viernes, 24 de septiembre de 2021

El Poder de una Convicción, 8ª parte

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Una gran mansión, casi tan grande como el grupo de casas en la que estuve confinado, pero de una sola pieza. Se entraba a través de un viejo portalón a un enorme patio, a la izquierda de este una gran puerta de madera labrada y remachada con grandes tachuelas de hierro forjado. Sobre ella podía verse una ristra de ventanales ovalados en su parte superior, y más arriba dos óculos redondos que debían iluminar un desván. La puerta daba entrada a una gran estancia con suelo hecho de grandes losas de barro cocido, pulidas por el uso y la limpieza, sin apenas resquicios entre una y otra. Enfrente, una escalinata de mármol que daba a un largo y ancho pasillo que hacía de distribuidor, iluminado por los ventanales que había visto desde el patio. El pasillo, por su tamaño e iluminación, estaba decorado formando pequeñas estancias con lámparas de pie, butacas, mesas y sofás; de manera que se podía hacer vida con comodidad y con la preciosa vista de la huerta y el jardín fuera del muro que cerraba el patio. Tras la puerta central, la más grande, una gran sala con un piano pegado a una de las paredes y decorada con antiguos y cuidados muebles. Lo más impresionante: un gigantesco óleo con, se suponía, el abuelo de María armado con una escopeta de caza y un Pointer a sus pies. A su lado, otra pintura del mismo tamaño en la que se veía una altiva señora, alta y delgada, vestida a la época. No me fue difícil descubrir a quién había pertenecido aquella casa. La señora de la pintura era la calca de la madre de María, algo extraño, ya que este tipo de mansión no solía pasar de padres a hijas, a no ser que no hubiera descendencia masculina.
El salón estaba preparado para hacer de comedor y muchas cosas más. La mayoría de los pisos de mi ciudad, ni de lejos tenían su tamaño. María me cogió de la mano
sin mostrar prejuicio ni reserva frente a sus padres, y me llevó a mi dormitorio, una pequeña habitación por los cánones que allí se estilaban, pero grande para los míos. Sobre la cama mi maletín, y en su interior un par de mudas bien escogidas. Desde un principio María había estado segura del final y me lo estaba demostrando. Yo tampoco hubiera dudado de ella.

- Esta noche dormirás solo. Supongo que lo entiendes. Mi novio es un buen amigo de la familia y no me gustaría montar un escándalo- me dijo con una cómica mueca.

Y sonreí como pude, tampoco me sentía con fuerzas de hacer el sexo. Hacía tiempo que no nos acostábamos juntos. Y también era consciente que a partir de entonces nuestra relación cambiaría. No se puede estar en dos sitios a la vez, y aún menos tan antagónicos.

Almorzamos en una sala contigua a la cocina. Parecía depender de ella, pero no era así, antiguamente quizá fuera el comedor del servicio, porque tenía su propio aparador, mesa, sillas y una radio en un rincón. La madre, cohibida pero igual de altiva como cuando la conocí, servía la comida junto a su hija. Sufría por mi maltrecha dentadura, de la que yo no sentía dolor, y la dificultad que pudiera tener para comer, pero lo hizo en silencio, sin apenas dar a conocer su preocupación. Para ella todo aquello había sido muy desagradable. El padre nos acompañó junto sus dos hijos. Me sentí muy violento. María sirviendo la mesa y yo sentado, magullado, pero sentado.
Hice como que me levantaba, y María previéndolo me frenó con un gesto. Mis padres me habían acostumbrado a servir la mesa de igual manera que mi hermana. No concebía otra cosa, y en nuestra casa habría sido impensable. Mi abuela era diferente, pero era rica y tenía dos sirvientas, por lo que nunca la vi levantarse de la mesa. El padre, viendo mi turbación me dijo:

- Hemos dado fiesta al servicio, así podremos hablar más tranquilos-

No obstante, al terminar aproveché que nos levantábamos para llevar algunas cosas al fregadero. Cada uno es como es y aunque fuera invitado, hay cosas por las que no podía pasar. Y uno de los hijos, disimulando normalidad siguió mi ejemplo.
Hablamos de muchas cosas, pero nada de lo que en principio
podía interesar. Para mí fue muy aleccionador, sobre todo por lo del servicio. El mayor de los dos se disculpó con elegancia.

- En casa todos somos militares y tenemos la mala costumbre de ser servidos. Sé por María que estuviste en Cachemira y tuviste contacto con un comandante paquistaní. Tengo entendido que fue muy interesante-

Y les conté nuestra experiencia con nuestro amigo y sus soldados. Se rieron porque la pinté con humor, al exponer el contraste entre Anna y el comandante, que era un tipo progresista y muy occidental, mientras ella rompía todos los moldes. Y me di cuenta que querían escuchar algo más de la historia. Anna les interesaba, pero la conocían de pequeña y sabían de qué pasta estaba hecha, les interesaba más saber qué impresión extraje de la historia. Y les conté lo que el oficial dijo de su ejército, de la diferencia que existía con el norteamericano y el británico. Y lo escucharon en silencio y sin pestañear. Y también les conté lo que nos explicó sobre la guerra del sesenta y cinco, la batalla en la que su ejército perdió la guerra, y porqué los mejores tanques norteamericanos del momento sucumbieron frente a unos soldados bien dirigidos y escondidos entre los arrozales, armados con pequeños cohetes rusos. Entre ciento cincuenta y doscientos tanques Pathon destruidos a causa de la prepotencia y la falta de buenos mandos en su infantería, y luego los miles de muertos en un día de aquella misma infantería, porque una vez más sus mandos habían olvidado estar a su lado. Y el concepto que le tenían los soldados a su mando y lo que le comentaron a Anna.
Y les expliqué que nuestro amigo había estudiado en Norteamérica y en el Reino Unido, y nos contó que allí los mandos son uno más, comen con sus hombres, se ponen en la misma cola con la bandeja, y toman asiento en la misma mesa. Que la diferencia entre un ejército occidental y el suyo empezaba por eso.

- En Pakistán, las clases sociales están muy marcadas y los militares son de la más alta. Nunca se mezclan con sus soldados y las órdenes no siempre llegan como debieran, ni son obedecidas con la suficiente premura. El divorcio entre quien está combatiendo y quien manda es muy profundo-

Y eso lo dije sabiendo que el ejército en el que servían padecía el mismo defecto, pero con el suficiente tacto para que creyeran que no era así o no era consciente de ello.
Y hablamos de nuestros amigos, de la gente de la comuna, de cómo y de qué vivíamos; de mis amigos de veraneo, del fracaso de mis estudios. Y me sorprendí hablar de e
so, cuando siempre lo había evitado por vergüenza o desazón. A María nunca le había contado esa historia, ni lo que había soñado ser cuando mis estudios iban bien.
Por la noche, mientras paseábamos por el jardín, María me explicó que a mi vuelta un tal Tomás se pondría en contacto conmigo. 

- A partir de ahora, nuestra relación puede volver a ser la misma, siempre y cuando tu quieras- 

Y al poco y no obtener respuesta.

- Supongo que nunca olvidarás lo que te he hecho-

La miré a los ojos fijamente y con la sonrisa más abierta posible, sorprendido que me conociera tan poco. Quizá Anna se había guardado más de lo que yo imaginaba, y dejó que nuestra relación fluyera por sí sola, sin prevenciones.

- Creo que deberías hablar más con Anna- respondí

Y como respuesta me cogió del brazo sin temor a que nos vieran, y apoyó su cabeza en mi hombro.

Nunca entendí aquella mujer, tal como ella tampoco a mí. Lo único que sabía es que era tan fuerte y consecuente como su amiga de la infancia. Un enfrentamiento entre ellas podía ser una bomba de proporciones megalíticas, y su unión, la ola de un gran tsunami.
Yo ya había olvidado.
Los hombros apenas me dolían y solo notaba la rotura dental por la irritación de la lengua al rozarla. No sentía ningún resquemor, la confianza que me había demostrado había curado cualquier sentimiento negativo. Había sido una experiencia, parte del juego. Había apostado y sabía a lo que me exponía, ahora más que nunca. Ellos se jugaban más, toda la familia, el padre y sus tres hijos; y estaba seguro que había más, mucho más. Y me sorprendí a mi mismo al darme cuenta que me estaba divirtiendo. Y me pregunté si sería capaz de hacer lo mismo a una persona querida, por un proyecto de héroes, locos o las dos cosas a la vez, y con pocas posibilidades de éxito. Y pensé que sí lo sería.

- Dentro de unos días me desplazaré a Madrid, he conseguido el cambio de facultad, es la ventaja de tener un padre militar, y me alojaré en una residencia de estudiantes. Nos veremos poco o quizá nunca más. Nunca se sabe-

Y cerca de una gran morera, cuyo tronco nos cubría de miradas indiscretas, la abracé y la besé. De todos modos, saliera bien o mal, había valido la pena.

A la mañana siguiente desperté tarde. Muy lógico por lo poco que había dormido, que era nada. Mis amigos estaban acostumbrados a las fiestas, a no dormir una noche entera y beber hasta la salida del sol. Yo no me lo podía permitir y tampoco me gustaba. La fiesta sí, pero hasta un punto, el del sueño. Artur, Patty, los amigos del Pirineo, eran como yo. Tal vez nos lo pasáramos mejor, nuestras fiestas eran más disparadas y sin prejuicios, todo lo contrario que los demás; pero a cierta hora nos acostábamos y dormíamos como benditos.
La noche anterior no había estado de fiesta,
solo había sido torturado, y eso, aparte de doler, cansa. Eso pensé en aquel momento, con el sentido del humor que la situación merecía.
Nadie me dijo nada, encontré la mesa puesta y, en mi rincón, había una naranjada recién exprimida.
Me preguntaron si había descansado bien, si me había recuperado. Estaban empeñados en que tomara algún calmante y yo no sabía como decirles que
ya no sentía dolor.
¡Qué equivocado estaba! Al llegar a casa
apenas podía levantar los brazos. Los condenados hombros se hincharon y me dolían mucho, hasta el punto que mis padres consiguieron llevarme al médico. Y el pobre, al no entender lo sucedido y después de preguntarme mil cosas, se inventó una explicación más absurda si cabe que la mía o incluso que la realidad, y pretendió que fuera al hospital.
Cuando llegamos a casa, me negué a dar más vueltas. Tomé los calmantes que aquellos malditos aragoneses habían metido en mi maletín y pasé
un par de días descansando, ya que el resto del cuerpo también empezó a dolerme, aunque ni mucho menos como los hombros.
Decidí
trasladarme definitivamente a la casa de mis padres. Era mejor para lo que estaba pensando. Antes hice un último esfuerzo y fui a mi casa. Debía una explicación a mis compañeros, la que consideraba mi auténtica familia, y les expliqué la historia al completo, de tal manera que nunca pudieran relacionarla con María. Para ellos me había introducido en un grupo de la oposición democrática, en el que la lucha era lo más importante, callejera o política. Me había infiltrado en unos grupos radicales de ultraderecha, y era conveniente para la continuidad del proceso y por la seguridad de todos, que fingiera una vida lo más convencional posible.
Lo entendieron. Seguiría trabajando para la
familia, pero desvinculado de la convivencia. Me había desprendido de un peso, el más grande.
Durante el tiempo que no pude
mover bien los brazos mi padre me ayudó mucho. Mila se presentaba cada día con el material, yo hablaba con la clientela por teléfono, y él, aprovechando su trabajo de representación, lo repartía. Tan solo fueron tres días, insuficientes para echar a perder nuestra mecánica.
Mila aprovech
ó esos encuentros para desearme suerte y ofrecerse para lo que fuera. Mi amiga hermana, la más joven, divertida y quizá desinhibida, quería ser útil y luchar a mi lado. Curiosamente, de todos nosotros era la que parecía más activa y comprometida, la que mejor entendía a las dos famosas feministas y a la gente de la CNT, todas amigas de Alex. Mila era consciente de lo importante que era la discreción y que no había de comprometer a nadie.

Cuando me sentí mejor y pude coger el coche, me acerqué a casa y volví a organizar la comercialización de los productos que hacían otros. Con eso no ganábamos mucho, pero lo suficiente para pagar los gastos de mantenimiento de la casa y nos ayudaba a ahorrar. Solo llegar me encontré que lo de Mila era solo la punta del iceberg. Mis compañeros siempre habían estado concienciados, pero desde el silencio y la impotencia. Ahora, por vez primera podían hacer algo.
Durante dos días hablamos de política, de la situación que creía ver en los grupos de los que se hablaba y la corrupción imperante en su interior.

- Cada vez que uno se mueve la policía se entera, a veces antes que él- nos dijo Alex.

Les expliqué que la única manera era actuar fuera de sus círculos, que sería muy arriesgado, ya que al ser desconocidos, si pillaban a uno lo machacarían sin piedad para saber algo más. Les comenté que tal como iban las cosas, las comunas como la nuestra debían estar fuertemente vigiladas, por un lado por la sospecha de droga, y por otro por su idiosincrasia libertaria.
Los convencí, no del todo, pero sí lo suficiente para esperar la reunión prometida.

 

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domingo, 19 de septiembre de 2021

El Poder de una Convicción, 7ª parte

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La pequeña plaza estaba desierta, no se veía el movimiento de la primera vez. Nadie me esperaba o eso me parec. De una de las casas más alejadas me pareció haber visto una tenue luz amarilla. Me dirigí hacia allí pensando que de no ver clara la cosa tomaría las de Villadiego. De pronto unos faros iluminaron el coche por detrás y segundos más tarde otros al frente que me deslumbraron. Poco podía hacer. Todo suced demasiado rápido. Unos tipos salidos de la nada abrieron la puerta y, con el coche aún en marcha, me arrancaron de él arrojándome al suelo sin contemplaciones. Uno de ellos clavó lo que me pareció la bota o su rodilla en mi cuello, no podía casi respirar, mientras otros dos me esposaron por detrás. Iban armados con pistolas, pero era tal su seguridad que ni siquiera las tocaron. Oí como uno decía a otro algo más alejado:

- La chica no está y por el camino nadie ha descendido-

A esos tipos nos los conocía, al menos de voz. Uno de ellos me dio un puñetazo en los riñones que me hizo rodar por el suelo. Parecía desahogar su rabia. Al levantarme recibí una patada que me volvió a tirar al suelo, esta vez de cara, aunque pude evitar el encontronazo ladeándome con el hombro. Alguien frenó al energúmeno.

- Lo necesitan entero, probablemente solo es un pajarito-

En ningún momento pude verles la cara y por si no fuera suficiente, al entrar cubrieron mi cabeza con un saco que me pareció negro.
Por el hedor podía ser un antiguo establo. Me lleva
ron cogido por el saco a la altura de la garganta, de modo que solo pudiera moverme en la dirección que marcaban, de lo contrario me asfixiaría. Me sentaron en una silla con las manos esposadas tras los barrotes del respaldo. Así estuve mucho tiempo, probablemente horas, no sé cuántas. El oído es lo que me quedaba, y tras la capucha solo me llegó el ruido de un coche entrando o saliendo de la plazoleta. Mucho rato después oí voces y gritos, tenues por la lejanía, desgarradores por su tono.
Quise creer que se trataba de
una comedia de mal gusto. Me devané los sesos pensando en María, si no habría venido por sospechar algo, pero era imposible o así lo creí entonces.
Entraron dos tipos, quizá tres.
Dos de ellos me desnudaron. Hacía frío. La inmovilidad me atenazaba y empecé a temblar. Habían dejado la puerta abierta y se oían claramente los gritos, esta vez con más lamento. Aquello era demasiado real y cruel, demasiado salvaje para ser un vulgar montaje.
Uno de ellos empezó a hablar, tranquilo, sin gritos y con mucha seguridad.

- Te han engañado, hijo, y cuanto antes terminemos mejor para todos. Ya tenemos a la puta de tu amiguita. Está en camino. No eres el primero al que engaña, pero sí que vas a ser el último de su carrera. A ver, cuéntame cómo pasó todo. Para empezar, ¿cómo te llamas?-

Se lo dije, después de todo tenían mi DNI.

- Muy bien. ¿Dónde vives?-

Le di la dirección de mis padres, la que salía en el carné.

- ¿Solo este?-
- Si-
- ¿No frecuentas otros?-
- No-
- Qué raro.
La putita ha dado otra dirección. Cuando llegue lo aclararemos-
- ¿Y tu alias?-

Debió notar mi turbación, porque levantó la capucha para verme mejor.
Estaba rodeado de tipos,
tres de frente e intuí que uno detrás de mí. No les vi la cara, ya que unas cuantas bombillas me deslumbraban. Querían ver mis ojos al responder. Estaba seguro.

- No tengo alias-
- Bueno, de eso hablaremos más tarde. ¿Y tu compañera cómo se llama?-

De pronto se oyó un grito mucho más fuerte que los anteriores, agudo; luego como un estertor.
Uno de ellos soltó un grito.

- ¡Me cago en dios! Cerrad la puta puerta. Siempre con lo mismo-

Me dejaron solo, con una manta cubriendo mi cuerpo y la capucha en la cabeza. Pensé en lo peor, que habían matado al que estaban interrogando y por eso marcharon. Estuve así mucho tiempo, tanto que ni recuerdo. Empecé a soñar, no podía dormir, pero si entrar en un estado de ensoñación. Pensaba en mil cosas que nada tenían que ver con la realidad, no quería vivirla. No sé el tiempo que transcurrió, porque me caía de sueño y de vez en cuando un tipo entraba y me daba agua. Como estaba desnudo no sentí reparos en mearme encima, tampoco podía hacer otra cosa y no quise pedir nada a aquellos tipos, porque así me dejaban tranquilo.
Volvieron a entrar, uno de ellos se reía.

- ¿Dónde lo habíamos dejado? ¡Ah, sí! En el nombre de tu amiguita-

Fue en aquel momento cuando me blindé. Dejé de sentir emociones con respecto a lo que me rodeaba y empecé a viajar con mi imaginación, tal como nos enseñó un amigo de Bill, desertor de la guerra de Vietnam y al que una vez detuvieron y pudo escapar.

- Si te interrogan siempre terminas cantando, pero no por ello te van a perdonar. Si es necesario inventarán preguntas para las que no tienes respuesta. Así pueden torturarte hasta el límite que te han asignado-
Y cuando le preguntamos qué técnica se utilizaba para evitarlo, dijo:
-
Te inventas una historia, la más bella que puedas imaginar; triste o alegre, da lo mismo, y te aferras a ella, te recreas hasta que te envuelve y no puedes evitarla. Y, dependiendo cómo, incluso la puedes disfrutar-

Uno de ellos cerró la puerta y el tipo que se reía repitió la pregunta.

- Inés- dije.

No sé cómo me salió. Nunca había conocido una tal Inés y no me dio la gana que se llamara Raquel, que era lo que María esperaba de mí.
R
ecibí una bofetada, y silla y yo dimos en el suelo. El tipo parecía muy irritado. Temí lo peor, pero por otro lado pensé que había acertado. Uno de ellos me empezó a gritar. Dijo que habían detenido a todo el grupo y que no tenía nada que esconder, no serviría de nada. Les podría haber preguntado por qué me interrogaban si ya lo sabían todo, sin embargo, mi mente estaba de viaje, imaginando una historia con Inés. Era Mónica en Calella, desnuda como la vi, morena, espléndida, de espaldas a mí con el agua hasta su cintura y la luna reflejándose frente a ella. Y yo la abrazaba y la amaba.
Me
golpearon, dolió mucho. Oí sus gritos, me sentí sucio, cubierto de barro con mis propios meados, pero ya no podía escuchar sus preguntas, no me importaban. Yo seguía con mi historia. Lloraba de dolor, por qué negarlo, pero mi cabeza seguía lejos, muy lejos.
Pas
ó mucho rato, no sé cuanto, tampoco me importaba. Al principio la rabia que sentí me impidió hablar. Sabía que de allí no saldría vivo, estaba seguro, pero al poco le dí más importancia a seguir con mi historia, que a salvarme de unos golpes que ya no sentía, quizá porque tampoco los recibía.
C
ambiaron de pregunta y, no sé cómo, la entendí. Era otro el que preguntó, tal vez por agotamiento del anterior o para cambiar de estrategia.

- ¿Cómo empezó todo?-

Habían vuelto a quitarme la capucha. Noté sangre en mis labios, creo recordar que tosí.
Y les conté c
omo, tras la rejas del Palacio Real, vimos a los perros cargar contra los estudiantes porque un tal Pete Seeger había querido dar un recital.

- ¿Conocéis a Pete Seeger? Seguro que no. Canta muy bien. No sabéis lo que os perdéis-

Y les conté que, besándonos tras los barrotes, decidimos luchar contra los perros.
De golpe
convertí a Mónica en María bajo el nombre de Inés.
Callaron.
Me pareció que desconcertados. Me levantaron y a rastras me llevaron a otra casa. En la calle debía hacer más frío, pero yo ya no lo notaba. Los golpes me habían insensibilizado a él.
Una vez en el interior, al pasar por una habitación, me pareció ver a María conversando con dos tipos. Parecían tranquilos y amenos. Estaba de espaldas a la puerta, sentada en una silla y frente a una mesa. Intenté parar para asegurarme, pero un golpe me lo impidió.

- Si, es la puta de tu amiguita, no hace falta que mires más. Es una vieja amiga que se tira a todo dios. Por sus excesos os hemos cogido, ya ves. Y no te preocupes por ella, no va a pasarle nada. Esa canta bien y con facilidad. Mejor que tu Pete Seeger- Y se rió de la ocurrencia.

Y recordé al amigo de Bill, cuando nos contó que utilizaban mil argucias, y la que más éxito tenía era que el interrogado descubriera por si mismo la presunta traición. Y, no sé cómo, durante un instante pude encajar lo que había visto, las palabras del animal, las de María y las del norteamericano.
Me sentaron en una silla, allí
hacía menos frío, volvieron a encapucharme y me dejaron solo. Al cabo de un rato entraron unos cuantos, supuse que los cuatro de antes. Y sentí como algo atravesaba mis hombros como si fueran largas agujas. Dolía mucho, tanto que lloré bajo la capucha, me temblaba todo el cuerpo. Y, luego, más dolor, mucho más, insoportable, intenso como ninguno que hubiera podido imaginar. Los hombros ardían por dentro. No podía moverlos, parecía que los tuviera clavados.
Grité de dolor, pero al momento
volví a mi mágica historia, esta vez para mí. Estaba en el Pirineo, en las montañas. Esta vez había convertido a Artur en Inés en forma de Mónica. Y hacía el amor con ella, en los prados de alta hierba, al lado de ríos llenos de vida y de color, de mágico sonido.
Estaba seguro que en pocos minutos estaría muerto. No estaba en una comisaría ni nada parecido y podían hacer lo que quisieran conmigo. El juego había llegado a su fin y pensé que estaba en mi mano terminarlo de una u otra manera. No les daría ninguna satisfacción y me abandoné, separé mi atormentado cuerpo de mi mente.

- No seas idiota, solo dinos el nombre de tu amiguita-
Era otra voz, que curiosamente había abandonado el apelativo de puta.
- Inés-

Y la imaginé en una cala del Cap de Creus, entre Artur y yo, y le hicimos el amor. El tiempo no existía, de modo que no era consciente de su paso.
Fue muy rápido, aunque para mí el tiempo ya no contara.
De pronto me sacaron la capucha y abrieron los pórticos. Era de día. Me desataron, me dieron un tubo de pomada y me preguntaron si yo mismo podría darme el masaje. Preocupado miré mis hombros y no vi ninguna marca, sin embargo, aún me dolían. Al momento entró María con un vaso de leche, fruta y un calmante. Había estado llorando y ahora me tocaba a mi hacerlo para descargar la tensión.
Al principio no entendí nada
, o sí, pero preferí que me lo explicara. María me miró a los ojos y me abrazó. Y en aquel momento supe lo que había pasado. Al poco entró su padre algo confuso, dijo que nos esperaba fuera, en el coche, que cuando me sintiera mejor iríamos a su casa. Ya en la puerta se volvió y mirándome fijamente dijo:

- Mi hija pasó por lo mismo y tampoco habló, es la única que no lo hizo.

Cuando nos quedamos solos volvió a abrazarme, sin importarle mi suciedad y lo que apestaba, y besó mi maltrecha boca. A mí me dolía hasta el alma, pero la dejé. Me preguntó por Inés, la mujer que me había ayudado tanto. Quise sonreír y no pude, tenía dos dientes rotos.

- Lo de la boca ha sido un error. Lo siento. Te llevaré a un dentista y la arreglará sin que hayas de preocuparte de nada. Con los hombros se han pasado, no era necesario, en unas horas y con un antiinflamatorio se te pasará. Ha sido exceso de celo y por lo de Inés. Había momentos que parecía que lo pasabas bien. Esos tipos no están acostumbrados a eso. Les desconcertaste, creían haber roto tu resistencia-

Y en mi interior sonreí, era lo máximo que podía hacer con mis encías inflamadas. Los sucesos del Palacio Real los había convertido en parte de mi Inés no tan mágica, en un deseo más real de lo que María podía imaginar.
María se sentía mal, había sido una apuesta personal, pero tuvo que soportar ver como su
fiel amigo pasaba por la prueba de un duro interrogatorio. Había hecho lo posible por evitarlo, para ella no solo era innecesario sino que parte de lo que había pactado conmigo consistía en que no habría pruebas de fidelidad. Intentó por todos los medios que no sintiera ninguna atadura hacia ella. Me sedujo y luego me despreció con Jep e insultó a Mónica, provocando mi ira y desconfianza. No pudo ponérmelo más fácil. Cuando vio que, pese a todas esas adversidades, estaba dispuesto a seguir, y sabiendo que la vería hablando amigablemente con mis interrogadores, decidió avisarme. “No esperes ayuda, no confíes en nadie, solo en mí. Te engañé con Jep y volvería a hacerlo, pero sabes perfectamente que en eso jamás te traicionaré”. Y sí, recordé sus palabras, pero lo que más me convenció fue su coincidencia con lo que nos había contado el compañero de Bill.
Y recordando las palabras de su padre cuando nos conocimos, me di cuenta que había sido utilizado y manipulado desde el primer momento por una mujer excepcional; o quizá por dos, porque María nunca
haría algo así a espaldas de Anna, eso nunca. Todo lo hacía de cara, aún más con ella.
Pasados unos días
me pregunté por qué no sentí miedo, cuando casi desde un primer momento tuve la certeza de que no saldría vivo. Como ser humano he pasado por etapas de miedo, a veces irracional y otras por razones muy lógicas; unas veces atroz y otras que rápidamente he podido controlar. Sin embargo, no recuerdo haber pasado mucho miedo en todas las horas que estuve retenido. Bastante cuando me asaltaron en el automóvil, pero duró poco; y también cuando vi a María hablar podría decirse que casi amigablemente con quienes me estaban torturando. Entonces debería haber sentido rabia o quizá impotencia, no obstante pasé miedo, aunque rápidamente controlado.

 

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sábado, 11 de septiembre de 2021

El Poder de una Convicción, 6ª parte

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A Jep lo conoció durante una cena en casa de unos amigos, y le gustó o eso aparentó. Su labia, su fuerte personalidad, su masculinidad, mucho más acusada que la mía, debieron pesar. Hacía tiempo que quería conocerlo. Le había hablado mucho de él, de lo mucho que nos había ayudado en el trabajo, de su arte, de sus ideas y de su militancia, de lo comprometido que estaba, de sus amigos de la CNT y del partido en el que decía militar.
Conectaron
al instante y no me sorprendió. El carácter y el físico de María, su dureza e intrepidez, forzosamente le habían de llamar la atención. Ella estaba especialmente atractiva, mientras que Mónica disimulaba su gran sexualidad, su belleza; parecía indispuesta, alejada de su entorno, como si observara la situación desde la lejanía. Se me acercó y preguntó:

- ¿Es tu pareja?
Y respondí con la verdad.
- En principio su pareja vive y trabaja en Zaragoza,
con ella mantengo una curiosa relación, que no es de pareja pero lo parece. Tenemos un buen rollo, nada más-

Lo cierto es que ni en los momentos de más cercanía la había considerado como tal. María no era mi pareja, nunca lo había sido. De hecho empezaba a creer que su compañero tampoco lo era y que su relación era producto del contacto entre familias de militares y solo se mantenía gracias a la lejanía. María era muy parecida a Anna, aunque le costara reconocerlo. Al menos eso creía entonces.
Jep fue seducido con el arte más antiguo, dejando que creyera ser él el seductor. Al finalizar la cena se quedaron en la casa,
él con una excusa que no engañaba a nadie, mientras que ella ni siquiera sintió la necesidad de buscarla. Su manera de ser, esa que siempre me ha atraído principalmente en las mujeres, lo impidió. María es incapaz de engañar, las cosas las hace de frente y si hay que pagar por ello, no pide ni acepta la compasión y afronta el coste con entereza.
Fue la noche más estúpida o una de las peores que recuerdo. María se acostó con Jep. Materialmente se lo folló,
primero con sordidez, acercándose a él sin contemplaciones y utilizando una aparente cercanía ideológica. Supo hacerlo, parecía conocer su personalidad y la explotó de tal modo que incluso sentí un cierto orgullo por su pericia.
Acompañé a Mónica a
la casa de sus padres, no podía hacer otra cosa. Estaba desconcertada, no sabía cómo enfrentar la situación; nuestra relación se basaba en la libertad absoluta, pero aquello había atentado contra el respeto que creía merecer. No le dolía que su compañero se acostara con otra, ella también lo hacía con otros hombres, pero nunca así, plantándola en sus narices y sin saber dónde ir. Con su acto, Jep y María habían despedazado su honor.
Al pie de
l portal de su antigua casa hablamos de mil cosas, intensamente, como nunca había hecho con nadie, fuera de Artur y de Anna. Y volví a sentirme fascinado por aquella chica.
Nos despedimos con un beso en la
mejilla. Y me di cuenta que solo necesitaba dar un paso para hacerla mía, en la manera que tanto yo como aquella jovencísima mujer podíamos ser propietarios o propiedad de alguien. Entonces quizá podría haberle propuesto lo que hoy se me antoja un disparate, y la historia, la nuestra y la de muchos otros, habría cambiado, pero no lo hice y ella se despidió tranquila. Me explicó que estaba pasando un extraño y doloroso período y no lo llevaba bien, en aquel momento creí que para excusarse, pero era evidente que físicamente lo estaba pasando mal y quería que yo lo supiera. Con el tiempo y tras conocerla mejor, descubrí que Mónica no es de las mujeres que buscan excusas.
Jep, el don Juan más empedernido del mundo, tan temperamental como sensible, tan inteligente como visceral,
supo pedir disculpas a su compañera, pero no cómo resolver el problema conmigo. Mónica no le habló de nuestra conversación y yo me reí en mi interior, aún sorprendido por su ligereza. La sexualidad de mi amigo, su irresistible atractivo para las mujeres y su ardiente temperamento, eran para mí la mejor excusa, porque la disculpa no la necesitaba.
Amara, que años más tarde sería mi compañera, me daría, sin conocer aquella anécdota, una explicación.

- Lo miras, lo escuchas, y tienes la sensación que vas a pasarlo mejor que con nadie. Es la provocación sexual en persona, y eso un día tras otro hasta que al final probar se te hace irresistible-

María no esperó tanto, con unos minutos tuvo suficiente. Y pienso que nuestra manera de ser y la liberalidad de nuestro trato y entorno hicieron posible lo inconcebible. Lo que entonces me extrañó es que ella lo olvidara tan rápido.
Hasta
tres días más tarde no supe de ella. Se presentó en casa como si nada hubiera pasado. Probablemente habría dormido con Anna para evitar dar explicaciones o soportar mi posible marchitez. Debió pensar que tres días ayudarían a atemperar mi disgusto, cuando nunca lo había sentido. Solo tuve rabia por mi amiga, que no merecía el trato recibido, y en eso ella no tenía nada que ver.
Vino
para avisarme que sus amigos me esperaban, también a recoger sus cosas si yo lo consideraba necesario. Había cometido un error para el sentir de los demás y lo reconocía, pero estaba convencida de no haber hecho nada mal, solo una tontería al desaparecer tres días por algo de lo que no había de arrepentirse. Y me reí con ganas. Sabía que si lo había hecho es que algún remordimiento tuvo que sentir. No se lo dije, solo le comenté que conmigo no había ataduras; en todo caso con su novio, que como no se enteraba tampoco lo padecía. Que me dolía su propuesta de marchar, porque era tanto su casa como la mía. Pareció sorprendida, aunque si tanto había hablado con Anna sobre mí, la sorpresa estaba de más. Me miró fijamente y, con una mueca sin aparente significado y que en aquel momento se me antojó de respuesta a mi despecho, me dijo que así era mejor y que en cualquier caso conmigo lo había pasado bien y no se arrepentía de nada.
No fingí cuando le recriminé su oferta de marchar de la casa
. Una comuna es algo más que uno de sus miembros o la posible relación de pareja. Para nosotros era su casa y tenía tanto derecho como yo o quizá más, ya que por entonces me diversificaba entre la casa de mis padres y la nuestra. Me interesaba recuperar mi antiguo domicilio por la imagen, el teléfono y la dirección. Con la camarilla no había riesgo y más que menos sabían como vivía, pero con el grupo ultra era distinto, esos no podían concebir tal mezcla ideológica, y de haber investigado la cosa habría terminado fatal.
Para mi f
ueron tiempos de desorden constante, no razonaba con lógica y no sabía lo que era mejor o peor; no me sentía a gusto en ningún lugar, excepto con los míos, pero no lo podía compartir para no involucrarlos. La familia, es decir Mila, Sole, Bill, Alex, Rina y los niños, era lo único sólido que tenía; y su tranquilidad y su bienestar también eran los míos. Mis padres me interrogaban con cuidado, no entendían lo que me pasaba, por qué había vuelto y la manera como lo había hecho.
Faltaban pocos meses para entrar en el ejército y el tiempo apremiaba, todo estaba en el aire excepto el trabajo, que lo había dejado muy bien organizado. El futuro de mi casa, de mis amigos, estaba garantizado.
Habíamos de
ir los dos, pero María prefirió quedarse, dijo que sería mejor, que así sus amigos se sentirían menos condicionados. Sin ella podríamos discutir y hablar de muchas más cosas y con más libertad. Según ella yo ya no la necesitaba. Y sentí su desdén y falta de interés, como si se arrepintiera de haberme involucrado, considerándolo un error por su parte.
Salí al día siguiente, era jueves y tenía todo el fin de semana por delante, incluido el viernes, de manera que volví a coger unas muestras para aprovechar el tiempo. El sábado era el peor día para visitar clientes en Barcelona y pensé que Zaragoza, donde no teníamos ninguno, podía ser diferente. El trabajo empezaba a agobiarme. A través de un amigo había conseguido una representación de artículos de perfumería, lo ideal para amagar mi auténtico trabajo y demostrar una buena entrada de dinero a quien preguntara. Por otro lado, un dinero extra siempre iba bien.
Durante el viaje fui p
ensando en lo que diría, lo que pensaba que debía hacerse y las condiciones que creía imprescindibles. Y me di cuenta que no tenía ni sabía nada, y empecé a arrepentirme. Era el más joven y también el más inexperto, no tenía dotes de mando ni las pretendía. No entendía su nacionalismo, su obsesión por creerse distintos y mejores, y la política me importaba tanto como a mis compañeros de comuna.
¿Qué pinto entre esa gente?
¿Cómo
he podido liarme de este modo?
Conducir en soledad durante más de tres horas dan para mucho, incluso para dar la vuelta, que en aquel momento me pareció lo más sensato y estuve a punto de hacer. Pero, al igual que ellos, no soportaba el autoritarismo ni el fascismo que se respiraba en el país, y odiaba profundamente la injusticia. Y la impotencia que sentí tras la verja del Palacio Real solo podía superarla ayudando a destruir el régimen. En el fondo era eso, me sentí insultado en lo más profundo, despreciado como ser humano, hasta el punto de sentir la necesidad de vengarme, de la manera que fuera y costara lo que costara. La rabia que sentí aquel día hizo prometerme que los perros, porque así los llamé a partir de entonces, se arrepentirían mil veces. Eso pensaba mientras corría con mi 2CV por la autopista, convencido que ya nadie, ni siquiera mi propio sentido común, conseguiría echarme para atrás.
De salir el tema y me preguntaran por mi motivación, no dudaría, mi respuesta sería venganza. De estar en su piel no me gustaría, la gente que lucha solo por venganza no es de fiar, puede cambiar al desaparecer su rabia; pero, por qué engañar, en aquel momento mis sentimientos eran simplemente de venganza. Mi sensibilidad política apenas contaba y el hipismo nos hacía vivir en un mundo de acracia individualista.
María había vuelto a enseñarme su DNI.

- Por favor, no olvides este nombre. tetelo en la cabeza. Si pasara algo aguanta lo que puedas. No esperes ayuda, no confíes en nadie, solo en mí. Te engañé con Jep y volvería a hacerlo, pero sabes perfectamente que en eso jamás te traicionaré. El poco tiempo que nos dieras serviría para que algunos puedan escapar- 

Y ante mis dudas intentó tranquilizarme, explicándome que nunca había pasado nada, que sería la primera vez. Que se reforzaban porque el régimen sospechaba de todo y de todos.
Y pensé que era un juego. Podría hasta ser divertido, una aventura más para contar en un futuro. Qué, sino, había sido mi vida hasta entonces. Pasar hambre, frío
y estar al borde de la muerte; y andar por lugares casi desconocidos, abandonados, por bosques tan oscuros que era imposible orientarse; dormir en ellos a la intemperie, sin nadie a muchos kilómetros; o a cuatro o cinco mil metros de altura, en tierra del oso y del leopardo, donde muchos seres humanos no sobrevivirían.
El silencio, la oscuridad
y el abandono, pueden ser terroríficos, pero el hombre animalizado puede serlo mucho más. Pero esta vez iba en serio y estaba en juego más que la vida de dos aventureros. No éramos nosotros y la montaña, el bosque, el frío o los animales; esta vez jugábamos con otros hombres y su bienestar, contra otros hombres y su poder.
Disminuí la velocidad.
María me había dicho que no debía llevar ningún mapa encima. Me explicó al detalle el lugar del desvío y pidió que lo memorizara, aunque yo lo recordaba perfectamente.
Avan
con cuidado, el camino no estaba iluminado y los faros del 2CV no eran una maravilla, además el cristal, con tanta carretera e insectos, había perdido mucha transparencia. Encontré más baches, tantos que pensé que me había equivocado, pero luego recordé que había llovido bastante y el terreno era arcilloso.

 

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viernes, 3 de septiembre de 2021

Historias chocantes

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Con la vida que has llevado te habrán pasado cosas muy chocantes, me dice un joven amigo.
Tantas y tan chocantes que podría escribir un libro.
¿Y cómo no lo haces, con el tiempo que tienes y lo bien que se te da?
Precisamente porque son muy chocantes, por eso no puedo dejarlas escritas.
 
Hoy recuerdo una noche en Madrid. Mi comercial me llevó a un puticlub de Costa Fleming, creyendo que me gustaría y lo pasaría bien, y va y me encuentro cara a cara con la hija de unos buenos amigos, muy moralistas por cierto, "vestida" para la ocasión.
Tu no me has visto, yo no te he visto, me dice tras otras exiguas palabras que ahora no recuerdo.
En fin, que a mi me daba igual, pero no a ella, y no por ser mujer y yo hombre, sino porque ella estaba allí como estudiante, con sus padres pagando, y había de fingir, mientras que yo soy como soy
Hoy somos muy buenos amigos, vive con un tipo majo y tiene dos niños. Nunca hemos hablado de aquel encuentro, ni siquiera a solas. Para qué, si yo no la vi y ella no me vio.
 
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