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No todo el mundo tiene el primer número de la revista satírica Papitu.
El gráfico muestra cómo dos candidatos antagonistas pregonan lo mismo con distintos idiomas.
Anoche escribí en mi tercer libro cómo fue engendrado Alvar; y esta mañana, no sé a santo de qué, he recordado a la hija de Anna, de la que no sé nada. En el poblado no se me ocurrió preguntarle por ella y Mónica nunca la menciona. Es como si no existiera.
Por la fecha cabía la posibilidad que mi hijo fuese natural de Alvar, pero el tiempo ha demostrando, con los gestos, la manera de andar y algunas pequeñas similitudes físicas, que el padre soy yo. También es cierto que, según mi amigo, aquel día de locura y amor con el Cap de Creus de fondo, no pudo eyacular, aunque aún hoy siga recodándola mágica e insuperable. A nuestro hijo lo bautizamos con su nombre, no por el lugar o por cómo fue engendrado sino por el amor que siento por él.
Mi hija Marta, la que más se parece físicamente a mí, es distinta a todos. A veces me pregunto de dónde demonios pudo sacar su carácter. En cambio, Alvar es mitad Amara y mitad yo, quizá por eso nos desconcierte tanto. Marta es más plana y previsible, por muy fuerte e independiente que sea. Alvar es… distinto.
Ayer nos escribió desde una isla caboverdiana. Decía que ya es seguro que vendrá en diciembre, y que en marzo volverá a marchar hasta diciembre del próximo año. Lleva allí no sé cuántos meses cuidando tortugas marinas, amparando y estudiando sus puestas y su nacimiento. Vive como puede y pasa semanas enteras con su compañera, que está tan chalada como nosotros, acampado en una playa, en teoría desierta, pero frecuentada por cazadores furtivos.
En realidad nadie sabe qué hará el próximo año, ni siquiera él por mucho que diga. En diciembre lo podrían reclamar para estudiar la barrera coralina de Australia, los huevos de los pingüinos del cabo de Hornos o la leche de la cabra himalaya; que sé yo. Alvar es alpinista, espeleólogo, marino, submarinista… y biólogo.
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Amara me pregunta por algunas facetas de mi relación con Anna, hasta ahora, desconocidas para ella.
-Si no fuera porque os conozco, pensaría que has mezclado dos personas en una –me dice.
Y sí, es cierto, lo parece. Sin embargo, esta paradoja aún es más evidente con Mónica, uno de los protagonistas de mi segunda novela, y seguramente no se extrañará, ya que de ella no desconoce nada; aunque, ahora que lo pienso, con Mónica todo es posible. Mi gran amiga hermana puede estar quince días sin abrir la boca, sin que nadie se entere. Y no es mimo lo que hace, que de eso no sabe, sino que participa de tal modo, que cuando le preguntas a alguien si nuestra amiga está de acuerdo de lo que hablamos hace días, responde que sí con sincera seguridad, sin poder determinar cómo lo sabe ni quién se lo ha dicho.
Hace muchos años, cuando empecé a escribir nuestra historia, me pidió que lo hiciera por y para ella. Lo intenté y no pude. Me salían pocas cosas y mal. Hace unos días volvió a pedírmelo y decidí cumplir su pedido en cuanto terminase mi tercera novela.
-Deberás pasar un tiempo conmigo, casi pegada a mí y hablar mucho -le dije para prepararla.
-¿Por qué?
-Para conocerte mejor, saber lo que piensas –respondí.
-¡Pero si de mí lo sabes todo!
Me la quedé mirando… No, apenas sé algo de ella; ni siquiera Jep sabe cómo piensa y qué le pasa por la cabeza, cuando se enfrenta a un problema. Y al recordar le pregunté qué pensó cuando nos conocimos, cuando su primera vez con Jep, cuando corría delante y tras la policía, cuando tuvo a su hija, a su hijo…
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En mi tercer libro me atasco demasiado, como si la historia que cuento no me perteneciese, todo lo contrario que con los otros dos, que los escribí de seguido y casi sin parar. Además, hay demasiado sexo.
El sexo es omnipresente durante los primeros catorce o quince años de mi historia con Amara, hasta un límite que dudo que alguien pueda imaginar. Amara era un animal sexual absoluto y en todos los sentidos, el que emitía por su especial belleza, por cada uno de los poros de su piel, de su mirada, de su boca, de su cuerpo; que mezclaba la amistad, el amor y la ternura con el sexo más refinado, brutal, tierno o salvaje, que yo y cualquiera de nuestros amigos hayamos podido conocer.
Mi compañera tenía dos vidas, la familiar y la del trabajo, distintas y separadas por un infranqueable muro; y vividas con tal intensidad que se me hace difícil explicarlo.
Hace poco, al hablar de este tema con Mónica, me contaba que le doy demasiadas vueltas a las cosas, que Amara es como ella y le gusta vivir el momento, sin pensar en su maldad o en su bondad. Necesita tocar y sentir a las personas que le motivan y le gustan, de la misma manera que a un paisaje, una situación, un animal, el mar… Como cuando andaba por la montaña con Jep buscando animales, plantas o hablando de lo que más le interesaba. O cuando se lanzaba al mar y daba de comer a los peces que la rodeaban y picoteaban; o al encontrar una estrella de mar y hacía lo posible para enseñárnosla sin moverla del sitio, solo acariciándola. O cuando, con mar gruesa, se sentaba en la proa con las piernas colgando inspirando con intensidad, como si quisiera apoderarse del instante, del aire y del agua. Y con los amigos también era así. No podía concebir el poder compartir su vida, sus inquietudes, sus sentimientos con ellos, sin amarlos, sentirlos en su interior, inspirarlos hasta el límite.
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