viernes, 14 de enero de 2011

EL 31 DE DICIEMBRE

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Este treinta y uno de diciembre sufrí un accidente, un punto negro dijeron los mossos, el piso estaba resbaladizo. Cuatro coches en hora y media, bastantes más durante el resto del día y muchos menos de los que cabía esperar, porque con tanto percance se produjeron muchos atascos. La compañía me convenció que demandara a la Generalitat, el problema es que si la cosa va bien, cobraré dentro de veinte años, cuando tenga ochenta, y el coche está a nombre de mi empresa. Deberé mantenerla operativa si quiero cobrar.

Llevé el coche al taller con la grúa y nosotros seguimos el viaje en taxi hasta Tragurá. El taller está frente a mi casa. A mi vuelta hablé con el mecánico, somos viejos amigos...
-Si en tres meses eso no mejora, cierro el negocio- me dijo desolado.
Bueno, pensé, mi reparación, aun siendo sencilla y yo muy conservador, ya que lo tengo a terceros, subirá lo suficiente para aguantar una semana.

Amara encargó una puerta al carpintero vecino de mi casa. Hoy he pasado para ver cómo lo llevaba...
-Solo tengo trabajo para un mes, ya veremos el próximo, el siguiente lo tengo medio ocupado. Así no vale la pena continuar-
En septiembre reunió a los cuatro y pactaron una reducción de salarios. Los sindicatos, claro, a dios gracias por allí no pasan.

Mi informático lo tuvo peor, son veinte trabajando, la reunión fue tensa y los salarios debían adecuarse al beneficio obtenido. Alguien dijo que había ganado mucho cuando todo iba bien, pero el tipo estaba preparado y enseñó los balances. Solo en maquinaria había invertido más de un millón, los gastos, el alquiler y demás, otro pico. Y ya llevaba seis meses perdiendo dinero.
-O eso o cerramos- dijo

En Tragurá me encontré con viejos amigos: un mayorista de frutas del Ampurdán...
-Vendemos un 40% menos de manzana, de la pera ni te hablo, y lo peor es que el agricultor no puede cerrar los árboles, se morirían. Deberé despedir la mitad del personal del almacén-

Toda esta gente ha aguantado como ha podido, esperando que a nuestros gobernantes y banqueros se les pasara la estupidez, que despidieran a los inútiles de sus economistas, que no por haber estudiado dejan de serlo. El problema es que no hay manera, no se sabe cómo, tienen embaucado al personal, de allí no se mueven. Lo peor es que no quieren corregir el desaguisado, porque saben que, de él, ellos son la parte más importante. Y no conozco nadie que se retire reconociendo lo estúpido que es.

Cuando algo me sale mal, busco el culpable: una pieza, una herramienta, una máquina... un representante, una clientela... un mal diseño producto de un mal momento, no poder dormir, el estrés...
Para solucionar un problema hay que encontrar al que lo provoca. Y una vez localizado, a poder ser hay que corregirlo y si no, hay que eliminarlo. De no ser así, el tejido seguiría saliendo con la misma tara, las prendas igual de mal cosidas o aquel cliente que debe mucho aumentaría su deuda. Así es como nos enseñaron.

De todos es sabido cuál es el origen del actual problema, desde un presidente de la banca, hasta el Mohamed mantero que me vende DVDs piratas; desde el presidente de nuestro gobierno, hasta el librero de usado, de la plaza de las Armas de la Habana. Todos lo saben, pero nadie hace para solucionarlo; los de cintura para abajo porque no pueden y los de cintura para arriba porque no quieren. Ninguno se da cuenta que eso tiene un final, en este mundo todo lo tiene, que petará y se los llevará por delante. Pero da lo mismo, esperan un milagro de la naturaleza, de los otros no; que de eso ya nadie cree, ni el papa de Roma, ni los obispillos de la COPE.


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