Dibujos provenientes de Irán |
En caso de ser vivido,
el relato es natural, de tal que carece de emociones forzadas por el artificio.
El relator se convierte en cronista incapaz de juzgar. Escribe casi con
frialdad, como si su participación en la historia se limitara a la de un simple
espectador sin ánimo de protagonismo.
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A veces siento la
necesidad de escribir sobre historias de sexo, tal como hice muchos años atrás al
dar comienzo este blog. Que después de instalar un contador de visitas,
descubrí que llegaba a las doscientas, más en algún caso, y que, excepto unos
pocos a los que les interesaba la historia que realmente intentaba contar, la mayoría
entraba por morbosidad; y que no había sido descubierto por palabras aisladas,
ya que el texto era cuidado en extremo, sino por la naturaleza del escrito. Y más
preocupado que sorprendido empecé a evitar ese tipo de escenas, siempre que la
historia no lo requiriese, y, en caso de hacerlo, de modo tan sutil que no
cabía su lectura por él. Como resultado el número de visitas cayó, primero pasó
de doscientas a algo más de cuarenta para, luego, solo llegar a las veinte.
Ahora tengo una media de trece visitas diarias, aunque también he descubierto
que el contador falla bastante y obvia unas cuantas.
Hace unos días una de
mis mejores amigas hizo que recordara aquellas historias. –Me gustaban -reconoció.
Siempre he tratado el
sexo de la misma manera, considerándolo uno de los mejores ejemplos de libertad,
principalmente de la mujer. Sin él mi historia es inconcebible, pues forma
parte de ella en todos los sentidos, de modo que me es imposible evitarlo. Y en
mis escritos lo empleo para mostrar, tanto ese ejercicio de libertad como la personalidad
de los personajes descritos.
Hoy he rememorado una
de ellas, también lo que Jep, Vicki y Joan me comentaron no hace mucho.
-Fuiste tú quien
empezó, el que nos embarcó en esta forma de vivir y de relacionarnos.
Les faltó decir: tan
emocionante y divertida, porque así es el sexo cuando es tratado y ejercido
con absoluta libertad y sin ningún prejuicio, aparte del mejor medio para
aprender a respetarse y amarse. Pero se confundieron, yo aprendí a tratarlo así
gracias al ambiente de mi comuna, a la liberalidad del hipismo y, sobre todo, a
Anna.
Al repasar mis viejos
escritos me doy cuenta que si volviera a hablar sobre esas historias caería en
la redundancia, porque no son tantas las que podrían destacar, por lo menos para
el lector normal. Aunque es posible que solo sea una apreciación mía y lo que
para nosotros es normal, podría ser excepcional para la mayoría. Hace poco,
hablando con unos jóvenes amigos, liberales por sus conversaciones y
progresistas por sus actos, sobre nuestras pequeñas fiestas de fin de semana,
me miraron como a un extraterrestre. Y descubrí que lo que para mí era normal y hasta modoso, para ellos era de un salvajismo brutal.
-¿Cada fin de semana
organizabais orgías? –Me preguntaron escandalizados.
Y no, ni mucho menos,
pero preferí callar. Me di cuenta que una sencilla
fiesta íntima con algún invitado, ellos la trataban de desenfrenada orgía; de
modo que me abstuve de precisar mi consideración sobre eso último.
En realidad nunca he
sido amante de este tipo de fiestas, de las nuestras sí, pero no de una orgía,
que nunca sabes cómo termina ni conoces a la mayoría de los que participan. Iba por
los demás, principalmente por Jep, Joan, Vicki y algunas veces Amara. A Mónica le daba lo mismo,
dando la sensación que lo hacía por lo mismo que yo, aunque luego desapareciera
con tipos de su gusto. Biel venía por Anna y de ella nunca entendí por qué, de
modo que los tres terminábamos haciéndonos compañía en el mejor rincón que
podíamos encontrar; mientras que Susana y Pierre creo que solo asistieron a las
organizadas por nosotros. Amara era distinta y, aunque le gustara más la caza,
este tipo de fiestas colmaban su gusto por el exhibicionismo; sin embargo,
pocas veces encontraba alguien que cubriera sus expectativas. Para ella las orgías
eran un escaparate sin vida ni emoción y, lo más importante, con mucha gente
que no la enriquecía o con la que no sabía cómo interactuar. Era más excitante
y productivo el día a día, sus salidas con Mónica y Tessa y escoger sus presas.
De estas fiestas solo
recuerdo haberlo pasado bien con dos mujeres, una me dejó un precioso recuerdo,
aunque solo de una noche; con la otra entablé una divertida relación que quizá
durara un par de meses, lo que tardó en encontrar un compañero estable.
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Cada civilización
tiene su biblia, la nuestra quizá sea la más puritana y violenta, la más
asexuada de todas. Hay otra, no sé de qué civilización procede, que explica el
primer encuentro del hombre con la mujer, de manera muy distinta a la nuestra.
El hombre, después de
vencer en una corta lucha por el agua de una fuente y con la mujer caída a sus pies, estupefacto descubre lo diferente que es. Y ella, más astuta que él, le dice:
échate a mi lado, te enseñaré para qué sirven tus órganos. Y le acarició su
pene hasta hacerlo dos veces más grande y montó sobre él, y
el hombre sintió un gran placer. Pasado un tiempo él sintió la necesidad de
probar e hizo que la mujer yaciera bajo suyo, y tanto le satisfizo el poder que
sintió, que desde entonces lo prefirió al placer.
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Anna nos enseñó a
regalar nuestro cuerpo y nuestro espíritu, a hacerlos apetecibles para ser
seducidos, a disfrutarlos, cuidarlos y tratarlos con el justo intercambio de
delicadeza y de rudeza; a sentir,
hombres y mujeres, las mismas necesidades eróticas y físicas, y a prolongarlas
mucho más allá del sexo. Y lo hizo con unos tipos que se creían maduros, a la
vuelta de todo y a través de los años, como si ella también estuviese
aprendiendo.
Y luego, cuando algún
invitado, conocedor y partícipe de nuestra manera de pensar y vivir, venía de
fin de semana, terminaba, si no escandalizado, aturdido y preocupado.
-Eso no puede terminar
bien –decía, igual que Mila tantos años atrás, cuando éramos mucho más jóvenes
y empezó a frecuentar nuestra casa pirenaica.
-Eso no puede terminar
bien, Popol; es una quimera –decía perpleja por lo que estaba
experimentando. Sin embargo, terminó mejor de cómo había empezado.
La amistad lo puede
todo y sin límites, tal como se demuestra en los momentos más terribles, cuando
está en juego mucho más que la sensación de propiedad entre una pareja.
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Pero hoy quería hablar
de una mujer en particular, de Tessa, una de las mejores amigas de Amara.
Pelirroja, con el pelo ondulado hasta los hombros, estilizada, muy bonita y con un precioso cuerpo; siempre con una alegre y sincera sonrisa, acompañada de una voz melosa y sugestiva, inteligente y con mucha personalidad. Tessa había estado a su lado en los momentos más difíciles, como en los mejores y más amables. Se conocieron de adolescentes y decidieron seguir la misma carrera: enfermería. Entraron y salieron juntas con casi la misma nota, las mismas matrículas y becas, y juntas también buscaron trabajo, que consiguieron en el mismo hospital. La conocí el día de nuestra boda, antes según Amara, pero no recuerdo. Solo sé que estaba sola y la hicimos sentar a mi lado, algo que provocó bastante desconcierto entre los camareros, poco acostumbrados a unos recién casados vestidos como sus impresentables invitados.
Pelirroja, con el pelo ondulado hasta los hombros, estilizada, muy bonita y con un precioso cuerpo; siempre con una alegre y sincera sonrisa, acompañada de una voz melosa y sugestiva, inteligente y con mucha personalidad. Tessa había estado a su lado en los momentos más difíciles, como en los mejores y más amables. Se conocieron de adolescentes y decidieron seguir la misma carrera: enfermería. Entraron y salieron juntas con casi la misma nota, las mismas matrículas y becas, y juntas también buscaron trabajo, que consiguieron en el mismo hospital. La conocí el día de nuestra boda, antes según Amara, pero no recuerdo. Solo sé que estaba sola y la hicimos sentar a mi lado, algo que provocó bastante desconcierto entre los camareros, poco acostumbrados a unos recién casados vestidos como sus impresentables invitados.
Tessa solía frecuentar
nuestras fiestas, siempre desde una posición tranquila, sin involucrarse
sexualmente, pero sin esconder su extrovertismo y falta de prejuicios.
Pronto me di cuenta del por qué. A Tessa le gustábamos Jep y yo, a él lo
conocía de antes por una casualidad vecinal de familias, pero no era eso lo que
provocaba su reserva sino su relación con Amara. Para ella, tanto Jep como yo
éramos piezas del coto de su amiga. Mónica no importaba, por mucho respeto y
simpatía que le profesara.
Todo empezó una tarde de mayo en casa de Joan, creo que celebrando el aniversario de Vicki. Aquella noche fue extraña, quizá por la situación, que Mónica no estuviera o que la misma Amara la hubiese animado. Yo me había echado sobre un colchón, fatigado de la fiesta y, por primera vez en mucho tiempo, en solitario. Recuerdo que no sentía amargura o envidia, ni siquiera ansia; incluso es posible que sintiera calma y la libertad que ofrece la solitud. Amara estaba bien, acompañada por Jep como debía ser en una de nuestras fiestas de fin de semana. Lo extraño quizá fuera que no estuviéramos los dos con ella, para disfrutarla y para que nos disfrutara. De pronto oí abrirse la puerta del gimnasio, se encendió la luz y era ella, preciosa, con su sempiterna sonrisa y su cabello, brillante y cobrizo, cubriéndole parcialmente la cara.
Todo empezó una tarde de mayo en casa de Joan, creo que celebrando el aniversario de Vicki. Aquella noche fue extraña, quizá por la situación, que Mónica no estuviera o que la misma Amara la hubiese animado. Yo me había echado sobre un colchón, fatigado de la fiesta y, por primera vez en mucho tiempo, en solitario. Recuerdo que no sentía amargura o envidia, ni siquiera ansia; incluso es posible que sintiera calma y la libertad que ofrece la solitud. Amara estaba bien, acompañada por Jep como debía ser en una de nuestras fiestas de fin de semana. Lo extraño quizá fuera que no estuviéramos los dos con ella, para disfrutarla y para que nos disfrutara. De pronto oí abrirse la puerta del gimnasio, se encendió la luz y era ella, preciosa, con su sempiterna sonrisa y su cabello, brillante y cobrizo, cubriéndole parcialmente la cara.
-¿Me haces sitio?
Me aparté sabiendo lo que pretendía. Sentí el fuerte pálpito de mi corazón, siempre la había
deseado, pero, aún no sé por qué, nunca la abordé ni intenté seducirla. Por su
cabello se notaba recién duchada. Llevaba un chaleco abierto, solo eso, aparte
de sus bragas. Se desnudó y se tumbó a mi lado. Me puse de lado y sonreí, aún
sentía los latidos de mi corazón y me lo tomé con serenidad, pensé que
hablando me pasaría el sobresalto y, de paso, podría organizar un buen
preliminar. Charlamos, pero estaba claro que con su sensual y retadora forma
de hablar, en la cama y desnuda, sería muy difícil controlar mi instinto. Y me
contó, mientras acariciaba mi pecho, que, al igual que Vicki, era bisexual y se
sentía muy atraída por Amara y por mí.
Un cuarto de hora más
tarde, cuando empezaba a sentirme seguro para tomar la iniciativa, volvió a
abrirse la puerta, esta vez era Amara, desnuda y espléndida, riéndose con ganas
al ver mi aturdimiento.
-No quería dejarte
solo y Jep ha marchado a su casa. ¿Me hacéis sitio?
El colchón era
demasiado justo para tres y me aparté a un lado para arrastrar otro que había
cerca. Ellas, forzadas para no darme la espalda, se reían de la situación
mientras hablaban de sus cosas. Me di cuenta que tenían mucho más por
compartir entre ellas que conmigo; pero lo que más llamó mi atención fue la
sensual voz y las tiernas caricias que Tessa prodigaba a su amiga, de la misma
manera que había hecho conmigo. Me levanté y me situé en la cabecera del
colchón, y sentado empecé a acariciarles la espalda desde la nuca hasta la
rabadilla y los glúteos, suavemente con las yemas de los dedos, solo rozando
como si estuvieran hechos de aire, luego con las uñas, pero tan levemente como
antes. Y aprecié la enervación de sus pieles, sus suaves y divertidos gemidos,
y cómo sus cuerpos empezaron a acercarse el uno al otro, a rozar sus vientres y
sus preciosos pechos. Y llevé mis manos del centro de las espaldas a sus nucas,
en un masaje que debió ser irresistible porque se abrazaron y besaron. Yo me
divertía como pocas veces, era la primera vez que provocaba algo así, tan
intenso y deseado entre las dos amigas, pero igual de reprimido. Me trasladé a
sus pies y empecé a acariciarles los glúteos y los muslos, primero con extrema
suavidad y luego presionándolos con un punto de fuerza.
A los pocos minutos
noté que sobraba y me levanté para dejarlas. Primero fue Tessa, que alargó la
mano para evitarlo. ¡Y su mirada, y otra vez su melosa y sugestiva voz, la
manera de mover su boca! Me acerqué con timidez, y Amara, ya sin tanta
contemplación, me atrajo obligándome a caer entre las dos.
Al día siguiente, aún aturdido por lo sucedido, le pregunté por su improbable bisexualismo. Primero había sido Vicki, luego Anna y ahora Tessa, en mi compañía y con una intensidad apabullante.
-Son mis amigas ¿no harías lo mismo tú por Jep?
Al día siguiente, aún aturdido por lo sucedido, le pregunté por su improbable bisexualismo. Primero había sido Vicki, luego Anna y ahora Tessa, en mi compañía y con una intensidad apabullante.
-Son mis amigas ¿no harías lo mismo tú por Jep?
Y pensé en mi amigo,
en nuestras experiencias amagadas por su prohibición de hacerlas públicas, y en
mi absoluta e inquebrantable heterosexualidad. Y la comprendí.
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