lunes, 26 de febrero de 2018

ROB Y AMARA

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Eso de que el chico malo es más atractivo es un camelo, dice. Los que más y mejor placer dan son los más tiernos y los que más respetan. Lo demás son pamplinas de mujeres poco o mal folladas.

Y Richard, que eso lo ha pillado desprevenido, afirma con la cabeza, no porque lo supiera sino porque tiene sentido, aunque no coincida con lo aprendido. Y yo, que ya no puedo aguantar por mucho tiempo la risa, observo a Rob, que de los cuatro británicos es quien se ha llevado la mejor parte. Alto y desgarbado, con una cicatriz que va desde la oreja hasta vete a saber, porque Amara todavía no me ha contado. Pero una cosa si que tiene, es fuerte, muy fuerte, eso que a ella tanto le gusta, aunque no sea requisito imprescindible. Cada centímetro de Rob es músculo, y tiene muchos, de lo contrario no se entendería su éxito en el rugby de su país. Su cabello, de corte impreciso, es espeso y muy desordenado, hace juego con una vestimenta sin evidencia de marca. En eso nos parecemos, unos tipos que abrimos el armario y nos ponemos lo que hay en el primer colgador, y como más desgastado mejor. De mirada inteligente, que para muchos podría ser inquisitiva, y poco expresiva excepto para Amara, que parece entenderlo precisamente por ella.
Al contrario de lo que se espera, su apretón de manos es justo y muestra la delicadeza de su espíritu; su voz, sin embargo, es tan abrupta como seca, y pocas veces tienes ocasión de escucharla.

Las tres mujeres de mi vida, Anna, Mónica y Amara. El amor que siento por Mila es distinto, es el del hermano amigo. Las tres esperan y dan lo mismo, ternura y respeto, pero con distinto éxito. Anna, la más preparada por su profesión, es excesivamente suficiente y con todas sus parejas ha fracasado; Mónica, llana y sencilla, es tan osada que no mide las consecuencias y a todos da una oportunidad; y Amara utiliza la intuición con tanta pericia, que no le conocemos ningún fracaso. Amara acierta a la primera, no necesita asegurar porque su decisión ya asegura.

La intuición no es otra cosa que el proceso casi instantáneo de miles de datos almacenados en el cerebro. Seguramente Amara habrá almacenado las conversaciones, gestos y miradas de miles de pacientes. Empatiza con sus enfermos y sus familias, hasta un punto difícil de entender. Por años que pasen no los olvida y podría rememorar todas sus conversaciones. Pacientes gravemente enfermos, moribundos a los que acompañó en su último minuto, a sus familiares y sus amigos; y los enfermos, quieras o no, son los que más te enseñan, porque frente la tierna mujer que los escucha mientras los cura no levantan escudos. No, Amara nunca se equivoca, solo necesita la fracción de un segundo para saber cómo es aquella persona, lo que siente, sus debilidades y sus fortalezas, si miente, si le hará daño, si la satisfirá como ella espera. Amara lo sabe todo de todos sin necesidad que nadie le explique su vida.
El carácter de Mónica no deja de tener su lado positivo. A ella poco le importa que el hombre sea más o menos adecuado a sus deseos, siendo como es de un solo uso. Si sale mal lo olvida, y si sale bien quizá vuelva a usarlo una o dos veces más, pero solo quizá.
Tantas veces he visto a Mónica encogerse de hombros, ante algo que para otros sería un trauma, que ya nada me extraña.
Anna huye del hombre que la ama, lo aparte de su vida a no ser que lo pueda tratar como amigo y su amor no sea excesivo. Anna teme el amor, sin embargo, ama muy intensamente. Quizá por eso hemos sido capaces de mantener esta tan extraña amistad, tanto conmigo como con Pierre, lo más parecido a una pareja, que solo ve unos días al año, a veces ni eso. Dos hombres que, aun amándola intensamente, no interferimos en su vida.

Rob es, podríamos decir, el ideal de toda mujer, el amante perfecto, de un país lejano, tan educado que casi pide permiso antes de seducir y perdón por ser seducido; tierno, fuerte y cariñoso, sin problemas de pareja y con el dinero suficiente para hacer lo que quiera. Rob no siente celos, al menos eso aparenta. Puede compartir su amante con sus amigos, incluso conmigo, y lo celebra. Solo de una cosa se arrepiente, no haberla conocido antes; pero eso no dependía de él sino de la fortuna.
Y Amara es el ideal de cualquier hombre, tan bella como culta, sin ningún prejuicio y maravillosa en todos los aspectos. Amara carece de vida paralela, no sabe separar su vida familiar de la de sus amigos, porque para ella todos son parte de su vida. En eso somos muy distintos, yo tengo mi vida y solo espero que nadie se inmiscuya; ella, sin embargo, la comparte sin ánimo exhibicionista, sobre todo conmigo. Y si Jep y yo, que solemos hacerlo, nos quejamos, responde:
- Sois mis amigos y necesito compartirlo.
Rob es lo más parecido a nosotros, aunque aún más reservado. Rob evita entrar en detalles y lo consigue gracias al idioma.

Ella se levanta, se supone que para coger algo que ya buscaba con la mirada, pasa por su lado y aprovecha para hacerle una caricia con su cuerpo. Se lo hace a todos, es habitual en ella, a Jep y a mi a veces con solo la mirada; sin embargo, con él es especial, mucho más sensual y con más tiempo, sin descaro, pero tampoco disimulando. Jep lo lee como una invitación al sexo, lo veo por su mirada; yo, sin embargo, lo entiendo como Rob, Amara se rige por impulsos instintivos, y en este momento quien más la necesita es él. Su expresiva y sensual gestualidad hacia él no es muestra de más amor que al resto, sino de ofrecimiento. Sin expresarse con palabras le está diciendo:
- Has venido de lejos, sé que por mi, y aquí me tienes para lo que te plazca.
Y él quizá no pretenda sexo sino solo estar con ella, con la ternura y seguridad que la preciosa mujer le brinda, aunque sepa que al final también lo disfrutará.

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