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Hace tiempo, quizá un par de meses, que en mi tercera novela debería haber escrito sobre el viaje que Lourdes y yo hicimos al Perú; sin embargo, empecé por cómo conocí a Amara y los dos primeros años de nuestra relación. Nada menos que cuarenta y ocho páginas.
En realidad el libro empieza por el viaje y no debería llevarme demasiado tiempo ni esfuerzo. Mi memoria es fresca y este tipo de historias se me dan bien; en cambio, el relato de una relación como la de Amara conmigo supone un esfuerzo. Cada uno tiene su versión y ve las cosas de distinto modo. Es difícil congeniar el sentimiento de mi compañera con el mío y mostrar el por qué de una situación, lo que pensábamos y sentíamos.
El viaje con Anna a Cachemira es un relato y lo cuento tal como fue. No hablo de lo que ella pensaba o cómo lo vivió, excepto de lo que sé con certeza.
La revuelta y la terrible y agitada vida que llevamos Mónica y yo, la explico con dificultad y también respetando los grandes vacíos que tengo, sobre lo que sentían y pensaban mis compañeros, incluso Mónica; sin embargo, la he podido terminar sin demasiados contratiempos. En cambio, mi historia con Amara es distinto, discutimos y no nos ponemos de acuerdo. Ella la recuerda de una manera y yo de otra. La lee y se disgusta, no comprende cómo puedo pensar así de ella, cómo puedo ver las cosas desde tanta lejanía y frialdad.
-Yo no soy así –me dice.
Pero es la verdad. Yo solo cuento lo sucedido, tal como lo viví, sin juzgar ni plantearme lo que pensaba, soñaba, sentía…
Hace unos meses, tal vez fuera en julio, hablé por teléfono con mi amigo bloguero.
-A mi eso no me pasará –le dije, cuando me contó las dificultades que podría encontrarme al escribir una historia de tal magnitud, aunque fuera en forma de novela. Y es cierto, pese la discusión con Amara y su perplejidad al leer la historia, la sigo escribiendo y ella lo respeta. Y sin embargo, no sé cómo enfrentar lo sucedido en el Perú, cómo reflejarlo sobre el papel.
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El pasado domingo compré en el mercado de Sant Antoni, "Lituma en los Andes", de Mario Vargas Llosa. Y me asombra la semejanza, los pueblos y ciudades, la historia que cuenta… Y los terruños, como despectivamente llaman a cualquier indígena que quiere reclamar justicia. Explica que los indígenas de la zona hablan el quechua, sin embargo, nosotros hablamos en castellano, mientras que algunos de los que encontramos hablaban el aymara. También cuenta que los senderistas hablaban el castellano y con fluidez, y en esto coincidimos.
Solo llevo leídas cuarenta y cinco páginas de la primera edición, demasiado pocas para opinar; pero que han servido para refrescar mi memoria sobre palabras olvidadas. El castellano de Perú es rico y culto, a mi modo de ver, más que en España; y los senderistas que conocí lo hablaban bien, incluso las mujeres indígenas.
Vivir para ver…
Todavía no sé cómo termina la pareja de franceses de la novela, que Sendero apresa en el autobús de línea. Me recuerdan a los que conocí en Cuzco, aventureros como ellos, pero con más valor y arrojo, más templados y preparados para lo que deviniera. Con el tiempo pensé que quizá fue la tranquilidad de aquel francés, y la simpatía y templanza de su compañera, que nos contagiaron; la serenidad con que pusieron sus vidas en nuestras manos, lo que nos salvó la vida. Y el mutismo del colombiano, que prefirió el silencio; y la melodiosa voz de su valiente compañera, que miraba a sus captores a los ojos como Lourdes y yo, como si le diera lo mismo que la mataran o no.
Vivir para ver…
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cada uno vive lo que vive desde su subjetividad, y cuando uno escribe deja de ser uno, aunque estés contando algo de tu propia historia, nunca, nunca es como la historia en tiempo real.
ResponderEliminar¡Cuánto tiempo sin leerte!!!