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No hay día que no piense en mis amigos fallecidos, en nuestras conversaciones, en las soluciones que me propondrían en los muchos problemas que me van surgiendo. Quien me conoce (incluso en este sitio) sabe que suelo consultar sobre los temas más diversos a mis amigos de confianza, y más rápido que lento, me estoy quedando sin consejeros. A veces sueño con ellos, aunque en nada olvide todo lo “vivido” lo cual me causa bastante pena. No obstante, estoy seguro que de algo me sirve, instintivamente o porque mi subconsciente algo recuerda, sé que recibo consejos que luego me sirven para seguir mi vida, lo que hago, pienso y, sobre todo, siento.
En dos semanas Mila y yo partiremos de viaje en lo que había de ser nuestra última aventura. Había de ser porque anteayer me confesó que había pensado en otra para dentro de un año, más salvaje, brutal, auténtica. Yo, por supuesto, no quiero vivir situaciones traumáticas, aunque no lo fueran tanto para mi y mucho menos para ella. Con Mila he vivido mucho, muy intensamente, incluso al filo, pero ni mucho menos lo mismo que con Anna, Alvar o Lourdes. Aunque ahora, visto con la templanza que me da la edad, las vivencias con Mila hayan sido las más intensas y desafiantes, porque no eran de riesgo salvaje de solo unos instantes, días o semanas, sino del transcurso de toda una vida. Quizá Mila quiera saborear una aventura de mucho riesgo, ese que a los seres humanos normales les hace subir la adrenalina. El mes que viene lo sabré.
Ahora mi vida se
limita a escribir sobre economía y medio ambiente, asesorar a
empresas y a otras instituciones que prefiero no explicar; a cuidar a
mis nietos e ir a la playa en bici, nudista por supuesto, y bañarme
y conversar con una joven y ya vieja amiga a la que quiero como a una
hija.
Como mis lectores pueden apreciar, mi vida se ha vuelto
muy tranquila.
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