domingo, 9 de septiembre de 2012

UN APUNTE PARA EL BLUES DE AMARA

__________________________________________




                             Un precioso blues palestino.
(Nada más bello que el blues cantado por una mujer)

                                                   
Me despierta pronto, demasiado para mi gusto, acostumbrado últimamente a trabajar menos horas y con más tranquilidad. Las costumbres cuesta olvidarlas y me costó mucho hacerle entender, que con levantarme a las ocho y media tenía bastante. Antes trabajaba hasta última hora de la tarde, ahora solo lo hago por las mañanas y tampoco demasiado.
Me incorporo y miro la hora. Las siete y media. Lo primero que pienso es que se ha equivocado.
En una mano mi café, en la otra el suyo. Cada mañana me despierta igual. Parece agitada.
-He soñado con Gillard, parecía tenerlo a mi lado.
Gillardeau. Ella le llamaba Gillard, no recuerdo por qué. Quizá por su dificultad con el francés o tal vez fuera él quien se lo pidiera. En todo caso Jep y yo nunca compartimos su costumbre.
Gillardeau era arquitecto, muy famoso por cierto. A Jep le emocionó el encuentro, poder hablar con él de sus edificios y, sobre todo, de las difíciles restauraciones en las que había participado, casi todas góticas.
-Murió no hace mucho, ¿recuerdas?
Afirma con la cabeza. ¿Cómo no recordar algo así? Le afectó mucho.
La observo a hurtadillas mientras tomo el café a pequeños sorbos. Siento que quiere hablar, que algo turba su mente.
-Es como si hubiera estado toda la noche en esta habitación, hablándome, vigilándome. Y yo despertaba o eso pienso, para sacármelo de la cabeza, pero en cuanto cerraba los ojos volvía a estar ahí.
Con Gillardeau vivimos una increíble aventura. En realidad toda la Semana Santa lo fue, con o sin él. Bueno... en realidad la aventura la vivieron ellos dos, principalmente él, que nunca podría haber imaginado lo que iba a pasarle.
Tres años después volvimos a encontrarlo, esta vez en el bar del Casino de Cadaqués. Nosotros habíamos llegado la noche anterior en nuestro nuevo y flamante barco, aunque a decir verdad era de segunda mano, una ganga adquirida a un italiano en Castellón. Nos acompañaban Joan y Vicki y debíamos dormir en casa de Artur.
A Guillardeau lo acompañaba Joseph, que pocos años más tarde sería Nobel en economía, y un famoso y conocido pintor del que nunca he entendido su éxito. Al principio le costó reconocerme. Artur y yo hicimos las presentaciones, ya que Joan no conocía a ninguno de los tres. Jugamos unas partidas de billar y acto seguido se excusó. Debía embarcar para cenar y dormir.
-¿Cómo vas a irte ahora, si Amara está a punto de llegar con nuestra amiga? Quédate a cenar con nosotros. Si dejo que marches no me lo perdonaría nunca. -Le dije entonces
Joseph se despidió con su habitual camaradería, después de conversar un rato sobre la economía del país y lo perjudicial que era seguir regulando el suelo. Según él lo mejor era liberalizarlo por completo, justo lo contrario de lo que pregonaría años después, tras el estallido de la burbuja.

-Me costó aceptar su muerte. No sé qué tenía aquel tipo para que me atrajera tanto.
Termino el café y vuelvo a echarme. Sé que debo escuchar y hablar lo menos posible y con mucha suavidad. No es la primera vez que pierde un amigo. Está mucho más acostumbrada que yo, pero eso no significa que lo encaje mejor. Los médicos, tras su máscara de frialdad, esconden tanta o más humanidad que el resto y, a menudo, la complicidad con el enfermo se convierte en fuerte amistad. Además, entre ellos apenas existen diferencias generacionales y el contacto con enfermedades y radiaciones, de cuando no había tanto cuidado en el manejo de algunas medicaciones, les hace muy vulnerables. Amara ha perdido más de un compañero de su edad, siempre por alguna extraña enfermedad o un inopinado tumor.
Con mi compañera es necesario saber callar, antes que buscar alguna palabra de consuelo que no serviría para nada.
-Se le veía muy cercano y humano –respondo con suavidad, mientras observo el recién pintado techo.
Ha pasado un año, quizá menos. Nos enteramos por Jep, que un día lo soltó sin darle demasiado valor. Es curioso, pienso, que tras casi un año ahora haya entrado en duelo.
Tras su segundo encuentro intercambiaron teléfonos y direcciones. Nunca supe si habían vuelto a verse. Esas cosas no se preguntan y menos a una mujer como Amara, que tanto puede responder explicándote hasta el más mínimo detalle de su encuentro, como preguntarte para qué lo quieres saber y durante un lustro recriminarte por tu pregunta. No, con ella lo mejor es callar y esperar, porque inevitablemente algún día te lo contará.
-La última vez que lo vi parecía muy cansado, pero de eso ya hace muchos años. Lo achaqué a la edad y a su trabajo. Ahora pienso que debería haberme interesado.
Sobresale el típico sentido de culpa de todo buen médico. En aquel momento no tenía porqué saberlo. Tan posible es que ya le rondara la enfermedad, como que hubiese pasado una mala noche.
-¿Cuándo fue eso? Habrán pasado muchos años. Seguramente estaría cansado por cualquier motivo sin importancia.
Me mira, parece no entender la pregunta, como si yo tuviera que saber cuántas veces se vieron y el momento de dichos encuentros.
-No te hagas el tonto. Sabes perfectamente que nos veíamos.
No, no me hago el tonto. Yo no soy como ella, que debe saberlo y controlarlo todo, aunque solo sirva para hablar del tema con divertimento y la complicidad de la amiga amante compañera. No lo sé y se lo digo con hartazgo. Es cierto que alguna vez, al subir el correo descubría alguna carta de él hacia ella, pero nada más. Ni siquiera entonces preguntaba. Con Amara solo demuestro interés por sus cosas más íntimas cuando me las participa. También algún que otro día la encontraba hablando por teléfono de manera tierna y amistosa. Y, si bien es cierto que es habitual en ella, por la voz intuía que su interlocutor era algo más que un simple amigo, aunque entonces bien podría ser Joan, Biel, Jep o quizá una nueva conquista. Pero por su manera de hablar, separando las palabras o repitiendo la frase buscando una nueva, estaba claro que era extranjero.
Recuerdo que un día, al preguntarnos nuestro hijo de quién era aquella carta, bromeando respondí que de un amante de su madre. Evidentemente no se lo creyó y, hasta que no le contamos una historia más plausible, no dejó de preguntar. La verdad extraordinaria, si se anuncia como normal se convierte en inconcebible.
Cambio de postura y me pongo de lado, simulando tener todo el tiempo del mundo. Es una buena manera de desinhibir al que pretende descubrir una intimidad. En el caso de Amara no lo es tanto, pero sí para algo que ha estado guardando con extraño celo. Quizá se enamorara del famoso e interesante arquitecto francés y no se atreviera a confesarlo.
-Al principio venía a menudo, por trabajo según él. Una empresa española había inventado una resina sintética perfecta para la construcción, indeformable, casi tan dura como el acero y con la textura de la cerámica; el frío y el calor no le afectaban y pesaba la mitad que el ladrillo. Trabajaba con ellos casi en secreto hasta que una corporación británica, ahora no recuerdo cómo, consiguió la patente y la archivó. Luego, amargado por todo eso, fue espaciando sus visitas. Nunca lo confesó ni se lo pedí, pero el único vínculo que le quedaba con la ciudad era yo. Hacía tiempo que se había empapado de sus edificios y de su urbanismo, el mejor del mundo según él. “La mujer más hermosa, en la ciudad más bella”, me decía cuando paseábamos por el barrio gótico o el paseo de Gracia. No, nunca le pregunté qué sentía porque para mí solo era una aventura. Siempre fue consciente de eso y supo retirarse a tiempo. Sabía que nunca, ni siquiera en la ruina, os dejaría.
Hace rato que le acaricio la mejilla mientras mira ensimismada el inmaculado techo. Sonríe, si no fuera ella diría que casi forzada; pero Amara es incapaz de simular, y aún menos en un caso como este.
-A ti y a Jep.
Pocas veces he visto aflorar una lágrima en sus ojos y esa no es una de ellas.


.

3 comentarios:

  1. hola, parece un texto muy tierno y cada vez más envolvente, me ha gustado leerte, un saludo!! esther

    ResponderEliminar
  2. Precioso Pau... me estremece esta entrada, deberías patentar el secreto de una relación tan excepcional como la vuestra, me parece un sueño.

    Beso

    ResponderEliminar
  3. Haces que sonría.
    Supongo que hay cosas, de las que ni la SGAE puede ofrecer derechos de autor.
    Un día te contaré cómo se consigue. Es más fácil de lo que parece.

    ResponderEliminar