miércoles, 26 de octubre de 2011

...EL BLUES DE AMARA...

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Este vídeo le emociona, tal vez por haber sido voluntaria olímpica en el hospital de campaña.



Debo sobreponerme y seguir escribiendo mi último libro. No puede ser que escribir tres líneas sea tan costoso, que no sepa expresar mis sentimientos ni relatar lo que Amara es para mí, para nosotros. No puedo ni quiero entenderlo.

Cuando pienso en ella, la recuerdo rodeada de nuestros hijos y sus amigos, viviendo para ellos y peleando por su educación y por inculcarles unos valores basados en el respeto y la libertad. La recuerdo en el barco, sentada en la proa con los pies colgando, desnuda, disfrutando de olas de más de un metro. La recuerdo desnuda, bailando conmigo, con Jep, con Vicki… disfrutando de la piel y de la carne del hombre, ejerciendo su insuperable arte. La recuerdo viviendo por su profesión, incluso arriesgando su vida para ayudar a un accidentado.
¿Cómo puedo explicar algo así?
No puedo, no sé o quizá no sea el momento.

Al principio temí haber despertado un monstruo. Cuántas veces pensé en ello, cuántas… Creí haber sobrepasado el límite de lo humano, sin embargo, en realidad ni siquiera fui capaz de dibujar lo que creí que moldeaba. Lo único que hice es allanarle el camino que ella misma marcaba, aunque a veces, demasiadas, solo me quedaba seguir su rastro.

Pretendí que fuera y, sin embargo, he pasado media vida tras ella, solo para rubricar quien es.

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domingo, 16 de octubre de 2011

...EL BLUES DE AMARA...

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Hace tiempo, quizá un par de meses, que en mi tercera novela debería haber escrito sobre el viaje que Lourdes y yo hicimos al Perú; sin embargo, empecé por cómo conocí a Amara y los dos primeros años de nuestra relación. Nada menos que cuarenta y ocho páginas.
En realidad el libro empieza por el viaje y no debería llevarme demasiado tiempo ni esfuerzo. Mi memoria es fresca y este tipo de historias se me dan bien; en cambio, el relato de una relación como la de Amara conmigo supone un esfuerzo. Cada uno tiene su versión y ve las cosas de distinto modo. Es difícil congeniar el sentimiento de mi compañera con el mío y mostrar el por qué de una situación, lo que pensábamos y sentíamos.
El viaje con Anna a Cachemira es un relato y lo cuento tal como fue. No hablo de lo que ella pensaba o cómo lo vivió, excepto de lo que sé con certeza.
La revuelta y la terrible y agitada vida que llevamos Mónica y yo, la explico con dificultad y también respetando los grandes vacíos que tengo, sobre lo que sentían y pensaban mis compañeros, incluso Mónica; sin embargo, la he podido terminar sin demasiados contratiempos. En cambio, mi historia con Amara es distinto, discutimos y no nos ponemos de acuerdo. Ella la recuerda de una manera y yo de otra. La lee y se disgusta, no comprende cómo puedo pensar así de ella, cómo puedo ver las cosas desde tanta lejanía y frialdad.
-Yo no soy así –me dice.
Pero es la verdad. Yo solo cuento lo sucedido, tal como lo viví, sin juzgar ni plantearme lo que pensaba, soñaba, sentía…
Hace unos meses, tal vez fuera en julio, hablé por teléfono con mi amigo bloguero.
-A mi eso no me pasará –le dije, cuando me contó las dificultades que podría encontrarme al escribir una historia de tal magnitud, aunque fuera en forma de novela. Y es cierto, pese la discusión con Amara y su perplejidad al leer la historia, la sigo escribiendo y ella lo respeta. Y sin embargo, no sé cómo enfrentar lo sucedido en el Perú, cómo reflejarlo sobre el papel.

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El pasado domingo compré en el mercado de Sant Antoni, "Lituma en los Andes", de Mario Vargas Llosa. Y me asombra la semejanza, los pueblos y ciudades, la historia que cuenta… Y los terruños, como despectivamente llaman a cualquier indígena que quiere reclamar justicia. Explica que los indígenas de la zona hablan el quechua, sin embargo, nosotros hablamos en castellano, mientras que algunos de los que encontramos hablaban el aymara. También cuenta que los senderistas hablaban el castellano y con fluidez, y en esto coincidimos.
Solo llevo leídas cuarenta y cinco páginas de la primera edición, demasiado pocas para opinar; pero que han servido para refrescar mi memoria sobre palabras olvidadas. El castellano de Perú es rico y culto, a mi modo de ver, más que en España; y los senderistas que conocí lo hablaban bien, incluso las mujeres indígenas.
Vivir para ver…
Todavía no sé cómo termina la pareja de franceses de la novela, que Sendero apresa en el autobús de línea. Me recuerdan a los que conocí en Cuzco, aventureros como ellos, pero con más valor y arrojo, más templados y preparados para lo que deviniera. Con el tiempo pensé que quizá fue la tranquilidad de aquel francés, y la simpatía y templanza de su compañera, que nos contagiaron; la serenidad con que pusieron sus vidas en nuestras manos, lo que nos salvó la vida. Y el mutismo del colombiano, que prefirió el silencio; y la melodiosa voz de su valiente compañera, que miraba a sus captores a los ojos como Lourdes y yo, como si le diera lo mismo que la mataran o no.
Vivir para ver…

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jueves, 6 de octubre de 2011

...EL BLUES DE AMARA... (Un agradable receso)

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         No todo el mundo tiene el primer número de la revista satírica Papitu.
         El gráfico muestra cómo dos candidatos antagonistas pregonan lo mismo con distintos idiomas.

Anoche escribí en mi tercer libro cómo fue engendrado Alvar; y esta mañana, no sé a santo de qué, he recordado a la hija de Anna, de la que no sé nada. En el poblado no se me ocurrió preguntarle por ella y Mónica nunca la menciona. Es como si no existiera.
Por la fecha cabía la posibilidad que mi hijo fuese natural de Alvar, pero el tiempo ha demostrando, con los gestos, la manera de andar y algunas pequeñas similitudes físicas, que el padre soy yo. También es cierto que, según mi amigo, aquel día de locura y amor con el Cap de Creus de fondo, no pudo eyacular, aunque aún hoy siga recodándola mágica e insuperable. A nuestro hijo lo bautizamos con su nombre, no por el lugar o por cómo fue engendrado sino por el amor que siento por él.
Mi hija Marta, la que más se parece físicamente a mí, es distinta a todos. A veces me pregunto de dónde demonios pudo sacar su carácter. En cambio, Alvar es mitad Amara y mitad yo, quizá por eso nos desconcierte tanto. Marta es más plana y previsible, por muy fuerte e independiente que sea. Alvar es… distinto.
Ayer nos escribió desde una isla caboverdiana. Decía que ya es seguro que vendrá en diciembre, y que en marzo volverá a marchar hasta diciembre del próximo año. Lleva allí no sé cuántos meses cuidando tortugas marinas, amparando y estudiando sus puestas y su nacimiento. Vive como puede y pasa semanas enteras con su compañera, que está tan chalada como nosotros, acampado en una playa, en teoría desierta, pero frecuentada por cazadores furtivos.
En realidad nadie sabe qué hará el próximo año, ni siquiera él por mucho que diga. En diciembre lo podrían reclamar para estudiar la barrera coralina de Australia, los huevos de los pingüinos del cabo de Hornos o la leche de la cabra himalaya; que sé yo. Alvar es alpinista, espeleólogo, marino, submarinista… y biólogo.

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Amara me pregunta por algunas facetas de mi relación con Anna, hasta ahora, desconocidas para ella.
-Si no fuera porque os conozco, pensaría que has mezclado dos personas en una –me dice.
Y sí, es cierto, lo parece. Sin embargo, esta paradoja aún es más evidente con Mónica, uno de los protagonistas de mi segunda novela, y seguramente no se extrañará, ya que de ella no desconoce nada; aunque, ahora que lo pienso, con Mónica todo es posible. Mi gran amiga hermana puede estar quince días sin abrir la boca, sin que nadie se entere. Y no es mimo lo que hace, que de eso no sabe, sino que participa de tal modo, que cuando le preguntas a alguien si nuestra amiga está de acuerdo de lo que hablamos hace días, responde que sí con sincera seguridad, sin poder determinar cómo lo sabe ni quién se lo ha dicho.
Hace muchos años, cuando empecé a escribir nuestra historia, me pidió que lo hiciera por y para ella. Lo intenté y no pude. Me salían pocas cosas y mal. Hace unos días volvió a pedírmelo y decidí cumplir su pedido en cuanto terminase mi tercera novela.
-Deberás pasar un tiempo conmigo, casi pegada a mí y hablar mucho -le dije para prepararla.
-¿Por qué?
-Para conocerte mejor, saber lo que piensas –respondí.
-¡Pero si de mí lo sabes todo!
Me la quedé mirando… No, apenas sé algo de ella; ni siquiera Jep sabe cómo piensa y qué le pasa por la cabeza, cuando se enfrenta a un problema. Y al recordar le pregunté qué pensó cuando nos conocimos, cuando su primera vez con Jep, cuando corría delante y tras la policía, cuando tuvo a su hija, a su hijo…

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En mi tercer libro me atasco demasiado, como si la historia que cuento no me perteneciese, todo lo contrario que con los otros dos, que los escribí de seguido y casi sin parar. Además, hay demasiado sexo.
El sexo es omnipresente durante los primeros catorce o quince años de mi historia con Amara, hasta un límite que dudo que alguien pueda imaginar. Amara era un animal sexual absoluto y en todos los sentidos, el que emitía por su especial belleza, por cada uno de los poros de su piel, de su mirada, de su boca, de su cuerpo; que mezclaba la amistad, el amor y la ternura con el sexo más refinado, brutal, tierno o salvaje, que yo y cualquiera de nuestros amigos hayamos podido conocer.
Mi compañera tenía dos vidas, la familiar y la del trabajo, distintas y separadas por un infranqueable muro; y vividas con tal intensidad que se me hace difícil explicarlo.
Hace poco, al hablar de este tema con Mónica, me contaba que le doy demasiadas vueltas a las cosas, que Amara es como ella y le gusta vivir el momento, sin pensar en su maldad o en su bondad. Necesita tocar y sentir a las personas que le motivan y le gustan, de la misma manera que a un paisaje, una situación, un animal, el mar… Como cuando andaba por la montaña con Jep buscando animales, plantas o hablando de lo que más le interesaba. O cuando se lanzaba al mar y daba de comer a los peces que la rodeaban y picoteaban; o al encontrar una estrella de mar y hacía lo posible para enseñárnosla sin moverla del sitio, solo acariciándola. O cuando, con mar gruesa, se sentaba en la proa con las piernas colgando inspirando con intensidad, como si quisiera apoderarse del instante, del aire y del agua. Y con los amigos también era así. No podía concebir el poder compartir su vida, sus inquietudes, sus sentimientos con ellos, sin amarlos, sentirlos en su interior, inspirarlos hasta el límite. 

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