____________________________________
Esta
mañana, tres dejar a mis nietos en el cole, he pasado por el mercado para
comprar un par de hamburgueses para Amara y para mí, y el carnicero, muy
simpático he de confesar, ha tenido a bien recordarme que hoy es el día de la
mujer.
- Lo sé, lo sé. Esta tarde voy a la mani – he respondido entre las risas de sus
dos compañeras.
Y automáticamente he pensado en todo, absolutamente en todo. Y me he preguntado qué hacía yo en una manifestación como esta, a no ser para ver a unas jóvenes amigas y hacer unes risas con ellas.
Mi familia no era especialmente machista. Mi madre quizá más que mi padre, bastante calzonazos por cierto. Y es que en aquellos tiempos ir de sexo débil tiraba mucho. Ahora que mi memoria parece despertar, debo reconocer que mi padre no llegaba a la mitad de la mitad del machismo de la época, fuera de los típicos micromachismos aún tan vigentes, debido quizá a la educación recibida por parte de mi poderosa abuela.
A
los dieciocho me fui de casa, pero quienes conocen mi historia saben que a los dieciséis
ya vivía con un pie fuera, medio loco por Alba; y que a los catorce ella y yo
nos introdujimos en el mundo hippie con todo lo que eso representaba o así lo creímos,
la libertad individual y colectiva, la igualdad más absoluta y el amor libre
sin prejuicios de ningún tipo. Nuestras banderas eran la paz y el amor, y nuestra
heroína Joan Baez.
Piensen bien lo que fuimos en la España franquista de 1965. Hasta hace poco no
le daba importancia, para mi era de sentido común y lo convertí en normalidad.
Solo cuando escribes tu historia y empiezas a recordar para enlazar todos los
episodios, te das cuenta de lo que representó.
Tenía dieciocho años cuando en nuestra comuna compartíamos la educación y la manutención de un niño y una niña, ella de una menor, él de una madre soltera de Fez y ella de una menor malagueña. Los paseaba por el parque y las calles de Horta. Aprendí a cambiarles los pañales, a calmarlos en sus lloros, dormirlos, darles de comer y, sobre todo, jugar con ellos. Aunque a muchos les cueste entender, eso también era parte del amor libre y su normalidad, no feminismo.
El feminismo
lo conocí de golpe, con la visita de una amiga de Alex acompañada por Lidia
Falcón, tras su participación en la primera manifestación feminista de Barcelona,
donde recibieron muchos palos de los grises. De aquella reunión solo recuerdo estar
sentado en silencio por educación, porque tanto a mis compañeros como a mi carecía
de sentido. Hoy probablemente lo veríamos de manera distinta.
Luego llegaron mis viajes con Anna y Lourdes, mis experiencias con Alvar, la
revuelta y Mónica, los pisos francos donde refugiábamos y escondíamos a mujeres
en riesgo, incluso con sus hijos; y el rescate de Anna en Myanmar, detenida
precisamente por su feminismo. Un exceso de experiencias, algunas de las cuales
habría preferido no vivir.
El carnicero no conoce mi historia, ni él ni la mayoría de las personas de mi actual entorno, de eso que siguiendo la broma recordara lo más banal, pero que sirve para demostrar mi carencia de machismo o eso espero. La educación de nuestros hijos, cómo los bañaba, daba de comer, vestía y llevaba a la escuela. Lo que he llegado a hacer con ellos, las vivencias que he compartido y el modo como Amara y yo los educamos. Amara solía trabajar de noche y los fines de semana alternos, por lo cual era yo quien se cuidaba de los quehaceres más básicos de su educación y cuidado, al menos los días que ella no podía, aunque cuando libraba lo compartíamos. Y siguiendo la broma lo reto a que pregunte a mi hija, hoy con cuarenta y un años, si recuerda cómo la peinaba y, pese sus quejas, la cola de caballo que le hacía. Aún hoy soy yo quien hace las trenzas a mi nieta, porque a Amara no le salen tan bien.
En fin, hoy escribo esta entrada después de hacer la cena, tras haberlo pasado bien en la mani feminista con mis cuatro jóvenes amigas abogadas.