas quebradizas, con naturalidad e inteligencia. El enemigo, por lo que sabemos, no está preparado, no sabe marcar el paso. Así sabréis de su presencia y su número, dónde empieza y termina su destacamento.
Y, por el contrario, de noche hay que moverse de uno en uno, marcando el paso a pasos largos, lentamente y separados. Marcándolo para que el emboscado no sepa vuestro número, lentamente para que el que siga pueda parar a tiempo, a pasos largos para tener menos posibilidades de pisar una mina y separados para evitar que, de estallar, elimine a más de uno.
Las minas deben recuperarse y montarse nuevamente, así se aprovechan y no matan al campesino aliado. De no poder, hay que extraer el explosivo para convertirlo en bombas y deben ser enterradas de nuevo; de esta manera provocáis terror e inseguridad, atrasáis la marcha del enemigo, que debe desactivarlas sin saber su inutilidad.


Las palabras no cambian el pasado, pero sí lo pueden hacer con el futuro.


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Echada sobre una toalla, o directamente en la arena, o en una roca granítica pulida por miles de años de tempestades marinas, o sobre la cubierta del barco... Es Mónica.
Amara te mira, sabe lo que piensas, deseas... y sonríe. José en la caña vigilando el compás, el lejano vuelo de las gaviotas que marcan un banco de peces. A tu amigo-hermano nunca lo encontrarás en la playa, en una cala; su piel no lo permite.
Y te acercas, te tiendes a su lado, le acaricias...
- Te pongo crema. Vas a achicharrarte-
Nunca se quema. Su piel es tan suave como densa, fuerte, inmune a los rayos solares. Es morena, tanto que parece mulata.
Y se deja, y al poco suspira, y sientes como sus músculos se tensan. Y se entrega o exige tu entrega. Es puro fuego, la extrema sensibilidad, la urgencia del más desatado sexo.
Y siempre: hazme de todo, o: quiero sentir como te deshaces, o: desmenúzame con toda tu fuerza...
Y comienza una corta lucha de sexo si eres tú el que exige, y larga si es ella.
Dicen que el macho es el primero en deshacerse, en rendirse al placer. No es cierto.
¿Lucha de sexo?
Quizá en tu caso sea de amor.
Y pierdes el sentido al ver su estilizado cuerpo rebrincar, reventar de gusto; su deliciosa cara mostrar placer, emitir el duro y prolongado gemido del orgasmo...


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Amara está tensa, se encuentra mal, pero insuficiente para sentirse anulada, no poder pensar. Le duele la cabeza, la espalda... está débil y se revuelve contra su estado y su físico. Me habla con inaudita agresividad, como si yo fuera el responsable de su dolor y su desgracia. En momentos así suelen reflotar viejas desavenencias, cuentas que creía pasadas, heridas que creía cerradas...
Me dan ganas de insultarla, mandarla a la mierda. Otro lo haría, aprovecharía la circunstancia. Soy fuerte, me siento joven... aún hay tiempo para vivir. Sin embargo, le pregunto por lo que hoy me preocupa y por sus palabras me incomoda.
- ¿Has sentido celos alguna vez?-
Quizá este sea unos de los pocos momentos que puede estallar y descubre o me clarifica lo que espero y creo: que muchos se confunden y es como Anna, Joan, Mónica, yo... nadie más. El resto no. Por poco que sea, sienten un punto de resquemor; como José, que juega con él, le excita.
- ¿Celos? No seas capullo. ¿Cuántas veces me lo has preguntado, aunque de mil maneras distintas? Y tú, que si no amas no se te levanta, ¿los has sentido alguna vez?-
Y callo. No sé lo que son los celos. Nunca los he sentido. Solo una vez, cuando Anna me traicionó, me pareció sentir algo parecido. Pero era rabia por su infidelidad, no la del sexo o el amor sino de la amistad y la confianza.
- No quise hacerte daño- Eso me dijo como excusa, estúpida, por cierto, viniendo de una de las mujeres más enteras, valerosas y de principios más sólidos que haya conocido.
No le vino en gana hablar, lo consideró innecesario o no pensó que Albert era más que mi amigo. Me hizo tanto daño que durante un año no quise saber de ella. Huí de su mundo y ella, acongojada, después de pedirme perdón, lo hizo del mío. Un año para perdonarla y olvidar, recordar lo maravilloso de ella, que es casi todo, y pensar si tal vez fui yo el equivocado. El año que conocí a Lourdes.
Y a mi vuelta de Perú y después de conocer a Amara, volvimos a ser lo que fuimos hasta un límite difícil de igualar.
- ¡Celosa yo! Tiene gracia...-
- Solo he preguntado. No hace falta responder con tamaño desdén-
- Celosa no. Solo siento rabia de no poder ofrecerte lo que mereces, lo que te gusta y tienes a la vuelta de cada esquina- Y, ya más tranquila... –A veces lo que tengo es miedo de perderte-

¿Que si no amas, no se te levanta...?
Por muchas vueltas que le dé nunca entenderé la situación.
Los más desinhibidos, los que siempre han sabido separar el sexo del amor y la convivencia, no pueden disfrutar de él si no es a partir de un cierto sentimiento romántico.
Joan y yo, los que más hemos vivido el sexo en su estado más puro y salvaje, los que lo hemos practicado con más brutalidad y despego... si no hay amor no se nos levanta.
A veces nos reímos de ello...
- Cómo lo has hecho, si esta tía ni te va ni te viene-
- He engañado el alma, he buscado algo con lo que sintiera empatía hacia ella-
Lo pasábamos bien, no cabe duda.
Un día se fue de putas con José. Nuestro amigo no paraba de pedírselo, ya que yo no estaba por la labor.
Dos niñas preciosas, jovencísimas, carísimas...
-Te hacían maravillas, Pau. No podrías creértelo-
- No me engañes. ¿Cómo terminó?-
Y, ya riéndose...
- Nada, ni manera-



A mí ya me pasó el día que un “conocido” depresivo tuvo la osadía de invitarme en una encerrona. No podía ir solo, le daba coraje... Él, de tan borracho, cayó de la cama y lo metieron en un taxi.
Me quedé solo, hablando con una chavala brasileña. Intimamos, hablamos de mil cosas distintas. Era una buena profesional, después de todo; pero el tiempo pasaba, el reloj daba las horas...
- Te van a llamar la atención, ni siquiera consumimos...-
- Hay poca clientela y nos lo pasamos bien. De vez en cuando nos dan esta libertad-
Al rato apareció su amiga, cubana, preciosa, divertida... hablamos de su país, de sus problemas, de su ciudad. Trabajaba para ahorrar y volver a la isla.
Y me contó lo de mi “amigo”...
- No te preocupes, pasamos su VISA por la máquina-
Al poco ya sentía el gusanillo. Un gin-tónic y dos preciosas chavalas, inteligentes y sensibles... hacen maravillas. Sentí la necesaria empatía.
Una sala con un gran jakuzi... Posiblemente ya lo habían cobrado y se sentían deudoras. Nadie regala nada y menos en este mundo.



No. Nosotros no somos de este mundo, nunca nos ha hecho falta y tampoco nos ha gustado. Amara y Mónica si, igual que José. Vicki es más parecida a nosotros, también necesita una cierta dosis de amor; y cuando hay desconocidos por medio, la introduce Amara con su simpatía y extrovertismo.
Por lo que la conozco, creo que mi compañera también precisa un punto de amor, al contrario que Mónica, capaz de cepillarse a un tipo sólo porque le gusta sin sentir nada por él. Amara busca empatía encontrándola sin apenas esfuerzo y, como su amiga-hermana, la emite con mucha fuerza embelesando a hombres y mujeres con asombrosa facilidad. Consigue que, al poco de conocerla, sientan la necesidad de poseerla.

2 comentarios:

  1. ¿qué ha pasado?
    Tendrás que ponerlo bonito.
    Besos a los dos

    Luna

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  2. Aún no sé como hacerlo. Hoy, si tengo tiempo, trsladaré "Un gato", después ya veremos.

    Un abrazo.

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