miércoles, 12 de marzo de 2014

A VUELA PLUMA

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Tengo tantas historias y experiencias en la mente que me falta tiempo para escribirlas. A veces pienso que he vivido mucho, tal como Mila y yo una noche nos reconocimos; pero la realidad es que no más que otros, la diferencia está en la manera de vivir y de sentir lo que el día a día te depara.
Amara acaba de cumplir 55. No lo parece, ni siquiera sus enfermedades y sus dolores han doblegado su expresión y la suavidad de su piel y de su rostro. Sigue pareciendo mucho más joven de lo que es, igual que cuando la conocí, que no parecía tener los veintiuno. O cuando tuvo los niños, que ni siquiera quedó marca en su cuerpo. Entonces se empeñó en recuperarlo en el gimnasio, más por endurecer su musculatura que por mejorar su increíble belleza. Tampoco le dejaron señal los largos años de estudio, que alternaba de día o de noche con su trabajo y el cuidado de los niños. En todo caso la satisfacción de ver su sueño realizado le dio seguridad y madurez, cuando, a mi parecer, la belleza y sensualidad de su rostro y de su espíritu alcanzaron al de su cuerpo.
Yo pronto cumpliré sesenta y tres y todos dicen lo mismo de mí. Lo percibo por sus miradas de incredulidad, aunque más tarde reconocen que quizá sea cierto, que tal vez sea la inquietud que desprendo, la manera de hablar de y de ser.
Por mi mente pasan las imágenes de mis amigos, los que ahora tienen mi edad: Biel, Anna y Mila son los únicos que conservan la juventud en su mirada y en su cuerpo; el resto ha envejecido en poco tiempo, excepto Vicki, quizá por también ser la más joven de todos. Es curioso que sean los que viven con más inseguridad o inquietud, los que nos mantenemos mejor, los demás, pasivos y sin ansia de crecer, parecen más encorvados y lentos. A menudo me encuentro con Alex, Rina, Bill y Sole; y excepto Rina, que tiene un par de años más que yo, y Sole, que tiene cincuenta y nueve, ellos parecen estar a punto de entrar en un geriátrico.
Mónica es un aparte, supongo que genético. Su cuerpo aún conserva la frescura de los cuarenta, solo su expresión ha cambiado y denota cansancio. A veces intento despertar lo que había en ella, su rebeldía, pero no puedo, como si aquel espíritu que tanto me enloqueció la hubiese abandonado.

Ayer me encontré con Artur. Me preguntó por Anna.
-Me gustaría visitarla –me dijo con su típica ansia de aventura. Y cuando le expliqué dónde podía encontrarla, me miró con dureza, como si fuese yo el culpable.
-No te preocupes, si hace falta yo mismo iré a buscarla –dije para mí mismo sin que pudiera oír mi voz. Esta vez iría con Biel, allí sus influencias son poderosas, curiosamente mucho más que las de Tomás, y podrían servir para llegar hasta ella.

Eres un estratega, el mejor que haya conocido. Construyes ideas a partir de tus pensamientos, palabras y frases, que solo tú entiendes. Los manejas a tu gusto, disfrutas con ello. En tu mundo no hay problema sin solución, si es necesario deformas las frases hasta darles un sentido. Los tipos como tú no saben hablar, sus ideas se encallan en esas palabras, las confunden; sin embargo, en sus cerebros no hay confusión.
Escribe Popol, aunque sea con gráficos, que es como mejor describes tus pensamientos, luego ya quemaremos los papeles para no dejar rastro. No pretendas darnos una explicación, sabemos que la tiene, aunque quizá no exista. Nuestra ventaja, Popol, es que entonces la creas y nadie puede discutirla.
¿Es eso lo que dijo Tomás aquel día?
No así exactamente, porque es imaginación mía. Nuestro amigo no es hombre de muchas palabras, en todo caso de miradas, risueñas y suficientes, y te hablaba con ellas. Quizá aquel día se atareara algo más de la cuenta, cuando les confesé que no sabía si podría estar a la altura. Tal vez por eso imagino recordar tanta palabra.
-Nadie lo está, Popol ¿Hace falta que te diga más? Tu estudia el mapa y procesa toda la información recibida, luego nos la explicas como mejor sabes, con papel y lápiz, y nosotros haremos lo que creamos mejor. -Eso sí debió responder Mónica, con Esteban y Helena a su lado.
Pocas veces me discutieron, tan pocas que ni recuerdo. Se lo miraban, lo estudiaban y, si nervioso por su silencio intentaba dar una explicación, me hacían callar de inmediato.
-No hables, todo está muy claro, si lo haces nos vas a liar y perderemos el hilo.
Y si algo no entendían.
-¿Qué es eso? ¿Furgones? ¿Tres o cuatro? ¿Miran para arriba o para abajo? Se parco, no queremos saber el por qué sino en qué dirección estarán aparcados.
Y yo soportaba estoico y preocupado, porque creía que era muy importante que supieran el porqué la maldita perrera, esta vez situaría los furgones mirando para arriba.
Y no me preguntaban cómo sabía cuántos, dónde y cómo. Una vez que lo hicieron, ella aún lo recuerda, se arrepintieron de por vida.
Y siempre salía bien, la primera, la segunda, la tercera… Y si algo no funcionaba utilizaban los protocolos tan estudiados.
Cómo iba a salir mal, si eso es como una partida de ajedrez, divertida y hasta amena, real y emocionante.

Me enseñó mi padre, de tan pequeño que no puedo ni contarlo porque nadie lo creería. Él era campeón, eso decía mi madre, aunque no de títulos y campeonatos, que los rehuía, pero era famoso por haber ganado a todos los maestros. Nunca pude superarlo, ni siquiera días antes que muriera a los noventa y un años. Según él me faltaba técnica y me sobraba fantasía.
-Este movimiento te obligará a mover el caballo en tres jugadas.
-Sí, pero te fuerzo a hacer algo que no tenías previsto –respondía divertido.
A los diez años ya ganaba a mi abuelo y a los doce a mi profesor de matemáticas. Me apunté a un campeonato en el pueblo, organizado por el club náutico, y gané a todos. Al final hice tablas con el maestro, contratado como estrella para amenizar el evento.
-Podría haberte ganado, ¿lo sabes verdad? Te he seguido el juego porque me ha divertido tu manera de ver el tablero.
Luego lo demostró en las dos partidas siguientes, pero yo lo pasaba bien perdiendo.
Me divertía igual que con el póquer, cuando jugaba con Joan de pareja y siempre ganábamos. Luego fue con mis amigos de la camarilla, aquellas partidas que tan bien me sirvieron para introducirme en casa del gobernador y del jefe de la policía.

Es ajedrez, Tomás, simple ajedrez; divertido además, porque la topografía del tablero es irregular y puedes alargar, añadir o hasta encoger sus casillas. Y los límites los pones tú.
-Te diviertes en un juego en el que algunos pueden perder la vida y otros se juegan la esperanza.
-Sí, pero yo lo veo como un juego y es la primera vez que me lo tomo en serio.

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5 comentarios:

  1. Tengo idealizada a Amara, la describes con tanto amor y pasión que me parece una diosa.

    Buen finde Pau

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  2. Un beso fuerte de mi parte para Amara.

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  3. Se lo daré. Le alegrará mucho. A ver si un día la pillo con algo de fuerza y te damos una sorpresa.

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  4. Me gusta como hablas mirando para atrás en algunas lineas.
    Acabo de cumplir sesenta y uno y alguien por ahí me llama nostálgico, pero no es eso seguro.
    Es que ahora algun@s vuelven y me encuentro con ellos. Si tienen casi la misma edad pero sus cabezas son menos jóvenes que la mía a veces. Y eso que dicen que parezco también mas joven a pesar del pelo. Pero no, es la cabeza.

    Hace demasiado tiempo que perdi mi sombra.

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  5. El espíritu se trasluce a través de muchas otras cosas que la edad y las arrugas. Pienso que debe ser eso cuando la gente, al cabo de unos días de conocerme, me dice... pero si pareces tan joven como tal o cual. Y los miro y me doy cuenta que no es así sino solo la apreciación de alguien que ha dejado de tratarme por la edad que tengo. Y eso ni es malo ni bueno, y como no lo sé sigo en lo mío, que es hacer el indio tantas veces como me viene en gana

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